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Compendio I
(Nota de Marco: En un comienzo, designaba los capítulos en números romanos, motivo por el que este relato he dejado mantenerlo en la numeración original, además de ser uno de los favoritos de mi esposa y míos. Agradezco su paciencia por leer nuestra historia hasta acá.)
Antes que todo, les pido disculpas por el cambio de numeración. He tenido que cambiar la numeración romana de los últimos 11 capítulos (desde el 39 en adelante), por sugerencia de la jefa de mantenimiento y operaciones.
Me sorprendió una tarde escribiendo esta bitácora en mi ordenador y le llamó la atención que usara tantas X para los capítulos. Ella cree que es mi diario de vida, porque afortunadamente no entiende ni jota el español, pero me recordó el uso adecuado de los numeración romana, ya que ha tenido que redactar algunos documentos empleándola.
No quiero dar más detalles de eso, para no perder el ritmo, así que volveré a los hechos de esa tarde de reconciliación.
Nos quedamos viendo televisión hasta las 11 de la noche.
“¡Marisol!¡Marisol” le susurraba, pero la pobrecita dormía bien profundo.
Estaba muy agotada, pero disfrutaba el aroma de sus cabellos perfumados nuevamente. La cargué en mis brazos y la llevé a su habitación.
Sé que detesta dormir vestida, así que empecé a desvestirla y ponerle pijama, como si casi fuera mi hija. Tal vez, haya sido la falta de contacto físico, pero me pareció ver que sus pechos estaban un poco más grandes que la última vez que los vi.
Le desabroché el pantalón y le bajé sus bragas suavemente, rozando sus suaves y blancas piernas. Luego la tapé y mientras me preparaba para ir, escuché una voz.
“¿Marco?” dijo Marisol, medio dormida.
“¡Dime, corazón!”
“¿Podrías acostarte un poco conmigo?”
“¡Claro!” le respondí.
Me acosté sobre la ropa de cama, a una esquina.
“¡No! ¡Acuéstate bajo las sabanas!” me pidió.
Me saqué la ropa y quedé con calzoncillos y polera.
“¡Te he extrañado mucho!” me decía, besándome suavemente.
“¡Yo también!”
“¡Pensé que sería más fácil apartarte, pero me cuesta mucho!”
“¿Y por qué me quieres lejos?”
Ella guardó silencio…
“¡Aún no puedes decírmelo!”
“¡Tienes todo el derecho para enojarte!... ¡No quiero lastimarte!” me dijo ella, sollozando.
“¡Tranquilízate! ¡Si no puedes decirme, no te preocupes!”
“¡Es que estoy muy asustada!... y no me gustaría que me odiaras.” Decía ella.
“¡Yo no voy a odiarte!” le dije, abrazándola. Era agradable tener a mi indefenso ruiseñor en mis brazos, vaciando su alma en mí. Aunque me preocupaba no saber su secreto, respetaba sus razones.
“¿Pero seguirás a mi lado?” me preguntó, ilusionada.
Entonces recordé lo del jefe. Como le mencioné a Marisol cuando la conocí, yo creía que tener una novia era contraproducente, puesto que podía truncar tu futuro y ahora estaba exactamente en ese predicamento: por un lado, la ilusión de toda una vida; por el otro, el amor a una chica que no sabía si me correspondía.
“¡No lo harás!” me dijo con sorpresa y tristeza.
“¡Marisol, no es eso!...” le dije yo, pero no pude continuar.
“¿Entonces?” preguntó ella, mirándome con sus suplicantes ojos verdes.
Irónicamente, estaba en la misma situación que ella ha estado en estos días: saber algo y no poder decirlo.
Tenía que darle aunque fuera una frase…
“¡Digamos que algo pasó hoy por la mañana… que no puedo decirte… y que debo decidir cuidadosamente!”
Pude ver una sonrisa de alegría.
“¿De qué hablas?”
“¡En verdad, no puedo decírtelo!... no sé cómo lo tomarías… y bueno… también puede que me odies por el simple hecho de considerarlo…”
Nos tuvimos que reír juntos. Era una situación complicada, pero al menos, volvíamos a la normalidad.
“Pero… ¿Al menos sabré lo que me ocultas?” preguntó ella.
“Pues, sí. Pero con un poco de tiempo… ¿Podré saber lo tuyo?”
Se rió por primera vez.
“Lo sabrás…también… con algo de tiempo.”
“¿Te parece si mantenemos nuestros secretos y volvemos a lo que teníamos?”
“¡No sé, Marco, no sé!” me dijo ella, mirando el techo “Se me hace sospechoso que de repente tú tengas algo que no me puedes contar, cuando yo tengo algo que no te puedo contar… ¿No me estarás mintiendo?”
“¡Marisol, mírame a los ojos!” le dije “No puedo contarte qué es, pero sí puedo decirte que es real.”
Ella me besó.
“¡Está bien! ¡Te creeré porque te amo!” me abrazó y me besó “¿Podríamos hacer algo… esta noche?”
“¡No lo sé!” dije yo, fingiendo dudar.
“¡Qué malo eres! Apuesto que hiciste algo sucio con Sonia y Pamela…”
“¿Cómo crees?” le dije yo, sorprendido.
“¡Lo hiciste!” me dijo Marisol, pero lejos de enojarse, parecía divertirse “Y yo pensando que tú me extrañabas…”
Se giró y me dio la espalda. Creí que estaba enojada…
“¡Lo siento! En realidad, estaba triste con lo de tu secreto, tomé unos tragos de más y…”
Me puse de pie. Independiente de lo que dijera, no querría dormir conmigo.
“¿A dónde vas?” me preguntó.
“¡A dormir al sofá!”
“¿Y me dejaras sola, después de haberte extrañado tanto?” me decía, con su voz de niña mimada.
“¡Pensé que te habías enojado!”
“¡Claro que no! Después de todo, son sólo Pamela y Sonia…”
Me sorprendía que lo dijera con tanta naturalidad…
“¡Vamos, acuéstate, que no tienes ropa y hace frio!” me dijo, abriendo la sabana.
“¿En realidad, no estás enojada?”
“No. Sonia te quiere desde mucho tiempo y Pamela, ya sabes lo que opino de ella…” me dijo,
besándome en las mejillas. “Además, no me hace sentir tan mal por lo que me pasa.”
“¿Tan mal es?” le pregunté.
Éramos como generales en ejércitos distintos, que se admiraban el uno al otro por su trayectoria en las guerras. No queríamos confrontarnos, pero respetábamos nuestros puntos de vista…
“¡Sí, así es!” dijo ella, suspirando. “Pero es mejor que aprovechemos nuestro “tratado de paz” y hagamos algo divertido.”
“¿Como qué?” le dije yo, intrigado por su propuesta.
“Pues no sé… ¿Qué es lo que más te gustaría hacer conmigo?”
La toqué debajo de las sabanas…
“¡Qué bandido!... pero es muy gruesa y me dolió cuando lo intentamos la otra vez.”
“¡Por favor! ¡Es algo que deseo hace mucho, mucho tiempo!” le supliqué.
En realidad, creía que era ridículo. Había abusado de todas por detrás, exceptuando a la única mujer que realmente deseaba abusar por detrás.
“¡Está bien!... creo que te lo mereces. ¡Pero sé cuidadoso!... Es mi primera vez por ahí.”
“¡Gracias!” le dije, dándole un beso muy jugoso. “Pero antes…”
Me metí debajo de las sabanas…
“¡Ay, Marco! ¡También extrañaba…!... ¡Ah!... ¿Qué haces?” me preguntaba.
Mi lengua le lamía el ojete.
“¡Lo hago para lubricarte y que no te duela tanto!”
“¡Pero no… metas la lengua ahí…!” me decía Marisol, muy inquieta con las piernas.
“¿Marisol, ya te corriste?” le pregunté, al sentir el aroma de sus jugos cerca de mi cara.
“¡No!... no es eso… es que no esperaba que lamieras ahí…”
No podía verla, pero imaginaba que tenía la misma cara que ponía cuando íbamos al cine.
“¡Marco… no!... se siente raro… y está sucio…” me decía ella, con esa voz que pone cuando está muy, muy caliente.
“¡Tiene un sabor distinto, pero no es desagradable!” le dije yo.
“¡No… no me digas eso!...”
En realidad, no me gusta lamer culos. Me da algo de asco. Pero la sola idea que podría aliviar el dolor de Marisol, me hizo actuar sin pensarlo demasiado. Además, ella es bien limpia y preocupada de sus olores, por lo que sabía casi a su piel y un agradable aroma a jabón.
“¡Ay!... ¿Ahora qué estás haciendo?...” me preguntó ella, todavía bien caliente.
“¡Es solamente un dedo! ¡Es para que te acostumbres!”
“Pero…no me lamas… mientras lo metes… es asqueroso…”
Puede haber sido asqueroso, pero su aroma a mujer se ponía más intenso, a medida de que lo metía y sacaba.
“¿Ya…acabaste?... ¡Ay!...”
“¡No, ahora te metí 2 dedos!”
“¡Pero no…exageres!... ¡No me metas… toda la mano!” me decía ella, con su voz rara que me enamora cuando le hago el amor varias veces. Es como si me dijera “¡Ya para!... ¡Se siente demasiado rico!”. Me pone siempre a mil…
Aunque me costaba respirar y no la podía ver, sonreía: Seguía siendo la misma niña otaku de siempre…
“¡Ay!... no metas la lengua ahí…ahora…”
“¡Pero si dijiste que también extrañabas esto!” le dije yo, chupando su peluda, mojada y olorosa rajita.
“¡Sí…pero tienes… que decidirte!...¡Ay!...¡O juegas por delante… o juegas por detrás!... pero no aguanto que juegues con ambos…”
Eso era una buena señal. Probablemente, lo disfrutaría…
“¡Lo haré por un rato! ¡Hasta que te acostumbres!” le dije yo, siguiendo con mis lamidas.
“¡Ay, Marco!... ¡Chupas tan rico!... ¡Ay!..¡Ay!... ¡Ah!...” me enterró la cabeza en su vulva, para que tomara sus jugos. Casi me desmayo, pero estaba feliz.
Cuando regresé a la superficie, la vi toda agitada y transpirada.
“Bien, ahora tienes que relajarte. Recuerda que soy solamente yo y no dejare que te duela…”
“¡Sí, está bien! ¡Confío en ti!”
Podía sentir cada centímetro de mi glande acoplándose en su pequeño agujero.
“¿Cómo te sientes?” pregunté
“Rara… pero no está mal.”
La iba forzando despacio, pero ella se mordía el labio inferior, no sé si por dolor o por placer.
“¡Ay!” exclamó ella.
“¡Marisol, ya entré el glande! ¿Qué tal te sientes?”
“Rara, pero puedo sentirte en mi trasero.”
“¡Bien! ¡Voy a avanzar despacio! ¡Si te duele, me avisas!”
Me aferré a su cintura, besándole el cuello. La empezaba a bombear bien despacio, pero ella ya estaba transpirando.
“Siento… como si me estuvieras… deformando… es una sensación rara…”
Le lamía la espalda, mientras le agarraba los pechos. Se sentían un poco más grandes...
“¡Ay!... no los toques…”
Saqué mis manos como si me hubiera dado la corriente y las bajé a su cintura.
“¿Por qué?”
“Es que…ahora… están más sensibles.” Me dijo ella, con un tono extraño.
Ahora que lo pienso, si la hubiera mirado a los ojos, podría haber averiguado parte de su secreto. Pero yo estaba disfrutando bien goloso, aferrándome de su cintura para penetrarla.
“Pero antes…”
Ella me interrumpió, tomando mis manos y deslizándola sobre su botón.
“Si quieres… puedes jugar con eso…” decía ella, empezando a jadear.
La bombeaba con mucha fuerza. Me parecía mágico que tan solo 3 años atrás, yo le enseñaba sobre energía potencial en el escritorio del frente y que nunca se me pasó por la mente que acabaríamos aquí, en su cama de quinceañera, quitándole la virginidad de su trasero.
“¡Esto… se siente… bien rico!” decía ella, agarrando el ritmo con su cintura.
“¡Qué bueno… que te guste! ¡Hacerlo contigo… me encanta!”
“¡Ah!” ella dio un gemido orgásmico.
“…Entonces… ¿Esto lo has… hecho con Pamela?...”
No era imbécil, pero inconscientemente pensé que lo había hecho con su prima Pamela, con su mamá, su hermana menor y ahora última, con nuestra amiga Sonia.
“Sí… pero no le gusta…” le dije yo, algo triste.
Otro gemido orgásmico de ella…
“¡No sé…cómo no le gusta!... se siente… tan bien…”
Y mientras seguía bombeándola con violencia, empezaba a comprender sus verdaderas razones para compartirme con el resto.
En el fondo, era una especie de competencia. Si acaso el resto podía gozar tanto conmigo, como lo hacía ella. Es decir, si le podía sacar a Pamela orgasmos tan intensos como los suyos o lo que estaba pasando ahora: que se sentía muchísimo mejor (su rajita jugosamente lo resaltaba) al pensar que ella disfrutaba más que su prima del sexo anal.
Pero claro, ese fue el primer indicio y con el tiempo, yo iría armando la imagen completa.
Sus caderas se movían bastante bien. Sentir su cintura, el aroma de su sudor, su pelo y ver la cara de satisfacción, me tenían en un placer incomparable.
Pueden creer “¡Amigo, no mientas! Lo que hicieron Pamela y Sonia en la tarde o tus orgías con tu suegra y cuñada son mucho mejores.” Tal vez, tengan razón, pero la diferencia es que Marisol es muy especial.
Aunque me he tirado al resto, la que más quiero sigue siendo ella, y sé que parezco disco rayado, pero la verdad es que (y como iré narrando más tarde), aunque Marisol en esos días no era el bombón que es ahora, fue gracias a ella con la que pude hacer esto y muchísimas cosas más.
“¡Marco!... ¡Te siento tan adentro!... ¡Es tan extraño!... siento como… si estuvieras atascado… en mí… ¡Es tan rico!”
Me recordó la descripción que me dio Verónica esa mañana, cuando yo era un yerno caliente…
Sonreí. Había vivido muchas otras experiencias…
“¡Marisol!... ¡Marisol!... ¡Quiero correrme dentro!...”
“¿Te quieres…correr? ¡Se siente tan rico!... ¡Por favor, trata de aguantar!...”
“Es que…eres tú… y las ganas que te tengo… ¡Son demasiado fuertes!”
“¡Ah!” dijo ella, al sentir mi descarga. “¡Es tu leche… en mi estomago! ¡Es tan rico!”
Ella seguía sacudiéndose, como si me quisiera estrujar.
“¡No, Marisol!... ¡No te muevas…así!... ¡Se siente muy bien!”
Ella se reía.
“¿Cuántas veces… quise hacerte…sentir así… cuando íbamos al cine? ¡La venganza… es dulce, Marco!”
dijo ella, dándome un beso. “¡Es dulce… como tus besos!”
Ella sentía mis labios dulces, pero yo sentía su sabor a limón. ¡Cuánto me encantan sus besos!
Nos abrazamos unos minutos. Cuando me despegué, estaba agotado, pero ella seguía acariciando mi pene.
“Marco… ¿Podríamos, una vez más?” me dijo ella, metiéndolo en su peluda rajita.
Me besaba, apasionadamente. No nos importaban nuestros secretos. Estábamos solamente nosotros.
“¡Pero Marisol! ¡No traje preservativos!... ¿Qué pasa si...?”
Me besó y me enterró en su interior, abrazándome con fuerza.
“¡No te preocupes por eso!...” dijo ella, mirándome a los ojos con sus lindos ojos verdes “¡Ya no importa!... ¡Lo único que quiero es que esta noche seas mío… al menos, una vez más!”
“¿Una? ¡Es imposible!” le dije yo, sin haberle escuchado. “Yo soy tuyo, por toda la vida, hasta el final.”
Y empezamos a hacer el amor, finalmente. Estaba intoxicado por ella y no había descifrado sus ojos. La amaba tanto y quería fusionarme con ella esa noche, olvidándome de todo lo demás.
Si tan solo hubiera estado más atento, si hubiera escuchado lo que me dijo, no nos habríamos preocupado tanto Pamela y yo, 2 días después…
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1 comentarios - Seis por ocho (L): Reconciliación