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Seis por ocho (94): El valor va por dentro




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Compendio I


Recuerdo que Pamela estaba muy nerviosa esa mañana, al desayuno. Incluso más que lo que había estado el día anterior. Me sonreía constantemente y me abrazaba, con una mirada que parecía a punto de estallar en lágrimas.
No era la única. Verónica también estaba emocionada. Supongo que pasó a ser otra hija más y Pamela necesitaba el cariño de una madre, por lo que las muestras de afecto eran bien recibidas por ambas partes.
Amelia estaba celosa. Lo notaba por su rostro de niña taimada, pero la acaricié, diciéndole que el día siguiente, tendríamos una cita.
No la alegró completamente, pero dulcificó un poco más su rostro.
Tenía razón. La había dejado de lado por esos días y quería algo de mi tiempo.
Marisol, en cambio, estaba más alegre y estaba de acuerdo que siguiéramos con esa farsa de que era el novio de Pamela.
Supongo que me estaba acercando más a sus deseos, pero yo todavía no estaba convencido.
Lucia es bonita y bien dotada, pero si su carácter es peor que el que tenía Pamela, poco o ningún interés me podía traer. Sin embargo, Verónica me dijo que antes era tan dulce como Amelia, pero por la primera impresión, tenía mis dudas.
Llegamos a su casa, Pamela suspiró y me besó.
“¡Quiero relajarme!” me dijo, sonriendo.
Nos abrió la puerta la sirvienta. Era una chica de unos 23 años, algo más pequeña que Pamela, entre venezolana y colombiana, por sus atractivos rasgos faciales, el cuerpo bien formado y una actitud bien coqueta, por las sonrisas que me daba.
Pero yo ya no necesitaba más líos de faldas. Ya tenía suficientes…
Lucia nos recibió luciendo despampanante: un conjunto blanco de lino, bien delgado, que se transparentaba levemente, pero que ocultaba sus pechos con flores rojas bordadas en seda y al parecer, un fondo falso en la falda, con el que cubría su intimidad.
Al igual que su hermana, tampoco usaba sostén y era evidente por cada paso que daba. Sin embargo, no traté de prestarle demasiada atención…
Por su mirada, aun sentía que no me tenía confianza…
“Ahora veo que no mentías, Pamela.” Dijo, como si fuera una reina dirigiéndose a un vasallo.
“Si, mamá.” Le respondió con una mirada muy ilusionada. “Siéndote sincera, no pensé que me fuera tan bien…”
“¡Nunca pensé que serías capaz de hacer algo así!” Dijo Lucia, con un leve toque de preocupación. “Siempre fuiste una rebelde e indisciplinada… un verdadero dolor de cabeza.”
Pamela se sentía algo incomoda…
“Bueno, mamá… la gente cambia.”
“Cuando decidiste dejar la escuela, yo ya había perdido las esperanzas. Me hacía la idea que terminarías viviendo como una prostituta o casada con un malviviente, repleta de hijos… pero no fue así.”
Sentía mucho rencor en sus palabras. El rostro de Pamela se iba apagando lentamente.
“¡No, mamá!” le respondió, tratando de subir los ánimos. “Afortunadamente, conocí a Marco y él me ayudó mucho a estudiar y prepararme…”
Entonces, Lucia me miró a los ojos.
“¡Ya veo!” dijo Lucia, con repudio en sus ojos. “¡Así que por eso estabas tan interesado en él!”
Pamela estaba confundida.
“Mamá, ¿De qué hablas?”
“¡Pamela, no es necesario que me sigas mintiendo!” dijo su madre, con un tono de sarcasmo. “¡Me parece muy claro que te hayas relacionado con este individuo por interés!”
Pamela y yo nos miramos sorprendidos…
“¡Incluso al verlo, se nota que el muy vivaracho aprovechó la oportunidad de su vida!” continúo Lucia, con un tono venenoso. “¿Cuándo podría conseguir una chica como tú, siendo tan simplón?”
Se reía a carcajadas, mientras que Pamela empezaba a llorar.
“¡No, mamá!... ¡De verdad, yo lo amó!” Le decía ella, casi suplicando.
“¡Pamela, por favor! ¡Ya me mostraste que eres capaz!” dijo ella, tratando de sonar condescendiente, pero aun se escuchaba altanera. “¡Es por eso que he decidido dejarte volver a casa, con completa libertad!... pero no tienes que seguir una relación con un mequetrefe como este…”
“¿Por qué… me haces esto?” dijo Pamela, poniéndose a llorar como una niña y salió corriendo a su habitación.
Iba a seguirla, pero noté una leve reacción en la cara de Lucia... como si se contuviera. Cerró los ojos y me miró nuevamente, muy altanera
“¿Y bien? ¿Qué es lo que pides por dejar de ver a mi hija?” me dijo, manteniendo su postura de reina.
“Si usted piensa que voy a dejar de ver a su hija porque usted me pague o me lo impida, se equivoca.”
Ella se rió con sarcasmo.
“¡Todo hombre tiene su precio!” dijo, sacando una chequera de su chaqueta.
“¿Por qué hace esto? ¿Por qué la ilusiona de esa manera?” le dije, mirándola sorprendido por su crueldad y falta de amor.
Ella cerró la cartola, mirándome con atención.
“¿De qué me estás hablando?”
“¡Hablo de esto, de hacerle venir hasta acá, si solamente la va a insultar!” le dije, tratando de leer lo que pasaba con ella.
Ella estaba incomoda por mi mirada…
“¿De qué hablas?... ¡Es mi hija y debo protegerla!”
“¡Mentira!” le respondí. “Si le preocupara tanto su hija como me dice, no la habría echado de su casa.”
Ella trataba de someterme con sus ojos, pero yo no soy de esos…
“¿Y qué es lo que ganas tú con esto? ¿Por qué lo hiciste? ¡A ver, dímelo!”
Me estaba desafiando…
“¿Por qué debería ganar algo yo con esto?” pregunté, confundido. “¿No le basta con que la quiera?”
Su mirada se notaba más enojada…
“¡Sé que Pamela es hermosa, pero la conozco bastante bien!” me dijo, muy irritada. “¡Siempre ha sido terca como una mula, orgullosa y manipuladora!... ¡A menos que sea por sexo, no veo por qué habrías de ayudarla!…”
Me parecía increíble que fuera hermana de Verónica. Era despreciable…
“¡Entonces, usted nunca ha conocido a su hija!” Le dije, sintiendo lastima por ella.
“¿De qué me estás hablando?” preguntó, entre ofendida y confusa.
“Pamela es dulce, cariñosa y muy tímida… si realmente cree que ella es así, es porque nunca la ha conocido en verdad.”
Puso una cara de sorpresa, pero seguía siendo altiva…
“¡La he visto durante años… y la conozco bastante bien!” Dijo, bien desafiante.
“¡Pero no la conoce como yo!” le dije, ya empezando a llorar. “La primera vez que la vi, también consideré que era una chica que seducía por placer… pero cuando Diego la lastimó y quedó indefensa, pude verla como era ella realmente.”
Al escuchar eso, abrió unos ojos tremendos y pude ver una pequeña lágrima. ¡Tenía sentimientos!
“¿Diego… la lastimó?” me preguntó.
“Así fue. Trató de llevársela a la fuerza y le lesionó un brazo y una pierna. No tenía donde ir, así que su sobrina Marisol me pidió que la acogiera en mi casa…” Le respondí, con desprecio.
La mirada de Lucia se llenaba de preocupación, llorando con tristeza y perdiendo la mirada en la habitación.
“¡Ella… no me lo dijo!”
“Y no me sorprende, porque ella siempre se ha guardado sus sentimientos…” le expliqué.
Me miró con mayor atención…
“Ella se muestra recia para ocultar lo que siente e incluso hace poco, ha aprendido a ser un poco más honesta con sus sentimientos. Ella es insegura, tímida y muy necesitada de afecto… por eso le pregunto ¿Por qué hace esto?… ¿No sabe el daño que le hace?... ¡Ella ilusiona con que usted la quiera!”
Lucia estaba en negación…
“¡Estás mintiendo!... ¡Siempre me ha despreciado!... ¡Nunca ha querido acercarse a mí!” Respondía, sin mirarme a los ojos.
“¿Es usted estúpida?” le pregunté, sin medir mis palabras. “¿No la ha visto estas 2 veces?... ella ha venido porque usted la ha llamado… incluso, se ha puesto más nerviosa al saber que quiere hablar con ella que cuando estaba con el Presidente de la Republica… ¿Realmente no la podido entender?”
Ella se cubría la cara para llorar…
“¡No puede ser cierto!... ¡Ella me desprecia!...”
“¡Ella ha venido solamente a buscar su apoyo y su aprobación y usted la ha tratado como escoria!” le dije. “Es una suerte que su tía la quiera como una hija de verdad…”
Al escuchar eso, me miró a los ojos.
“¿Conoces a Verónica?” preguntó, con lagrimas, pero con mucho enojo.
“¡Por supuesto que la conozco!” le respondí. “¡Ella vive con nosotros!”
Pero su tristeza se transformaba en furia…
“¿Sabes qué hizo esa traidora?” Preguntó, alzando la voz.
“¡La ha cuidado como una hija!” Respondí.
“¡Me engañó con Diego!” me gritó en la cara.
“¿De verdad?” le pregunté, con fingiendo incredulidad.
“¡Sí!” respondió, agitando las manos con mucho enojo. “¡Cuando estaba viendo la tuición de Pamela, lo invitó a vivir en su casa y se acostó con él!... ¡Trato de ser mi amiga… para apuñalarme por la espalda!”
Su respiración estaba muy agitada, pero yo ya estaba calmado…
“¿Y usted piensa que lo hizo a propósito?” pregunté, bastante molesto.
“¡Claro!” respondió ella, con la mirada extraviada en los recuerdos. “¡Diego era mucho más guapo que su esposo!”
“¿Y no le parece extraño que la traicionara?” le pregunté.
“¿Qué estás diciendo?” me preguntó ella, mirándome encolerizada.
“Yo conocí a Sergio. Era muy machista e interesado por el dinero. ¿No cree que él haya invitado a vivir a Diego y Pamela a su casa, en lugar de su hermana, a cambio de dinero?”
La dejé sin palabras… ¡No lo había considerado!
“Incluso es más… Diego es un tipo muy violento y astuto. ¿No ha pensado que fue él quien la intento seducir, para que usted se sintiera sola?”
Lucia tenía una cara de espanto… ¡Nunca había pensado en esa posibilidad!
“¿Cómo… puedes saber… tú eso?” preguntó, sentándose lentamente en el sofá.
“¡Porque a diferencia suya, yo no juzgo el valor de las personas por cómo lucen!” le respondí. “El valor siempre va por dentro. A diferencia suya, yo escucho lo que los demás sienten y no me quedo en apariencias. Sé bien que no soy tan atractivo para tener una chica como Pamela, pero ella me ama, porque la cuido bien.”
Hubo un cambio en su mirada. Había muchas cosas nuevas que no había pensado…
Luego de guardar silencio por un rato, su mirada se dulcifico e incluso, me miró con algo de ternura. Fue la primera vez que la encontré guapa…
“¡Lo siento!” me dijo. “Tal vez, tengas razón… he sido una pésima madre para Pamela… pero igual me preocupa. No quiero que se enamore de alguien como Diego… y bueno… tengo que confesarte que te he juzgado mal… ya que me recuerdas mucho a como era él cuando nos conocimos. Sé que probablemente… he perdido mis derechos… pero sinceramente, quiero que sea feliz… y por eso, quería probar que la amabas…”
Por un momento, me recordó a mi inocente Amelia. Estaba siendo honesta y la notaba arrepentida.
“¡Lo único que le pido es que trate de aceptarla! ¡Ella aun la quiere, aunque no se lo diga abiertamente!...”
“¡No lo sé!” me respondía, sonriendo con tristeza. “He sido tan mala con ella…”
“¡Pero es su madre y aun la sigue queriendo!” la animé.
Fuimos a la antigua habitación de su hija. Le pidió que le abriera la puerta para disculparse, pero Pamela no reacciono.
Vi que se sentía dolida y pude sentir que realmente Lucia quería arreglar la relación con su hija, así que la llamé yo y le pedí que la escuchara, al menos, por mí.
No pasaron 20 segundos y se abrió la puerta. Mi tierna “amazona” tenía toda la cara manchada con maquillaje y lágrimas.
Se sentaron a diferentes extremos de la cama. Para Lucia, no fue fácil empezar el dialogo.
“¡Pamela, quiero pedirte disculpas!” le dijo su madre. “Sé que nunca te he cuidado como debería, pero aun eres mi hija… y aunque nunca he estado a tu lado… quería ver si tu novio realmente te amaba…”
“¡Mamá!” exclamó Pamela, ofendida.
“¡Sé bien que no tengo derecho, Pamela!... pero era lo único que podía hacer...” le decía. “Eres mi única niñita y aunque he sido una mala madre… quería cuidarte… ¡Pero ya veo que estás bien cuidada!…”
“¡Mamá!” dijo Pamela, corriendo a abrazarla.
“¡Lo siento, pequeña! ¡Lo siento!” le decía Lucia, abrazándola, mientras ambas sollozaban. “¡Estoy muy orgullosa de ti y quiero que sepas que siempre te ayudaré en lo que necesites!”
“¡Mamá!” respondió Pamela. “¡Yo sólo quiero tu cariño!”
Era enternecedor y podía ver que Verónica no me había mentido: Lucia era como Amelia…
Nos invitó a cenar. Me recordaba lo que había pasado con Amelia y Verónica, después que arrestaran al profesor.
Eran madre e hija: bromeaban, se hacían cariño y conversaban, con una mirada de alegría.
Pero el reloj estaba marchando y yo deseaba volver con Marisol… Sin embargo…
“¿Por qué no duermen en tu pieza?” dijo Lucia “¡La cama es bien grande!”
Pamela enrojeció.
“¿Los 2… juntos?” preguntó, bien avergonzada.
Lucia me miró bien sorprendida. No le había mentido que su hija era muy tímida…
“¡Pamela, ya no eres una niña y es tu casa!” le dijo, mirándola con dulzura. “Si quieres traer a tu novio y dormir con él, yo te entiendo… después de todo, también soy una mujer… y sé bien que necesidades tienes…”
Sentí ese frio por la espalda nuevamente…
No sé si Pamela se dio cuenta o no, pero cuando añadió ese comentario, su madre me miraba con algo de complicidad y una gran sonrisa…


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