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Compendio I
Hay veces que uno no sabe para quien trabaja y que haces una cosa que crees que es mejor, pero en realidad, lo estás empeorando todo.
Lo malo es que yo no tenía idea…
El rostro de Pamela se notaba muy cansado, como si apenas hubiera dormido. Sorpresivamente, se sentó a mi derecha al desayuno.
“¡Buenos días!” le saludo la radiante Amelia.
Tuvo una especie de escalofrío…
“¿Te sientes bien?” pregunté.
Marisol, al ver que su asiento ya había sido tomado, se sentó frente a su prima y le dio una sonrisa amistosa.
“¡Mejor no preguntes!” respondió, enterrando su cara en mi brazo.
Fue entonces que llegaron Violeta y Verónica. Para que se hagan una idea de esa mañana, piensen que amanecieron en el panteón olímpico…
Es decir, las diosas con toda su belleza y majestad, sentadas a mi alrededor…
La hermosa “Afrodita”, mi diosa de la belleza y sensualidad, sentada a mi diestra, vistiendo su camisón rosado que deja ver su hermosísimo busto y resalta sugerentemente su atractiva figura, tratando de escudarse en mi brazo, en un vano intento por olvidar sus desenfrenos carnales de la noche anterior.
Mi inteligente “Atenea”, frente a mis ojos, con sus serenos ojos verdes, vistiendo el camisón blanco que le compré. El embarazo ha hecho que su escote resalte levemente y su mirada, intrigante, con leves señas de lujuria, me encantaba con coquetas sonrisas.
La majestuosa “Hera”, representación viviente de la esposa y el matrimonio, vistiendo solamente una bata, dejando ver una buena parte de sus generosos pechos y vagamente ocultando su entrepierna y sus secretos, distinguida en sus años y gloriosa en su mirada, sonriéndome con simpatía.
Y por supuesto, la tierna “Artemisa”, diosa de la naturaleza, sentada a mi izquierda y contemplándome sonriente a ratos, con su mirada dulce, generosa e inocente, vistiendo su polera blanca que a duras penas puede mantener quietos sus grandes tesoros y un calzón blanco infantil, que defiende pobremente su intimidad.
Todas ellas, dirigiendo el destino de un pobre mortal como yo, aunque siempre me he visto como “Hermes”, mensajero de los dioses, dios de los bandidos y viajeros y supongo que en este caso… amante celestial de estas diosas.
Sé que no le hago justicia al panteón real, pero era la impresión que me daban. Tan hermosas, agradables y dulces… e inexplicablemente, encantadas con mi forma de ser.
Se sentaron a la mesa y sentía sus miradas en mí, exceptuando a mi sensual Pamela, que aun trataba de escudarse en mis brazos.
“¿Qué haremos hoy?” pregunté.
“Quería pedirte si mamá te podría acompañar a comprar una cama.” Me respondió mi inteligente Marisol. “Aunque nos hemos acomodado bien… creo que Violeta necesita una cama para ella sola.”
“Si, porque soy una princesa bien, bien gigante, ¿Cierto, Marisol?” preguntó su atenta hermanita.
“¡Así es, corazón!” le respondió, aunque con su mirada me decía que era por su madre.
“¡Pues, te dejaremos una habitación de princesa, solamente para ti! ¿Te parece bien?” preguntó.
“¡Si, me parece bien!” respondió.
“¡Muy bien!” dijo Marisol. “¡Amor, entonces desayuna pronto y báñate con mamá!”
Yo puse unos tremendos ojos y Verónica enrojeció.
“¿Por qué se tiene que bañar con mamá?” preguntó Violeta.
“¡Porque al igual que tú… no le gusta bañarse sola!” le respondió Marisol.
Afortunadamente, Violeta no tenía la costumbre de bañarse. Amelia, intuyendo que si la pequeña se quedaba, haría más preguntas incomodas, la llevó al living a jugar.
“¿Por qué?” pregunté “¡Acordamos que haríamos estas cosas en la noche!”
“Anoche no pudiste ver a mamá y por eso quiero pedirte que compres otra cama.” Me respondió.
“¡Vamos, Marisol!... ¡No es necesario!” dijo Verónica, con mucha humildad. “¡Soy mayor y puedo arreglármelas sola!”
“¡No, mamá!” le respondió su hija, acariciando su mejilla cariñosamente. “¡Yo sé que lo amas y también te gustaría tenerlo un rato para ti!”
“¡Si, Marisol!… pero… “
“¡Además, mamá, es muy claro que él también te ama!” le interrumpió, sellando los labios de su madre con el índice.
Verónica enrojeció y trató de no mirarme.
Sin embargo, aun quedaba un problema pendiente…
“Pamela, ¿Quieres acompañarnos?” le dije, ya que no había probado bocado.
“¡No, por favor, no me dejes!” decía ella, aferrándose con fuerza a mi brazo.
“¡Vamos, Pamela!... ¡No fue tan malo y solamente, fue una noche!...” le decía su prima.
“¿Te sentirías mejor si tratas de dormir en nuestra pieza?” le pregunté, ya que nuestra habitación era la única que tenía un cerrojo que funcionaba.
“¡No sé!” me miró, con unos ojos cansados.
Miré a Marisol a los ojos.
“¡Prometo que no haré nada! ¡Tú dijiste que en el día, nos teníamos que comportar!” me respondió.
“¿Quieres que te lleve a dormir?” le pregunté.
Ella asintió con la cabeza. La tomé en brazos, como ella se lo merece.
La acosté en la cama, la cubrí con las sabanas y me marchaba, cuando me pidió…
“Marco… ¿Podrías… darme un beso?”
“¡Claro!” le dije, besando sus tiernos labios. No tenía idea que le había pasado, pero se veía bien asustada y cansada.
Ella sonrió.
“¡Es bueno saber que aun te amo!”
“¡Es bueno oírte decir que me amas a la cara!” le dije, acariciando su nariz, cariñosamente.
Ella enrojeció…
“Tú sabes que también te amo, ¿Cierto?”
Ella asintió, escudando su vergüenza entre las sabanas. La besé en la frente y la deje descansar.
En el baño, me esperaba otra situación incómoda.
“¡Disculpa que las cosas se pongan así!” le dije a Verónica. “¡Debería imponerme sobre los deseos de tu hija!”
“¡No te preocupes!” dijo ella, cautivada con mi desnudez. “¡Eres un muchacho bien guapo y no me molesta!”
“¿Y bien?... ¿Quieres bañarte conmigo… o prefieres hacerlo por separado?” pregunté, encendiendo la ducha.
Ella sonrió.
“¡Vamos, Marco!... no es necesario que sigas mintiendo… sé que no me veo tan joven o bonita como mis hijas o mi sobrina… soy bajita y mis kilitos no quieren salir de mi cintura.” Me respondió con un tono melancólico.
“¡No te entiendo!... “Le dije, algo confundido. “¡Tú igual me gustas!”
“¡Marco, no digas esas cosas!” dijo ella, algo avergonzada. “Sé que eres tierno… pero solo fui un buen polvo para ti… has hecho muchas cosas bonitas… pero no es necesario que me sigas mintiendo.”
“¿Y por qué debería mentirte?” pregunté.
“Porque mira mi cuerpo: mis pechos no son tan elásticos… se caen y se deforman; mis rollitos, por más que me esfuerce, no los puedo quemar; mi cara no es tan tersa y joven como la de Marisol o Amelia; mi trasero no es tan paradito como el de mi sobrina… ¿Cómo puedes decir que te gusto así?”
“¡Pero fuiste mi primera amante!” le recalqué.
Ella sonrió, con nostalgia.
“¡Si, Marco!... pero entonces, eras un chico nostálgico por su novia. ¡Ahora, mírate! ¡Tienes que andar organizándote para que no se sientan tristes y no quiero quitarte tiempo o descanso!”
Le di un beso bien tierno.
“¡Tú no me cansas! ¡Tienes una belleza que ninguna de ellas tiene!”
Ella se rió.
“¡Vamos, Marco!... no juegues conmigo… solamente, soy yo y nada más.”
“¡Te equivocas!” le di un beso muy rico, apartando su toalla y pudiendo acariciar su delicado cuerpo. “¡Tienes la belleza y la sabiduría de una madre! ¡La belleza de una mujer adulta!”
“¡Marco!” dijo ella, suspirando. “Tus besos son muy dulces y tus palabras son muy bonitas… pero reconozco el peso de mis años… ¡Casi podría ser tu madre!”
La besé en su cuello, acariciándola con mis manos y disfrutando el aroma de su piel.
“¡Verónica!” le dije, respirando entre su cuello, como si le susurrara al oído, mientras la esencia divina de sus cabellos se colaba por mi nariz. “¡Para mí… tú eres la reina!”
Ella se rió y me apartó.
“¡Qué cosas dices, Marco!” me dijo, con algo de tristeza. “¡Yo no soy… ninguna reina!”
“¡Puede que no tengas un reino, pero tus hijas son verdaderas princesas!” le dije.
“¡Eres muy zalamero con tus palabras, Marco!” me dijo en un tono burlón.
“Sergio nunca lo reconoció, pero tus hijas son verdaderas princesas… saben del esfuerzo de su madre y cada una de ellas se esmera en hacerte sentir orgullosa. Ellas te admiran y desean ser, algún día, tan digna como tú.”
Parecía entenderme…
“¡Mi querido yerno!” me dijo, acariciando mi mejilla como si fuera mi madre. “¡Eso no me hace reina!”
“¡Por supuesto que sí!” le dije yo. “En la antigüedad, los hombres formaban reinos, porque el rey se encargaba de defenderlos de la adversidad. Ellos acataban sus leyes, porque en él confiaban y lo admiraban.”
Ella me miró ilusionada.
“¡Entonces, tú eres un maravilloso rey!”
“¡Y tú, una glamorosa reina!” le respondí.
Ella me miro desconcertada.
“¿Aun no me entiendes? Puede que no seas hombre, pero tus hijas te admiran y confían en que tú las ayudes. Eres una reina que… simplemente, no tenía un rey... hasta ahora.”
Le empecé a hacer el amor en la ducha.
“¡Marco!...” decía ella, agitada. “¿Cómo puedo excitarte tanto?... ¡Me llenas siempre!…”
“¡Tu belleza no va con los años!” le respondí, acariciando sus pechos y besando su cuello, que son sus zonas erógenas más sensibles, sin contar el clítoris y la vagina, claro. “¡Tu belleza está dentro de ti!”
“¡Ay, Marco!” decía ella, muy excitada. “¡Tus palabras!... ¡Como me besas!... ¡Vez que pienso en ti, me masturbo!”
Yo quería una segunda ronda y empecé a insertarla en su trasero.
“¡Me fascinas!... ¡Siempre estás tan duro!...” me decía, mientras me aferraba a su cintura, bombeándola muy fuerte.
“¿Cómo puedes odiar estos rollitos?... ¡Son tan eróticos!” le dije yo, agarrándoselos.
Ella se rió.
“¡Marco… tú eres el único… que se excita tanto… con una cosa así!” me dijo ella, apoyándose en la pared para que la penetrara más adentro.
“¡Mira estos pechos!” le dije, mientras besaba sus labios sedientos de pasión. “¡Han alimentado a 3 princesas… y siguen bonitos!... ¡Me encantan!”
“¡A mi… me encanta… como los tomas!” me decía besándome deliciosamente, con su sabor a lima. “¡Los amas!... ¡Los respetas!... ¡Me fascinas!”
Me corrí en su interior y aunque estuvimos un rato pegados, aun estaba listo para una tercera vuelta.
“¡Déjame ayudarte, rey mío!”
La lavó con jabón y la limpio y cuando le sacó la espuma, empezó a chuparla.
“¡No puedo creer… que te ponga tan caliente!” me decía, entre mamadas. “¡Aunque la he metido… tantas veces… no puedo más… de la mitad!”
Ella disfrutaba con verme la cara y lo chupaba, como si tuviera sed. Me corrí en su boca y se lo bebió todo.
Nos vestimos y salimos. Marisol nos esperaba sonriente.
“¿Ves, mamá? ¡Lo necesitabas!” le dijo.
Se abrazaron, afectuosamente.
“¡Mamá, te demoraste mucho!” dijo Violeta.
“¡Es que estaba muy sucia, detrás de las orejas!” le expliqué, pero tenía razón. Habíamos pasado 2 horas y ya casi tenían el almuerzo listo.
Tomamos el metro, besándonos de vez en cuando, aunque algunas viejas celosas la miraban como si fuera tan mala nuestra relación.
Llegamos al mercado de las pulgas, donde íbamos a comprar la cama y vitrineamos entre los esquineros, los juegos de comedor, los armarios y las camas, como si estuviéramos casados.
Compramos una cama de princesa para Violeta y puesto que ya habíamos tomado una de ese local, buscamos otra para Amelia. Sin embargo, a Verónica le llamó la atención otro modelo…
“¡Esta cama es tan bonita!” dijo ella, fijándose en un amplio modelo, con terminaciones de cuero, un espejo en la cabecera y una cajonera incluida. “¡Tiene tantos cojines!”
“¡Es una cama digna para una reina!” le comenté.
“¡Debe ser carísima!” me dijo ella, enamorada de la cama. “¡Nunca me había acostado en un colchón tan suave!”
Le pregunté al vendedor en cuanto la vendían.
“¡Oh! ¡Discúlpeme, no la tengo en registrada en el inventario!” me dijo el vendedor. “¡José! ¿Cuánto vale la cama “Queen” que está por acá?”
Yo me reí, levemente. Verónica me miró extrañada.
“¿Tú sabes que “Queen”, en español, significa “Reina”, cierto?”
Ella me besó y me abrazó, después que se la compré y nos fuimos tomados de la mano, mientras el camión nos llevaba de regreso a nuestro hogar con la compra.
Fue una tarde agotadora. No quise que me ayudaran, porque como ingeniero, armar cosas con piezas es un placer para mí. Violeta estaba contenta con su cama de princesa y su nueva habitación para ella sola, al lado de la nuestra, ya que la cama de su madre era demasiado grande y no calzaba en la habitación.
Sin embargo, quedaba libre la habitación de “recreo” de Sergio, donde mi antiguo suegro iba a emborracharse y olvidarse de su familia. Quedaba justo frente a la puerta de la antigua habitación de Marisol y al lado del baño… pero los problemas que no consideré los citaré apropiadamente después.
Tanto Verónica como yo queríamos estrenar la nueva cama pronto. Queríamos profanar la memoria del gordo calvo y petiso, follando sin parar, en su antigua “fortaleza de la soledad”. Pero estaba demasiado cansado.
Llevé la cama restante a la pieza de Marisol, lo que hizo que Pamela me abrazara y me besara apasionadamente. Aun no sabía que le había pasado, pero me dio las gracias, porque al menos esa noche “podría dormir tranquila”.
Le dije a mi ruiseñor que estaba agotado y que no quería hacer nada más. Pero como les dije, ella no le prestó mucho respeto a las reglas que puse y ya había escogido una “segunda compañera” para esa noche.
Reconozco que habría sido difícil decirle que no, ya que la elegida era tan dulce e inocente… pero como descubriría esa noche… a veces, el amor entre hermanas se pasa de las manos…
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1 comentarios - Seis por ocho (72): Una cama para una reina…