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Seis por ocho (68): Lo que satisface a Marisol…




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Compendio I


Cuando entré en la habitación, Marisol estaba acostada, leyendo un libro.
Vestía un camisón transparente color rosado, que le dejaba ver su delgado y menudo cuerpo, ocultando sus partes nobles, pero con un diseño que la hacía ver muy deseable. Me gusto comprarle ese arreglo, pero ahora estaba tapada.
Sin embargo, mis sentimientos de culpa sobrepasaban mi lujuria.
“¡Así que papá y mamá se van a divorciar!” dijo ella, cuando me vio entrar.
“¡No lo sé, amor!” le respondí, preocupado por ella. “¡Tu papá ya estaba con otra señora cuando volvimos!”
Sorpresivamente, sacó una sonrisa.
“¡Es mejor así! ¡Mamá se merece a alguien mejor!” dijo ella, abrazándome por la espalda, mientras me sacaba los zapatos. “Marco, ¿Podrías explicarme qué pasó con nuestra casa? Mamá lo intentó, pero estaba muy confundida y no la pude entender.”
Le conté los aspectos técnicos de esa semana. Para sorpresa mía, se vio bien satisfecha de que engañara a su papá de esa manera.
“Así que por esa ventana, la casa es nuestra ¿Cierto?” dijo ella, mirando el tragaluz.
“¡Así es!” le respondí, apoyándome en la almohada.
“¡Eres tan inteligente! ¡Por eso te amo tanto!” dijo ella, besándome muy animada…
Pero yo no podía devolverle sus besos de la misma manera…
“¿Pasa algo?” preguntó.
“¡No lo sé!” le respondí. “¡Siento que no merezco… que me quieras tanto!”
“Lo dices porque te acostaste con mamá, ¿Cierto?” dijo ella, con una naturalidad que me desconcertó.
“¡Claro que no!” traté de mentirle.
“Entonces… ¿Te acostaste con Amelia?” Preguntó más divertida que enojada.
“¿Tú… lo sabías?” le dije, sorprendido.
“¡Ay, Marco!... Por supuesto que lo he sabido… lo he sabido todo el tiempo.” dijo ella, muy divertida.
“¡Lo siento, Marisol!... ¡No debí hacerlo!... ¡Pero ellas…!”
Me hizo callar suavemente con sus labios.
“¡Está bien!... ¡No tienes que sentirte culpable!... ¡Yo quería que lo hicieras!” me dijo, con una calma que me sacó el espíritu.
“¿Qué?” exclamé sorprendido.
“¡Ay, Marco!... ¿Cómo te lo explico?...” dijo ella, poniéndose a pensar. Entonces, golpeó la palma de su mano. “¡Ya sé!... Marco, ¿Recuerdas a la señora Roció y don Beto, que vivían aquí, al lado?”
“¡Si, claro que los recuerdo!” le respondí, bien confundido.
La señora Roció era una abuelita bien dulce. Recuerdo que cuando era niño y tenía problemas con matemáticas, fui a verla, porque ella era profesora y me enseñó a sacar las fracciones. Estaba casada con don Beto, que tenía más de 80 años. Tristemente, habían fallecido 1 año atrás, con solo meses de separación. Ahí comprendí que uno verdaderamente se puede “morir de pena”.
“¿Recuerdas que tenían un perro salchicha, bien mal genio?” dijo Marisol.
“¡Si, claro que lo recuerdo!” respondí, acordándome de las mordidas del perro “Pepito”.
“Bueno, la otra vez me dijiste la historia de cómo te enamoraste de mí. Es justo que te cuente la historia de cómo yo me enamoré de ti.” me dijo.
Podría resumirla y contarla con mi perspectiva, pero fue uno de esos momentos que sus palabras se grabaron en mi corazón.
“Cuando nos mudamos, la señora Roció fue muy amable en darnos la bienvenida. Nos trajo un pastel de manzana y mamá les dio las gracias en nombre de mi familia, mientras que papá lo llevaba para la cocina para partirlo. Me recordó mucho a mi abuelita, la mamá de mi mamá, que siempre fue muy dulce con nosotras y siempre conversaba con ella, ya que sabía de muchas cosas.” Dijo Marisol, con unos ojos brillantes de alegría.
“En una ocasión, la había ido a visitar y te vimos pasar de camino a la universidad. La señora Roció dijo que tú eras un chico muy bueno y que si en alguna ocasión necesitaban ayuda, que fueran a tu casa y la solicitaran. Siempre me dio la impresión que ella sabía que me quedaría contigo, porque siempre me avisaba cuando pasabas por la calle.” Dijo Marisol, con los ojos brillosos, pero aun sonriendo. “Nunca le creí mucho eso, porque papá nunca ayudaba a nadie. Sin embargo, un día viniste a mi casa, con una cara bien cansada, a buscar a “Pepito”, ¿Te acuerdas?”
“¡Si, lo recuerdo bastante bien!” le dije, sonriendo.
“Recuerdo que fuiste muy educado:
“¡Buenas tardes!” le dijiste a mamá. “¡Sé que usted no me conoce! Pero los vecinos de aquí al lado se les escapó su perrito regalón y se metió en su jardín. ¿Le importaría si me meto a sacarlo?”
“¡Sí!... No hay problema…” te dijo mi mamá. Yo te reconocí y te miré entre las cortinas.”
El condenado perro era marrón, que no me llegaba más allá de la rodilla, pero muy malcriado. Siempre que pasaba por fuera de su casa. me ladraba.
“Recuerdo que entraste con tu mochila en la espalda y arrinconaste a “Pepito” en la esquina del jardín. Te costó mucho calmarlo, pero lo tomaste en brazo. Sin embargo, “Pepito” te mordió y aunque mamá y yo nos preocupamos, tú no hiciste mucho reparo…
“¡No se preocupe! ¡Me pasa siempre!” dijiste y por un breve segundo, me viste.
Yo sentí un calor en mis mejillas, como nunca antes lo había sentido por nadie. Te escuché como lo ibas a dejar a casa de doña Roció.
“¡Gracias, Marco! ¡Disculpa las molestias!” te dijo ella. “¿Quieres tomarte un té o algo?”
“¡No se preocupe, señora Roció! ¡Voy a tomar un té en mi casa y voy a estudiar, porque mañana tengo prueba, pero muchas gracias por su invitación” le respondiste.”
“Fue entonces que supe que eras un chico distinto” me dijo Marisol, mirándome a los ojos. “Le pregunté a la señora Roció qué más sabía de ti y ella se puso contenta. Creo que vio algo en nosotros, que encajaba.”
“¡Está bien, Marisol!... pero ¿Qué tiene que ver eso con lo que estamos pasando?” le pregunté, sin poder entenderla.
“¡Todo, Marco!” me dijo ella, mirándome muy serio. “Yo creí que todos los hombres eran como papá y por eso no me fijaba en ellos. Yo veía anime, porque creía que así debían ser los hombres y me preguntaba si alguna vez conocería a un personaje de ellos… ¿Y adivina qué?... ¡Mi sueño se hizo realidad!”
Sus ojos brillaban de emoción y esa parte la sabía, pero lo que no podía entender era qué tenía que ver con que me acostara con su madre.
“Yo no fui la única que notó algo distinto y noble en ti. También lo hizo mamá. ¡Marco, mamá es muy esforzada y sé bastante bien que no se merece a un hombre como papá!... “dijo ella, empezando a llorar. “También descubrí… que para hacer papá más feliz… ella veía otros hombres… para que las cosas salieran más baratas…”
“¡Marisol!” le dije, consolándola entre mis brazos, mientras ella sollozaba. “Pero… ¿Cómo?”
“Una vez… olvidé un estuche en casa… y cuando volvía a buscarlo… vi a mamá salir muy temprano a caminar… me pareció muy extraño… y decidí seguirla… llegamos a la carnicería… y la vi con el carnicero…” Marisol se cubrió los labios, impactada por sus recuerdos. “Le escuché preguntarle a mamá si tenía dinero para pagar… mamá dijo que no… y él la tomó por la cintura… yo me asusté y apoyé mi cabeza en la puerta… para escuchar que ocurría adentro… entonces escuché sus gemidos… abrí la puerta despacio… y vi a mamá, chupándosela… ella no quería… lo veía en su cara… pero lo hacía… para que papá tuviera su carne…”
Yo también lloraba, pero cada vez entendía menos…
“Cuando me dijiste… que irías al norte… ¡Pensé que podrías hacerlo!… que podrías mostrarle… que papá no la merecía… ¡Por eso lo hice!...” me dijo ella, llorando. “¡Marco, sé muy bien que a ti te incomoda!... pero mamá merece a alguien más que la quiera… tanto como tú me quieres a mí… y por eso no tengo problemas.”
“¡Pero Marisol!... ¡Eso no está bien!...” le dije, llorando. “Si tú me engañaras…”
Ella me besó, de una de las maneras más dulces que jamás lo haya hecho. Tomó nuestras tristezas y las envolvió en caricias y besos. La deseaba tanto como ella a mí y aunque no podía entenderla, la amaba sin rima ni razón.
Empezamos a hacer el amor, olvidándonos de todo. Aunque había tenido un día agitado, hacerlo con Marisol me revestía de nuevas fuerzas.
“¡Se siente tan bien… tenerte dentro mío!” decía ella, con una cara tan deliciosa.
Como estaba embarazada, ya no importaba el condón y ambos lo disfrutábamos. Su calidez me envolvía, me purificaba. En esos momentos, sólo existía ella para mí y se entregaba completamente a mis deseos.
Besé sus pechos con suavidad. Sus pezones aun estaban sensibles, pero sin considerar sus molestias, me los entregaba.
Acariciaba sus nalgas y sin querer, deslizaba unos dedos por su agujero.
“¡Marco!” se quejaba ella, por mi intrusión.
“¡Lo siento!” le dije, retirando mi mano. “¡Han sido tantos días y lo he extrañado!”
Ella me besó, tomó mi mano e hizo enterrársela nuevamente por detrás. Le gustaba sentirme.
“¡Has cambiado!” me decía ella, con una cara de satisfacción. “¡No creí que lo pudieras hacer mejor!”
Empezaba a sacudirse sobre mi estomago. Trataba de sentirme en lo más profundo de su ser. Veía sus tiernos pechos subir y bajar me excitaba.
“Marco… ¿Podrías… tomarlos?... me duele un poco… ¡Ay!... cuando suben y bajan… pero si tú los tocas… ¡Ah!... me sentiré tan bien…”
Yo cumplía sus deseos, mientras ella se enterraba violentamente mi pene en sus entrañas.
“¡Marco… es tan caliente!… ¡Por favor, vente!… ¡Se siente tan rico!... ¡Ah!... ¡Te amo tanto!... ¡Hazme sentir bien!... ¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah!”
Nos corrimos juntos. Estuvimos abrazados un buen rato, besándonos y amándonos, pero después, tuvimos que confrontar lo que habíamos conversado.
“¡Marco, lo sé!” dijo ella, muy preocupada, abrazándome a la cintura. “¡Sé que te dolería mucho si supieras que te engañara!... ¡Por eso no quería decírtelo!... ¡Me asustaba mucho que me dejaras de querer, porque entiendo lo que sientes!”
“¿Por qué… no sientes tú lo mismo?” pregunté “¿Qué sacas tú de todo esto?”
“¡No lo sé!... Pero mira a mamá, Marco. De no ser por ti, ella seguiría casada con papá; Mira a Pamela, ya no es gótica, ni está triste y quiere entrar a estudiar en la universidad; Mira a mi hermana, Marco. Es una señorita, inteligente y con voz propia.” Me decía ella, muy emocionada.
“Pero… ¿Qué sientes tú? ¿Por qué lo haces?” le pregunté.
“¡No lo sé!” me dijo ella, llorando. “¡Sé que las haces felices y eso me alegra!”
“Pero… ¿Qué hay de nosotros?... ¿Nos casaremos?... ¡Marisol, vamos a ser padres!...” le pregunté.
“Si, Marco… lo sé… pero todavía no lo somos… y aun quiero que arregles unas cosas…” me respondió.
“¿Qué arregle cosas?...” dije yo, bien confundido. “¡Marisol, me estoy acostando con tus parientes!”
“¡Lo sé, Marco!... ¿Qué quieres que te diga?... “Me dijo, viendo que no podía hacerme entender su punto de vista. “Quisiera que ayudaras a Pamela y su mamá… ella la necesita.”
¡No podía creerlo!
“¡Marisol! ¿No entiendes lo que me estás pidiendo?” le pregunté. “¡No puedo estar acostándome con cada mujer para resolver los problemas!”
“¡No, Marco! ¡El que no entiende eres tú!” me dijo ella, mirándome seriamente. “¡Tú no lo haces para acostarte! ¡Lo haces porque te preocupamos!”
Ahí sentí que esto no volvería atrás…
“¡Tú nos escuchas! ¡Tú ves otras cosas!... Y lo que te hace mejor: ¡Tú nos proteges!”
No tendría la familia que soñaba…
“¡Puede que no te digamos lo que sentimos o lo que tratamos de ocultar, pero de una u otra manera lo puedes ver!” dijo Marisol, muy convencida. “¡Y no puedo ser tan egoísta como para dejar que seas solo mío!”
Adiós al matrimonio perfecto…
“¡Yo sé que me amas y quisieras ser sólo para mí, pero he visto sufrir a mamá y Pamela tanto, que no quiero que se sientan tristes… y tú puedes hacerlo!”
Adiós a la idea de ser el esposo ideal…
“¡Marco, no puedes engañarme, si conozco a las mujeres con las que has estado!... ¡Y créeme!, que para que alguien logre acostarse contigo, debe conocerte como nosotras lo hacemos. Y si lo hace, es porque viste algo bonito en ella.”
Adiós a la idea de ser fiel.
“¡Pero Marisol!... “Con remordimientos, confesé “¡Te equivocas! ¡Yo me he acostado… con alguien que no conoces!”
“¿Qué?” preguntó ella sorprendida.
Suspiré. Le conté lo de la noche con Miss Rachel, lo que hice ese día y lo culpable que me sentía. Marisol era imposible…
“¡Si fueras un hombre malo, no me lo habrías contado!” dijo, besándome suavemente los labios.
Yo no daba más…
“Marisol, ¿Qué quieres que haga? ¿Quieres casarte conmigo?” le pregunté.
“¡Claro que si, bobo!” me dijo ella, con su alegría habitual. “¡Yo te acepto como eres y no me molesta!”
“Pero, amor… no me puedo entregar…”
“¡Aclaremos eso ahora, Marco!” me interrumpió ella. “Aunque te has acostado con todas ellas, ¿Quieres volver conmigo?”
“Si.” Respondí.
“Aunque todas ellas te aman, ¿Con quién prefieres estar?”
“¡Contigo!”
“Y si tuvieras que escoger con quien quieres pasar el resto de tus días, ¿A quién elegirías?”
“¡A ti!”
Ella sonrió.
“Entonces… Marco… ¡No sé de qué te quejas! ¡Estás listo para entregarte completamente!” dijo ella, besándome en los labios. “¡Amor, puede que esté algo loca, pero por ahora, prefiero que las cosas sean así!... ¿Recuerdas cuando te preguntaba si te gustaría tener a una chica con pechos más grandes que los míos?”
“¡Pues, si!” le dije, pensando que eran días mejores.
“¡Sé que fue muy dulce tu respuesta… pero yo quería experimentar, Marco!” dijo ella, riéndose.
“¿Qué?” dije yo, pensando que no podía estar más sorprendido.
“¡Claro!... ¿Piensas que iba a hacerlo con una mujer desconocida?... ¡Por supuesto que no!... ¡Quería hacerlo con Pamela, con mamá o mi hermana!” dijo ella.
Cuando creía que las cosas no podían ponerse más raras…
“¡Incluso con Sonia, que tiene una vida sexual más activa!” me dijo ella.
Yo botaba espuma por la boca…
“¿Por qué?” pregunté.
“¡Porque quería ver si podías satisfacernos!... ¡Y ahora que veo que puedes!...” dijo ella, con una mirada escalofriante...
¡El resplandor en sus ojos! ¡Era como 100 veces más intenso que cuando lo hacíamos al aire libre!
¡Mi pobre pene!...
“¡Por eso, quiero que vengan a almorzar mañana! ¡Ellas se están asustando y piensan que porque estoy embarazada y comprometida, todo esto va a acabar! ¡Por lo tanto, quiero organizar los tiempos y aclarar las cosas, para que nadie se sienta rechazada por ti!” dijo ella, besándome muy excitada y enterrándose nuevamente mi verga dentro de ella.
Amaba a Marisol con locura y por ella, era capaz de ir al infierno y volver… pero… ¿Sería capaz de satisfacer sus deseos?


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2 comentarios - Seis por ocho (68): Lo que satisface a Marisol…

entrajevas +1
tome vitaminas, no coma solo mariscos ejercitate y a darle con todo amigo
metalchono
Hay que recurrir solamente a lo natural. Nada de pastillas ni cosas asi.
jucerid
Que buena novia, la mejor que puede existir.