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Seis por ocho (67): Cuando sientes que no encajas…




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Compendio I


No sé si debería seguir llamando mis aventuras “Seis por ocho”. Con nuestro regreso, esa etapa se cerraba, pero no las vivencias. Estamos alcanzando al presente… (Aun nos llevamos unos meses de diferencia), pero todavía hay algunas experiencias que narrar.
Pero creo que las seguiré llamando de esa manera, ya que fue gracias a ese turno que todas las cosas se fueron dando.
Marisol estaba muy sorprendida al verlas.
“Marco, ¿Invitaste a mamá y mis hermanas?” me dijo, besándome y abrazándome con dulzura y suavidad.
“¡En realidad, es más que eso! ¡Es mejor que ellas te lo cuenten!” le dije, dejándolas que la saludaran.
Violeta le saltó encima.
“¡Marisol!” le dijo, muy contenta. “¡Te echaba de menos!... ¿Me encuentras súper, súper gigante?”
“¡Si, hermosa! ¡Estás muy, muy gigante!” le dijo su hermana, abrazándola con lagrimas.
Luego fue el turno de Amelia.
“¡Hermanita!” le dijo, dándole un abrazo fraternal. Amelia estaba también contenta de verla, pero había un poco de tristeza al verme. “¡Te he extrañado mucho!”
“¡Yo igual!” le respondió, abrazándola afectuosamente, cerrando los ojos para no verme.
“¡Mamá!” le dijo, abrazando a Verónica.
“¿Cómo estás, princesa?” le dijo, acariciando su vientre, que ya empezaba a notarse.
“¡Bastante bien! ¡Te he extrañado mucho! ¡Tú sabes mucho más de estas cosas!”
Ahora que lo pienso, tampoco he descrito a la más importante de todas las mujeres de mi vida.
Marisol mide 1.70m, tiene el pelo castaño, tirando a miel, largo hasta los hombros, pero le gusta usar moños con cola de caballo, lo que me gusta mucho. Tiene 18 años…
“¡Amigo, espera un momento!” pueden pensar. “¡Ahora caigo que Amelia, Pamela y Marisol tienen 18! ¿Cómo es eso posible?”
Pues no sabría que responder. Por lo que me ha dicho Verónica, Amelia nació de forma prematura, con solo 7 meses y medio y bastante complicada (con riesgo vital, incluso), pero esa es la diferencia de edad que se lleva con Marisol. Pamela es mayor que Marisol por 2 meses. Como lo hizo Verónica para amamantar una bebe y embarazarse de otra es algo que desafía mi intelecto.
Retomando su descripción, tiene 18 años. Como sus hermanas y su madre, tiene unos ojos verdes, una nariz pequeña, unos labios bien finitos y un lunar en la mejilla derecha bastante seductor. Usa frenillos tipo brackets, lo que la hace ver más joven e inocente todavía, es bien delgada y hasta hace poco, sus pechos no me llamaban tanto la atención.
Pero ahora, se notaban más grandes. No podía mirarlos directamente, porque era un momento emotivo, pero estimaba que había crecido 2 cm.
“¡Eres estupendo!” me dijo, dándome un delicioso beso con sabor a limón. Verónica y Sonia nos miraron enternecidos, pero Amelia y Pamela trataron de ignorarnos. Violeta estaba corriendo de un lado para otro, en la terminal.
“Sonia, ¿Cómo se portó mi prometido contigo?” le preguntó, abrazándola también.
“¡Muy bien!... Él es un caballero.” Le respondió.
“¿Aceptarías ir a comer a nuestra casa?” preguntó Marisol, muy cordial “Quisiera festejar su retorno y estar con todos los que me quieren a mí y a Marco.”
Esa frase hizo que todas miraran el piso… exceptuando a Violeta, claro.
“¡No… gracias, Marisol! … ¡Estoy cansada con el vuelo y lo único que quiero es llegar a mi casa y darme una ducha, para sacarme el viaje de encima!” le respondió, mirándome de reojo.
“¿Estás segura?... ¡Qué mal!... ¿Y mañana, te apetece?” le preguntó Marisol, como si le suplicara.
“¡Supongo que sí!... si no hay problemas en invitarme, claro.” Respondió Sonia, levemente avergonzada.
“¡Por supuesto que no! ¡Todas las amigas de mi novio son bienvenidas en mi casa!” le dijo, dándole un fuerte abrazo.
Algo se traía mi ruiseñor entre manos. Esas frases me parecían muy sospechosas…
“¡Bien, entonces vayamos a buscar el equipaje!” dijo Marisol.
“¡Yo ya tengo el mío aquí, así que tomare un taxi!” le dijo Sonia.
“¡Oh, está bien!... pero por favor, ven mañana. ¡Es muy importante que estés!” le dijo, tomando sus manos.
“¡Si, no te preocupes! ¡Ahí estaré!” Sonia estaba levemente rosada.
“¡Bien, vamos!” nos dijo, tomándome del brazo y enterrándome sus pechos.
“¿Cómo te has sentido? ¿Has tenido muchas molestias?” le pregunté.
“¡No mucho! ¡Me han dolido los pechos y he tenido mareos, pero Pamela me ha cuidado!” me respondió, como si me los mostrara.
“¡Que mal, pero ahora podre cuidarte yo!” le dije.
“¡Pues sí, te corresponde!... además… “me dijo ella, un poco avergonzada. “Las pruebas son en 2 semanas y no he repasado mucho… como no estabas aquí…”
Eso era una delicia para mis oídos. Considerando que la última vez me repelía como la peste, ya quería que se la metiera.
“Creo que esto te gustara escuchar: ¡Mis pechos han crecido y puedo ocupar una talla más grande!” dijo ella, muy orgullosa.
“¡Eso es genial!... ya quisiera verlos… “Le dije muy acaramelado, pero entonces noté las miradas de Amelia y Pamela. No sé si me escucharon, pero se notaban tristes por verme tan contento.
Tomamos nuestro equipaje y fuimos a buscar un furgón de transporte.
“¡Marisol, hay algo importante que debes hablar con tu mamá!” le dije, mientras caminábamos al aparcadero.
“¡Y tú debes hablar con Pamela!... ha estado un poco triste estos días y ha estado bebiendo a solas.” Me respondió.
“Marisol… ¿No me estás echando de nuevo, cierto?” le dije, tomando sus manos y mirándola a los ojos. Así habíamos empezado un par de días atrás…
Ella sonrió.
“¡Por supuesto que no, bobo!” dijo, besándome suavemente en los labios. “¡Antes lo hice porque no creí que me querrías, pero ahora sé que me amas mucho!”
Nuestro nuevo beso no ayudó a subir los ánimos de Amelia, ni de Pamela, pero si me trajo alivio.
Como les dije, tuve que arrendar un furgón, ya que si ocupaba un taxi, iríamos demasiado apretados. El chofer dio un silbido cuando vio a Pamela subir, pero cuando vio subir también a Verónica y Amelia, sus ojos estaban desorbitados.
Me sentí levemente orgulloso al ver que lo había hecho con todas las mujeres en ese vehículo, exceptuando a Violeta, que es solo una niña de 5 años y que quiero como si fuera mi hija.
Llegamos a nuestro hogar y Violeta salió muy contenta, al reconocer su antigua casa. Era de noche y empezaban a salir las primeras estrellas. Ayudé a desempacar y entonces, reparamos en un leve detalle...
“¿Cómo lo haremos para dormir? No hay suficientes camas…” dijo Marisol.
En efecto, solamente estaba la cama matrimonial donde dormíamos Marisol y yo; su antigua cama, que ocupaba Pamela y una cama adicional, para las visitas.
“¡Bueno, podrían dormir 2 en la cama matrimonial, 2 en la cama de Pamela y 2 en la de visitas!” sugerí yo.
“¿Y cómo nos organizamos?” preguntó Amelia.
“Bueno, creo que es obvio que ustedes dormirán en la cama matrimonial.” Dijo Verónica, refiriéndose a mí y a Marisol. “Yo preferiría dormir con Violeta, por lo que ustedes pueden dormir juntas, por una noche.”
A ninguna de ellas pareció agradarle la idea…
“¡No es necesario!” dijo Pamela. “¡Hablaré con mamá y veré si me deja volver por esta noche!” dijo ella, con un tono melancólico.
Marisol me miró, como si dijera que a eso se refería. Fui a la cocina y traje unas botellas de bebida, algunas golosinas y vasos para que conversaran en familia.
“¡Si no les molesta, las dejaré conversar tranquilas!” les dije, mientras iba al patio, a hacerle compañía a Pamela. Marisol me dio gracias con la mirada.
La noche en la capital no es tan impresionante como en el norte. La contaminación lumínica disminuye considerablemente la cantidad de estrellas visibles, pero ahí estaba, sentada en una tumbona de verano, la melancólica Pamela, mirando las estrellas.
“¿Por qué estás tan sola? ¿Te pasa algo?” le pregunté. “¡No me digas que estás bebiendo!”
“¡Sólo una copa!” me dijo ella, con una botella de ron.
“¡Sabes que no me gusta que lo hagas!” le reprendí, tomándosela de sus manos.
Los primeros días que empezó a vivir con nosotros, la vi llegar ebria y aunque en ese tiempo no me simpatizaba, le tenía lástima, porque los hombres que traía la veían como un buen polvo y nada más.
“¡Es lo único que me queda!” me dijo, llorando. “¡Me siento tan mal!... ¡Lo único que quiero es irme de aquí!”.
“¿Por qué?” le pregunté, muy preocupado.
“¡Sabes bien por qué! Marisol va a ser tu esposa y tú serás papá… no puedo quedarme aquí.” Respondió.
“¡Pero te necesitamos!” le dije. “¡Tanto yo como ella te necesitamos!”
“¡No me mientas! ¡Ahora están mi prima y mi tía!... ¡Ya no me necesitas aquí!” gimoteo.
“¡Pero tú eres parte de nuestra familia!” le dije. “Además… aun no me he casado… y no soy padre.”
Eso la calmó.
“¿Estás diciendo… que tú y yo…?” alcanzo a preguntar, cuando se abrió la puerta.
Era Amelia.
“¡Oh, estaban ustedes!” dijo ella al vernos.
Pamela frunció levemente el ceño.
“Si quieres, puedes venir. Estamos mirando las estrellas.” Le dije.
“Es que Violeta está dormida y mamá le está contando lo de papá a Amelia, así que no tenía donde ir. ¿No estoy interrumpiendo, cierto?” dijo Amelia, intimidada por Pamela.
“¡No, corazón! ¡Si quieres, puedes sentarte con nosotros!”
Pamela trató de ignorarla, pero Amelia estaba feliz de sentarse a mi lado.
“¡Ahora no se ven tantas como en el norte!” me dijo.
“Es por la contaminación lumínica. Tú debes acordarte de los ensayos de pruebas, Pamela” les dije, empezando a explicarles sobre la difracción y refracción de la luz sobre la atmosfera y cómo influían en el resplandor de las estrellas.
Aunque al principio, trató de ignorarnos, Pamela termino uniéndose a nosotros.
Supongo que soy bueno explicando cosas. Les explique de las galaxias, cómo diferenciar un planeta de un satélite, cuáles eran los cuerpos celestes más reconocidos y cosas así, lo que cautivó su atención.
Para mí, la astronomía fue mi primer amor por las ciencias. Quería ser astrónomo, pero mis puntajes no alcanzaron y me decidí por ingeniería. Pero después, me enamoraría de mi carrera y dejaría ese primer amor de lado, puesto que algunas explicaciones de fenómenos desconocidos se le atribuirían a sustancias misteriosas como “materia oscura”, “antimateria” y otros elementos, mientras que la ingeniería daba resultados más concretos.
“¡Sabes mucho!” dijo Amelia, cuando terminé mi explicación.
“¡Si, eres un tío muy inteligente!” dijo Pamela.
“¡Qué bueno! Es la primera vez que las veo hablarse” dije yo, sonriendo.
Ellas se avergonzaron…
“Por cierto, quería preguntarles si se sienten bien con el arreglo de camas que hemos hecho.” Les dije.
“¡No, no mucho!” dijo Amelia, con honestidad.
“¡Si, por eso quería irme con mamá!” dijo Pamela, algo triste.
“¡No es necesario! ¡Si quieren, puede una de ustedes dormir con Marisol y yo me acomodo en el sofá!” les ofrecí.
“¡No, Marco! ¡No es necesario!” dijo Amelia, un poco nerviosa.
“¡Si, después de todo, extrañas mucho a Marisol!” dijo Pamela, tratando de sonreír.
Trataron de mirarse, pero no podían.
“Ustedes… no se hablan mucho, ¿Verdad?” pregunté.
Amelia miró el suelo.
“La verdad que no. Tratamos de mantener nuestras distancias.” Dijo Pamela, algo tensa.
“¿Por qué? Son primas y Marisol las quiere mucho.” Pregunté confundido.
“Pues… ella me asusta un poco…” Confesó Amelia, con timidez.
“¿Yo te asusto? ¡Pero tía, que yo soy solo una tipa!” dijo Pamela, muy sorprendida. “Yo no le hablo… porque la encuentro muy niña…”
“¡Tienen casi la misma edad!” les recalqué.
“¡Vale!” dijo Pamela” pero… no sé… ella es más… gansa… para su edad.”
“¡Pamela!” le reprendí.
“¡Yo no soy gansa! ¡Soy tan mujer como tú!” respondió Amelia, con una valentía que me impresionó.
“¡A ver, pruébalo!” le respondió desafiante Pamela.
“¡Si se van a poner a pelear como niñas, prefiero entrar a casa!” le dije, sintiéndome viejo.
“¡No, Marco, no lo haremos!” dijo Amelia, suplicando.
“¡Si, prometo comportarme bien!” dijo Pamela, pero como me quedé mirándola, añadió “¡Discúlpame, Amelia!”.
Me volví a sentar entre ellas, y se acurrucó una bajo cada brazo.
“¡Puede ser que no hayan conversado, pero las conozco bien y creo que tienen muchas cosas en común!” les dije.
“¡Si, las dos tenemos tetas grandes, por ejemplo!” dijo Pamela, con sarcasmo.
“¿Por qué les dices “tetas”?... suena tan insensible…” preguntó Amelia.
“¡Si, también quería preguntarte! Porque yo preferiría decirle “pechos”. Suena más bonito” le dije yo.
“¡Si, me gusta más así!” dijo Amelia, más complacida.
Pamela se sorprendió.
“Pues… no sé… todos les han dicho “tetas”… nunca lo había pensado…” dijo ella, bien confundida.
“¡Yo creo que tus pechos son muy bonitos! Los míos son demasiado grandes y siempre llaman demasiado la atención.” Dijo Amelia, un poco triste.
“Pues… los míos tampoco son tan pequeños…” dijo Pamela, un tanto menoscabada.
Es que si bien 98 cm es bastante, no se comparan con los 105cm de su prima.
“¡Y siempre te ves tan bonita! Bueno, antes te veías más rara, vestida de negro, pero tienes una cintura muy linda y un trasero bien bonito.” Dijo Amelia, con su inocencia y humildad de niña. “Yo, en cambio, tengo que correr mucho si quiero mantenerme delgada.”
“Pues, con un par de te… digo, pechos, como los tuyos, debes atraer a muchos chicos.” Le dijo Pamela, asombrada.
“En realidad, no me gusta mostrarlos mucho. Casi todos se quedan mirándolos… y bueno… Marco es uno de los pocos que me mira a los ojos, cuando me habla.” Dijo ella, con un poco de vergüenza.
“¡Si, pero a él le encantan las tetas!… ¡Carajo!… ¡Los pechos!” dijo Pamela.
Nos reímos, pero ellas me miraron con dulzura.
“¡Si, creo que le gustan, pero él ve más que ellos!” le respondió Amelia.
“¡Si, tienes razón!... pero creo que mi vida ha sido más complicada que la tuya y por eso te pido disculpas por no considerarte tanto.” Dijo Pamela.
“Bueno, su vida no ha sido tan sencilla en este último tiempo, ¿cierto?” le respondí, preguntando a Amelia para confirmar. Ella asintió con la cabeza.
“¿Le puedo contar?” le pregunté y con sus ojos, me dio permiso.
Le contamos a Pamela lo que había pasado con el profesor de educación física y lo que estaba pasando ahora, con su padre.
“¡Joder, mi tío es un cabrón!” dijo Pamela, bastante enojada. “Aunque comparada con mi papá, es un santo…”
“¡No lo creo! ¡Papá fue muy insensible!” le dijo Amelia.
Pamela no dudo en contarle lo que había hecho el “Mojón español” durante los años que vivió en España. Quedamos helados, porque fue un verdadero monstruo con su propia hija, pero aunque le dolía a Pamela contarnos, podía ver en sus ojos que esa etapa había quedado en el pasado, como si fuera un mal sueño.
“¡Lo siento mucho! ¡Tu vida tampoco ha sido tan fácil!” le dijo Amelia, bastante acongojada.
“¡Vamos, no es para tanto!... Además, conocí a tu hermana… y bueno, también te conocí a tí.” dijo, mirándome a los ojos, de una manera seductora.
“¡Sí! ¡Marco es especial!” dijo Amelia, mirándome ilusionada.
Me empecé a sentir algo incomodo…
“¿Qué estás tomando? ¿Me dejas probar?” preguntó Amelia, tomando el vaso.
“¡Adelante, pero no te… lo bebas al seco!” respondió, aunque era muy tarde.
Amelia sacó la lengua, por el mal sabor.
“¡Es muy fuerte y amargo!” se quejó.
“¡Es aguardiente y muy fuerte!” dijo Pamela, suspirando. “Probablemente, te emborrache.”
“¿Qué?” preguntó Amelia, aterrada. “¡Marco, no me quiero emborrachar!”
“¡Pamela, no bromees!... ¡Es solo una copa!” le dije, tratando de quitarle importancia.
“Si, pero es muy fuerte. Yo la tomo, porque me “Da la nota” súper rápido.” Confesó Pamela.
“¡Tengo miedo!” nos decía Amelia, casi llorando.
“¡No es para tanto! ¡Capaz que te de sueño y nada más!” le respondió Pamela.
“¡Además, no es la primera vez que tomas!” le dije yo. “¡Recuerda tu fiesta de cumpleaños!”
“Si, pero…” enrojeció levemente. “ Tengo unos recuerdos muy raros y no quiero hacer nada malo.”
“¡No te preocupes! ¡Nosotros te cuidaremos!” le dije.
Y seguimos conversando. De repente, notamos que Amelia se nos estaba quedando media dormida y la acomodé en mi regazo.
“¡En realidad, no es una tía tan santa!” dijo Pamela.
“¡No, es una chica normal, como tú!” le respondí.
Ella sonrió.
“¡Te he extrañado… mucho!” me confesó.
“¡Yo también! ¿Has mejorado en tus ensayos?” le pregunté.
Ella volvió a sonreír, muchísimo más risueña.
“En realidad has pensado en mí, ¿Cierto?” dijo ella, arrimándose a mi lado, peligrosamente… “Los otros chicos… siempre me dicen que piensan en mis… pechos o en mi culo… pero tú no eres como ellos, ¿Cierto?”
“¡Claro que no! ¡Tú me preocupas!” le dije.
Ella se abalanzó encima de mí y me dio un jugoso beso.
“¡Marco, sé que no debería hacerlo… pero me gustas tanto!” dijo ella, dejándome respirar.
“¡Pues no lo haces nada mal!” le dije yo, recuperando un poco la compostura.
“¡Ay, Marco!... ¡No digas esas cosas!...” dijo, muy avergonzada. “¡Eres el novio de Marisol y por eso me cuesta tanto dejar de quererte!”
“Pues, si, pero como te dije… aun no estoy casado y no soy padre.” Le repetí, no porque quisiera tirármela, sino que para sacarle el sentimiento de culpa.
“¡Si, eso lo sé!... ¡Y me hace feliz, porque nunca he sentido con otro chico lo que siento por ti!... pero igual quiero a Marisol… y no quisiera lastimarla…” dijo ella, con algo de tristeza.
“¡Supongo que es por eso que me gustas tanto!” le confesé. “¡Si Marisol fuera un poco tan aterrizada como tú, creo que todo sería distinto!”
Ella enrojeció.
“¿Realmente… te gusta eso… de mí?... es decir… ¿Te gusta más que mis te… pechos y mi culo?” preguntó ella, con una cara muy tierna.
“Preferiría decirle “trasero”, pero así es.” Le respondí.
“¡Marco!” me dijo ella, besándome y apoyándome en el respaldo de la tumbona.
Me sentí culpable. Estaba engañando a Marisol en su propio patio de la casa, con su prima… y las cosas iban a empeorar…
“¡Eso no es justo!” dijo Amelia, abriendo los ojos de repente. “¡Yo también quiero besarlo!”
“¡Lo siento, tía!” le respondía, besándome suavemente. “¡No lo he visto en 5 días, y no puedo aguantarme!”
Pero Amelia es luchadora y mientras me besaba Pamela y se destapaba sus pechos, su prima me empezaba a dar una mamada, bien furiosa.
“¡No!... ¡No deberíamos!...” alcancé a decir, perdiéndome en placer.
“¡Sí!... ¡Lo sé, Marco!... “Dijo Pamela parando de besarme y muy, muy caliente. “¡Es mi prima y yo la quiero!... pero me encantas… y quisiera agradarte como fuera…”
“¡No me refiero a eso!... ¡Ay!...” pude decir.
Pero esas palabras y la lengua de Amelia me ponían a mil. Ya no me importaban los remordimientos. Sentía placer y nada más.
“¡Vaya! ¡No creí que mi prima fuera tan guarra!” dijo Pamela, dándose cuenta de lo que ocurría.
“¡Pamela… ayúdame… por favor!” le alcance a decir, con la última gota de sentido común.
“¡No te preocupes!... ¡Sé bien lo que quieres!” dijo ella, pero malinterpretó mis palabras.
Empezó a chuparla junto con su prima… y yo estaba fuera de mí.
“¡No!... ¡No!... “decía yo, tratando de pedirles que se detuvieran, pero se sentía tan bien.
Las 2 lamian el glande con tanta delicadeza y mientras una se concentraba en la cabeza, la otra lamia el tronco y mis bolas.
Pensaba en Marisol y Verónica, cómo estaría tomando la noticia, pero estaba prisionero. Me sentía tan bien que no podía luchar con ellas y aunque tenía fuerzas en mis brazos, no querían que pararan.
Lo único que alcance a hacer, antes de correrme, fue enterrar mi verga en la boca de Pamela y llenarla con mis jugos. Después de eso, pude descansar.
“¡No es justo! ¡Yo quería probar!” dijo Amelia, volviendo a desvanecerse por efecto del trago.
“¡Hace tiempo que no hacía eso!” dijo Pamela, limpiando mis jugos.
Nos adecentamos y tomé a Amelia en brazo. Ya habían terminado de conversar y la luz en mi habitación estaba encendida. Marisol debía estar esperándome y tenía sentimientos de culpa. Soy un tipo muy débil…
“¿Y bien? ¿Qué decides? ¿Puedes dormir con ella, por esta noche?” le pregunté a Pamela.
“¿Sabes? Hasta hoy, creí que era una chica que estaba de más, que no me necesitabas, pero ahora que he hablado con la “gansa”… es decir, con Amelia, me doy cuenta que no soy la única. Parece que tenemos muchas cosas en común… y probablemente, no me molestaría tanto… compartir otras más.” Respondió con una mirada picarona, que me daba a entender lo que se me venía.
La caja de Pandora seguía sin cerrarse… y mientras avanzaba a la puerta de mi habitación con arrepentimiento, no tenía idea que Marisol deseaba abrirla al máximo...


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1 comentarios - Seis por ocho (67): Cuando sientes que no encajas…

entrajevas +1
marisol deseaba abrirla al maximo??????
metalchono
No sé si al maximo, pero yo quería cerrarla y ella quería meter más gente todavia.