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Compendio I
Finalmente, le había dado a alcance a Amelia. Incluso ella estaba sentada en el tronco de nuestro vergel, agotada por el trote. Sentía ese ardor en mis pulmones y nauseas por el agotamiento.
Por primera vez, habíamos corrido a toda velocidad, sin parar, por los casi 6 km que nos separaban de su casa. Lo último que recuerdo fue pensar las palabras del astronauta, en esa película del espacio, donde aparecía el monolito oscuro y los primeros hombres- monos…
“¡No era justo! ¡No debía ser yo! ¡Debía estar otro, alguien que realmente lo deseara y que pudiera disfrutarlo, pero no yo! ¡Era demasiado hermoso para poder resistirlo!” pensé, casi sin poder respirar, entonces vi los lindos puntitos de colores y la figura asustada de Amelia, que corría con sus pechos bamboleantes, antes de desmayarme por el cansancio…
Horas antes, lo ocurrido con Sonia me había abierto los ojos. Aunque antes deseaba entregarme completamente a Marisol, ahora no podía. No quería reconocerme como un goloso, pero las amaba a todas, no sólo por su físico, sino que por sus diferentes personalidades y eso me asustaba.
El sector 4 era un pueblo fantasma. Apenas había luces. Tuve que encender la luz de mi casco para poder distinguir mejor nuestro entorno. Tomé a Sonia y la cargué, hasta la oficina.
“¿Te sientes mejor?” le pregunté.
“Sí” respondió ella “Esto parece una oficina de verdad, si no fuera por el techo de piedra.”
Tenía razón. Los focos eran bien parecidos, tanto en la luz como en la forma a los que ocupábamos en nuestra oficina de la capital. Incluso el suelo era de baldosas de cerámica, con escritorios y terminales computacionales, que daban la sensación de una oficina sin ventanas.
“Marco, no quise asustarte.” Me dijo ella, algo avergonzada. “Sé que las cosas son diferentes entre nosotros, pero no pienses que he tomado en serio tus besos… en el fondo, sé que lo hiciste por miedo y aun piensas casarte con Marisol.”
Yo sonreí.
“La verdad, me asusté mucho de perderte. No me he dado cuenta lo importante que te has vuelto para mí…” le confesé.
La dejé sin palabras y trataba de no mirarme, para que no apreciara su rubor.
“Iré a buscarte agua. ¿Estarás bien?” le pregunté.
“No te preocupes por mí.” Dijo ella, tomando su rol profesional “Por ahora, tenemos que enfocarnos en encontrar la maquina.”
“¡Tienes razón!” le dije.
Empezamos a revisar el esquema y la lista de equipos. Ya que ella aun estaba incomoda, pero se sentía mejor en la oficina, decidí salir a inspeccionar yo el área. Le enseñé a usar el radio y nuevamente, la molestosa “oscilación” se escuchó en la transmisión.
Era una especie de pito que subía y bajaba de intensidad, como si fuera una algo que giraba, pero era estático, bastante molesto, pero al menos, ella se sentía segura al escuchar mi voz.
Según el esquema, los más cercanos eran los 4 grupos generadores, a unos 30 metros de la oficina. No fue necesario buscarlos demasiado, ya que se escuchaban bastante bien.
“¡Marco, ten cuidado!” me decía ella por el radio, con preocupación.
“¡No te preocupes! ¡Estos grupos generadores proporcionan energía a la mina! ¡Piensa que son baterías gigantes!” le respondía yo, aunque me molestaba el ruido de fondo.
No parecían ser los responsables de Amelia, ya que funcionaban a la par. Luego me cayó la duda de cómo encontraría la maquina, ya que no todas se podían desactivar y no tenía ni conocía alguna maquina con la que pudiera determinar una fuente de frecuencia eléctrica.
Luego, fue el turno de los equipos de bombas. Ubicarlos fue más difícil, ya que por el momento, estaban desactivados. Pero una vez que di con ellos, tampoco creí que fueran los responsables de “Amelia”.
Revisé los datos de la maquina “Verónica” y confirmaban lo que había previsto. No eran los responsables. Le pregunté a Sonia cómo se sentía y me decía que estaba más acostumbrada. Le pregunté si deseaba ir a comer y aceptó.
Tomamos la camioneta y bajamos al casino, en el área de servicio de la mina. Me sentía mejor al ver que no estaba tan asustada y me alegré de verla tan sorprendida por ver el casino.
Nunca se esperó que los mineros comieran rancho dentro de la mina. Yo lo había hecho esa semana que estuve con la maquina “Verónica” y la comida era bastante buena.
A diferencia de la última vez, ella comía todo sin mirar demasiado el sabor o las texturas de las comidas. Me gustaba que se estuviera acostumbrando a la dura vida del minero y como si estuviéramos en una cita, la invité a conocer a la maquina “Verónica”.
“¿Así que esta máquina da la señal?” preguntó con curiosidad.
“Así es. Funciona como un radar. Da un pulso en la tierra y carga los yacimientos ferrosos, devolviendo la señal, para luego darnos su posición. Lo que hace “Amelia” es que envía constantemente una señal que interfiere con los rebotes y los hace desaparecer.” Le dije.
Ella escuchaba mi explicación con una mirada embelesada con mis ojos.
“¡Pobrecita! ¡Trabaja tanto, para nada!” le dijo a la maquina, haciéndole una leve caricia.
Regresamos al acceso para el sector 4 y cuando llegamos a la zona de la pendiente, le dije que se arrimara a mi lado, para que no se asustara. Ella aceptó de buena gana mi propuesta y se fue abrazando mi cintura, si sentía miedo.
Esta vez, subimos sin problemas y llegamos al sector rápidamente.
Decidí revisar la red, para ver un dispositivo que pudiera rastrear la señal, mientras que Sonia revisaba la base de datos, para completar los equipos de los otros departamentos.
No encontré nada útil y nos dio la hora de regresar. Volvimos a la oficina del supervisor, pero me miró sorprendido al entregarle las llaves.
“¿Tiene algún problema el auto?” preguntó.
“No, pero es para devolvérselo.”
“¡Marco, Marco!” me dijo él, tomando mi hombro, como si fuera mi padre. “Este auto es tuyo, mientras estés trabajando aquí. No es necesario que tomen el bus. Incluso lo puedes llevar a la casa de huéspedes. Solo devuélvelo al final del turno.”
Eso era genial. Significaba que podríamos estar un rato más en casa. Acordamos que pasaría a buscar a Sonia alrededor de las 7 y cuarto a la casa de huéspedes. Me despidió con un beso en la mejilla y me dio gracias por ayudarle.
Mientras manejaba solo, me daba cuenta que tenía mucha suerte. No solo me estaba yendo bien en el trabajo, sino que también mujeres bonitas compartían su tiempo para estar conmigo.
Como les digo, yo no soy la gran cosa. Mido 1.80 y soy delgado. Tengo ojos café, una nariz pequeña, unos labios finos y cabello corto y negro. No tengo músculos ni mi cara es tan, tan atractiva. Soy muy inseguro y me encuentro físicamente débil, pero soy bien inteligente, que es lo más destacable de mí.
Antes, era feliz con el amor de Marisol y con la idea de armar una familia con ella, pero ahora también tenía el de la hermosa Pamela, la tierna Amelia, la distinguida Verónica y mi querida amiga Sonia y eso me complicaba la conciencia.
No era que tuviera dudas con casarme con Marisol. Era un deseo que tengo desde unos 2 años antes. El problema era que las otras me necesitaban de alguna manera y a mí me preocupaba que encontraran a alguien que no pudiera satisfacerlas emocionalmente, como ellas se lo merecen.
Llegué a casa de Verónica y toqué la bocina. Estacioné el auto y ella salió a recibirme, muy sorprendida, junto con la pequeña Violeta.
“¿Y eso?” me preguntó.
“Me lo prestaron en la mina. Por ahora, es mío.” Le dije.
“Es bien bonito.” Dijo ella, aunque estaba bastante usado.
“¿Y Amelia? ¿Está mejor?” le pregunté.
“Se está preparando para correr. No ha querido hablarme.” Dijo Verónica, con un tono de tristeza. “¿Crees que lo que hice estuvo mal?”
“No. Lamentablemente, Sergio no te amaba como lo mereces. Déjame hablar con ella. Al parecer, está más enojada conmigo.” Le dije, aprovechando que Violeta hacía dibujos en el barro de la camioneta, sin prestarnos atención.
Me dio una sonrisa discreta. Entré a la casa y me cambié rápidamente.
Al salir, divisé justo a Amelia.
“¡Espérame! ¡Déjame acompañarte!” le grité, pero al verme, salió corriendo apresurada.
“¡Déjame sola!” me gritaba, corriendo lo más rápido que daban sus piernas.
Yo quería morirme por el calor en mi garganta, pero no podía obedecerle. Tenía que aclararle todo… y llegamos al principio de esta historia.
Cuando abrí los ojos, la vi llorando a mi lado.
“Marco, ¿Por qué me haces esto?” me decía.
“Lo hago…porque te quiero.” Le dije, aun respirando con dificultad.
“¿Por qué me dices eso?... me duele mucho.” Me decía ella, gimiendo.
“Para mí… tampoco es fácil.” Le dije. “Amelia, cuando iba en la escuela… me habría gustado conocer una chica como tú. Eres inocente, bonita y generosa… lo que he hecho no ha sido bueno… pero lo hice, porque me gustabas mucho… me siento incómodo, porque no debí propasarme contigo… te pido que me perdones.”
“¡No es tu culpa, Marco!” me decía ella, abrazándome “¡Estoy enojada conmigo!... debí conversar contigo, cuando pude. No debí asustarme y siento envidia de mi hermana, porque ella sí se atrevió. ¡Yo te quiero mucho, Marco!… me has salvado tantas veces… no sólo a mí, sino que también a mamá.”
La senté en nuestro tronco, donde la toqué por primera vez y acaricié sus cabellos.
“Incluso ahora… que mamá se está divorciando… yo debería odiarte, pero no puedo…” lloraba en mi pecho. “Yo quería que lo hicieras… que me vieras como una mujer… has podido ver tanto en mí… ¿Podrías amarme una vez más, al menos?... es lo único que te pido.”
Amelia me besaba con tanta ternura…empezaba a flaquear.
“¡Amelia, eso empeorara las cosas!... ¡No puedo!...”
Amelia me lloraba.
“¡Por favor, Marco!... ¡Sólo te pido una vez!... ¡Me gustaría sentir lo que siente mi hermana contigo!” me decía ella, debilitándome al sacarse su polera y exponer su sostén tan cerca mío.
“¡Amelia, no lo hagas!... ¡Ahora no tengo protección!... ¿Qué pasará si te embarazo?...” le decía, mientras me besaba y me hacia tocar sus tibias mamas. Ella desabrochaba mi pantalón y descubría mi aparato.
Ella seguía llorando, suplicante.
“¡Sólo una vez, Marco!... ¡Sólo una vez!... ¡Quiero sentirte en mí, por favor!...” me decía, lamiendo la punta de mi pene, que ya empezaba a pararse, mientras se bajaba sus chorreantes bragas infantiles.
“¡Amelia… ni siquiera tomas la pastilla!” le dije, pero era tarde. Ya se había ensartado en mí.
“¡Estás tan caliente!” decía ella, empezando a subir y bajar, lentamente.
¡Demonios!. Mi cuerpo se sentía estupendo en su interior. Estaba ardiendo y es tan estrecha. Más encima, sus pechos, frente a mi cara, me tenían peor.
La fuerza de sus caderas era impresionante, al igual que su succión y sus gemidos me excitaban cada vez más. Aunque mi cuerpo lo disfrutaba, para mi mente era una pesadilla.
Era demasiado tarde. Incluso si no eyaculaba en su interior, aun existía el riesgo de dejarla embarazada.
Pueden estar pensando “Amigo, ¡Relájate y déjate llevar! ¡Ella lo quería y al fin lo tiene!”, pero ¿Cómo lo disfrutas, si sabes que hasta unas semanas atrás era la inocente hermana de tu novia? ¿Casi una hermana para ti? ¿Qué pasará si quedaba embarazada? ¿Cómo le explicas a tu novia? ¿Qué “Fue culpa de ella”? ¿Qué “Ella se me abalanzó”? ¿Dónde estaban mis intentos por resistirme?
Incluso si me resistiera ahora, solo empeoraría la situación. La haría sentir rechazada y buscaría una segunda oportunidad o tal vez, haría algo peor, como drogarme y aprovecharse de mí mientras duermo (una posibilidad muy factible, ya que me ha ocurrido 3 veces).
Lo único que podía hacer era dejarla montarme un rato e intentar correrme afuera, pero era difícil.
“¡Es tan grande!... ¡Es tan rica!...” decía ella, sacudiéndose como una ninfa.
Su cuerpo, sus pechos, sus gemidos, su misma rajita me invitaba a correrme en su interior.
Cerré los ojos, en una de las pruebas de resistencia más difíciles, probablemente después del trote que me di.
Para colmo, podía sentir su útero deformarse con sus saltos.
“¡Estás tan adentro!... ¡Me siento tan feliz!” me decía.
Era una lucha titánica. A pesar de ser tan inocente, sus gemidos eran tan sensuales. Inclusive, a ratos se aferraba a mis hombros y hacia un movimiento serpenteante de cadera que me dejaba peor. Podía sentir cómo se corría cuando lo hacía también.
“¡Por favor, toca mis pechos!... ¡Hazme sentir tuya!... ¡Dime “Marisol”, una vez, por favor!”
Sus suplicas eran extremadamente tentadoras, pero debía aguantar con los ojos cerrados y pretender que esos globos bamboleantes, húmedos con sudor, no eran los masivos pechos de Amelia. Tenía que aguantar.
“¡Marco, por favor!... ¡Córrete en mí!... ¡Hazme tuya!... ¡Por favor!”
Sus movimientos pélvicos eran frenéticos y mis fuerzas flaqueaban. Estimaba correrme en unos 15 segundos.
No tuve más opción que tomar esos pechos y voltearla.
“¡Marco, ¿Qué haces?”
Tuve que luchar contra su vulva, que la mantenía prisionera. 5 segundos para sacarla.
“¡No, Marco, detente!... ¡Estás tan cerca!... ¡No!... ¡No!... ¡No!...” me gritaba.
Alcancé a correrme por fuera de su vientre, en su estómago y en sus pechos.
“¿Por qué?”Me miraba, desconsolada. “¡Estaba tan cerca de sentirte en mí!”
Fue la única vez que abofeteé a una mujer…
“Amelia, ¿Qué has hecho?” le dije, mirando mi mano. “¿Cómo puedes ser tan egoísta?”
Me puse a llorar.
“¿Por qué… me pegaste?” decía ella, mientras me encorvaba en una posición fetal. Respiraba profundamente, para tratar de tranquilizarme.
“Amelia… yo ya tomé una decisión… no puedo compensar por lo que no hiciste… pero eso no te da derecho para abusar de mí…” le dije, enojado.
“¿Abusar…de ti?” preguntó confundida.
“Una vez, en este mismo lugar, me dijiste que entendiste a lo que me refería con el amor verdadero: tenías miedo de orinarte encima mío, pero yo no te escuché.” Le recordé, todavía enojado.
Al recordar esos momentos, se arrodilló, desbaratada.
“Pero…yo…” intentó decir, pero no le di tregua.
“Te dije que había hecho cosas malas y te dije lo arrepentido que estaba. Pensé que me habías perdonado, pero aquí estamos, contigo tomando venganza.”
Ella lloraba.
“Yo…sólo… te quería una vez más…” me decía, con la cara llena de arrepentimiento.
Quebró mi enojo. Aun era la hermanita de Marisol…
“¡Lo sé!” le dije, poniéndome de rodillas y abrazándola para consolarla “Yo también lo quería… pero ya no puedo. Yo no soy el mismo. Quiero ser un buen papá… que mis hijos se sientan orgullosos de mí…”
Le sequé las lágrimas y la llevé al vergel, para limpiar su cuerpo.
“Yo…solamente… una vez más… sólo para mí…” me decía, todavía impresionada por lo que había hecho.
La vestí y me vestí yo. Finalmente, volvió en sí.
“¡Marco, yo lo siento!” me decía, todavía llorando “¡Es que mis ganas eran muy fuertes y yo te amo tanto!...”
La besé, una última vez (o al menos, eso creía) en esos inexpertos labios.
“¡Yo también te amo!... ¡Pero ya no se puede!” le dije.
¡Qué equivocado estaba!...
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1 comentarios - Seis por ocho (56): Una prueba de resistencia.