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Seis por ocho (92): Remembranzas del verano




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Compendio I


Les pido disculpas a aquellos que hayan leído este relato y que lo borrara. Para mí, es importante escribir cuando estoy de buen ánimo. Cuando lo posteé, sentí que lo estaba haciendo a la fuerza y no debe ser así.
Son recuerdos agradables y como tales, uno debe encontrarse relativamente libre de preocupaciones para poder expresarlos como corresponden.
Marisol había notado mi preocupación, pero ella sabe que escribir esto es como una especie de terapia, que me permite relajarme un poco del ajetreo laboral.
“Amigo, por la vida que cuentas, pareces bien relajado” pueden creer, pero no es tan así. Como me dijo en una ocasión el supervisor regional, uno no lleva un estilo de vida tan calmado de las oficinas cuando estás trabajando en terreno y aunque mi nuevo turno es de 7X7 ahora, en realidad, no todos esos 7 días son tan libres, porque igual pueden llamarte para que hagas un trabajo urgente, para las personas que te están reemplazando, algo que te arruina la tranquilidad del descanso.
En mi caso, me habían designado revisar una red de tuberías, para encontrar perdidas con un software, pero ni me acordaba mucho de “Mecánica de fluidos” ni sabía manejar el programa. Pero uno aprende en la marcha y sé que deje boquiabierta a Hanna “cargo shorts”, la jefa de mantenimiento y operaciones.
No he hablado mucho de ella, porque aun no alcanzamos mi situación actual, pero fue la primera en avisarme los errores en la escritura de capítulos con números romanos, hace mucho tiempo atrás.
Para ella, soy un “bicho raro” y me discrimina bastante por venir de un país tercermundista. Según ella, lo que hice en el yacimiento “fue pura suerte” y la operación que estamos montando “no es para niñitas”, por lo que trata de enseñarme constantemente cosas que ya sé.
Su personalidad es dura, porque es la única mujer entre cerca de 300 empleados y más encima, es una Ingeniero en Mecánica, mucho más narcisista que yo.
Pero bueno, incluso Marisol notó que mis entregas estaban saliendo algo sosas, pero no me había hecho muchos comentarios, ya que me veía agotado.
Sé que ella también podría escribir por su propia cuenta, pero prefiere dejarme a mí, que he leído mucho más y me da ánimos, al decirme que “puedo pintar bastante bien la película con mi prosa…”
Tenía mis dudas de redactar esta parte de la historia, porque no tiene mucha “acción”.
Pero tampoco era justo que lo escribiera sin poder percibir una pizca de ese sentimiento. Porque me hacían sentir bien: Yo las amaba y no era como que fueran “concubinas” y que tuviera “favoritas”. Las amaba, simplemente, porque eran ellas y las amaba de la misma manera, exceptuando a Marisol, claro.
No sabría cómo explicarlo. Probablemente, era efecto del suspenso de esperar los resultados, el aire festivo del final de año o tal vez, una combinación de todo eso, pero estábamos más cariñosos.
Esos días fueron bien calurosos. El calentamiento global había adelantado la llegada del verano en unas 2 semanas y como podrán imaginarse, ellas vestían ropa bien ligera…
Incluso Verónica había parado de usar ropa interior, lo que la hacía más tentadora. Pero me tuve que aislar a la fuerza.
Mi profesor estaba con la soga al cuello, porque los profesores evaluadores estaban pidiendo el trabajo de titulación, así que los correos que me envió no eran muy amistosos y aprovechaba de avanzar por la tarde, gracias a que las chicas no necesitaban seguir estudiando.
Tenía que enclaustrarme, para molestia de Amelia y de Pamela, que querían pasar más rato conmigo, pero Marisol me excusaba, porque era algo que debía hacer. Sin embargo, una tarde, Verónica entró muy nerviosa a mi habitación.
Recuerdo que se veía hermosa. Vestía unos pantalones negros y un chaleco de lana veraniego blanco, con una polera del mismo color debajo, para ocultar sus pechos libres. Su mirada era algo triste, pero no sé cómo explicarlo. Había algo en el efecto de cerrar sus parpados que la hacía lucir elegante.
Francamente, no lo sé. Ella es siempre tan humilde y sumisa, pero sin embargo, siempre mantiene un aire de dignidad y elegancia…
Quería preguntarme sobre mis planes para fin de año. En realidad, no lo había considerado y le pregunté que tenía planeado ella.
Con mucha vergüenza, me dijo que no tenía nada planeado, ya que con la separación de Sergio, no disponía de dinero.
Le dije que no se preocupara, que celebraríamos las fiestas en casa, lo que la hizo apenarse más. Se sentía incomoda de abusar de mi esfuerzo, pero le expliqué que ellas eran las personas que más quería Marisol, por lo que su felicidad estaba conectada con mi ruiseñor, lo que pareció calmarla.
Me gusta ir de compras al supermercado con Verónica. Hacemos una buena pareja, como si estuviéramos casados y pensamos en las mismas necesidades. Además, aprovecha de tomar mi mano discretamente, mientras empujo el carro, lo que la avergüenza un poco, pero nadie le presta demasiada atención.
Quiso la casualidad que durante esa visita al supermercado, me encontrara con mis padres. Me reprendieron, por no haberles llamado en tanto tiempo, pero ellos saben que soy bien perezoso para tomar el auricular y me excusé que estaba bien ocupado con los cuidados de Marisol y con el avance del Magister.
Saludaron a Verónica y la notaban distinta: más alegre, animosa y más joven. Ella enrojeció, dándome una mirada tierna, que no notaron mis padres.
Papá imprudentemente le preguntó sobre Sergio y respondió que se habían separado.
Sin embargo, ellos también notaron que ella no se sentía triste por ello. Había algo en su mirada, que la hacía ver empoderada, como si hubiera sido un problema que airosamente había resuelto.
Mamá la felicitó, porque encontraba que él no la merecía y era un tema que conversábamos a menudo. Le dio ánimos, diciéndole que una mujer empeñosa como ella no dudaría en volver a ponerse de pie, lo que la animó bastante.
Finalmente, me preguntaron sobre mis planes para las fiestas. Mi hermana vendría de visita para navidad, junto con sus hijos y me decían que querían saber de mí y de Marisol. Les conté que había decidido pasar la víspera en casa, junto con la familia de Marisol, pero al día siguiente les iría a visitar.
A mamá le entristeció, porque sabía que me iría a Australia, pero papá me dio su apoyo, diciéndome que ahora tenía una nueva familia y que debía cuidar de ellas.
Verónica pensó que era a causa de ellas, pero le dije que no se preocupara. De cualquier manera, iría a verlos en la Nochebuena, una vez que abriéramos nuestros regalos.
A ella le enternece que diga cosas como esa. Para mí, es natural porque mis padres siempre me inculcaron los valores de familia. Supongo que por eso siempre le agrade. A diferencia de Sergio, yo siempre llegaba con algún regalito: golosinas, chocolates o algo para la cena, para romper la rutina.
Sé que no deben interesarles esas cosas, pero para mí, ese día lo recuerdo con satisfacción. Pero sirve para expresar mejor mis sentimientos por Verónica.
Por alguna razón, prefería que hiciéramos el amor al lado de la lavadora. A mí me gustaba, porque casi siempre vestía sus vestidos de una pieza, que me permitían desnudarla con relativa facilidad, pero con ella, prefería hacerlo más en la cama.
Me gusta agarrarla de sus rollitos, aunque siempre me reprende. Me dice que pudiendo agarrar sus pechos, siempre le termino agarrando la parte más fea, pero le digo que no es cierto.
No son grandes y en verdad, me gustan, pero el atractivo va de la mano porque a ella le avergüenzan. Le digo que no le quedan mal y que igual se sigue viendo bonita para mí, por lo que me deje tocarlos me hace muy feliz.
Ella sonríe como una niña y se acomoda en mi pecho, dejando que la acaricie. Una noche, le pregunté por qué prefería hacerlo al lado de la lavadora y su respuesta me sorprendió.
Me decía que era agradable sentir el viento fresco sobre sus pechos desnudos, mientras que mis manos recorrían su cuerpo y la besaba. Me confesaba que se sentía extraña, pero que creía que ese lugar era para nosotros solamente.
Además, le ayudaba a asimilar la idea de que no sería para siempre. En el fondo, sabía que ya hacíamos el amor, sin preocuparnos de los remordimientos por infidelidad, pero con mi inminente viaje, mi matrimonio y la llegada de mis niños, esas oportunidades tendrían que terminar y nos veríamos obligados a actuar de otra manera.
Cuando la escuché, me sentí algo triste. Lo que siento por ellas no es sólo lujuria, sino que las amo de verdad, pero también sé que no es justo para ellas que disfruten sólo unas cuantas horas de mí, cuando podrían tener a otro que las amara constantemente.
Eso me hizo preguntarle cuáles eran sus planes para el futuro. Ella no sabía. Me sentí mal, porque a pesar de conocernos tanto tiempo, nunca lo habíamos hablado.
Le pregunté qué era lo que más le gustaba hacer y me respondió que le encantaba la pastelería y postres. Siempre veía esos programas de cocina y le habría gustado preparar eso, pero Sergio era demasiado tacaño.
Sonreí y le dije que si lo deseaba, podía preparar dulces en casa. Ella se avergonzó, diciéndome que no tenía que complacerla en sus gustos, pero yo le tenía fe, dado que es muy buena cocinando y tenía muchos deseos de probar sus dulces. Ella sonrió y me besó, diciéndome que la hacía muy feliz y empezamos a hacer el amor nuevamente.
Era raro para mí ver a Pamela tan nerviosa. Ella es una chica con mucho garbo y segura de sí misma, pero la espera por los resultados la hacía ver insegura e indefensa.
Confieso que disfrutaba mucho que me pidiera que la abrazara y le hiciera el amor. La veía y recordaba a la diva que siempre me menospreciaba con la mirada; la “amazona española” que vivía enojada conmigo y ahora, esta muchachita tímida, escondida en una máscara de sensualidad y dureza.
Conmigo, mostraba su lado más necesitado de afecto. Yo le decía que no debía preocuparse, que todo saldría bien, pero le costaba creerme. Con algo de tristeza, me confesaba que muchos hombres le habían dicho eso, pero nunca había ocurrido.
“Que ellos pasaban y se iban” me decía, pero le dije que ese no sería mi caso.
Ella se rió, diciéndome con tristeza que me iría a Australia, pero le expliqué que no por eso me olvidaría de ella.
“Además,” recuerdo con un poco de tristeza que le dije. “Llegara el momento en que conozcas a alguien más.”
“Si… pero no será como tú.” Me respondió, acariciando mi cara.
“Puede que tengas razón… pero no soy el único. Varios de mis antiguos amigos eran así, pero nunca les diste el tiempo para expresarlo” le dije, con algo de tristeza.
Ella se rió.
“¡Nunca me perdonaras por lo de tu grupo de estudio!” me dijo, riéndose.
“Bueno… ya te quisiera ver a ti estudiando ingeniería por tu propia cuenta…” le respondí, apretando suavemente su nariz.
Ella se sonrojó.
“¿Realmente… crees que pueda hacerlo?... porque lo que haces… me parece tan difícil…” dijo ella, bien avergonzada.
“Bueno, aunque no lo creas, para mí no fue fácil. Además, no era tan bueno como tú en matemáticas.”
“¡Vamos, no bromees!”
“¡Es cierto!” le dije, mirándola a los ojos. “¡Pamela, aprendiste en unos meses lo que la mayoría tarda en 4 años!”
“Pero… no fue tan difícil…” me respondió, tratando de desmerecer sus logros.
“Pamela” le dije, besándola. “¡Te esforzaste mucho!”
“¡No fue tanto!” dijo, cubriéndose la cara de vergüenza. “Ustedes me ayudaron… demasiado.”
No la convencería. Ella es así, que necesita ver las evidencias. Supongo que es por su vida, que nunca le ha dado espacio para criar la esperanza. Pero ahora ha cambiado.
Tenía muchas esperanzas en esos resultados. La visita a la casa de Lucia le había dado un aire más alegre y soñador. Creo que el hecho que se disculpara y que ahora tuviera la fortaleza para decirle que no la necesitaba, le hacía creer que podría tener la relación que Verónica tiene con sus hijas.
Como me lo contó Marisol, Lucia es una mujer materialista y valora mucho a las personas esforzadas y trabajadoras… y si ella podía lograrlo, tal vez, ganaría su afecto.
En la intimidad, yo la contemplaba y la ponía algo nerviosa. Me decía que no fuera tonto y que si lo deseaba, podía tomarle los pechos con completa libertad, pero me gustaba su mirada. Sus ojos se habían vuelto mansos y risueños y me gustaba hacerle el amor así.
Con Amelia, también tuve mis momentos especiales. Ella es muy bonita y no me queda duda que en pocos años, será una chica muy sensual. Probablemente, muchísimo más que Pamela.
Pero aprovechamos sus días de indisposición para “hacer cosas de novios” reales, que no estuvieran tan ligadas a la cama. Tuvimos algunas citas, fuimos al cine e incluso la lleve a uno de esos barrios bohemios, un sábado por la noche, para que probara su primer trago como adulta.
Estaba nerviosa, porque muchos chicos la miraban raro y yo estaba tomándome un jugo natural. Le dije que se relajara y si quería, lo bebía. No necesitaba demostrarme que era mayor, porque yo ya lo había notado y nadie la estaba obligando.
Se armó de valor y lo bebió, pero no le gusto. Sacó la lengua, como si fuera una niña pequeña, diciéndome que se sentía bien amargo. La felicité, porque había sido valiente.
La invité a bailar, lo que la hizo enrojecer y fue divertido. Ninguno de los 2 bailamos y francamente, somos demasiado pudorosos para hacer pasos sensuales ante tantos desconocidos, por lo que seguíamos las melodías, más que nada, dando saltos y moviendo las manos.
Pero me dieron ganas de ir al baño y cuando volví, ya había un chico de unos 20 años hablándole. Era un chico guapo y de dinero, por sus cabellos rubios, ojos celestes, su ropa elegante y sus tremendos brazos y notaba como Amelia le escuchaba pacientemente, sin interrumpirle.
Sin embargo, la notaba aburrida y con mucha discreción, miró el reloj, preguntándose qué había pasado conmigo.
Fue entonces cuando regresé a acompañarle. Al tipo no le hizo mucha gracia, ya que se sentía seguro de que la había cautivado con sus palabras, pero conozco bien a Amelia y estaba aliviada de que hubiera regresado.
Fue muy educada al agradecer al muchacho por su compañía, pero ya teníamos que volver a casa. El chico trató de convencerla para que fueran a una fiesta, pero ella declinó, diciéndole que se sentía cansada.
Desesperado, (y con unos ojos encendidos de furia contra mí) le pasó un papel con su número telefónico, para que lo llamara, el cual aceptó y lo guardo en su chaqueta, haciendo que el muchacho sonriera.
Le pregunté qué tal le había parecido y con su cara de muchacha coqueta, me confesó que aunque era guapo, no le había gustado. Le desagradó mucho que la estuviera mirando a los pechos, cuando pensaba que ella no se daba cuenta y que era bastante aburrido y algo tonto.
Me dijo que ella prefiere a los muchachos más caballeros, que le prestan atención cuando habla, que sepan de todo un poco y que no vean sus pechos, a menos que ella le dé el permiso.
“Además…” me dijo, mientras me hacía abrazarla y ella apoyaba sus pechos en mis costillas. “Me gustan los chicos valientes, que me abrazan con respeto… que me besan, cuando se los pido y que deseen ser mi novio.”
Y finalmente, con Marisol, esos días fueron excelentes. Nuevamente, había sacado legendarios y su semestre terminaba con honores, lo que la hacía más cariñosa y apasionada. Se despidió de sus amigas, ya que no volvería el próximo semestre, al igual que de sus profesores, que se sentían bastante orgullosos de su rendimiento.
Estaba triste, porque al igual que yo, disfrutaba estudiando y se preguntaba si podría hacerlo. Le dije que nada era imposible y que no sería mala idea que investigara si podía continuar sus estudios en el extranjero.
Hay programas de becas y por lo general, algunas universidades tienen programas de intercambio. En el caso de la nuestra, era algo factible. Estaba preocupada por el inglés, pero le dije que no era necesario.
La abracé y le dije que sería su “Profesor particular” por las noches, lo que la hizo sonreír, pero tenía sus dudas. Tendríamos 2 hijos y necesitarían nuestra atención… pero las cosas se darían para que pudiera cumplir sus sueños.
La cena de navidad fue muy normal. Ellas me complacieron, preparando la cena: Marisol preparó la entrada, Pamela y Amelia se encargaron de la carne y las papas, respectivamente y Verónica debutó con su primer pastel.
Invité a Sonia a la cena. El fin de semana siguiente a la visita de Elena, le dije que me sentía muy enojado de que hubiera intentado aprovecharse de mí, por lo que había decidido no ir a visitarla. Me lloró por teléfono, pero no la perdoné.
Sin embargo, Marisol intercedió por ella. Sabía bien que yo no quería más relaciones con mujeres, pero ella me dijo que debía darle una oportunidad para explicarse, que en el fondo, seguía siendo mi mejor amiga y al menos, debía concederle eso.
Así fue como me convenció para que la fuera a visitar. Sonia estaba arrepentida. Me dijo que lo había hecho para que no me aburriera. No me creyó cuando le dije que iba a su casa a descansar y decidió ofrecerme una alternativa parecida a lo que vivía en casa.
La acaricié y le dije que esa no era la manera, que debía escucharme y creerme. Le dije que disfrutaba su lado tierno y romántico y que no era necesario que se preocupara por mí. Ella me comprendió y retomamos nuestra relación habitual.
La comida estaba deliciosa y todos nos sorprendimos con el suave pastel de leche que Verónica había preparado, lo que la hizo avergonzarse. La carne estaba muy buena y la salsa con los aderezos le daban un sabor exótico. Pamela nos explico que era una receta especial que había aprendido de su mamá, con una mirada de nostalgia.
Y bueno, tenía que complementar las papas, porque era la primera vez que Amelia se metía a cocinar y estaban muy bien.
Al terminar de cenar, les entregué sus regalos, que con mucho esfuerzo pude esconderlos.
A Verónica, le regalé unos zapatos de cuero bien bonitos; a Amelia, un peluche bien grande, tierno y suave; a Pamela, un vestido de noche, bien elegante; a Sonia, una falda de cuero; a Violeta, una casa de muñecas y a Marisol, un libro que hacía tiempo buscaba leer.
Pero ellas se las arreglaron para darme regalos también. Verónica y Amelia me regalaron ropa interior; Pamela me regaló una camisa y algunas corbatas; y Marisol me regalo un libro.
Como les mencione, no pasó nada tan, tan espectacular… pero fue la antesala a lo que se nos venía.
Finalmente, me siento satisfecho y puedo escribir con mayor libertad sobre ese viernes por la mañana, donde Pamela recibió esa llamada que cambiaría nuevamente nuestras vidas… de una manera que no imaginábamos.


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