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Seis por ocho (83): Novio a la medida




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Compendio I


“Marco… ¿Me puedes bañar a mí hoy?”
Finalmente, fue Violeta la que terminó preguntando, a la mañana siguiente de mi visita al médico. Afortunadamente, esa consulta hizo que se calmaran un poco los ánimos por la noche y dormí relativamente bien, junto a Marisol.
Para todos, nos resultó incomoda su pregunta.
“¡Debería bañarte tu mamá!” le respondí.
“¡Pero todas se han bañado contigo!” me decía, muy triste.
Ellas estaban avergonzadas. Para mí, era un problema. Claro, ahora ella es inocente y probablemente crea que yo les doy un baño, como Verónica lo hace con ella, pero ¿Qué pensara cuando tenga 12, 13 años?
Porque mis primeros recuerdos son de cuando tenía unos 5 años, más o menos...
“¡Está bien! ¡Te bañaré! Pero tendrá que ayudarme Marisol…”
“¿Por qué?” preguntó ella.
“Pues, porque eres muy pequeñita y no está bien que un hombre te bañe sola.” Respondí.
A ellas les enterneció mi comentario.
Me encargué de lavar su pelo, su cabeza y su cara. Su hermana se encargó de bañar el resto de su cuerpo.
Sin embargo, su inocencia le hacía preguntar muchas cosas.
“Marco, ¿Por qué las bañas?... ellas son niñas grandes…”
Marisol me miraba muy complicada. Pero soy astuto y tenía algo para responder.
“Yo las baño, porque necesitan que les limpien los pechos.” Le expliqué.
“¡Vaya!” dijo ella, muy sorprendida. “¿Y ellas no pueden?”
“¡Claro que pueden, princesita!” le dije, pero le susurré en secreto. “¡Es que les gusta que lo haga yo, porque piensan que es como lavarse las orejas!”
Marisol se rió de mi susurro, pero para Violeta le causaba sentido, ya que le desagradaba esa parte del baño.
Le sequé la cabeza, mientras que su hermana se ocupaba de su cuerpo.
“Y pensar que en un par de años más, haremos lo mismo otra vez…” le dije yo, secando los cabellos de mi cuñada.
“¿De qué hablas?”
“Pues, de lavar a nuestro bebe…” le expliqué, luego miré a Violeta. “Lo único malo es que la tía Violeta no le enseñara a bañarse todos los días…”
“¡Yo sí le enseñaré… porque voy a saber de todo!” me dijo ella, sonriendo.
Miré a Marisol y creo que presencié, por primera vez, cómo asumía su futuro.
“¿A t-ti… no te asusta?” Me preguntaba, muy nerviosa.
“¡Claro que no! ¡Serás una buena mamá!” le respondí.
Empezaba a respirar más agitada…
“¡Pero yo… no sé… nada de ser mamá!” me decía, extraviando su mirada.
Dejé a Violeta envuelta en la toalla.
“¡Está bien!”Dije, abrazando a mi asustado ruiseñor. “Yo tampoco sé ser un papá… pero estaremos juntos. Marisol, yo te quiero mucho y estoy seguro que serás una excelente mamá.”
“¿Tú… lo crees?” me dijo, bien colorada.
“¡Si no quieres creerme, pregúntale a ella!” le dije, mirando a Violeta. “¡Princesita! ¿Tu hermana Marisol ha sido una buena hermana?”
“Sí, porque ella me cuida mucho y me dice que siempre soy súper grande y muy bonita…” respondió, abrazando a su hermana.
Marisol lloraba de alegría.
“¡Marco… te quiero mucho!” me decía, llorando en mi pecho.
Aun llorando, salimos del baño y le pidió a Verónica que cuidara a su hermana menor, mientras me llevaba a nuestra habitación. Verónica trataba de interrogarme con sus ojos, pero le respondí que estaba bien.
“Marco, ¿Por qué me amas tanto?” me preguntaba, apoyada en mi pecho.
“¡No lo sé, amor!” le decía, aspirando el aroma de sus cabellos, mientras mi mano acariciaba su trasero.
“¡Oye!” exclamaba, algo sorprendida. “… Tú mismo pusiste las reglas. Nada raro durante el día.”
Me reí.
“¿Y lo que acabamos de hacer? ¿No cuenta?” pregunté.
“Bueno…” decía ella, con un poco de vergüenza.” Eres muy dulce… y me gustó lo que dijiste… y quería tenerte un ratito, para mí solita.”
“¡Si tú quisieras, me tendrías todos los ratitos que desearas!” le dije, besando sus labios sabor a limón.
“¿De…veras?” preguntó ella, al fin considerando esa opción.
“¡Por supuesto!” le respondí, besándola y montándola encima mío, irrupción que recibió con mucho agrado. “Por algo quiero que seas mi esposa…”
Hicimos el amor una vez más. Nos vestimos y se veía tan radiante, como la primera vez que nos besamos.
Luego fue la hora del almuerzo. Es una lástima que Verónica no me dé su “condimento secreto” en las comidas, pero ella tiene muy buena mano cocinando.
“¡Marco, la cocina no es para los hombres!” me decía, mientras lavaba la loza.
“¡A mí, me relaja!” le explicaba. “¡Mamá nunca me dejaba lavar!”
“¡Déjame hacerlo yo!” protestaba ella.
“¡Siéntate un rato y descansa, mujer!” Le ordené. “Ahí tienes el diario… aprovecha y léelo un poco.”
Sin embargo, igual estaba inquieta.
“¡No tienes que hacerlo!... ¿Cómo haces esas cosas tú?” preguntaba, incomoda en la silla.
“¡Déjame agradecértelo!” le dije, con una cara de suplica. “¡Siempre cocinas y lavas! ¡Te echas el mundo encima!... ¡Yo sé lavar!... ¡Anda, siéntate un poco, te haré un café y lees el diario!”
Ella se reía.
“¡Nunca he hecho esto!” me decía, aun riéndose.
“¡Tienes que darte tus gustos! ¡Yo también puedo cuidarte!” le respondí.
Una vez que acabé con la loza, fui a donde la lavadora y saqué la ropa, para tenderla.
“¡Vamos!” me decía ella, toda complicada. “¡No tienes que hacer eso!...”
“¡Tienes que relajarte!” le dije. “¡Somos muchos en la casa y podemos hacer más cosas! ¡Sólo pídenos y lo haremos!”
“¿Puedo… pedir cualquier cosa?” me dijo, con una mirada que conocía bien.
Yo asentí con la cabeza…
Nos ubicamos al lado de la lavadora. Ella se arrodillo y empezó a chuparla, para luego envolverla con sus pechos. Sus paizuris han mejorado bastante…
“¿Por qué… te gustan tanto… mis pechos?” preguntaba, lamiendo la cabeza. “Ni siquiera están parados… incluso me cuelgan un poco…”
“¡Pues… no lo sé!” le respondí, sintiéndome extremadamente bien. “Supongo que son los recuerdos de antes…”
Paró de chuparme y me miró a los ojos.
“¿Y te excitaba tanto?” preguntó.
“¡Sí!” respondí, con agua en la boca. “Aun recuerdo esas tardes… cuando me recibías en un batín y todavía no te bañabas, por andar limpiando la casa.”
“¿Y nunca pensaste que te haría algo como esto, cierto?” preguntaba, chupándola suavemente, pasando su lengua y mirándome, mientras succionaba mis jugos.
“¡No!... ¡Nunca!” le respondí, disfrutando cada lamida sobre mi glande. No me dejó hasta que acabe en su boca y se lo tragó todo, limpiándola completamente.
Como a esa de las 3, nos pusimos a estudiar con Pamela. Estaba nerviosa y fallaba constantemente…
“¡Marco, queda tan poco tiempo!” me decía, muy angustiada. “¿Qué pasa si no lo logro?”
“Lo volverás a intentar.” Le respondí. “Pero no creo que te vaya mal, Pamela. Has mejorado bastante.”
“¡Pero ahora fallo todo!” me decía, empezando a llorar.
“¡Solo estás nerviosa! ¡Relájate!” le dije, besándola suavemente.
“Marco… ¿Qué haces?...” me preguntaba, mientras sentía mi mano en su rajita.
“¡Sólo relájate… no pienses nada!” le decía, empezando a lamer su clítoris.
“¡Ay!... ¡No hagas eso!...” me decía ella, bien excitada.
“Sólo lee la pregunta y tranquilízate. Todo esto tú lo sabes…” le ordenaba, mientras metía un par de dedos en su intimidad, que ya empezaba a correrse.
“¡Pero así… yo no puedo!…” Gemía ella, jadeando de placer.
“Si no lo haces, no te dejaré hasta que respondas todo…” le dije, empezando a lamerla nuevamente.
“¡No, Marco!... ¡No!... ¡Ah!...” suplicaba ella, pero no quería escucharla.
Sé que ella es capaz y que puede responder perfectamente. Pero también sé sus puntos más sensibles y cómo hacerlo para que se corra fácilmente.
“¡No…Marco!... ¡No lamas… así!... ¡No puedo más!...” decía, corriéndose otra vez en mi boca, llorando de placer.
Pero yo no la dejaba. Durante esas semanas perdidas en el tiempo, aprendí mucho de sus puntos más sensibles, no sólo de Pamela, sino que de las otras también.
Incluso mis técnicas se habían perfeccionado. Ahora podía aguantar más tiempo lamiéndolas, sin ahogarme tanto y para el martirio de Pamela, logró responder sus preguntas, después de una hora intensa de orgasmos tras orgasmos, que mi boca fielmente limpiaba.
Mientras jadeaba, agotada en su cama, con sus pezones erectos y aun con sus pantalones desabrochados a medio vestir, mostrando su ropa interior, yo confirmaba mis expectativas: aparte de las primeras preguntas, no hubo más errores…
A eso de las 6, me lavé y me vestí para trotar. No podíamos salir demasiado lejos, ya que era martes de “Hisashi- Sensei”.
“¡No tienes que salir a correr conmigo!” me decía Amelia, tras llegar a la plaza donde emprendíamos nuestro viaje de regreso. “Sé que te desagrada y probablemente, te gustaría quedarte en casa con Marisol…”
“¡Te confieso que antes, lo odiaba!” le respondí. “¡Recuerdo que las primeras veces, me quería matar!... Pero he notado que me hace bien, tengo más energía y puedo compartir un rato contigo.”
A ella le gusta que le diga cosas así. Es muy tierna…
“Bueno… a mí me gusta correr contigo… antes lo hacía, para escapar de ti… pero ahora, siento que no importa… que estarás conmigo siempre.” Me miraba con sus tiernos ojos verdes.
Aunque sigue siendo tan tierna y aparentemente, tan inocente, Amelia ha madurado. En muchas ocasiones, cuando ando caminando por la casa, la he encontrado pensando. No dice mucho. De hecho, no tengo idea de cuáles son sus preocupaciones, pero la noto más decidida, segura de si misma.
Incluso, su forma de vestir, al menos en la casa, ha cambiado. Cuando sale, usa sus poleras y suéteres que cubren sus pechos, pero en casa, no le da miedo usar escotes y prendas más ligeras. Ella sabe que me gustan sus pechos, pero tampoco soy tan baboso para quedarme pegado, mirándoselos.
Y aunque así fuera, ella tiene sus preferencias… bien marcadas.
“¿Recuerdas que la primera vez que lo hicimos, hacías un ruido tan raro?” le decía, enterrando mi pene en su trasero.
“Si… lo recuerdo…” decía ella, sonriendo. “Creo que eran los nervios… me la estabas metiendo tú…”
A ella le gusta más que se la meta “a lo perrito”. Igual extraño sus pechos, porque para ella, es más grato tener sus pechos colgando y balanceándose, ya que le recuerda a las chicas molestas que le decían que “parecía una vaca” y que nunca habían probado esa sensación. Yo no me quejo, porque su trasero es firme y a ratos, tomo sus pechos, lo que la hace muy feliz.
La plaza no es como el vergel. De hecho, vemos a varias personas volviendo del trabajo, pero hay un quiosco de periódicos abandonado, al lado de unos matorrales. No hemos sido los únicos en usarlo (he encontrado condones e incluso, algunas prendas de vestir), pero al igual que a su hermana y Sonia, a Amelia le excita un poco más que le rompan el trasero en la vía pública.
Por fortuna, la iluminación es regular y aunque si uno fuera más observador, podría ver que esa pareja al lado del quiosco no está haciendo deportes, las personas que pasan van tan apresuradas, que no se dan cuenta.
“Ip…Ip…Ip decías” le contaba, riéndome.
“¡No te… burles!” decía ella, gimiendo una forma tan sensual. “¡Me sentía… tan contenta… que fueras tú!”
“Recuerdo que pensaba… lo agradable que habría sido… que la señal “Amelia” hiciera ese sonido.” Le decía, acariciando su botón y besándola. Sus besos han mejorado bastante…
“¿Así que… “Amelia”… te habría hecho feliz… si hubiera sonado así?” decía ella, con una mirada deliciosa.
“Si… habría sido maravilloso.” Le dije yo, amasando sus pechos.
Ella suspiro y levemente empezó a susurrar.
“Ip…Ip…Ip…” entrecortada, con gemidos muy sensuales.
“Oye, amigo, ¡Te las tiraste a todas de nuevo! ¿Cómo te quejas?” pueden pensar. Es cierto, pero no lo hago porque yo quiera.
Es decir, mi cuerpo lo desea, pero yo rara vez se los pido. Ellas lo hacen por su propia voluntad e incluso, me lo piden a mi.
Si fuera por cumplir mis deseos carnales, le rompería el trasero a Pamela todos los días, mientras que dejaría los pechos de Amelia exclusivamente para Paizuris y los labios de Verónica para mamadas, olvidándome completamente de Marisol y de Sonia, ya que 3 rajitas me tendrían más que satisfecho… pero yo no soy así.
Sé bien que caricias le gusta más a cada una de ellas y trató de complacerlas, pero ellas se envician fácilmente y me van pidiendo más y más y podría hacerlo por un tiempo, pero ellas me quieren constantemente y sigo siendo humano, padeciendo cansancio.
Podré tener muchos problemas (comer demasiado, fatiga, etc.), pero no se los cuento, para que no se preocupen. Porque ellas no lo hacen por maldad (tal vez, por vicio), pero ellas son felices con unos minutos de mi tiempo.
Sin embargo, la única que deseo constantemente sigue siendo Marisol y ha ido entendiéndolo, de a poco. Porque muchas de las cosas que yo hago son porque ella me las pide e incluso, cuando no me quedan fuerzas para hacerle el amor, me lo pide y lo hacemos igual, lo que la ha hecho pensar un poco más sobre este tan extraño arreglo.
Luego de trotar de vuelta, regresamos a la casa e instalé el equipo. Nuevamente, Verónica y yo acomodados en el sofá y esta vez, las 3 muchachas, impacientes que empezara la transmisión.
Con Verónica, nos reímos en secreto de Pamela, que está enojadísima con Ryuma, mientras que Amelia suspira con Hisashi, y he notado que Marisol me mira ocasionalmente.
Le sonrió y ella se sonroja. Sabe que la amo y sigue siendo tan dulce.
Pero por la noche, sigo el consejo que me dio el doctor.
“¡Vamos, Marco!” me dice ella, algo avergonzada, mientras que la enrollo con la huincha de medir. “¡No me han crecido!... ¡Me siento igual!”
Pero los números no engañan. Son 2 centímetros…
“¡Marisol!” le dije, con mis ojos llenos de asombro. “¡Has crecido!”
Ella me mira, incrédula.
“¡Que gracioso, Marco!” me dice ella, algo enojada. “…no me hace ninguna gracia.”
“¡Marisol, no estoy bromeando!” le dije, mirándola a los ojos. “Yo también las he notado más grandes y más pesadas.”
De repente, se abre la puerta. Era Pamela.
“Marco, quería pedirte el ordenador, porque…” al vernos, se congela. “¡Ya estáis haciendo guarrerías con mi prima!”
“¡No, Pamela!... ¡No es lo que tú piensas!” le digo yo.
Sin embargo, empieza a sacarse su blusa.
“¡Sé que te gustan las tetas!... ¡Espera un poco!” nos dice, mientras asoma la cabeza al pasillo. “¡Tía! ¡Amelia!... vengan un poco.”
Al poco rato, aparecen ellas y se sorprenden al vernos semi desnudos.
“¿Qué hacen?” pregunta Amelia, bien avergonzada.
“Pues… que a Marco se le ha ocurrido la genial idea de medirnos las tetas…” responde Pamela, algo enojada.
Marisol solo se ríe, mientras que a mi me dejan ver como un pervertido.
“¡No es eso!... lo que pasa es que…”
No valía la pena que siguiera hablando. Madre e hija exponían sus enormes pechos al aire.
“¿Qué esperas? ¿No vas a medirlos?” me preguntó Pamela, muy desafiante.
“¡Claro que no!” le dije, sabiendo que si lo hacía, me metería en las patas de los caballos.
“¿Por qué con Marisol sí y con nosotras no?” preguntó Amelia, como si se fuera a poner a llorar.
“Si te preocupa Violeta, ella está durmiendo.” Dijo Verónica.
Mire a Marisol y suspiré. Ni modo. No tenía planeado hacerlo, pero ya que ellas querían…
Los resultados fueron como esperaba: Amelia estaba muy callada y avergonzada (105cm), Verónica no estaba decepcionada (102cm), pero la única frustrada era Pamela (98cm), seguida por mi amada Marisol (94cm), que a pesar de todo, estaba muy contenta.
“¿Cómo sus tetas son más grandes que las mías?” protestaba, casi llorando.
“¡Pamela, estás exagerando!” le dije yo, algo incomodo con la situación.
“Si, Pamela.” La trataba de consolar Amelia.” Además, tener pechos grandes no te hace más feliz.”
“¡No te preocupes, niña!”Dijo Verónica, sabiamente. “Cuando te embaraces, tus pechos crecerán un montón.”
Verónica me sonreía, mientras que ellas me miraban… muy rojas. De puro incomodo, di un suspiro.
“¡Aprovechando que tenéis la huincha a mano, quiero medir algo que me interesa bastante!” dijo Pamela, bajándome el pantalón.
Aunque me indigné, tuve que resignarme. Después de todo, era justo.
“¡15cm!” dijo Pamela, algo decepcionada. “Pensé que sería más.”
“Bueno…” dijo Amelia, relamiéndose los labios. “Cuando Marco está excitado… la tiene más larga.”
“¡Es verdad!” dijo Verónica.
De un momento a otro, se abalanzaron las 3 encima de mí. Amelia lo chupaba, mientras que Verónica me besaba y Pamela me enterraba sus pechos y me masturbaba.
Pensé que Marisol me ayudaría, pero ella estaba masturbándose también.
“¡Está creciendo!” dijo Amelia. “¡Sigan así!”
“¡Ahora cobraré mi venganza!” dijo Pamela, agachándose y empezando a chuparla, mientras que su tía me comía los labios y me hacia agarrar sus pechos.
No podía sentirme mejor…
“¡Ahora mídela!” dijo Amelia, besándome el glande.
“¡18cm!”Le respondió Pamela. “¡No está tan mal!”
Era un desenfreno tan raro. Besaba a Verónica, incrustando mis dedos en su rajita y agarrando uno de sus pechos, mientras que su hija y sobrina lamían como buenas amigas mi pedazo de carne, mientras que mi tierno ruiseñor alcanzaba unos orgasmos por su propia cuenta.
Finalmente, me corrí en la cara de ambas (las 2 querían lamer el glande al mismo tiempo) y quedaron manchadas, pero como si no quisieran desperdiciar una sola gota, empezaban a lamerse las caras.
Verónica había alcanzado un par de orgasmos también.
“¡Ahora me toca a mí!” dijo ella, acostándome en la cama.
Aun estaba erecto y querían organizar un nuevo “Daedalus”, pero yo deseaba a Marisol.
“¡Marisol, pon tu rajita en mi cara, para hacerte sentir mejor!” le dije, mientras Verónica se insertaba mi pene, Pamela tomaba mi diestra y Amelia mi izquierda.
“¡No, Marco!... ¡No podrás respirar!” dijo ella, al ver como sus parientes empezaban a moverse y con algo de tristeza, añadió. “Además, es algo que tú soñabas hace tiempo…”
Reconocía que era cierto. El vaivén de sus pechos era cautivador y no puedo negar que la sensación en mi cuerpo era agradable…
Sin embargo, solamente podía pensar en ella.
“¡Marco, no me mires así!” decía ella, aun tocándose, sentada en el sillón. “¡Velas a ellas!... ¡Son muchos pechos grandes y bonitos!”
“¡Si, Marco… míranos!” me decía Pamela, jadeando de placer, al igual que su tía y su prima. “¡Me siento rara si no lo haces!”
Mi cuerpo se sentía excelente. Sus rajitas me apretaban los dedos de la mano y mi pene y sus jugos no podía negar que me excitaban… pero aunque mi cuerpo disfrutaba de ellas, mis ojos miraban a Marisol.
“¡Has… crecido… 2cm, Amor!” le decía, tratando de contenerme. “¡Debes sentirte… muy contenta!”
“¡Ay, Marco!... ¡Ay, Marco!” dijo ella, al correrse.
Fue entonces que volví a ver su mirada de nuevo. Esa nueva, la que me había regalado esa mañana. Sabía que esa noche, sólo tendría ojos para ella.
Fuimos pacientes. Esperamos a que se corrieran las 3. Incluso yo aproveché de correrme en Verónica.
Marisol suspiró y se atrevió a decir la cosa más cuerda que había escuchado en meses salir de sus labios.
“¡Mamá!... ¿Podrían dejarme… tenerlo para mí esta noche?... ¡Por favor!” les suplicaba.
Las 3 jadeaban. Amelia empezó a reírse.
“¡Hermana!... no tienes que pedirnos… permiso.” Le decía, aun recuperando el aliento.
“Si, Marisol…” le dijo Pamela, suspirando de cansancio. “Sabemos que es… tu novio…”
“¡Así es!...”Añadió al último Verónica, también cansada y satisfecha. “y es bien claro… que él te quiere a ti… esta noche.”
Se despidieron, besando la mejilla de Marisol con ternura y besándome apasionadamente, con algo de descaro, delante de mi prometida.
Probablemente, continuarían aliviando su excitación por sus propios medios, pero no me importaba. Al fin, la tenía para mí.
“Marco… ¿De verdad… te gustan… mis pechos?” me preguntaba, mientras sacudía violentamente su cintura.
“¡Claro!” le decía yo, metiendo un dedo en su trasero. “¿Qué te he dicho… siempre?... tú cara es más bonita… que cualquier par de pechos.”
“¡Ay, Marco!” me dijo, corriéndose encima de mí y besándome apasionadamente.
Se entregó a mí de todas las maneras que yo deseara y no paramos hasta altas horas de la noche.
Definitivamente, me había convertido en un novio a la medida… de todas ellas.


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