Acá mando una anecdota que la novelé un poco, sin modificar lo sustancial para no hacerla aburrida.
Un viernes de junio de 2012, lugar: Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, hora 22,15, materia XXX de la carrera de Letras. Clase aburrida. Se inicia una discusión sin contenido. Suena mi celu en modo vibración. Mensaje Todavía ahí. Salgo al pasillo. Respuesta: Si. Un bodrio. Nuevo mensaje. Baño, 3° piso. Respuesta: Ok. Más que aburrido, veo la hora, 22,20. Faltan 40’ sin interés.
Emprendo la escalada de los dos pisos. Luego de los primeros escalones, mientras observo que mis rodillas se esfuerzan por flexionarse algo más para acelerar la subida, escucho el chirrido de la puerta del aula. Me detengo. Miro hacia atrás. Un pibe de la clase, llamémosle Mati, me ve en la escalera y se detiene. Gira la mirada en otra dirección. Yo retomo mi camino. Varias veces en el aula me pareció que me miraba. Pero no le di importancia. El pibe era flaco, se le notaba el pecho y los brazos marcados bajo la remera negra, pero sin ser un fisiculturista. Pelo lacio, medio revuelto. Cara huesuda y un poco alargada, nariz normal y ojos claros.
Vuelvo en el descanso de la escalera la mirada hacia abajo y lo veo tras de mí. Me voltéo. Se para en seco.
"Flaco, ¿me estás siguiendo?"
"Te vi mensajearte"
"¿Y?"
"Los vi otra vez"
"¿Y?"
"Me gustó, ni me oyeron, no los molesté".
"¿A qué viene?"
"Que quería que lo sepas... nada, no creo que les moleste. El baño es público..."
"Forro". Susurré.
Lo miré detenidamente, el pibe ya estaba excitado. El jean denunciaba una verga al menos digna.
Mandate. Le dije. Pensé... “mientras no me perjudique la comparación”.
Subimos.
El tercer piso estaba desierto. Gime (sí con “G”) que era quien me convocó, sabía muy bien armar los encuentros. Nunca llegamos a ser una pareja, nos gustábamos así, circunstancialmente. Algo sobre ella. Es chiquita y la g del nombre le otorga la marca de personalidad a todo el que transitaba una cogida con ella. Siempre de jeans y zapatillas negras. Le gusta usar unas remeras que se caen por un hombro. El pelo color pajizo y con unos bucles que cuando se distrae le cubren un ojo. No tenía mucho busto pero sus pezones... Cuando la conocí, por septiembre u octubre de 2011, al salir de una clase fuimos a tomar café a un bar cercano, no hacía aún mucho calor pero ya estaba funcionando el aire acondicionado en el bar, y mi asombro no pudo ocultarse ante esas puntas que parecían agujerear la remera que tenía puesta. Vive con una amiga en un departamentito por Flores y cuando hay poca plata suman a alguna otra chica de la “facu”. De más está decir que esa convivencia le daba material a mis fantasías. Ella, tenía otras.
Los encuentros siempre estuvieron marcados por la improvisación, no eran espontáneos, ambos nos sabíamos encontrar en su momento. Con Gime nos encontrábamos así. Creo que le gustaba un poco los lugares públicos. Cuando fuimos a su casa, la mía o al telo que está por Goyena no parecía tan entusiasta como cuando nos citábamos en un baño o en una plaza (sin cámaras de seguridad).
De algún modo este encuentro debía ser distinto. Esta innovación. Un pajero. No estaba en los planes... tal vez en el fondo del inconsciente latía esta idea, pero dicho no fue.
Me vió llegar por el pasillo. Ella lo tenía previsto. Sabía que los de limpieza ya había pasado. Empiezan a cerrar aulas y limpiar los baños desde el cuarto piso a las 10 y bajan hasta el cierre de la “facu”. A esta altura habían hecho su recorrido.
Su cara cambió cuando vio a Mati asomarse desde la escalera hacia el pasillo. Su expresión giró de la intriga al asombro. Lo señalé. No era de temer.
Quiere mirar, mejor dicho... ya nos vio y parece que está entusiasmado.
Levantó los hombros. Si no jode... vamos. La tomé de la mano para entrar al baño de hombres. Ella me detuvo.
Pará, ¿te parece un juego? Antes que yo pudiera responder ya lo estaba encarando a Mati.
Flaco, si querés estar acá, vas a hacer lo que yo diga, ¿estamos?
El pibe solamente le miró las tetas y calló.
Entramos. Buscamos el cuarto más al fondo. Los retretes, para ser exactos, estaban enfrentados a los mingitorios.
Ella me abrazó y nos besamos. El pibe se quedó (algo pálido) sin saber dónde ubicarse. Ella lo miró.
Vos apoyate ahí y señaló el mingitorio.
Yo la observaba a ella mientras miraba como este Mati se empezaba a frotar la pija a través del jeans.
Nos tocábamos. Ella desabrochó mi bragueta y yo su pantalón.
Me sentó en el inodoro. Se arrodilló. Sacó mi verga y la empezó a chupar.
Hizo que me moviera para poder ver al otro pajearse mientras me pasaba la lengua por la pija y se la metía en la boca.
Luego siguió un poco con la mano. Le hizo una seña al otro para que se acerque.
Gime me pidió que me incorporara.
Cuando Mati se aproximó le dijo que ahora me la chupe él. El pibe se arrodilló y mientras se frotaba me hacía la paja.
Gime se apartó un poco, la poca distancia que permitía el lugar, y comenzó a masturbarse. Se sentó en el suelo y, con las piernas abiertas, me mostraba cómo se metía los dedos.
Mati, nobleza obliga, metía y sacaba mi verga de su boca bastante bien. Gime largaba pequeños suspiros, exhalaba, cerraba los ojos y se mordía los labios para no gritar.
El otro le mostró su pija para que ella lo tocara. Gime lo miró mal y siguió conmigo.
Ella lo apartó con suavidad y volvió a chupármela. Yo la quería coger de una vez. No aguantaba.
Me senté en el borde del inodoro, ella me puso el forro y la subí entre mis piernas. Mati nos observaba y decía entre susurros acabo, acabo mierda.
Ella sacó mi verga, se tiró, le dio unas chupadas y me hizo acabar. El pibe se fue contra los azulejos del baño mientras golpeaba la cabeza de la verga.
Nos arreglamos. Yo le ayudé a Gime a limpiarse.
Cuando salíamos a buscar las cosas al aula Mati nos pidió los números de celu.
Nunca se los dimos.
Un viernes de junio de 2012, lugar: Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, hora 22,15, materia XXX de la carrera de Letras. Clase aburrida. Se inicia una discusión sin contenido. Suena mi celu en modo vibración. Mensaje Todavía ahí. Salgo al pasillo. Respuesta: Si. Un bodrio. Nuevo mensaje. Baño, 3° piso. Respuesta: Ok. Más que aburrido, veo la hora, 22,20. Faltan 40’ sin interés.
Emprendo la escalada de los dos pisos. Luego de los primeros escalones, mientras observo que mis rodillas se esfuerzan por flexionarse algo más para acelerar la subida, escucho el chirrido de la puerta del aula. Me detengo. Miro hacia atrás. Un pibe de la clase, llamémosle Mati, me ve en la escalera y se detiene. Gira la mirada en otra dirección. Yo retomo mi camino. Varias veces en el aula me pareció que me miraba. Pero no le di importancia. El pibe era flaco, se le notaba el pecho y los brazos marcados bajo la remera negra, pero sin ser un fisiculturista. Pelo lacio, medio revuelto. Cara huesuda y un poco alargada, nariz normal y ojos claros.
Vuelvo en el descanso de la escalera la mirada hacia abajo y lo veo tras de mí. Me voltéo. Se para en seco.
"Flaco, ¿me estás siguiendo?"
"Te vi mensajearte"
"¿Y?"
"Los vi otra vez"
"¿Y?"
"Me gustó, ni me oyeron, no los molesté".
"¿A qué viene?"
"Que quería que lo sepas... nada, no creo que les moleste. El baño es público..."
"Forro". Susurré.
Lo miré detenidamente, el pibe ya estaba excitado. El jean denunciaba una verga al menos digna.
Mandate. Le dije. Pensé... “mientras no me perjudique la comparación”.
Subimos.
El tercer piso estaba desierto. Gime (sí con “G”) que era quien me convocó, sabía muy bien armar los encuentros. Nunca llegamos a ser una pareja, nos gustábamos así, circunstancialmente. Algo sobre ella. Es chiquita y la g del nombre le otorga la marca de personalidad a todo el que transitaba una cogida con ella. Siempre de jeans y zapatillas negras. Le gusta usar unas remeras que se caen por un hombro. El pelo color pajizo y con unos bucles que cuando se distrae le cubren un ojo. No tenía mucho busto pero sus pezones... Cuando la conocí, por septiembre u octubre de 2011, al salir de una clase fuimos a tomar café a un bar cercano, no hacía aún mucho calor pero ya estaba funcionando el aire acondicionado en el bar, y mi asombro no pudo ocultarse ante esas puntas que parecían agujerear la remera que tenía puesta. Vive con una amiga en un departamentito por Flores y cuando hay poca plata suman a alguna otra chica de la “facu”. De más está decir que esa convivencia le daba material a mis fantasías. Ella, tenía otras.
Los encuentros siempre estuvieron marcados por la improvisación, no eran espontáneos, ambos nos sabíamos encontrar en su momento. Con Gime nos encontrábamos así. Creo que le gustaba un poco los lugares públicos. Cuando fuimos a su casa, la mía o al telo que está por Goyena no parecía tan entusiasta como cuando nos citábamos en un baño o en una plaza (sin cámaras de seguridad).
De algún modo este encuentro debía ser distinto. Esta innovación. Un pajero. No estaba en los planes... tal vez en el fondo del inconsciente latía esta idea, pero dicho no fue.
Me vió llegar por el pasillo. Ella lo tenía previsto. Sabía que los de limpieza ya había pasado. Empiezan a cerrar aulas y limpiar los baños desde el cuarto piso a las 10 y bajan hasta el cierre de la “facu”. A esta altura habían hecho su recorrido.
Su cara cambió cuando vio a Mati asomarse desde la escalera hacia el pasillo. Su expresión giró de la intriga al asombro. Lo señalé. No era de temer.
Quiere mirar, mejor dicho... ya nos vio y parece que está entusiasmado.
Levantó los hombros. Si no jode... vamos. La tomé de la mano para entrar al baño de hombres. Ella me detuvo.
Pará, ¿te parece un juego? Antes que yo pudiera responder ya lo estaba encarando a Mati.
Flaco, si querés estar acá, vas a hacer lo que yo diga, ¿estamos?
El pibe solamente le miró las tetas y calló.
Entramos. Buscamos el cuarto más al fondo. Los retretes, para ser exactos, estaban enfrentados a los mingitorios.
Ella me abrazó y nos besamos. El pibe se quedó (algo pálido) sin saber dónde ubicarse. Ella lo miró.
Vos apoyate ahí y señaló el mingitorio.
Yo la observaba a ella mientras miraba como este Mati se empezaba a frotar la pija a través del jeans.
Nos tocábamos. Ella desabrochó mi bragueta y yo su pantalón.
Me sentó en el inodoro. Se arrodilló. Sacó mi verga y la empezó a chupar.
Hizo que me moviera para poder ver al otro pajearse mientras me pasaba la lengua por la pija y se la metía en la boca.
Luego siguió un poco con la mano. Le hizo una seña al otro para que se acerque.
Gime me pidió que me incorporara.
Cuando Mati se aproximó le dijo que ahora me la chupe él. El pibe se arrodilló y mientras se frotaba me hacía la paja.
Gime se apartó un poco, la poca distancia que permitía el lugar, y comenzó a masturbarse. Se sentó en el suelo y, con las piernas abiertas, me mostraba cómo se metía los dedos.
Mati, nobleza obliga, metía y sacaba mi verga de su boca bastante bien. Gime largaba pequeños suspiros, exhalaba, cerraba los ojos y se mordía los labios para no gritar.
El otro le mostró su pija para que ella lo tocara. Gime lo miró mal y siguió conmigo.
Ella lo apartó con suavidad y volvió a chupármela. Yo la quería coger de una vez. No aguantaba.
Me senté en el borde del inodoro, ella me puso el forro y la subí entre mis piernas. Mati nos observaba y decía entre susurros acabo, acabo mierda.
Ella sacó mi verga, se tiró, le dio unas chupadas y me hizo acabar. El pibe se fue contra los azulejos del baño mientras golpeaba la cabeza de la verga.
Nos arreglamos. Yo le ayudé a Gime a limpiarse.
Cuando salíamos a buscar las cosas al aula Mati nos pidió los números de celu.
Nunca se los dimos.
2 comentarios - "Un viernes de clase" Relato breve
Dejo puntos y espero que subas otros!