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Seis por ocho (58): Ese regalo no es mío…




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Compendio I


Como les he dicho anteriormente, puesto que me demoré demasiado en encontrar novia, mi madre estaba muy tentada a mandarme al psicólogo, pero no era la única que creía que tenía problemas.
En una ocasión, me enfrasqué en una discusión con mi hermano mayor, el mismo que me enseñó las desventajas de beber en exceso, para variar, cuando él estaba pasado de copas.
“Pero Marco…siendo honesto conmigo… ¿Te gustan los hombres o las mujeres?” me dijo, con la terquedad propia del alcohol.
Me ofendí, pero era mi hermano, así que le respondí.
“Yo prefiero las mujeres.”
“O sea, que igual te gustan los hombres…” me dijo él.
Yo empecé a enojarme.
“¡Claro que no! Tú me preguntaste “¿Te gustan los hombres o las mujeres?” y yo te respondí que prefiero las mujeres.”
“Bueno… no importa. Eres mi hermano y yo no te voy a juzgar si es que te gustan los hombres…”
Preferí no seguir discutiendo, mientras él estaba intoxicado.
Lo saco a colación, porque mi cambio radical también se interpretó de esa manera (gracias a la cooperación de Sonia).
“¡Así que ese es tu auto nuevo! ¡Qué bonito!” me dijo Amelia, al llegar a casa.
En comparación con el cacharro que manejaba Sergio, la sucia camioneta se veía bien: más moderna, aerodinámica, lo que quieran. Pero en el fondo, yo sé qué tanto usan estas camionetas en la mina y aunque por dentro tiene muchas comodidades, no vale la pena comprarla usada si sale a remate.
“¡No es mío! ¡Es prestado, por el turno!” le respondí.
“¡Oh!” dijo ella “¡Debes ser muy importante, entonces!”
“¡Te equivocas! ¡Es que ya no estoy trabajando donde está la mayor parte del personal! ¡Estoy un poco más independiente del resto y es por eso que me la prestaron!” le expliqué.
“¡Es una lástima que te la hayan pasado ahora!” me dijo ella. “¡Apuesto que en el último turno, habríamos hecho muchas cosas divertidas en su interior!”
Noté una lascivia en sus ojos, bastante parecida a la de Marisol cuando lo hacíamos al aire libre. Creo que realmente se obsesionó sexualmente conmigo…
“¡Bien, llegamos a la puerta de tu casa! ¡Hasta aquí dura nuestro noviazgo de mentira!” le dije, soltándola de la mano.
“¡Deberías darme un beso en los labios!” me dijo ella, ofreciendo su trompita.
“¡Vamos, no bromees! ¡Sabes que igual me cuesta!” le dije.
“¡Sí, tienes razón!” dijo ella, poniéndose más sería. “¡Marco, te pido disculpas!”
“¡Ya pasó, no te preocupes! ¡Esperemos que todo esté bien!”
“Me pareció oír voces…” dijo Verónica, abriendo la puerta.
“¡Mamita!” le dijo Amelia, con una voz infantil y dándole un fuerte abrazo. “¡No te preocupes, mamá! Me quedaré siempre a tu lado.”
Verónica se alegró, abrazando afectuosamente a su hija y me agradeció con la mirada. Realmente, le asustaba que su hija no la quisiera más.
“¡Bien, estoy cansada y me duele todavía el tobillo! ¡Marco, te quiero mucho y ojalá conversemos un poco más mañana! ¡Buenas noches a todos!” dijo Amelia, subiendo muy alegre.
“Se demoraron mucho…” me dijo Verónica.
“Amelia se torció un tobillo.” le respondí.
“¡Oh!” dijo ella “¡Pensé que habían parado para…!”
“¡No!” le respondí divertido “Ya pasaron esos días y se lo expliqué todo a Amelia.”
“¡Qué bien!...” dijo ella, aunque su cara no se notaba tan contenta. “Marco, quise ordenar tu ropa y encontré algo que me llamó la atención.”
La seguí a mi habitación, ya que se notaba bien preocupada.
“Estaba ordenando tu ropa interior y encontré esto…” me dijo, mostrándome el consolador doble que me dio Sonia.
“¡Sí, eso!...” le dije yo, recordando la incómoda sensación en mis manos“¡Ese regalo no es mío!”
“¡Marco, lo encontré en tu bolso!” me dijo, un poco enojada. “¿Te están gustando…los hombres?”
“¡Claro que no!” le dije yo, rojo de vergüenza.
“Porque si tú me dices eso… trataré de comprenderte… pero si es porque te sientes confundido… tal vez haya algo que pueda hacer por ti…” me dijo ella, posando su mano en mi muslo derecho.
Por el tono de sus palabras, parecía dispuesta a “sacrificarse” por enderezar mi aproblemado espíritu.
“¡No, Verónica! ¡Era un regalo de Sonia, para Marisol!” le dije.
“Pero… ¿Por qué lo trajiste?...” me miró, aun sin creerme.
No le había contado lo ocurrido la semana anterior, para no preocuparla, pero como sabía lo más importante, le conté el sismo que tuvimos en nuestra relación y cómo nos dimos cuenta de que Marisol estaba embarazada.
Aunque estaba algo nerviosa de escuchar cómo su hija había huido del hogar, no paraba de sujetar y mirar de vez en cuando la cabeza larga y delgada del consolador.
“Pero… ¿Cómo te dieron esto?... No me lo has dicho…”
“Ese obsequio me lo dio Sonia.” le dije
“¿Sonia, tu compañera de trabajo?” me preguntó, sorprendida.
“Sí, me dijo que había comprado 2, para simular un trío, aunque no le resultó, pero como yo tenía problemas con Marisol, pensó que sería un buen regalo para ella, aunque lo dudo.” Le dije. “Como después hicimos las paces, no quise dárselo por vergüenza y lo traje para acá.”
“…Entonces… ¿No lo quieres?...” decía ella, sobando la punta gorda y corta.
“No. ¿Lo quieres tú?” le pregunté, al verla excitada.
“¡Me gustaría!… ya que tú… bueno… no puedes hacerlo… y esta puntita… se parece tanto a la tuya…” decía, con unas ganas de lamerla.
“¡Verónica!” le dije, al ver cómo se la llevaba a la boca.
“¡Lo siento!... me dejé llevar por las ganas.” Me dijo ella, avergonzada.
Al parecer, Amelia no era la única obsesionada…
“¡También venía con esto!” le dije, mostrándole el cinturón.
“¿Qué es?”
“No estoy seguro, pero creo que es un cinturón para Bondage…”
“¿Qué es Bondage?” preguntó.
En realidad, tampoco sé mucho del tema, pero le expliqué que se ocupaban para prácticas sexuales algo más fuertes que las habituales.
Algunas personas encuentran satisfacción sometiendo a otros a humillación, encadenándolos, vendándolos y otras cosas, mientras que a otros les gusta ser sometidos de esa manera. Se les dan castigos corporales, palmadas en diversas partes del cuerpo, penetraciones forzadas, pellizcos y otras actividades.
En el caso de ese consolador doble, parecía estar diseñado para mujeres con tendencias lésbicas. Al colocar el consolador en ese cinturón, la mujer podía someter a otra persona, pretendiendo ser el hombre, pero a la vez, recibir placer por la penetración.
Por el rubor de su cara y el brillo de sus ojos, no parecía desagradarle el regalo...
“¡No podría regalárselo a Marisol! Sería incapaz de hacer algo así con ella, pero si te gusta, te lo puedes quedar.” Le dije.
Ella quedó muy contenta y me besó en la mejilla. Nos acostamos en nuestras respectivas habitaciones, pero sinceramente, no pude dormir.
La lámpara de mi techo se sacudió por más de 3 horas y a ratos, distinguía claramente las voces, gemidos y muchísimos orgasmos de Amelia y Verónica, llamando mi nombre, incesantemente.
“¡Marco!... ¡Marco!... ¡Marco!”
Como podrán haber imaginado, mi antena estaba bien dura y desplegada, pero mis principios se seguían manteniendo, decayendo lentamente con cada llamada de mi nombre.
Era una prueba muy difícil y quedaban solamente horas, para que sucumbiera a mis impulsos…


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2 comentarios - Seis por ocho (58): Ese regalo no es mío…

DGE1976 +2
Yo subo y me emperno a las dos juntas...
metalchono +1
entonces, lo que se viene, si te va a gustar bastante... 😛
jucerid +1
Concuerdo con @DGE1976