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Compendio I
Esa tarde, nos dedicamos a estudiar. En el fondo, Pamela y yo seguíamos igual que antes y tratamos de quitarle la importancia a lo ocurrido.
Empezamos a reforzar Historia, pero no podía hacerlo de la misma manera que lo hice con “El Conde”, porque los libros en sí la narraban bien aburrido y si le leía, se quedaría dormida.
¿Qué hice? ¡Abrir una lata de arvejas!
“Marco, realmente eres un tío extraño…” dijo ella, mientras nos acostábamos en el suelo.
Tomé todas las guerras que cubre la prueba de selección y empecé a reproducirlas, entre las arvejas. Al principio, me miraba y se reía, pero entendía mucho mejor cuando las desplegaba en el mapa y le indicaba como un ejército u otro se retiraba, con actuaciones algo teatrales.
Sin embargo, durante una de las batallas, una de las unidades salió volando y el “afortunado soldado” cayó en el escote de Pamela, perdiéndose entre esos cuerpos carnosos.
“¿Por qué todas las cosas que hago contigo terminan en mis tetas?” me dijo ella, dándose vuelta y poniendo sus pechos al aire. “¡Anda! ¡Ayúdame a buscar al soldado perdido!”
Me esforcé en no encontrar a la arveja. Sé que si quisiera, podría tomar esos pechos todas las noches, pero no dejaba de ser menos erótico manosearlas a través de ese escote. Pero la condenada arveja no se había infiltrado demasiado y la encontré casi al instante.
“¡Ya sé que te gusta tocar mis tetas! ¡Ni modo! ¡Descansemos un rato, para que las toques todo lo que quieras!” me dijo ella.
Pero solo mi boca se quedó en sus pechos. Mis manos se fueron de viaje, al sur, abajo del ecuador y de sus bragas.
Sonó el teléfono. Era Sonia.
“¿Cómo han estado las cosas por allá?”
“Más o menos. Marisol sigue igual” respondí, con pocas ganas
“¿Quién es?”Preguntó Pamela, bien nerviosa.
“Te llamaba para invitarte a tomar un café, mañana, a las 3.”
“¿Mañana? ¿Por qué?” pregunté.
“¡Marco, cuelga el teléfono!” Me ordenó Pamela, muy colorada.
“Porque olvidaste tu regalo… ¿Pamela está ahí?”
“¡Si, aquí está! ¿Quieres hablar con ella?”
“No, yo solo…” alcanzó a decir Sonia, cuando Pamela colgó el auricular.
“¿Qué…qué…te dijo?... No habló de lo de ayer… ¿Verdad?” me preguntó Pamela, hecha un atado de nervios.
“¿De ayer?...No, alcanzó a invitarme a tomar un café mañana.” Le respondí.
“¡Qué bien!” respondió Pamela, más aliviada.
“¿Te refieres a lo que hicimos ayer?” pregunté.
Ella enrojeció más.
“¡Claro que no!... me refiero… a lo que pasó después…”
“¿Qué pasó después?” pregunté yo.
Su cara se asustó más y de la nada, me saltó encima y me empezó a besar apasionadamente, haciendo que acariciara sus pechos.
“¡Prométeme que no le preguntarás sobre lo que pasó ayer!” me ordenó ella, desabrochando mi pantalón.
“¿Por qué? ¿Qué pasó…?” pregunté.
“¡Promételo!” me ordenó, bajando el calzoncillo.
“¡Está bien! ¡Lo prometo!” le dije.
Ella sonrió y me chupó, hasta que me corrí en su boca. Como estaba aun excitado y confundido, cerró el trato con uno de sus geniales paizuris. Si pensaba que tirarse a Pamela enojada era excepcional, sus paizuris de nerviosa eran mejores aun.
Luego de tanta acción, apareció Marisol. Nos dijo que no iba a cenar, porque había comido en la universidad y se iría a acostar.
Nosotros también nos acostamos temprano después de cenar. Pamela tenía aun dudas si le preguntaría a Sonia. Le dije que no, pero no se convenció. Me hizo un paizuri en la noche, una mamada y me dejó romperle el culo 2 veces. ¡Me drenó casi completo!
Por la mañana, la situación no mejoró: me masturbó al desayuno, me invitó a bañarme con ella, dándome otra mamada, haciéndome un paizuri en la ducha, que le rompiera el culo mientras nos bañábamos, una mamada y un paizuri mientras nos vestíamos y que le rompiera el culo nuevamente, apoyándose frente al estante del espejo. Todo eso, para que no le preguntara a Sonia lo que hicieron ese día.
Más que curiosidad, estaba agotado. Lo único que quería era ir a la cita y después, volver a casa a dormir.
Sonia también lo notó. Vestía su falda de cuero y una camisa blanca, aunque no se transparentaba su sostén.
Fuimos a un café céntrico estilo francés, de esos con mesas al aire libre y manteles. Se sentó a mi izquierda.
“¡Bien, aquí está tu regalo!” me dijo, pasándome una cartera de mujer.
“¿Una cartera? ¿Para qué quiero una cartera de mujer?”
“¡No seas bobo! ¡Mira lo que hay adentro!” me dijo ella, tomando su taza.
Revisé y era el consolador doble, pero esta vez venía con un cinturón o una cosa así.
“¿Y eso?” pregunté.
“Deberías preguntarle a Pamela… Ella sabe bien para qué sirve.” Dijo ella, sonriendo con malicia.
La miré confundido…
“¿Ustedes hablaron de lo que pasó antes de ayer, cierto?” preguntó intrigada.
“En realidad, no hemos hablado de lo que hicimos.” Le respondí.
“¿Entonces, no te contó lo que pasó después de que te fuiste?” me miraba, con una mirada de lascivia.
Tenía curiosidad. Después de todo, Pamela regresó más de 3 horas después que yo y estaba ese asunto tan secreto, pero le había prometido no preguntar y debía respetar sus deseos.
“Me hizo prometer que no te preguntara.” Le dije.
“¡Vaya, qué interesante!” me dijo ella, bebiendo un poco de su taza. “¿Y cumplirás con tu palabra?”
“Sí” le dije yo “ella se esforzó mucho para convencerme…”
Sentí que bajaba mi bragueta. Para su sorpresa, la sintió flácida…
“¡Vaya! Sí se esforzó…” dijo con una sonrisa maliciosa. “Bueno, puede que ella te haya dicho que no preguntaras… pero nada impide que yo te cuente lo que pasó, ¿Cierto?”
En realidad, ella tenía razón, aunque tenía la impresión de que Pamela no quería que supiera.
“Bueno, antes que te arrepientas, te contaré todo…”
Cuando cerraron la puerta, empezaron a conversar sobre las fantasías de los hombres. Se preguntaban por qué tanto morbo por el lesbianismo y cosas así.
Pamela pensaba que era ridículo, porque ella no fantaseaba con hombres penetrándose unos a otros, pero Sonia le tuvo que preguntar.
“¿Por qué me lamiste?” imagino que sonriendo con su cara de diabla.
Probablemente, Pamela enrojeció.
“Pues… pensé que lo haría sentir mejor” respondió, refiriéndose a mí.
“¡Vamos, no es para tanto! Y te entiendo… querías hacer que se corriera pronto.”
Me dijo que dejaron el tema pendiente y empezaron a bañarse. Sonia tomó el jabón y le dijo a Pamela.
“¿Te gustaría intentar?... tú sabes… lo que fantasean los hombres.”
Pamela se debió poner nerviosa.
“¿No crees que es extraño?... es decir…apenas nos conocemos.”
“Sí, pero piénsalo. A ninguna de las dos nos atraen las mujeres, somos maduras y no creo que hayan muchas personas para probar…”
Imagino que Pamela debió haber pensado en su prima Marisol, pero conociéndola, le debe haber dado vergüenza.
De cualquier manera la convenció y empezaron por lo básico: masajear sus pechos. Lo hacían con suavidad y Sonia aprovechaba de tocar los pechos de Pamela.
“¿No se siente rara, cierto?” Preguntó Sonia, restregando el paño y sacando espuma en sus pechos.
“No. Tus manos son pequeñas…” respondió riéndose.
“¡Ahora hazlo tú!” le dijo Sonia, entregándole el jabón y el pañuelo.
Pamela tenía más curiosidad y Sonia me decía que cuando le tocó a ella, se esforzó en restregar sus pechos y sacar espuma. Le pidió permiso para apretar sus pezones, pero a ninguna de ellas les dio placer.
Empezaron a ganar mayor confianza la una con la otra. Sonia le pidió a Pamela si le podía lamer en el hombro, como lo habían hecho antes en el living.
“Pamela aceptó… bien avergonzada.” Dijo Sonia, riéndose.
Pero al igual que la prueba anterior, no sentía nada. Para Sonia, tampoco fue excitante. Durante el turno de Pamela, ocurrió lo mismo.
Luego se pasaron la mano por sus vientres, acariciaron sus traseros, incluso se dieron un beso, pero nada.
“No era más excitante que besar o acariciar una mesa…” decía ella, sonriendo.
Pamela sugirió alzar la barra un poco, lamiendo los pezones de Sonia y viceversa, pero nada. Resultó incomoda para ambas. El clímax de esa larguísima ducha fue acariciar los contornos de sus rajitas.
Ninguna pudo hacerlo, al sentirse demasiado nerviosas al tocar una parte tan privada de una mujer.
Salieron de la ducha muy amigas, pensando que las fantasías de los hombres eran muy tontas…
“Si Marco hubiera estado aquí, habría sido distinto.” Le dijo Pamela, mientras se secaba.
“¿Tú crees?” le preguntó Sonia.
“Nunca se lo he dicho… pero sus besos me gustan mucho.”
“¿Nunca se lo has dicho? Apuesto que se pondría contento.” Le decía Sonia, mientras tomaba su camisa blanca “¡Rayos!... le arranqué unos botones.”
“¡Eso fue cuando llegamos a tu casa! ¡Estabas bien borracha!” Pamela se reía, mientras también se vestía con su polera escotada rosa.
“¡Te prestaría un sostén, pero sé que no te ayudaría!” Le dijo Sonia. “Pero deberías ser honesta con Marco. Es un chico extraño… como que nunca ve con sus ojos.”
“Sí… lo sé… pero es difícil… me gusta cómo me besa… siento como te sacas el alma.”
Sonia interrumpió su relato, para llamar al mozo…
“¿Podría traerme una cerveza?” le dijo al mozo.
Me tuvo en ascuas, hasta que llegó la bebida. Tomó un buen sorbo y prosiguió…
“¿En qué estaba?... ¡Ah!... bueno… me describía cómo la besabas.”
Entonces Sonia le dijo:
“¡Sí, como que te toma por la cintura, para que uno no escape y luego…!”
Y se besaron. Un beso largo y silencioso…
“¡Pero Marco no me besa así!” le dijo Pamela “¡Como que te mete la lengua y hace algo como esto!”
Y se besaron nuevamente.
“¡Sí, tienes razón!... hace algo así…”
Sonia me confesó que en ese momento, su rajita estaba bien húmeda.
“Y bueno, también está cómo te agarra las tetas…” le dijo Pamela, también algo perturbada con el beso.
“¿Por qué? ¿Cómo lo hace contigo?”
“Bueno, él las acaricia un poco y luego las lame… algo así.” Le desabrochó los botones de la camisa, acarició la hendidura entre sus pechos y chupó sus pezones.
“¡Se siente bien!” le dijo Sonia “Conmigo, él es más violento. Como le gusta darme por el culo, me las toma por detrás.”
“¿A ver? ¡Muéstrame!” le dijo Pamela.
Me empezaba a excitar. Ahora comprendía por qué Pamela no quería contarme…
“La agarré por la espalda, le saqué la polera y me aferré a sus pezones, con violencia. Ella se resistió, porque has visto lo grande que son, pero empezó a gemir también…” dijo Sonia, bebiendo otro trago de cerveza.
A esas alturas, las dos estaban muy excitadas… chorreando por sus entrepiernas.
“¡Es doloroso, pero no está mal!” dijo Pamela. “¡Me gustaría que Marco estuviera aquí y me la metiera!”
“¡A mí también!” le dijo Sonia.
“¡Él siempre lo hace con delicadeza!”
“¡Sí, como que si su verga jugara con tu hoyito antes!”
“¿No tienes algo… entre tus cosas… como para mostrarme cómo lo hace contigo?” le preguntó Pamela.
Yo me atraganté con el café…
“¿De verdad… dijo eso?” le pregunté, algo ahogado.
Sonia me miró con picardía, deslizando la mano debajo de la mesa y sonriendo muy contenta…
“¡Y eso no fue todo!...” dijo ella, con lascivia en la mirada.
Sonia fue a buscar en su caja del tesoro alguna herramienta y tal como me lo había dicho, encontró el consolador.
“Yo me puse la punta larga, para mostrarle a Pamela cómo lo haces conmigo.” Dijo ella, empezando a masturbarme bajo la mesa, bien despacito.
A Sonia le excitó ver los pechos de Pamela balanceándose y me decía que estaba muy tentada de agarrárselos.
“Se siente…bien… pero no es como lo hace Marco.” Le decía Pamela, aguantando los embistes.
“¡Sí, su verga es más pequeña, pero más gorda!” respondía Sonia.
“¡Esta no me llena tanto como la de Marco!” decía Pamela.
Sonia tomó con su mano libre otro trago de cerveza, sin parar de pajearme. Me tenía bien, bien caliente…
“¡No sé que nos pasó!... ¡De repente, empezamos a gritar tu nombre!” dijo ella, bien excitada también.
Sus caderas se movían al mismo ritmo. Sonia la abrazaba por la espalda, amasando sus pechos y tratando de besarla.
“¡Marco!... ¡Marco!... ¡Marco!...” gritaba Pamela, besando a Sonia.
“¡Su verga… es tan rica!” le decía ella, agarrándole los pezones.
“… ¡Me vengo!... ¡Me vengo!... ¡Marco!...” decía Pamela.
“… ¡Yo también!... ¡Yo también!... ¡Ah!...” Respondía Sonia.
“…Y nos vinimos, en un tremendo orgasmo.” Dijo ella. “¡Vaya! ¡Ya llegó la leche!”
La muy golosa aprovecho mi corrida para sacar discretamente su mano con restos de semen y echarla descaradamente en su taza de café.
“¡Cada vez te queda más rico…!” me dijo, tras beber un sorbo.
“…Entonces… eso pasó…” le dije yo, más aliviado.
“Pues sí, pero no fue todo…” dijo ella, tomando otro trago de mis jugos.
“¿Qué?” respondí.
Era el turno de Sonia. Pamela miraba el artilugio extrañada.
“¿Quieres que me ponga esto?” le dijo, bien avergonzada.
“¡Y tiene que ser por la punta larga! ¡También quiero sentir cómo Marco lo hace contigo!”
“¡Pero está mojada con tus jugos!... ¡Ah!...” exclamó Pamela, cuando Sonia le apretó el aparato.
“¡Tuve que hacerlo! ¡Pamela es malcriada y por un momento creí que me iba a dejar con las ganas de que me rompieran el culo!” me dijo, tomando un poco más de café, pero deslizando mi mano bajo su falda.
Definitivamente, Sonia es una puta… ¡Andaba sin ropa interior!
“¡Pero no sé cómo hacerlo!” le dijo Pamela, quejándose.
“¡Piensa que eres Marco y cómo lo hace contigo!” respondió Sonia.
“¡Pero tú eres mujer… y a mí me sigue gustando Marco!” le decía Pamela, imagino que con muchísima vergüenza.
“¡Oye, yo ya te hice el favor! ¡Te toca devolverlo!” le reclamó Sonia.
Pamela guardó silencio y empezó a enterrarle el rabo de silicona a Sonia.
“¡Esta punta es muy grande!... ¡Me entierra muy adentro!” protestó Pamela.
“¡Él no me la mete así!” Sonia le agarro el falo, lo encajó en su culo y empujó a Pamela contra la pared.
“Las dos…gritamos de dolor… creo que se me pasó… la mano…” decía Sonia, conteniendo su segundo orgasmo con mis dedos.
“¡No muevas… las caderas así!... haces… que me lo entierre… más…” le decía Pamela.
“¡No puedo… evitarlo!... él la mete… bien violenta…” le respondió Sonia.
“¡Me está…doliendo mucho!... ¿Qué hago?...” le preguntó Pamela, vibrando con cada sacudida.
“¡Has lo que… Marco hace…conmigo!” le dijo, tomándole la mano para que acariciara su clítoris.
Yo estaba botando espuma por la boca. Además, Sonia empezaba a sacudirse con mis caricias.
“Y eso no fue… lo más excitante… me encantó sentir… sus pechos… ¡Ay!... en mi espalda…” iba por su cuarto orgasmo.
Entonces vi que no solamente nuestro mozo sabía lo que estaba pasando, sino que 2 de sus compañeros, que nos miraban y se reían, tenían sus bultos armados.
Al cabo de un rato, volvieron a correrse, besándose en los labios.
“¿Esto… no me hace… una lesbiana…cierto?” preguntó Pamela, aun jadeando.
“¡Claro que no!...” le dijo Sonia, besando nuevamente sus labios. “ Solamente, nos gusta demasiado Marco.”
“¡Hay una cosa… que Marco hace… que no hemos hecho… aun!” le dijo Pamela, besando sus pechos.
Tuve que sacar la mano. Estaba completamente mojada…
“¿No me estarás diciendo que…?” pregunté.
Sonia respondió, moviendo la cabeza y tomando café.
“¡Cuando Marco me la mete… no es tan violento!” decía Pamela, apretando firmemente los pechos de Sonia, mientras se embestían una a la otra.
“¡Y sus besos son mejores!” respondía Sonia, metiéndole un dedo en el culo de Pamela.
“¡Marco no hace eso conmigo!” le dijo Pamela, sorprendida por la invasión.
“¿Pero es rico…cierto?” le dijo, besándola en los labios.
“Cuando la mete… siento que me levanta” respondió Pamela, pellizcando los pechos de Sonia.
“¿Has notado… que cuando se va a correr… te afirma por las caderas… así...?”Sonia la bombeaba muy rápidamente.
“¡Sí!... es como si te quisiera… más adentro…” le dijo Pamela, besándola nuevamente.
“Y bueno, nos corrimos juntas, otra vez.” Dijo Sonia, terminando su taza de café.
Luego se bañaron por separado y Sonia le dio el dinero para el taxi.
“Como te dije, Pamela. ¡Si te gusta, trata de ser honesta con él!” le dijo mientras se despedía.
“¡Por favor, no le digas a nadie lo de hoy!” Dijo Pamela muy colorada, antes de entrar al vehículo.
“Y bueno, eso pasó…” me dijo Sonia, mirándome a los ojos. “Tal vez, no debería habértelo dicho, pero a mí no me hizo prometer nada.”
Luego de ir al baño, para que me limpiara los restos y le rompiera el culo, nos despedimos y regresé a casa, cerca de las 7.
Pamela, al sentir la puerta de la reja, salió rápidamente a recibirme.
“¿Dónde estabas? ¿Estabas con Marisol?” me preguntó muy preocupada.
“No la he visto. ¿Aun no ha llegado?”
Ella negó con la cabeza.
La noche era joven… y algunos secretos debían conocer la luz…
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