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Seis por ocho (80): Los nuevos lunes casuales.




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Compendio I


Volví a casa cuando Marisol se preparaba para vestirse. Al principio, pensó que era un ladrón y no dudo en pegarme con un bastón metálico para disuadir a los bandidos.
Tuve sentimientos encontrados respecto a su efectividad. Sin embargo, se disculpó y me preguntó qué hacía tan temprano en casa. Me esperaba que volviera por la tarde. Le dije que no había llevado un traje para el trabajo.
Me preguntó cómo se sentía Sonia. Es raro tener que contarle cómo esta una de tus amantes, pero por la forma de mirarme, estaba algo preocupada por ella. Le resumí lo que había pasado y sorpresivamente, me ayudó a vestirme.
Marisol es especial. A pesar de que tenía todo el derecho para agarrarme a bastonazos y dejarme sin sentido, ella estaba muy emocionada de lo que queríamos hacer con Sonia y me entregaba toda su confianza.
La sola idea que una pareja de enamorados, igual que nosotros, estuviera sufriendo a causa de otros y que fuera en su ayuda, hacia que su mirada cobrara un brillo hermoso.
Reconozco que ella es más extraña que lo que una chica normal puede ser, pero yo lo soy más, si en el fondo la amo como es ella.
Tomamos el bus juntos y me deseo la mejor de las suertes, con uno de sus sensacionales besos con sabor a limón.
Encontré a Sonia, vestida para oficina, pero tanto su mirada como la mía, eran distintas. Ya no éramos los asistentes de siempre.
Teníamos que hacerlo, por Mario, Isidora y en realidad, todos. Sonia me dio “carta blanca”, ya que he tenido experiencia estableciendo este “tipo de reglas”, pero se preguntaba si podríamos convencer a todos para que las acataran.
Sin embargo, ella había olvidado un elemento crucial en todo este asunto y que era fundamental para que los nuevos “Lunes casuales” se llevaran a cabo y siendo ella la abeja reina del panal, podía fácilmente regular si la situación se empezaba a corromper.
Pero a ella le intimidaban Nicolás, Alberto e Ignacio, es decir, el abogado, el jefe de recursos humanos y el jefe de finanzas, respectivamente. En cambio yo, siempre los he tratado como lo han hecho conmigo: como si fueran basura.
Es cierto, son tipos de apellidos extranjeros y “de alcurnia”, pero en el fondo, son una bola de ignorantes hijos de papá, que no saben ver más allá de la punta de sus narices. Tienen sus grados profesionales universitarios, pero no tienen la misma calidad que la mía y no es que me esté jactando, pero si les pido que resuelvan una integral simple, probablemente me preguntarían que significa la enorme “S” delante de la expresión matemática, excusa aceptable, probablemente, para el abogado.
De cualquier manera, me metí a mi terminal e hice un citatorio general para las 9 de la mañana, en la sala de conferencias, cosa que pudieran desayunar, conversar y después, prestarnos atención, cuando llegaran el trió de ignorantes.
Nadie sabía quién lo había convocado y a Sonia le ponía algo nerviosa, pero le tomaba la mano y le decía que no tenía que preocuparse, que todo estaba bien.
En ese piso, son cerca de 35 personas. De esas 35, unas 20 son mujeres y de esas 20 mujeres, 20 tienen encantos deseables.
Son chicas guapas, cuyas edades están entre los 18 y 38 años (si consideramos a las 4 practicantes de secretaria como personal de planta, a Isidora y las secretarias de Alberto e Ignacio, que hacían el trabajo de ellos. El resto tiene entre 24 y los 30 años) y en realidad, no hay diferencias con sus contrapartes masculinas. Los hombres somos más jóvenes, ya que tenemos entre 24 y 33 años (Soy uno de los más viejos) y tampoco lucimos tan mal. Probablemente, el menos atractivo sea el gordito de finanzas, pero en realidad, no es feo, ya que es uno de esos tipos simpáticos y livianos de sangre, que aunque no seduce a las chicas con su físico, sabe hacerlas reír con sus comentarios y bromas de buen gusto.
Las secretarias de Alberto e Ignacio fueron las primeras en atender la cita y les alegró ver que nosotros la hubiéramos organizado. Luego llegó Mario y su novia Isidora y se alegró bastante al vernos y para el desagrado de Sonia, Elena se sentó de las primeras, muy cerca de nosotros.
La mayoría nos conocía e intuía por qué los habíamos convocado. Sin embargo, cuando íbamos a empezar, llegó la basura…
“¿Qué rayos están haciendo todos ustedes acá?” dijo el pedante de Ignacio. “¡Silvia, usted tiene que redactar el informe para el miércoles!”
“¿Qué se creen de colarse a la sala de reuniones? ¡Tenemos una reunión muy importante por discutir!” dijo Nicolás. “¡Elena, por favor, tráenos café y echa a toda esta gente de acá!”
“¡Más encima, se sientan en mi silla!” protestó Alberto y se fijó en nosotros. “¿Qué hacen ustedes acá? ¡Deberían estar en el baño! ¡Hortensia, contacté a mi papá y que los amonesten, por causar desorden!”
“¡Oye, “ricitos de oro”!” le dije yo a Alberto. “¿No te enseñaron a tener respeto con las damas en tu casa?”
El personal se rió, porque en realidad tiene rizos… y Alberto es rubio, pero no lo pudieron hacer muy fuerte, porque es uno de los hijos de los jefazos.
“¿Cómo te atreves a insultarme de esa manera? ¡Hortensia, este tipo me fregó y no lo quiero ver más en mi oficina!”
“¡Lo siento, campeón, pero que me echen ya no depende ni de tu papi ni de ti!” le dije, parándole los carros. “De hecho, a la única que debería darle cuentas, debería ser a ella.” Les dije, mostrándole a la avergonzada Sonia.
“¡A ver!” Dijo Nicolás, muy altanero porque no les tenía ni miedo ni respeto. “¿Lo dices porque es la amiga del administrador regional? Tengo que informarte que tu “amiguita” ya no puede ayudarte… porque el caballero pidió un traslado…” me respondió, chocando los puños con sus compadres.
Di un suspiro. ¿Cómo es posible que semejantes ñoños fueran antes mis jefes?
“¡Tienes razón, Nicolás!” le dije, para irritarlo, ya que el muy pedante obliga a medio mundo que lo llame “Señor” o “Don” y a él no le agradó mi actitud “Pero lo que tú ignoras es que ahora ella, a partir del próximo mes, va a ser la reemplazante del administrador regional…”
El resto murmuraba sorprendido…
“… y si tú crees que tengo que estar aguantando tus porquerías, porque tu “papito” te tiene resguardado en esta oficina, te equivocas, porque yo soy el supervisor de faena de extracción en el nuevo yacimiento de Australia.” Le dije, con una tremenda sonrisa. “Así que como no eres más jefe que yo, te pediré que de ahora en adelante me llames “Don Marco”…”
Mario vitoreó, porque en realidad esos 3 se merecían que alguien los pusiera en su lugar.
“Pero… eso es imposible…” decía él, mientras que sus amigos se notaban preocupados.
“¡No me creas!” le dije yo. “Incluso es más: si resulta que esta reunión que he convocado resulta ser una completa farsa, échame y no haré ninguna protesta… pero te advierto que la junta no estará para nada contenta que tú me despidas… y créeme, que tu “papito lindo” no podrá sacarte de ese embrollo”
Quería responderme, pero sus amigos me veían a los ojos y sabían que no era sabio meterse conmigo.
“¡Bueno!” les dije, enfocándome en aquellos a quienes iba dirigida esa reunión. “No creo que sea necesario presentarme… porque por la manera que visten hoy, imagino que muchos saben quién soy…”
En efecto, casi todas estaban escotadas y con faldas diminutas y ellos estaban impecablemente arreglados. Se rieron y me recibieron de buena gana.
“Los he citado porque deseamos discutir las nuevas políticas de los “Lunes casuales”. Tanto yo, como muchos de ustedes han disfrutado de estas experiencias, pero sin embargo, creemos necesario dar algunas reglas…”
“¿Por qué?” preguntó Nicolás, tratando de hundirme.
“¡Excelente pregunta!” le respondí yo. “Muchos de ustedes, aquí presente, tienen una relación con parejas, novios y esposos, al igual que los hombres, con sus respectivas parejas, novias y esposas. Sé que es una experiencia “agradable” disfrutar de algo fuera de la rutina y lo cotidiano, pero no por eso es necesario arriesgarse a sacrificar todo eso.”
“¡Si, tienes razón!” dijo el gordito de finanzas, que se bien que está ya casado y es muy feliz.
“Por lo tanto, hemos decidido dictar algunas leyes que protejan a las mujeres de nuestro grupo…”
“¿Por qué a ellas?” preguntó Nicolás, ya que estaba tocando su área de trabajo. “¡Las leyes son iguales para todos!”
“Es cierto.” Le respondí. “Pero ten en consideración que necesitamos a una señorita embarazada para echar a perder la situación.”
Ellos se miraron desconcertados, porque no habían sido previsores…
“¡Sólo una de ellas, marchando con una prueba de paternidad, puede hacer que todos nosotros salgamos a la calle, sin importar el apellido o el cargo!” les informé.
“¡Entonces, que ellas se cuiden!...” gritó Ignacio, que se había mantenido en silencio todo el rato.
“¡Sí!” apoyo Alberto, pero el resto del personal encontraba lógica a lo que yo decía.
“¡Bien!” les dije yo. “Si tú quieres arriesgar tu trabajo, dependiendo de la responsabilidad de otra persona, no es mi problema… pero créeme, que les darás ánimos a todos los demás para que te echen, ya que a diferencia tuya, a ellos si les sirve este ingreso y como todos deben estar de acuerdo, no sacrificaran el bien mayor por un pendejo irresponsable.”
Me sentía muy bien, ya que estaban más que enojados conmigo y no me podían tocar.
“Marco… entonces… ¿Qué estás sugiriendo?” preguntó Mario.
“¡Qué bueno que me acordaste!” le respondí, muy contento. “Aquí, pueden hacer lo que quieran con otra persona, siempre que ambas partes estén de acuerdo. Sin embargo… “dije, mirando a mi amigo “si por alguna razón, ustedes tuvieran una “afinidad especial” por otra persona y ella les corresponde en sus sentimientos, el resto debe mantenerse al margen y dar espacio a esa relación.”
Mario e Isidora enrojecieron. El correo que me había enviado mi amigo se debía precisamente a eso: ellos ya eran oficialmente novios, pero el pedante de Nicolás se había percatado de la relación y estaba intentando conquistarla con su dinero y sus recursos.
El trió me miraba con fuego en la mirada, pero yo les sonreía con sarcasmo.
“Si van a tener relaciones, tanto las señoritas deben hacerse responsables de las pastillas, así como los caballeros deben hacerse responsables de los preservativos.” Les dije yo.
Todo el personal aplaudió, exceptuando la basura, claro…
“¡Muy bien! Habiendo aclarado eso, tenemos que atacar el segundo punto: todos dependemos de todos aquí. Nadie puede salir despedido, ni pueden ser contratados.”
“¿Y qué hay de nosotras?” preguntó una de las secretarias practicantes.
“¡Por ahora, están extraoficialmente contratadas!” les respondí.
Ellas saltaban de alegría, ya que era lo que buscaban. Sin embargo, Alberto, siendo jefe de recursos humanos, se opuso.
“¡Yo no tengo “por qué” contratarlas!” me dijo, mirándome desafiante.
“¡Bien!” le respondí yo. “¡Nadie tiene “por qué” acostarse contigo!”
El personal se rió y la cara de “ricitos” era muy graciosa.
“Pero eso significa que el trabajo en grupo debe mantenerse.” Agregué. “Recuerden, aquí se viene a trabajar y ganar el sustento y si existen compromisos, deben cumplirse.”
“¿Y qué hay de nosotras?” preguntó la señora Hortensia, mirando directamente a Alberto, que empezaba a sudar la gota gorda, al igual que Ignacio con la señora Silvia.
“¡Depende de ustedes!” les dije yo, sin siquiera disimular la sonrisa. “¡Como les digo, aquí el circulo lo cierra la mayoría y si quieren sacrificar a Alberto e Ignacio, es cosa suya!”
La cara de la señora Silvia era deliciosa… el informe que le había pedido Ignacio era muy largo y aburrido.
Sin embargo, había una tercera víctima silenciosa de este trió…
“Marco… ¿Qué hay de mí?” preguntó Elena, con un poco de tristeza. “Sé que muchas de ustedes me odian… porque en el fondo soy una puta… pero realmente, no me gustaría irme… no sé hacer nada más… y Nicolás me contrató solamente por ser una cara bonita y tener un buen cuerpo…”
Sonia se paró, porque ella también era una de la que las odiaba. Sin embargo, yo soy un poco más previsor y de hecho, ya la había considerado.
“¡De hecho, Elena, ha sido muy bueno que me lo preguntes!” le respondí, tomando suavemente su mentón y haciéndola que me mirara. “Hay algo que me gustaría pedirte y que a cambio de hacerlo, creo que podríamos protegerte…”
“¡Marco!” dijo Sonia, muy alterada. Pensaba que iba a dejarme llevar por mis impulsos y pedir algo para mí.
“¡Pídeme lo que quieras!” dijo Elena. Pienso que hasta ella creía que le pediría una especie de favor sexual.
“¡Necesitamos que atiendas al personal de aseo!” le dije.
Todos exclamaron un tremendo “¿Qué?” cuando le dije eso. Incluso la basura…
“¡Tengo que serte sincero!” le dije, mirándola directamente a los ojos. “Eres la más bonita de este piso y todos sabemos que eres una puta, como bien lo dices. Sin embargo, piensa que cada final de lunes, llegará el personal de aseo a arreglar nuestros puestos y no queremos que informen a los otros departamentos que algo raro está pasando. Por lo tanto, quería pedirte a ti si serias capaz de convencerlos para que guarden el secreto.”
Todos comentaban sobre mi original solución, ya que no habían pensado que aquel sencillo detalle podía arruinar todo lo que estaba ocurriendo.
“¿Y solamente debo hacer eso?” me preguntó, como si quisiera engañarla.
“En realidad, eres libre de hacer lo que quieras el lunes. Debes hacer algo de trabajo en la semana… alguien te tendrá que enseñar o algo así, pero necesitamos que alguien se encargue de los del aseo y creo que quedaran más que contentos, con una mujer tan guapa como tú. Son como 4 o 5, pero te he visto trabajando… y no creo que tengas muchos problemas.”
“¡Claro que no!” dijo, riéndose, mirándome muy contenta de que considerara su calidad de puta como algo útil.
Estaban todos empezando a pararse, ya que parecía que la reunión había acabado, pero aun quedaba el punto importante que Sonia había olvidado.
“Antes que se marchen, queda un punto pendiente: tenemos que ver que pareja se queda en el baño.” Les dije.
Todos me miraron extrañados…
“¿Por qué?” preguntó el gordito de finanzas, bien confundido, abrazado por sus dos amantes.
Les tuve que explicar lo que había descubierto la semana anterior. Resulta que el baño tiene una conexión al sistema de aire acondicionado del piso. La entrada principal queda en la nueva oficina de Sonia, pero en el baño, se distribuye el flujo a través del piso.
Cuando uno tiene sexo o hace el amor en el baño de ese piso, dado que el sonido tiende a ascender, rebota en el compartimiento del aire acondicionado, haciendo como una caja de resonancia y la misma corriente del aire distribuye ese sonido a través de todas las salidas de aire acondicionado, mostrando la rendija del techo de la sala de conferencias, razón por la cual los gemidos se sintieron prácticamente en todas las terminales, exceptuando la oficina del jefe.
A Sonia no le agradó mucho que hiciera esa explicación, ya que había usado mis “ojos de ingeniero”, y como consecuencia de ello, todas ellas me miraban embelesados los ojos, por supuesto, exceptuando a Mario e Isidora.
Los propuse a ellos para que nos reemplazaran a Sonia y a mí, ya que solamente me quedaba un día más para trabajar en la oficina.
“¡Entonces Mario reemplazara a Marco!” dijo Elena, percatándose que mi reemplazo cambiaba su nombre en una letra, lo que fue bastante gracioso para el grupo.
Sin embargo, Isidora tenía sus dudas.
“Pero… ¿Por qué yo?” preguntaba ella.
Le di la misma explicación que Sonia me había dado la última vez.
“Porque de todas las chicas que hay en este piso, la única mujer con la que Mario quiere estar en ese baño, es contigo.” Le dije yo, mirando a la sonriente Sonia.
“¿De verdad?” preguntó a Mario.
“¡Sí!” le respondió mi amigo. “¡Tú no sabes cuánto te amo!”
Se besaron y empezaron a marcharse. Muchos me felicitaron y me dijeron que acatarían mis peticiones. Sin embargo, había quedado una deliciosa rezagada…
“Entonces… ¿De verdad… no debo hacer nada más?” me preguntaba Elena, jugueteando con su dedo índice sobre mi pecho. “Porque… por lo que se escuchaba… no creo que seas como Nicolás o los otros… y me estaba preguntando… si tal vez…”
“¡Marco!” dijo Sonia, como si me llamara la atención.
Me reí. Era la historia de mi vida…
“¡Lo siento!” le dije, tomando las manos de Elena. “¡También soy prisionero de las reglas!”
Elena se rió.
“Tal vez… en otra vida…” dijo ella, sonriendo bien coqueta.
“¡Dime Sonia!” le pregunté.
“¡A mi oficina!” me ordenó, como si fuera mi jefa.
“¡Pero si solamente estuve conversando!” le dije, mientras me sacaba la corbata y me desabrochaba la camisa.
“¡Si Pamela supiera que estuviste hablando con una puta!” decía ella, desabrochándose su camisa. “¡Ni que decir de la pobre de Marisol!”
“Pero Sonia… ¡No te enojes!” le dije yo, cerrando la puerta, mientras que se escuchaban los gemidos de Isidora en el aire acondicionado.
“¡Y más encima, hablando con tus “Ojos de ingeniero”! decía ella, soltando su falda y parando su culito sobre su nuevo escritorio.
¡Sí que tengo una jefa exigente!…


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