You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Seis por ocho (60): Una noche sin límites




Post anterior
Post siguiente
Compendio I


Me bajé del vehículo y entré a la casa. Verónica estaba lavando la loza y no me sintió entrar en la casa.
“¡Marco! ¿Qué haces?” exclamó cuando le levanté la falda y le baje el calzón.
“¡Sabes muy bien lo que hago!” le dije, masajeando sus tiernos y enormes pechos.
A medida que le rompía el culito, se iba calentando más y más, dándonos besos apasionados, mientras que mis manos desnudaban su delantera y masajeaban suavemente el botón del placer.
De repente, se abrió la puerta y era Amelia, que regresaba de su trote.
“¡Mamá!” dijo al vernos enfrascados en la acción.
“¡No te preocupes… Amelia… después me encargaré de ti!” le dije, mientras sacudía fuertemente a su madre con sus embestidas
Una vez que Verónica acabó, saqué mi herramienta y besé sin vergüenza alguna a su hija.
“¡Marco, cuánto extrañaba esto” me decía ella, mientras desnudaba sus tiernos y vírgenes meloncitos.
La besé y la acosté en el sofá y empecé a desnudarla de sus ropas sudadas de ejercicio. Ya estaba húmeda cuando se la ensarté. Ni siquiera me acorde del preservativo. La deseaba como un animal.
“¡Estás tan salvaje!” me decía Amelia “¡Te siento tan adentro!... ¡No importa si me embarazas!... ¡Quiero tener tu hijo!”
Y me corrí en su interior. Su madre, más repuesta, me dijo.
“¡Podemos subir y entretenernos más!”
Tomé a Amelia, que aun chorreaba mis jugos por su rajita y la deposité en la cama. Para sorpresa mía, Verónica se había puesto el consolador doble y me miraba desafiante.
“¿Por delante o por detrás?” preguntó.
“¡Por delante, por favor!” le dije.
Y montó el aparato, sin vergüenza en la vagina de su propia hija.
“¡Mamá!... ¿Qué haces?” preguntaba sorprendida, pero la madre la callaba con besos lésbicos apasionados, mientras se tomaban los pechos y yo penetraba a Amelia muy violento por detrás.
“¡Mamá!... ¡Marco!... ¡Me voy a correr!... ¡Me volveré loca!... ¡Ah!” dijo, empezando el primer orgasmo de la noche, mientras que yo y su madre nos movíamos en un frenesí.
Luego cambiamos posiciones. Amelia se puso el consolador y cobró revancha con su madre. Luego cambiaron lugar conmigo. Sin reparo alguno, madre e hija se rompieron el culo mutuamente. Llegó la mañana y las dos se habían convertido en mis esclavas sexuales, chupando mi verga como verdaderas amantes…
¡Por supuesto que eso no pasó!...al menos, no todo y no de esa manera...pero soñar no cuesta nada.
En realidad, sí bajé del automóvil y sí encontré a Verónica lavando, pero me escuchó al llegar.
“Marco, ¿Cómo estás?” me dijo besando mi mejilla. “Sergio llamó hace poco rato y dice que quiere hablar contigo…”
Su mirada se tornó triste, pero le acaricié suavemente el mentón.
“¡Sé que esto te asusta, pero no te preocupes! ¡Quisiera contarte mis intenciones, pero necesito que estés asustada para que todo resulte! ¡Así que sigue sufriendo un poco más, pero ten en cuenta que estaré ahí para atajarte!” le dije.
Ella me abrazó y se puso a llorar.
“¡Está bien! ¡Haré lo que me pidas!” me dijo. “¡Confío en ti!”
En esos momentos, sonó el teléfono. Era Sergio.
“¡Marco, al fin te encuentro! ¡He estado en la notaría, haciendo los trámites para la venta!” me dijo él, muy entusiasmado.
“¡Qué bien! ¿Ha sido muy engorroso?” pregunté, muy cordial.
“No, pero ha sido bastante caro… además, me están diciendo que hay algunas cosas irregulares…” dijo con un tono de preocupación, pero con intenciones de sacarme dinero.
“Bueno, suegro, usted sabe cómo es esa gente. ¡Crean problemas para que uno pague de más!” le dije yo.
“¡Así parece!” me dijo él.
“¡Supongo que me seguirá vendiendo la casa a mitad de precio!” le dije con malicia.
Él guardó silencio.
“Bueno… estaba pensando que está muy barata… tal vez, podría vendértela un pelín más cara.” Me dijo.
“¡Pero suegro, pensé que era un hombre de palabra!” dije, tratando de sonar ofendido. “¡Además, le he pagado todos los meses la renta al día y también estos días en que he estado viviendo acá! ¡No olvide que también mantengo a su hija!... Por eso le había ofrecido un 15% adicional por la compra. Yo también he hecho mis inversiones por esa casa.”
“Sí…tal vez… tengas razón…” me dijo, bien desganado.
Entonces, enterré levemente más la daga.
“¿Y cómo va su trámite de separación?”
“Más o menos…el abogado cobra demasiado caro…Toma mucho tiempo… y me estarían cobrando manutención de Amelia y Violeta.” Me dijo él, desanimado.
“Creo que sería la manutención de Violeta, solamente.” Le inventé al momento “¡Recuerde que Amelia es ahora mayor de edad!”
“¡Tienes toda la razón!” dijo con más ánimos. “¡No tendría que pagar tanto!”
“¡Entonces, mayor razón para que me venda la casa!” le dije, azuzándolo más “Supongo que prefiere vendérmela a mí que darle la mitad a ella, ¿Cierto?”
“¡Tienes toda la razón! ¡Me convenciste! ¡Tendré los papeles lo antes posible!” me dijo él, muy feliz.
“¡Tiene que ser antes del viernes, ya que no creo volver por estos lados por un buen tiempo!” le dije “¡Además, me gustaría estar ahí para la despedida de mi suegra y mis cuñadas!”
“¡Sí, no te preocupes! ¡Tendré todo listo para el viernes!” dijo él.
“¡Le estaré esperando con el cheque, adiós!”
“¡Adiós!” me dijo él y corté.
¡Es tan bobo! ¡Ni siquiera sabía que la venta podía realizarse en cualquier momento, independiente de dónde me encontrara!
Verónica me había escuchado, bastante preocupada.
“¡Tienes que preparar las cosas! ¡Realmente, tiene que creer que te iras de aquí! ¿Conseguiste los documentos de Amelia?” le dije.
“Los tendrán listos para el jueves…” me dijo, aun desconfiando.
“¡Bien, entonces me dormiré una siesta!” le dije.
“Marco, ¿De verdad… no debo preocuparme tanto?” me miró con esos ojos verdes suplicantes.
Sorpresivamente, acaricié su mejilla con suavidad.
“No. ¿Podrías despertarme para cenar?”
Ella se palpaba por donde le había acariciado.
“¿No…trotarás con Amelia?” me preguntó.
“No, estoy cansado y quiero dormir un poco. ¡Te veo después!”
Estaba cansado. Tirarme a Sonia en la mina me había agotado bastante, pero también quería pensar mi estrategia.
Reconozco que ese día si estaba caliente: Quería tirarme a las dos, al mismo tiempo.
Quería chupar y morder los virginales pechos de Amelia, al igual que quería agarrar por detrás los pechos de Verónica, mientras se la enterraba en el culo. Quería sentir las mamadas que me daba Amelia, al igual que metérsela en la suave, agradable y bien rosada vagina de Verónica… pero no sería tan fácil.
“Amigo, has estado en dos orgias con ellas. ¿Cómo me dices que no es tan fácil?”. Pues tenía mis dudas. Aunque Amelia se estaba poniendo un poco más osada, seguía siendo algo inocente. Fue idea de ella que se distribuyeran los tiempos para compartirme y se tienen cierta privacidad respecto a lo que hacen conmigo.
Además, andaba con el bichito del incesto molestando desde la fiesta de cumpleaños. Creo que no tendría problemas con Verónica, ya que ella tiene una mentalidad bien abierta (y pervertida), pero no era lo mismo con Amelia. Ya le había dado una herramienta a Verónica y quería crear la oportunidad propicia para ocuparla, sin que su hija sintiera remordimientos.
Por esas razones, decidí tomar una siesta y descansar, para despejar las neuronas.
“¡Marco, a cenar!” me dijo Amelia.
Mientras me ponía de pie, sonreía. Ya sabía cómo atacar…
Durante la cena, todo fue normal. Amelia me contaba las aventuras de Hisashi-Sensei, que el día anterior habían visto sus amigas y que para variar, el capitulo había terminado en una intriga y sus amigas no paraban de gritar de la emoción.
Sólo podía imaginar las cantidades de patadas que daría Marisol esa noche. Hablé de mi trabajo, de lo que me costaba dar con “Amelia” y que Sonia se había acostumbrado más al encierro.
Luego se sentaron en el comedor y cuando Violeta tuvo sueño, la llevé a acostarse y decidí soltar mi estrategia.
“Verónica… quisiera preguntarte algo…” le dije, fingiendo preocupación. “Deseo saber tu opinión como madre…”
“¡Dime!” dijo ella, apagando el televisor. Amelia también nos miraba.
“¿Crees que mi decisión… fue correcta?... es decir… sobre terminar con nuestras relaciones.”
Si no había escuchado los ruidos de la noche anterior, sus rojos rostros me indicaban asuntos pendientes.
“Pues…conociéndote…era lo más esperable…” me decía ella, complicada con sus propios intereses.
“Sí, Marco… en el fondo… estamos felices… que quieras comprometerte con mi hermana.” Dijo Amelia, aunque no quería mirarme a los ojos.
Sin embargo, insistí metiendo el dedo en la llaga…
“Pero he estado pensando… tal vez, haya exagerado un poco…” sus rostros se iluminaban como lámparas… “Es decir… no soy papá todavía… y bueno, aun no me he casado con Marisol… ¿Crees tú que estaría mal si nuestras relaciones continuaran?...”
“¡Pues, yo…!” me decía Verónica, bastante complicada. Yo no le daba tregua…
“¡Sé que te estoy poniendo en una situación difícil!... pero tú eres la única madre que puede resolver este problema, sin gritarme al oído…”
Sus piernas se empezaban a apretar. ¡Todo estaba saliendo a pedir de boca!
“¿Qué… es lo que piensas tú… al respecto?” dijo ella, tratando de salir del paso.
“¡No lo sé!” le dije, con la voz que pongo cuando algo realmente se me pone difícil. “Hay algunas cosas que me habría gustado enseñarle a Amelia…”
Miré a los ojos de Amelia con sinceridad. La cara de mi cuñada estaba roja como un tomate…
“…y bueno, habían cosas que quería ver si tu esposo había hecho contigo…” le dije, mirando a Verónica, que tenía los ojos enormes.
“¿Cómo…cuales?” preguntó Amelia, deslizando su mano discretamente sobre su entrepierna.
Estaban comiendo de mis manos…
“¡No! ¡No debería decirles!... ¡Verónica, discúlpame!... no debí preguntarte…” les dije, poniéndome de pie y marchando a mi habitación.
“¡Marco, espera!” dijo Verónica, muy asustada.
“¡Sí, Marco! ¡No te vayas!” dijo su hija.
¡La estrategia que había usado con Pamela también resultaba en ellas! Sonreía, sin que me vieran…
“¡Vamos, Marco! ¡Siéntate!” me dijo Verónica. Podía ver sus pezones bien paraditos... “¡Es algo que te complica demasiado… y si podemos ayudarte, aquí estaremos!
“¡Sí, Marco!” decía Amelia, con las piernas bien apretadas, como si su conejito se fuera a escapar. “¡Todos somos adultos ahora… y si necesitas ayuda, haremos lo que nos pidas!”
¡Amelia mordió el anzuelo! Debía darle un poco más de confianza…
“¡No, no se preocupen!... en cierta medida, es mejor… es algo que haré con Marisol, cuando se dé el tiempo.” les dije, siguiendo hacia mi habitación.
“¡Pero Marco!... ¿Y si no le gusta?” me dijo Verónica, toda colorada. “Conociéndote, eres bien curioso y tal vez… a Marisol no le guste. Sé que soy mayor y probablemente, mi figura no sea como la de ella… pero no creo que este mal… que intentes antes conmigo.”
“O si lo prefieres… tal vez… quieras enseñarme a mí… hay muchas cosas que no sé… pero yo confío en ti…” como mi cara no parecía tan convencida por sus ofertas, añadió “Después de todo… tú puedes hacer conmigo… lo que tú desees.”
¡Mi dulce niña había usado la misma línea que le había enseñado el día anterior! Su mirada seductora era ardiente y coqueta. Al ver que nos quedábamos mirando, Verónica agregó:
“Conmigo…tú también puedes…” dijo, sonriendo bien ilusionada.
“¡Está bien!” dije, mostrando mi sonrisa de satisfacción.
Madre e hija estaban muy contentas. ¡La fase 1 se cerraba exitosamente!
Fuimos a la habitación de Verónica y me concentré en besarla, por varios minutos, con mis manos acariciando cada parte de su cuerpo.
Amelia nos miraba con envidia, sentada en la cama, pero era necesario si quería lograr mi cometido.
“¿Lo único que querías enseñarme eran tus besos y caricias?” decía mi suegra, acariciando el bulto en mi pantalón.
“Lo dices como si no te gustaran.” Le dije yo, tomándola por la cintura.
“¡Claro que me gustan!” dijo, suspirando de placer “Pero también hay otras cosas que me gustan también…”
Su agarre no dejaba mi verga en paz…
“¡A mí también me gustan tus besos!” dijo Amelia, haciendo pucheros. “¡Pensé que me ibas a enseñar cosas nuevas!”
“Es cierto, corazón…” le dije, apartando suavemente a Verónica.
Los besos de madre e hija son sorprendentemente diferentes de sabor. Mientras que los de Amelia tienen un sabor dulzón, como una frutilla, los de su madre son más ácidos, como si fuera una lima o un limón, parecido al de Marisol, pero no tan rico.
Mientras la besaba, empezaba a levantarle la polera y manosear suavemente sus pechos. Fiel a su palabra, Amelia se dejaba hacer…
“¿Creerás que tu hija no quería estos pechitos tan deliciosos?” le dije a Verónica, que empezaba a acariciar los suyos.
“No. No lo sabía.” Me dijo ella, bien sofocada.
“¡Marco, no los muerdas!... se siente muy rico…” decía Amelia.
“¡Deberías probarlos!” le dije a Verónica, mirándola de reojo. Estaba tan caliente, que empezaba a considerarlo…
“¡No, no puedo!” decía su sentido común, luchando con la lujuria. Yo era la serpiente en el jardín del Edén…
“¡Tú misma me has dicho…!” le dije, chupando los pezones hinchados, duros y rosados de su hija, mientras que Amelia trataba de contener sus gemidos. “¡… que cuando era una bebe, te daba tanto placer!”
Los labios de Verónica temblaban y sus manos masajeaban la entrepierna. ¡Estaba a punto de caer!
“¡No!... ¡No debo!...” decía ella, acercándose lentamente. “¡Es… mi hija!... ¡No debo!”
Yo sonreía. Entre “poder” y “deber” había una gran diferencia. Entonces, le di el golpe de gracia…
“¡Como quieras!... ¡Tendrás que esperar un rato!... ¡Tu hija lo está disfrutando…mucho!”
No creo que ni siquiera Verónica se dio cuenta cuando empezó a chupar el otro pecho. Lo hacía con tanta delicadeza y pasión.
Amelia tardó unos segundos en percatarse. Mis caricias le hacían sentir tan bien.
“¡Mamá! ¿Qué…haces?” preguntó, entre sorprendida y agradada por su madre.
“¡Lo siento, hija!... ¡Se ven tan ricos!” le decía, chupándolos suavemente.
Amelia se acostaba, rendida y jadeante. Le estábamos dando muchísimo placer.
“¡Marco, trata de usar tu lengua!” me dijo Verónica. “¡Se siente tan rico cuando tocan el pezón con la lengua!”
“¡Ah!” exclamaba Amelia, agradada por la lengua de su madre.
¡Fase 2 también cerraba con meritos! Era hora de comenzar la fase 3…
Bajé las calzas negras de Amelia y descubrí su tierno calzón, con diseño de ositos y corazones. ¡Tan inocente!
Introduje solamente el índice en su rajita y se estremeció. Verónica me miró sorprendida.
“¡Me siento tan bien!...” decía Amelia.
“¿Has tocado la rajita de otra mujer?” pregunté a Verónica. “¡Es una sensación tan extraña!... ¡Sus jugos!... ¡Esa succión en los dedos!”
“¡No!... ¡No debería!... ¡Esto está yendo muy lejos!...” decía ella, tratando de concentrarse en chupar el pezón, lo que hacía a Amelia gemir más.
“¡Otra mujer debe saber hacerlo mejor!” le dije, sonriendo al ver como su mano lentamente se depositaba en el vientre de su hija.
“¡No!... ¡Esto está mal!” me decía, aun luchando con sus instintos.
“¡Para mí, es increíble!... ¡Tocar una parte, con un solo dedo y hacer que una mujer se sacuda completa!... ¡Siempre me impresiona!”
“¡Ah!” exclamó Amelia, en un fuerte orgasmo, al sentir el dedo de su madre en su interior.
La fase 3 había cumplido su propósito, pero debía esperar un poco para empezar la fase 4.
Nuestro desfase en la inserción llenaba de placer a Amelia. Un dedo salía, pero otro dedo entraba y viceversa, haciendo que gimiera levemente.
“¡Está tan caliente!” decía Verónica, subiendo el ritmo para darme alcance, pero yo tenía más práctica.
“¡Se siente… tan rico!... ¡Por favor!... ¡No paren!” nos suplicaba Amelia, llorando de emoción.
Los blancos pechos de Amelia se sacudían como si fueran flanes. Verónica no paraba de chupar el pezón y jugar con él, como si estuviera hipnotizada.
“¡Ay!... ¡Me vengo!... ¡Me vengo!... ¡Ay!... ¡Es tan rico!... ¡Tan rico!... ¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah!...” dijo, cuando se corrió definitivamente.
Mientras Amelia aun se corría sobre la cama, Verónica me miraba con unas ganas…
“¡Por favor, Marco!... ¡Ahora me toca a mí!...”
Era hora de la fase 4. Empecé a penetrarla por detrás, acariciando sus majestuosos y delicados pechos.
“¡Eres tan dócil!... ¡Nunca pones problemas…cuando te la meto por detrás!” le dije.
“Sí… es que lo haces tan rico…” me decía ella, disfrutando mis embestidas.
“¡No tienes idea… de lo rico que es!... ¡Ese calor!... ¡Ese poder!...” le decía, mientras acariciaba su mojado y delicado clítoris.
“¡Sí!... A mí también… me encanta…” decía ella, mientras pellizcaba su pecho suavemente.
“Siempre he querido…preguntarte qué tan rico… era cuando lo hacías con los del gas… sentir esas vergas… duras y deseosas de ti… ¡Imagino que debió… sentirse muy bien!…” le decía, mientras sacudía mis dedos en su rajita con violencia.
Ella gemía, recordando sus penetraciones anales, con felación incluida.
“Eran buenas… pero no tan ricas… como la tuya… ¡Ah!...” decía ella, con su primera gotera.
“¡Mira el trasero… de tu hija!... ¡Es tan rico… y tan estrecho… que disfruto metiéndoselo!” le decía yo, pero no prestaba tanta atención, disfrutando de mis embistes.
“¡Ella es… tan joven… y bonita!” decía Verónica, suspirando de gozo.
“¡Y le gusta por detrás… lo que es mejor!... ¿No te gustaría probarlo?” le tiré la bomba.
A pesar de todo, Verónica es una buena madre, pero quería salirme con la mía.
“¡No, Marco!... ¡Eso estaría…mal!... ¡Ya hemos hecho suficiente!... ¡No debería!...” decía ella, con sus sacudidas rápidas, próximas a su orgasmo.
“¡Tú misma dijiste… que harías lo que fuera por mi!” le dije.
“¡Sí, Marco!...pero yo…”
La conversación la tenía en un cortocircuito. Era el momento preciso para hacerla. Verónica debía mantener la sangre fría, pero era difícil estando al punto de correrse. Estaba muy consciente del placer del sexo anal, pero seguía siendo su hija.
“¡Además, a ella le gusta… y te quiere demasiado!...” le dije, embistiéndola con más violencia, para hacerla sucumbir.
“¡No!... ¡Yo!... ¡Ah!...” la dejaba responder solamente monosílabos, por acción conjunta de mis embistes, mis manos en su pecho y en su rajita.
“¡Y lo que has hecho… le ha gustado!... ¡Tal vez…esto le guste más!” le dije, a punto de soltar mi carga.
“¡Está…bien!... ¡Está bien!... ¡Ah!... ¡Qué rico!... ¡Está bien!... ¡Lo haré… porque me lo pides!...” respondía ella, llenándola con mi carga.
“¡Buena chica!” le dije, besando su espalda desnuda.
¡Fase 4 completa! ¡Solamente, quedaba la fase 5!
Le monté el cinturón y le coloqué a Verónica la punta más larga. Por un momento, me arrepentí al tocar ese pene parecido al mío, pero me sobrepuse, pensando en lo que ahora podría hacer.
Aprovechamos que Amelia seguía dormida, tras la última experiencia y el cansancio de su trote. Tuve que supervisar la penetración, ya que era la primera vez que Verónica tenía un pene.
Como lo esperaba, Amelia lo recibió con agrado.
“¡Marco!” decía, sonriendo entre sus sueños, mientras que su madre se aferraba a su cintura, para facilitar la embestida.
No era necesario que lo dijera, pero Verónica estaba disfrutando de tomar el culo de su hija. El consolador absorbía parte de la presión causada por la penetración, transmitiéndola a su canal uterino.
“¡Amigo, eres increíble! ¡Pensando eso, cuando estás viendo un espectáculo tan morboso como ese!” deben pensar. Sí, soy un ingeniero desquiciado. ¿Qué se le va a hacer?
Al ver que Amelia disfrutaba la insospechada invasión, era hora de empezar la fase decisiva. Con mucha delicadeza, abrí las piernas de Amelia, para lamer su rajita, sin que ella despertara.
A ratos, su húmeda vulva se incrustaba en mi cara con los embistes de Verónica. Al parecer, el regalo le venía de perilla, ya que ambas empezaban a gemir.
Entonces me coloqué el condón y metí la verga en su rajita, despacio, aunque igual entró con cierta facilidad, gracias a mi viciosa suegra. Amelia abrió los ojos cuando me vio chupando sus blancos pechos.
“¡Marco!... ¿Qué haces?...” decía ella, invadida por el placer en ambos flancos.
Podía sentir la verga de silicona junto con la mía. La cara de Verónica brillaba con un placer…
“¿Quién más…?... ¡Mamá!” dijo Amelia, al reconocer esos pechos en su espalda.
“¡Lo siento, hija!... ¡No pude resistirme!” respondió.
No importaba, porque la hija estaba muy agradada…
La cama se sacudía en el piso, producto de las embestidas. ¡Pobre Sergio! ¡Le dejaríamos el piso rayado!
“¡Mamá… lo metes tan…adentro!” decía Amelia, mientras me besaba, desbocada, moviendo sus caderas. “¡Marco… se siente tan bien!”
“¡Hija, te amo mucho!” decía Verónica, buscando su lengua.
“¡Yo también te amo, mamá!” le decía, mientras se enfrascaban en un beso ardiente.
Ver eso y sus pechos sacudirse me tenían a punto de correrme.
“¡Hagámoslo juntos!” les dije, tomando la cintura de Verónica, para acercarla más.
“¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah!” exclamamos en coro, al final.
¡Fase 5 fue todo un éxito! Era hora de cobrar lo buscado…
Esa noche no hubo límites. Si creí que esa experiencia fue buena, lo mejor fue cuando usaron el consolador con sus vaginas. Los besos lésbicos y el sacudir de sus pechos eran dignos para 5 pajas seguidas y como sabía que los puntos críticos de Amelia y Verónica eran su culo y sus pechos, respectivamente, no dudé en abusar de ellos unas 4 veces más.
Sonia tenía razón y ese era un excelente regalo… claro que a la persona que iba no era la más adecuada. Dormí unas 3 horas, pero valió la pena, porque nuevamente desperté con ellas compartiendo mi verga.
Sin embargo, me fui arrepentido a la ducha, ya que madre e hija se quedaron acostadas, chupando sus pechos y manoseando sus cuevitas, envueltas en pleno placer.
Era una lástima… pero me consolaba con que le daría el agradecimiento respectivo a Sonia en el trabajo… pensando que en la noche volveríamos a repetir la experiencia.
Claro está, que ni siquiera yo había medido las consecuencias de la caja de Pandora que acababa de destapar…


Post siguiente

2 comentarios - Seis por ocho (60): Una noche sin límites

entrajevas +1
el siguiente capitulo la caja de pandora
metalchono +1
No del todo. Ese dia habia tronadura en la faena y tengo que contar lo que paso con Sonia y conmigo en ese intertanto. XD. Pero el siguiente...
DGE1976 +1
Por fin..q bueno...madre e hija...mi sueño