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Compendio I
Tal vez piensen que Sonia fue desconsiderada al no traerme un regalo, pero en realidad, su obsequio fue lo que más necesitaba: iba a tomar el último capítulo del trabajo de titulación y revisar los flujos de caja.
Odio hacer esos cálculos. Yo soy más de calcular esfuerzos cortantes, pérdidas de potencia y más que nada, aplicaciones de ingeniería. Odio hacer cálculos administrativos, porque no influyen en mi labor.
En cierta medida, el ingeniero es como un mercenario: propone condiciones de trabajo óptimas, sin preocuparse de los precios. Como es de esperarse, los economistas nos odian…
Pero ella lo hacía por 2 razones: la primera, porque me ama y quería darme una mano en mi proyecto, tal como lo hizo en la mina; la segunda y probablemente, la más importante, porque la junta se lo había pedido.
No era una orden, sino que una sugerencia. Para ellos, igual era importante invertir en un programa de ingenieros trainees y estaban al tanto que ella recién había asumido el cargo, que no era el área de sus conocimientos y que no podría evaluar mi trabajo bajo sus expectativas, pero para ella, era distinto.
Si bien es una de mis novias, su profesionalismo la hace ser completamente imparcial al momento de evaluar mi trabajo. Ella no se conforma con menos del perfecto y en realidad, estaba agradecido por el obsequio, pero nervioso por la evaluación que me daría, ya que me juzgaría severamente.
Por esa razón, ese fin de semana no fui a su casa y pude estar presente el viernes, cuando Pamela recibió esa llamada.
En realidad, había contestado mi ruiseñor, pero preguntaron por ella. Me llamó la atención que le preguntaran su nombre completo, su edad y otros datos personales.
Cuando sus ojos se dilataron, pensé que podía ser una estafa telefónica y estuve a punto de contestar el auricular, pero Pamela se puso a llorar de felicidad.
Nos decía que la llamaban del Ministerio de Educación, que había sacado 2 puntajes nacionales en la prueba de ingreso universitario y que la estaban invitando a una ceremonia a realizarse en el Palacio de Gobierno, donde el Presidente de la Republica los recibiría para desayunar, a las 9 de la mañana, junto con un invitado.
Marisol y su familia la abrazaban, envueltas en lágrimas. Verónica le decía que estaba orgullosa de ella y se abrazaban dulcemente. Pamela les agradecía su apoyo y me miraba a mí y me besaba con ternura.
Debo confesar que sentí incredulidad al escucharla. Era el Ministerio de Educación y esperaba un poco más de diplomacia: que nos avisaran con anticipación y que lo hicieran de una manera más formal.
Pero tuve que guardarme mis comentarios. Ella ya estaba nerviosa porque el día siguiente entregarían los resultados y bueno… era el Estado… ¿Por qué no podía ser cierto?
Fue bonito verlas a todas ellas muy motivadas, escogiendo la ropa de Pamela. Debía vestir semi formal, dado que son personas de diferentes estratos sociales, por lo que escogieron una camisa de mezclilla, con una chaqueta de cuero y Marisol le prestó una falda delgada verde.
Se veía preciosa…
Amelia hizo la pregunta que todas querían saber…
“¡Amelia, es obvio que irá con Marco!” le respondió Marisol.
“¿De… verdad?” preguntó Pamela, roja de vergüenza y tratando de que no la viéramos llorar.
“Si, Pamela. También es tu novio y ha sido el que más te ha ayudado a estudiar. Se lo merecen…” me acarició, mirándome con sus tiernos ojos verdes y añadió. “De hecho, esta noche cambiaremos de habitación…”
Pusimos una cara de sorpresa.
“¿Cómo dices?” preguntó Verónica, riéndose.
“Que ella dormirá con Marco esta noche.” Nos respondió, con esa mirada rara que pone cuando se excita. “La pobrecita estará muy nerviosa esta noche y probablemente, le cueste dormir… mi amado Marco sabe bastante bien qué hacer para tranquilizarla… y bueno, Amelia y yo nos podemos poner al día.”
Aunque todos sabemos qué es lo que hago con ellas por la noche, a Pamela aun le avergüenza. Ella es la más normal y aun le incomoda esta relación.
Esa noche fue especial. Lucía bonita, con el camisón rosado que he mencionado casi todas las otras veces, pero estaba más tímida de lo normal.
“¿Por qué tan nerviosa?” pregunté.
“¡No estoy nerviosa!” respondió, tratando de mentirme. “… sólo estoy incomoda porque ellas sepan qué vamos a hacer.”
“Bueno, no es necesario que te de vergüenza…” le dije yo, levantándome de la cama. “Si quieres, puedo dormir en el sofá…”
“¡No!... ¡No te vayas!” me dijo, sin atrever a mirarme. “A mí me gustaría que te quedaras… pero si no quieres… no te preocupes.”
Le tomé la mejilla y la miré en sus ojos cafés.
“¡Pamela, eres muy bonita y claro que me encantaría quedarme!... pero no tienes que preocuparte. No haremos nada que tú no desees.”
Ella sonrió.
“Pues… a mí me gusta cuando me tocas y me besas. Me siento tranquila contigo…” Me confesó. “Pero nunca me había pasado algo como esto… y siendo sincera contigo… tengo un poco de miedo.”
La besé con ternura.
“¡Es increíble que la “amazona española” se haya vuelto sincera conmigo!”
“¡No me molestes!” me dijo, ocultando su cara en mi pecho. “Además, las “Amazonas” son de la mitología griega. No la española…”
Acaricié sus cabellos con ternura.
“Antes, ni siquiera sabias qué significaba la palabra y mucho menos de qué cultura eran.” Le dije, besándola y empezando a tocar sus pechos.
“Y bueno… tú siempre has sido un tío pervertido, embobado por mis tetas.” me dijo ella, suspirando y dejándose llevar por mis caricias.
La besé.
“¿Hasta cuando les dirás tetas?” le pregunté, acariciando su cara y mirándola a los ojos. Ella lloraba.
“¡Tú siempre me has tratado tan bien!... ¡Por eso te amo tanto!” me respondió, besándome.
Me puse el condón y ella me esperaba sonriente. Conmigo, se entregaba completamente. Si mis manos la empezaban a acariciar, ella no oponía resistencia. Su piel era tan suave y delicada y no había terrenos prohibidos.
Sus besos eran dulces y siempre me hacían pensar cómo mi suerte me había permitido besarlos. Confieso que aun extraño su perfume.
No es que el aroma del jabón de Marisol sea malo, pero son aromas característicos de ellas. Para Pamela, era un perfume suave, francés y elegante.
“Siempre llegas tan adentro, ¿No?” me preguntaba ella, luego de algunos de sus orgasmos.
“Bueno… es tu lugar más especial… y me encanta tocarlo.” Le respondía.
Ella suspiró.
“Marco… si te hubiera tratado mejor… ¿Crees que te habrías casado conmigo?” preguntó con timidez.
“Francamente, no lo sé.” Le respondí. “Antes, te habría dicho que no, bien seguro… pero ahora…”
Ella se empezaba a animar más.
“¿Ahora?...” preguntaba, muy emocionada, empezando a sacudir su pelvis.
“Ahora, has cambiado mucho… eres más honesta y más dulce… no te enojas tanto.” Le respondí.
Ella se aferraba a mi espalda, para que la penetrara más fuerte.
“Es que… contigo… no tengo miedo…” me decía, corriéndose deliciosamente.
Pero aun manteníamos algo de esa mentira que teníamos antes: que no nos decíamos lo que sentíamos, para no complicar nuestros sentimientos.
Hicimos el amor en silencio. No queríamos profundizar ese pensamiento. Por esos momentos, nos amábamos y era lo que nos importaba.
Ya nos conocíamos tan bien, que cuando sintió que me corría, me besó de una forma apasionada y nos acurrucamos.
“¿Quieres meterlo por detrás?” me dijo, acariciándome mientras esperábamos a que me despegara.
Me avergoncé.
“Si no quieres, no te preocupes. Estoy contento…”
Ella me besó.
“¡Marco, sé que te gusta!... ¡Además, es la única parte que solamente tú has tocado!”
“¿Y a ti?... ¿Te gusta?” pregunté, rojo como un tomate.
Ella enrojeció también.
“Bueno… que me guste mucho, no… pero te hace feliz…”
Sonreí. Tenía esa cara que me decía que le encantaba, pero era algo que pocas mujeres confesaría.
“Pamela… nunca te he pedido disculpas…” le dije, mientras la bombeaba por detrás.
“¿Por… qué?” preguntó ella, disfrutando de mis embestidas.
“Porque la primera vez que lo hice… tú querías que te lo metiera por el otro lado.”
“¡Pero… no tienes que disculparte!... se siente tan bien…”
Me reí. No creí que ella estuviera tan caliente.
“¿Me estás diciendo que te gusta más que cuando te hago el amor?” le pregunté, con una gran sonrisa.
“¡Claro que no!... pero a ti te gusta…” me respondía, quejándose de una manera sensual.
“Y tú me quieres tanto… que me lo entregas.”
“¡Sí!... ¡Así es!” yo sólo le sonreía. “¡Tonto!... si sabes que me gusta, ¿Para qué preguntas?”
Me corrí en su interior y nos acomodamos para dormir.
“Marisol tenía razón.” me dijo, tomando mis manos para que agarrara sus pechos. “Me gusta saber que no te irás por la noche.”
Y dormimos abrazados.
A la mañana siguiente, nos bañamos y nos vestimos. Yo seguía desconfiando, pero Pamela seguía ilusionada. Marisol se despertó temprano y me preguntó que tal habíamos pasado la noche. Le dije que todo estaba bien, me besó y me dijo que la cuidara.
Había mucha gente en el Palacio de Gobierno. Aparte de la seguridad, había un sujeto con una lista. Yo estaba algo nervioso. Si resultaba ser una broma, sería una de pésimo gusto…
Pero cuando encontró a Pamela en la lista, se me cayó la mandíbula.
“¡Qué mentiroso eres!” me dijo Pamela, al ver mi expresión. “¡Pensé que me tenías confianza!”
La besé.
“¡Discúlpame, pero ha sido muy repentino!” le dije, bien arrepentido. “Pero jamás pensé que conocería un puntaje nacional…”
Ella sonrió.
“Y yo saqué 2…” me dijo, susurrándome al oído de una manera sensual y enterrándome sus pechos en las costillas.
Ni me pregunten cómo nadie nos vio…
Pero no fue la única. Había otros 25 chicos y también estaba la prensa. No nos prestaron mucha atención, a pesar de que el caso de Pamela era muy especial, dado que no había terminado la secundaria y lo estaba rindiendo de la nada.
Pero al parecer, estaban más interesados en esos casos de chicos de colegios marginales. Tal vez, fue mejor. Al menos, podía pasarlo discretamente.
Nos reunieron en un salón bien elegante, con alfombra roja, sillas y todo eso. El Presidente se dirigió a ellos, elogiando su esfuerzo y dedicación y luego dijo las típicas frases que aparecen en los noticiarios: que había que incentivar el desarrollo de la educación, proveer las mismas oportunidades para todos y blablablá.
Luego, se formaron para que el Presidente les entregara un diploma de reconocimiento, la foto conmemorativa, donde le daba la mano, la foto grupal y luego, nos invitaron a desayunar. Su Excelencia se excusó, porque tenía otra reunión.
Pamela estaba emocionada. Nunca pensó que lo conocería en persona.
Cuando regresamos, Marisol nos dijo que el teléfono no había parado de sonar. La habían llamado de varias universidades, ofreciéndole becas, descuentos de aranceles y muchas facilidades para que estudiara.
Sin embargo, la llamada que más nos sorprendió fue la que recibimos el domingo en la mañana.
Al parecer, había visto el periódico y estaba muy sorprendida que su hija apareciera en el diario, por lo que nos había invitado a almorzar…
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