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Seis por ocho (53): El delfín olvidado…




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Compendio I


Pamela había hecho todo lo posible por ubicarla. Al igual que yo, sabía bastante bien que su prima era bien predecible y rutinaria: si no se reunía conmigo, al terminar sus clases, regresaba a casa.

Llamó a la policía, para reportar una presunta desgracia, pero le dijeron que era solo un par de horas.

Por lo general, el protocolo para realizar la denuncia es esperar unas 6 horas después de la desaparición, aunque había algunos políticos tratando de impulsar una reforma para cambiarlo, ya que muchas cosas podían transcurrir en ese intervalo.

“¿No crees que…?” me dijo Pamela, sin terminar la oración por miedo.

“¡No, cálmate!” le dije yo abrazándola, mientras paraba de revisar la habitación de Marisol. “Ella es incapaz de hacer algo así. Sabe que nos preocuparíamos mucho.”

“¡Pero ella ha estado tan rara!...” me decía, llorando asustada.

La miré a los ojos, con mucha serenidad.

“¡La conozco mucho mejor que tú y no tienes que preocuparte! ¡Sé que la encontraremos!”

Ella se calmó y me dejó investigar.

Aunque también se me pasó la posibilidad que le hubiera ocurrido algo en el trayecto a casa, era poco probable. El barrio universitario y donde vivimos es relativamente seguro.

Apenas me enteré de la desaparición, lo primero que hice fue ir a la universidad. Me encontré con algunos de sus profesores, que afortunadamente la habían visto en clases e incluso, mi profesor guía en el magister me contó que la había reconocido y preguntado por mí.

Una fuerza mayor en mí me decía que la clave de todo: su desaparición, su cambio de actitud, su miedo, su rechazo y todo lo demás, estaban en nuestra casa.

Pamela no me creía, pero me tenía fe. Soy listo y si alguien podía encontrar a Marisol, esa persona podía ser yo.

Revisé el armario de Marisol y noté que faltaban prendas de vestir. No muchas, pero unas que reconocía extraviadas. También se había llevado ropa mucha ropa interior.

“¡Marisol huyó!” le dije, con algo de alivio.

“Pero… ¿A dónde?... Llamé a la casa de tus papas, a mi mamá, pero no la han visto.” Me decía, llorando.

La misma fuerza que me guiaba me decía también que faltaba algo más…

No sé cómo describirlo… Marisol es especial y aunque parezca extraño que el día de su desaparición haya atendido a clases, para mí era algo esperable de ella. Después de todo, había invertido tanto esfuerzo por entrar a la universidad, que una última clase no me parecía una idea tan descabellada.

Además, Marisol es algo romántica y si pensaba escapar, tenía que llevarse algún recuerdo. Fue entonces que vi la pequeña caja en la cama.

La tomé y la abrí. Pueden creer que estoy loco, pero al ver su contenido, ¡Me sentí feliz! ¡A pesar de todo, aun pensaba en mí!

“¿Es eso…?” preguntó Pamela, maravillada.

“Sí. Se lo regalé, la mañana siguiente a todo este embrollo.” Le dije, sonriendo.

El anillo de compromiso, con el delfín de lapislázuli, se había olvidado al momento de empacar. Me consta, porque ella lo guardó en su velador para no extraviarlo.

Me senté en la cama, contemplando el anillo y algo me llamó la atención. El basurero tenía mucha basura alrededor. Era extraño, porque Marisol es muy limpia.

Le entregué el anillo a Pamela, para que lo viera. En el basurero, había solamente un objeto. Lo tomé y al reconocer que era, lloré. ¡Estaba demasiado feliz!

Con desesperación, busqué nuevamente en la habitación. La fuerza ya no me decía susurraba al oído. Literalmente, me gritaba en el corazón que la pista definitiva, la que me llevaría con ella, estaba ahí. Y fue entonces cuando divisé el librero, donde guardaba “El Conde”, que me percaté de un Manga debajo del tercer tomo.

Lo abrí, lo reconocí y finalmente, supe dónde ella estaba.

“Marco, ¿Dónde vas?” me preguntó Pamela, todavía sorprendida, al verme arrebatar la caja con el anillo y correr.

“¡A buscar a Marisol!” respondí.

“¡Pero no sabes dónde está!”

“¡Sí! ¡Sí lo sé!” le dije, cerrando la puerta de la casa.

Le pedí al chofer del taxi que me llevara lo más rápido posible. Él se extrañó, porque iba solo y suponía que por ser día de semana, estaría todo cerrado.

A medida que subíamos por el camino, la vista de la ciudad era impresionante. El contraste entre la foresta y las luces eléctricas me hacían sentirme pequeño e insignificante en el mundo.

Llegamos al local, pero como ambos esperábamos, estaba cerrado y oscuro. El chofer me preguntó si deseaba ir a otro lugar, pero le pedí que me dejara ahí. Sabía que ella estaba en ese lugar, solo un par de metros. La fuerza me lo había dicho.

Él me despidió, pidiéndome que fuera cuidadoso, ya que estábamos en medio de la nada y podía pasarme algo, pero no me importaba. Cancelé la carrera y me fui flotando entre las sombras.

El edificio lucía apagado y muerto. Sus numerosas sillas y mesas parecían contemplarme por las ventanas. Di vuelta el edificio y pude apreciar la luna, apareciendo entre las montañas. La vista de esa planicie cubierta de pasto, con el fondo de la ciudad detrás, me trajo algunos recuerdos.

Miré la escalinata de mármol y finalmente, ahí estaba, aun llorando, como una niña.

“Así que también te acuerdas de este lugar…” le dije.

Ella levantó su cabeza, muy sorprendida y pude ver el lunar que me fascina, adornar esa cara sonriente de alegría.

“¡Marco!... ¿Qué haces aquí?...” preguntó ella, corriendo a mi encuentro y abrazarme. Me besó, con sus labios sabor a limón. “Pensé… que no volvería a verte…”

Me decía, llorando en mi pecho.

“¡Calma, calma!...Ya lo sé todo… y quiero que sepas, que no te dejaré jamás.” Le dije, bien sereno.

“¿De…veras?” preguntó.

La besé y le acaricie el vientre.

“De veras…” respondí.

Me gustaría decir que nos abrazamos e hicimos el amor inmediatamente, pero la triste verdad fue que se puso a llorar y gemir, mientras me abrazaba.

“¡Marco, no sé cómo pasó!... ¡Yo te he sido fiel!... ¡En serio!... ¡Creo que fue en la universidad!... ¡Alguien me drogó o algo así!... ¡No sé!... ¡Marco, por favor, perdóname!...” me decía, gimiendo a todo pulmón.

“¡Tranquilízate!... “Le dije, acariciando sus mejillas “Lo importante es que no recuerdas cómo fue y al parecer, no sufriste. Las cosas han sido demasiado extrañas estas semanas, que no me importaría demasiado si es o no mío. Lo importante es que me has hecho muy feliz.”

Le dije, sellando sus labios con un beso.

“¡Pero Marco!... ¡No es…tu hijo!” me decía ella, llorando.

“¡No importa! ¡Lo querré como si fuera mío!” la abracé y la fui besando, a medida que la desvestía despacio.

“¿Cómo…cómo me encontraste?” me decía ella, mientras la depositaba sobre mi camisa, encima del pasto.

“Pues pensé cómo tú… me pregunté qué harías y fui a tu habitación, para buscarte.” Le dije, mientras me sacaba los pantalones. “Encontré la prueba de embarazo y me puse a pensar dónde irías. Entonces, vi lo que hizo enamorarte de mí… y todo encajo.”

Tenía unos tremendos ojos abiertos…

“¿Viste mi Manga?”

Yo sonreí.

“Sé que tus mangas los guardas en el baúl bajo tu cama. Pero como te dije que “El Conde” era mi libro favorito, me llamó la atención ver uno de ellos, junto a esos tomos. Entonces reconocí a Urashima-Kun y pensé que si fueras él, vendrías hasta acá. “Le dije, acostándome a su lado.

“¿Pero…cómo?” preguntó ella, sorprendida al sentirme dentro de ella.

“Cuando todos descubrieron su secreto, Urashima fue una última vez a la Toudai, donde lo encontró la niña de sus sueños.” Le dije, empezando a bombearla despacio “Sé bien que tu sueño era entrar a la universidad y lo cumpliste, pero ver ese delfín olvidado, me di cuenta que otro sueño había salido al paso… pensé que si fuera Marisol, ¿Cuál sería el lugar más especial para recordarme?... y aquí estamos…”

En efecto, estábamos amándonos un par de metros del balcón donde sus padres tuvieron su cena de aniversario, donde ella pudo comprender que éramos el uno para el otro.

“¡Marco!...Pudiste… encontrarme…” me decía ella llorando, mientras la bombeaba con más fuerza.

“Tal vez… no sea el mejor momento…” le dije, besando sus mejillas y acariciando el contorno de sus nalgas, mientras ella me envolvía con sus piernas para que la penetrara mejor y no la dejara escapar. “…Pero… ¿Querrías casarte conmigo?...”

No sé si es posible, pero sentí que sus entrañas se aferraron con una intensidad mayor a mi pene cuando le dije eso.

“¡Marco!... ¿De verdad… quieres casarte…conmigo?” me dijo ella, llorando a chorros.

¿Para qué miento? Yo también lloraba, mientras me fundía con ella.

“¡Sí!...” respondí, en uno de las mejores corridas de toda mi vida. Nos besamos y la llené con mis jugos, permaneciendo abrazados, en esa mágica atmósfera.

“Lo que quería contarte… y no me atrevía… es que mi jefe ya me ha ofrecido el empleo en Australia… y quiero que vayas conmigo… como mi esposa.” Le dije, mientras nos revolcábamos a besos sobre el pasto.

Marisol sólo lloraba. Estábamos demasiado felices juntos. Ni siquiera me di cuenta que no me había aceptado…

Después de hacer el amor un par de veces y que ella me pidiera que le diera por detrás (También lo adora… ¡Genial!), le dije que ese local no era nada malo para realizar una boda: bonita vista, privado y que en el fondo, significaba bastante para nosotros.

“Por eso, te acepto por esposo. Siempre eres muy previsor…” me dijo finalmente ella, besándome con sus labios sabor a limón.

Regresamos tomados de la mano y tomamos un taxi. La pobre Pamela estaba muy preocupada, pero se abrazaron afectuosamente con Marisol y me dio una sonrisa de agradecimiento.

Pude ver una sombra leve de tristeza en sus ojos al ver el delfín en el dedo de Marisol. No la culpaba. Yo también tenía mis dudas, pero Pamela era muchísimo más fuerte y no dudó en devolver el catre a quién realmente le correspondía.

Al día siguiente, invitamos a Sonia a almorzar y le contamos las buenas nuevas, tanto de la boda como del embarazo. Aunque no se miraban directamente con Pamela, también noté algo de tristeza en su mirada.

Habíamos perdido demasiado tiempo escondiendo nuestros secretos y apenas disfrutamos un par de días, cuando tuvimos que embarcarnos de regreso.

Pamela se despidió cordialmente, con un beso en la mejilla, acompañado con unas lagrimas, pidiéndome que me cuidara, mientras que mi prometida me abrazaba y me besaba una vez más.

Cuando pasé la mampara de seguridad, me gritó:

“¡Cuida mucho a mamá y mis hermanas!”

La miré sorprendido y ella, con su sonrisa enigmática… ¿También lo sabía?

Nos sentamos en el avión con Sonia, sabiendo que este probablemente sería nuestro último viaje juntos.

“¡Así que serás padre!” dijo Sonia.

“¡Espero que no te sientas mal!” le dije yo

Ella me besó en la mejilla.

“¡No tienes que preocuparte!... ¡Eres bueno en la cama… pero nunca pensé que tendríamos algo serio!” me decía ella, aunque sabía que me mentía.

Me sentía como en el final de esas películas de viaje al espacio, donde el personaje principal logra arreglárselas para regresar a la tierra: Tenía a Marisol, nos íbamos a casar y sería un padre.

Alguien, muy arriba en los cielos, debió haberse reído bastante, porque mi “Supuesta película” no era más que un “Show de los ochenta” y si creía que el astronauta volvería a la tierra, en realidad, no regresaría jamás…


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1 comentarios - Seis por ocho (53): El delfín olvidado…

DGE1976 +1
Impecable...
metalchono
pues, de aqui las cosas se complican un poco... o mejoran. Depende del punto de vista.