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Compendio I
Hay unos versos en ingles, que dicen que por necesitar un simple clavo se perdió un reino. No lo voy a recitar, porque es muy largo, pero en el caso de Sergio, perdió su casa por un simple tragaluz que fue, pero legalmente, nunca fue.
Quería hacer esa ampliación, porque la habitación donde dormíamos con Marisol era muy oscura, fría y pensé que sería agradable poner luz solar. Pero según mi padre, antes de hacer ese tipo de arreglos, uno debe ir a la municipalidad, ya que uno no puede instalar ventanas en una casa a diestra y siniestra.
Fui para allá, completamente desarmado. Pensé que me informarían bien sobre el procedimiento que iba a realizar, pero me dijeron que el permiso que ellos otorgaban debía ser certificado por una constructora, la cual revisaría los planos de la casa, para estudiar la factibilidad de la construcción.
Contacté a una de estas empresas y me hizo el estimado. No fue muy barato, pero pensé que ahora podía hacer la construcción. Me presenté de nuevo en la municipalidad y me dijeron que no había declarado la ubicación de mi casa ante un notario.
Yo les dije que no lo creía necesario, puesto que solamente quería hacer un tragaluz que apuntara al cielo, pero ellos señalaron que el costo del permiso variaba con la ubicación. Pensé que era lógico, porque con el pasar del tiempo, los terrenos ganan valor.
Desembolsé otro poco más de dinero para obtener la certificación del notario, fui por tercera vez a la municipalidad y me dijeron que en el plano que presenté, solamente había declarado la obra gruesa.
No estaban incluidos las redes eléctricas, cañerías, excusados, tinas y lavaplatos. Me enojé, porque eso no lo necesitaba, ya que solamente quería hacer un boquete en el techo.
El funcionario municipal me dijo que sin eso, la tasación de mi casa no era válida, por lo que el valor de mi propiedad se alzaría más de lo estimado y estaría realizando un fraude. Yo le dije que ellos eran unos fraudulentos, que lo único que quería era hacer una ventana al techo y con todos los gastos, me estaba saliendo más del doble por el simple papeleo, así que desistí.
Pero igual deseaba hacer la ampliación, por lo que decidí intentar regularizar los documentos.
Revisando por la red, descubrí que la municipalidad tenía razón: el costo de la obra gruesa alcanzaba un poco menos de la mitad del valor total. Como fui sin documentación, en la municipalidad creyeron que yo estaba declarando una nueva propiedad, cuando ellos ya tenían un registro de la casa inscrita previamente por mis suegros.
Luego de ver los costos, hablé con mi padre al respecto y me dijo, con mucha astucia, “que siempre hay alguna forma para burlar las reglas” y me sugirió que en vez de hacer un tragaluz transparente, lo hiciera con vidrio polarizado, en un tono parecido al de nuestro tejado. Así terminé la aventura del tragaluz, pero guardé los documentos, pensando en regularizar la situación algún día y resultó ser que ahora me fueron extremadamente útiles.
El viernes, nos besamos e hicimos el amor un par de veces en la mina con Sonia. Habíamos terminado esa etapa en nuestras vidas y ya no teníamos trabajo por realizar. Era un poco excitante pensar que la mina nos estaba pagando el combustible de la camioneta, nuestros almuerzos, el hospedaje de Sonia y mis viáticos, si solo iba a hacerle el amor ese día… pero los contratos son los contratos.
Le dejé la camioneta al supervisor y tomamos el bus. Estaba muy alegre que ya le tomara abiertamente la mano a Sonia y me decía que realmente, me merecía una chica como ella, lo que la hizo enrojecer.
Durante el trayecto a la ciudad, nos fuimos besando y le dije que me esperara en la entrada del aeropuerto, porque le daría una gran sorpresa. Ella se ilusionó, pero no era la que esperaba.
Llegué a casa y en la esquina, vi una señora bien gordita, de unos 50 años, que me recordó un buitre o una urraca por lo fea de su cara, maquillada de una manera horrible, con unas tetas grandes, pero flácidas y gastadas, espiando la casa de Sergio. Se sobresaltó al verme, pero no me prestó mucha atención.
En el jardín, estaba mi suegro discutiendo con mi suegra, nuevamente porque ella le había sido infiel.
“¡Marco!” dijo ella, al verme y me abrazó para que la defendiera.
“¡Justo a tiempo, Marco! ¡Estaba ya corriendo a esta ramera infértil de mi casa!” me dijo él, con un tono sádico.
“¿Y me trajo los papeles?” le dije, sin abrazar de vuelta a Verónica. Ella estaba asustada y llorando, pero veía en mi mirada que estaba todo bien.
Amelia inteligentemente había sacado a Violeta a jugar en el patio, cuando su padre empezó a enojarse. Entramos en la casa y nos sentamos en el comedor, donde pude revisar los documentos.
Estaban timbrados, legalizados y solamente necesitaba firmar para obtener el título de propiedad.
Verónica nos miraba sin entender, pero veía una mirada serena en mis ojos. Aunque parecía que la estaba traicionando, sabía bien que era incapaz de hacerlo.
“¡Muy bien! ¡Entonces, todo está en orden!” dijo Sergio, al recibir el cheque y el comprobante de venta, mientras yo guardaba la copia. “¡La casa es tuya y ojalá que Marisol y tú sean muy felices con ella! ¡Yo en cambio, me quedaré este dinerito y me daré unas buenas vacaciones!”
Me reí, tanto por su ridícula sonrisa, como por lo estúpido que había sido. Él mismo se había enterrado la daga hasta el fondo y más encima, seguía sonriendo.
Tomé mis cosas y llamé a las niñas. Ya no teníamos nada más que hacer en ese lugar…
Al ver a Sergio tan contento, saltando en el jardín, la vieja fea se acercó y él le mostró el cheque.
“¡Lo sabía!” le dijo Verónica. “¡Sabia que te estabas acostando con ella!”
“¿De qué hablas, mujer?” dijo Sergio besando al buitre ese. “Cuando le dije a Safira lo que me hiciste, ella quiso consolarme.”
“¡Eres un tremendo maricón!” le dijo Verónica, tirándose a golpearles, pero la tomé por la cintura.
“¡Vamos, cálmate!… ¡Hazlo por Violeta y por Amelia!” le dije, apaciguándola.
“¡Sí, tienes razón!” dijo ella, más resignada.
“¡Bueno, don Sergio! ¡Creo que es hora que nos despidamos! Obviamente, no tenemos nada más de que hablar…” le dije, bastante alegre.
“¡Así es, muchacho! ¡Pero si vuelves por aquí, te recibiré con gusto en mi casa!” dijo mirando despectivamente a Verónica.
“¡No se preocupe, no volveré!... ¡Ah!... ¡Por cierto!” le dije, mirando mi bolso y sacando los 3 boletos, repartiéndolas a cada una de ellas.
Violeta lo miró y como no sabe leer, me preguntó.
“¿Qué es esto?”
“¡Es una invitación para volar en avión!” le dije yo.
“¿Voy a andar en avión?” preguntó ella, muy emocionada.
“¡Sí, corazón! ¡Vas a ir a vivir con tu hermana Marisol!” le respondí.
La cara de Sergio estaba desencajada. Verónica y Amelia lloraban, al ver que el boleto, al igual que el mío, era de primera clase.
“¿Y papi no va a venir?” preguntó la pequeña, al ver que no le di un boleto.
“¡No, corazón! ¡Él quiere quedarse aquí, a vivir un tiempo con esta señora!” le respondí. Por lo menos, no creo que la traumatice la separación, ya que se iría con todos los que quiere y que a ella la quieren.
“Marco… ¿Qué estás haciendo?” preguntó Sergio, muy enojado, mientras que la urraca lo trataba de calmar.
“Yo, nada. Solamente estoy cumpliendo los deseos de Marisol.” Respondí.
“¡Pero pensé que eras mi amigo!” me dijo él, rojo de furia.
“¡Claro que no!... en los negocios, no hay amigos… y por cierto, muchísimas gracias por venderme su casa tan barato.” Dije
Esa frase puso una cara imposible en Sergio...
“¿Cómo que… tan barato?” dijo él, pasándose la mano por toda la cara.
“¡Pues sí! ¡Jamás pensé que me vendería la casa a un cuarto del precio original!” le dije, sonriendo cobrando mi venganza. No era el único. Amelia y Verónica también disfrutaban con su desgracia.
“¿Un cuarto?...” dijo él, tirándose los mechones. “¡Me estafaste!... ¡Me mentiste!... ¡Eres un traidor!”
“Claro que no. Quería comprar su mitad de la casa, pero usted estaba tan enojado con mi suegra, que no dudó en ofrecerla en la mitad... es tan desconfiado… aunque el mismo personal del gobierno le dijo que algo raro pasaba, usted decidió continuar con la venta. El avalúo que le presenté alcanza sólo la mitad del precio original, usted lo redujo a la mitad y el 15% adicional que le ofrecí era para concretar la cuarta parte. ¡Debería tener más confianza en los demás!”
“Pero… tú me dijiste eso…” dijo él, cayendo de rodillas, fulminado por el engaño.
“¡Yo sólo repetí lo que siempre me ha dicho!” le respondí, para humillarlo aun más.
Aprovechando que estaba arrodillado, Violeta le dio un beso en la mejilla.
“¡Adiós, papi! ¡Te echaré de menos!”
No podía ser mejor momento, ya que llegaba el taxi. Le pedí al chofer que guardara las maletas, ya que Verónica y Amelia tenían que despedirse.
“¡Sergio, no te odio, pero si quieres divorciarte, te entiendo!” le dijo Verónica, aprovechando de patearlo en el suelo con sus palabras. “¡A lo mejor, ella te hará tan feliz como Marco lo ha hecho conmigo! ¡Firmaré lo que me pidas y te dejaré vivir en paz!”
“¡Claro que habiendo tanta distancia, creo que los trámites de divorcio serán más caros! … ¡Y eso, sin considerar que tendría que pagar la manutención de Violeta y Amelia! Porque me equivoqué, suegro. Mientras Amelia esté en la escuela, ¡Usted igual debe pagar manutención!” le dije yo, hundiéndolo más.
“¡Adiós, papá!” le dijo Amelia, tomando el brazo de su hermana. “¡Nunca estuviste ahí cuando te necesité, pero Marco siempre me apoyó cuando lo necesitaba! ¡No te guardo rencor y espero que algún día seas feliz!”
Completamente devastado, con la urraca abrazándolo por la espalda para hacerlo reaccionar, le di el último golpe de gracia: cuando vi que su mirada perdida me veía irme abrazado a sus mujeres, deslicé cada mano bajo sus cinturas, apretando los glúteos de su esposa y su hija, los que ellas recibieron sobresaltadas, pero se acomodaron en mis hombros, tiernamente.
Él me miró horrorizado y yo le di una última sonrisa de malicia. Por más que lo abofeteara la urraca, Sergio no podía reaccionar…
Al subir al vehículo, el chofer del taxi me dijo.
“¡Es bonita su novia!... ¡Y su suegra!... ¡Uy!”
Yo sonreí.
“¡Son mi suegra y mi cuñada!” le aclaré.
“¡Ay, no! ¡Debe ser difícil ser yerno y cuñado de tremendas yeguas!” me dijo él.
“¡No tiene idea!” dije, reajustando el retrovisor para ver la sonrisa de Verónica y sus bamboleantes senos, una última vez más por esos lugares.
Llegamos al aeropuerto y Sonia nos estaba esperando.
“¡Esta es una verdadera sorpresa!” dijo ella, muy asombrada al vernos.
Mientras embarcábamos nuestro equipaje, le conté lo ocurrido y cómo había conseguido una casa propia, por sólo un simple tragaluz.
Mientras abordábamos, pensaba en todas mis experiencias vividas por esos lugares y pensaba que me esperaría un vuelo muy tranquilo… sin embargo… las cosas no saldrían de esa manera y el tiempo se me pasaría volando.
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2 comentarios - Seis por ocho (65): Por un tragaluz…