La primera parte de la total depravación de la pobre Ana. ¿Se enterará Carolina?
Ana se bebió sin pensarlo la bebida que esos viejos le habían pedido. Ni si quiera se paró a respirar: la comenzó y la terminó de un solo trago. Era una bebida muy fuerte, más que nada de lo que hubiera bebido hasta entonces en su vida. No es que fuera una experta en bebidas alcoholicas: apenas había pasado de probar cava en las fiestas navideñas. Cómo era habitual en ella, tampoco se había atrevido a probar nada más, ni con amigas, ni en la intimidad. Así que, instantes después de bebérselo, se temía lo que podía hacerle ese extraño líquido.
Y al principio, excepto ponerse a toser durante un buen rato, nada había ocurrido. No se sentía diferente. Solo un calorcillo en el cuerpo, agradable, pero nada más.
- ¡Qué niña más valiente tenemos aquí! - le dijo Benito con una carcajada. Ana lo miró más detenidamente; definitivamente era el que mejor se cuidaba de los 4 viejos. No es que fuera especialmente guapo, pero al menos su ropa no parecía sacada de un vertedero, y no olía a alcohol o (que asco) meados como el tipo de la barriga (Alfredo, creía haberle oído que se llamaba) que además tenía la cremallera bajada y se le podían ver sus amarillentos calzoncillos.
- No es para tanto. En serio - le dijo amablemente. El calor en su cuerpo aumentaba, no sabía por qué.
El viejo notó rápidamente como la bebida del hada verde estaba haciendo efecto en el interior de la muchacha. La absenta era una bebida alcohólica de gran graduación y de conocidos efectos afrodisiacos. Esta en particular era de un tipo especial, que ya no se vendía y que aún quedaba en el bar de los tiempos en que el local era el burdel más visitado de la ciudad. Era un absenta hecho con una formula especial a la que habían añadido cannabis a la mezcla. Lo había descubierto el padre de Carolina, en paz descanse, y lo usaban para que las prostitutas primerizas lo bebieran y se desinhibieran las primeras veces, cuando el miedo podía con ellas. Ahora, lo usaba solo para momentos especiales. Este, era un momento ideal.
- No hace falta que lo niegues preciosa - le dijo dulcemente a la pequeña, que no pudo evitar sonrojarse por el piropo, mientras con un gesto indicó a sus secuaces que les acercasen dos sillas. Una se la ofreció a la morena, que se sentó justo a tiempo, ya que empezaba a tener unos pequeños mareos. Benito esperó a que Ana se sentara y puso su silla justo al lado de la de la morena para que así se quedaran pegados. Ana pareció no notarlo. De hecho agradeció que la agarrara del brazo y la sujetara.
- Veo que estas un poquito mareada
- No, estoy bien, en serio - Y era verdad, el mareo duró poco. En su lugar, solo quedó una calentura mayor. Pero parecía no importarle. Como tampoco le parecía importar que el viejo Benito le pusiera la mano en su pierna, por encima del vestido, y se la empezara a acariciar. Al principio lo miro fijamente, pero le dejó hacer.
- Y dime, ahora en serio ¿por qué estás aquí?
- Yo... verá, ya se lo he dicho. Buscaba a mi amiga Carolina, quería hablar con ella…
- ¿En serio? ¿Sois amigas? Porque no lo pareció hace un momento - la mano del viejo seguía jugueteando por encima del vestido de la joven, pero poco a poco se iba introduciendo por debajo para poder acariciar mejor sus muslos. La calentura de Ana continuaba aumentando - no eres del tipo de amigas con las que mi ahijada se suele cruzar.
- Bueno... Vale, en realidad, no somos amigas. Pero si somos compañeras. Solo que quise...
- Ah... lo que pasa es que te gusta ella – Benito la miró con malicia - No sabía que eras de esas chicas.
- ¡No! - gritó sobresaltada, y se movió bruscamente, tanto que la faldita de su vestido se levantó un poco, lo justo para que Benito pudiera introducir sigilosamente su mano por debajo.
- No soy bollera. Ni hablar.
- Entonces tienes envidia porque te robo algún chico, seguro... ¡Ay!, es una putilla mi ahijada - el viejo comenzó a bajarle un poquito sus medias. Ana lo notó, y le agarro de la mano, intentando quitársela de donde estaba . Pero Benito no claudicó, aunque si frenó un poco su avance. Y con ello parecía que la joven quedaba tranquila. Aunque no su interior: su calentura aumentaba a pasos agigantados.
- No me robo un chico... No tengo novio. En realidad, nunca lo he tenido – la joven bajó los ojos, avergonzada.
- Oh vamos, no bromees, eso es imposible. Con esa cara, con ese vestido... es imposible que eso sea verdad.
- Es cierto, en serio. ¿Alguien le puedo gustar con estas gafas? - respondió Ana con frustracion.
- A mí me parece que te hacen muy morbosa pequeña - el mafioso continuó de nuevo con el proceso de bajarle la media a la jovencita, que ahora ya no hizo nada por evitarlo. Las palabras del viejo le estaban gustando. No. La estaban excitando. Benito lo notaba, y sus amigos también, ya que se habían acercado y habían rodeado a la pequeña. No se atrevían a hacerle nada. Todavía.
- No lo dice en serio - Ana estaba sonrojada, influenciada por las sensaciones que le estaban dando la absenta.
- Lo digo muy en serio. Perdona la libertad y de mis palabras soeces, pero estas de toma pan y moja. Si fueras mía ya te estaría haciendo ver las estrellas a cuatro patas.
En otras circunstancias este era el momento perfecto para que el miedo de Ana, ese que siempre le salvaba de estas situaciones, apareciera de golpe y la hiciera irse corriendo de allí. Pero la absenta lo embotaba. Es más, le provocaba una sensación contraria. Tan contraria que cuando su manita rozó por accidente la entrepierna de Ignacio, ella, simplemente se giró en dirección al viejo desdentado para poder ver como se notaba el miembro empalmado del viejo en sus pantalones. Y en lugar de darle ganas de marcharse de allí y no volver nunca, como habría sido lo normal en ella, lo que provoco fue un amiento de ese calorcito agradable de su interior, y una curiosidad enfermiza por saber como sería ese pene, que se había puesto tan grande... ¡gracias a ella, nada menos!
Ana miró al resto de viejos, y vio que les pasaba exactamente lo mismo. Su ego y su excitación aumentaban por momentos. Se giró a ver a Benito. Este le acarició el pelo. Ana no pudo evitar morderse los labios. ¿Por qué le pasaba esto?
Ana miró a Benito. Benito miró fijamente a la morena. Se acercó. Su mano bajó a su cuello el cual acaricio con firmeza. Acerco su boca a la de la pequeña. Y la besó.
Ana sintió en su boca el aliento a puros y tabaco del viejo. Le entraron nauseas. Sintió como la rasposa lengua del viejo se introducía en su boca. Y ella hizo lo único que podía hacer: le devolvió el beso. Con ansias.
No podía evitarlo. Allí estaba ella, una señorita, besándose como una cualquiera con un viejo baboso. Sin poder pararlo. Ni deseando que lo hiciera. Es más, sin darse cuenta, su mano se colocó detras de la cabeza del viejo y lo agarró de sus canosos pelos, buscando que el beso que Benito le estaba dando fuera áun más profundo. Las babas del viejo se introducían en su boca, pero no le importaba. Le encantaba. Solo quería más.
Desde fuera la imagen era grotesca. Una adolescente con un viejo roñoso. Pero desde su punto de vista, lo sentía como el mejor beso de toda su patética vida.
No le importaba nada. No le importaba que el viejo empezara a juguetear con su tanguita y le rozase el clítoris con sus callosos dedos. No le importaba que el resto de viejos la empezaran a manosear. Y no le importaba que Alfredo la agarrara de su manita y se la pusieran entre sus piernas, tocándole la polla por fuera.
Y cuando Alfredo, envalentonado, aún con la mano de la joven agarrada, se la introdujo por dentro de sus pantalones, y toco por primera vez una polla... su cuerpo se convirtió en un volcán en erupción. Poco importaba que le doblase en tamaño, envergadura y edad. Que tuviera esa inmensa barriga cervecera. El tocar ese pene, su primer pene (el beso al diminuto miembro de su primo no contaba) le estaba provocando las mejores sensaciones de su vida. Sin pensárselo dos veces, bajo su mano del cabello de Benito y la puso en la entrepierna de Alfredo. Tenía que tocar ese pene con las dos manos. Sentirlo. No era consciente de donde estaba, solo que necesitaba tocarlo. Ese inmenso falo que la estaba matando de la excitación.
Benito dejo de besarla y se dedicó a mirar, divertido, como le tocaba la polla a su amigo como una desatada. Estaba claro que este arroz ya estaba listo.
- Vamos, pequeña – le dijo mientras le besaba en el cuello, provocando un escalofrío de placer a la jovencita - no podemos estar así aquí fuera. Si quieres vamos a un sitio más... privado.
- De acuerdo - en la voz de Ana no había miedo ni dudas. Estaba decidida. Quería apagar esa calentura. Y, para su desgracia aunque ella no se diera cuenta de lo mucho que en su estado normal se arrepentiría, iba a ser con esos viejos.
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Cuando Benito se acercó con sus amigos y con Ana hasta donde estaba Carlos, esté vio como todo lo que se temía que podía ocurrir se estaba cumpliendo.
- Carlitos anda, danos las llaves de mi habitación de siempre. Ya tenemos una amiga con quien pasarlo bien.
- ¿Estás loco? - le dijo alterado - Lo siento. No puede ser. Se lo prometí a Carolina. No puedo dejarte que lleves a esa chiquilla dentro.
- Oh, vale - le dijo contrariado. Pero no le duro mucho el enfado porque se le ocurrió una cosa - Entonces supongo que tendremos que ir a un callejón... ya sabes, donde divertirnos los cinco. O bueno, de paso llamare a alguno de mis “trabajadores” y nos divertimos todos, ya me entiendes.
Carlos se puso morado. No podía ser, no se atrevería.
- Pero ¿estás loco? Es solo una niña. Además, nos vas a meter en un buen lio, ella es de buena familia. No es la típica muerta de hambre a la que estás acostumbrado a putear.
- ¿Cuantas veces tengo que repetirte que eso me importa una mierda? Carlos, dame la puta llave. - el viejo reflexiono un momento y luego cambió de plan - De acuerdo, te propongo una cosa. Te compro el bar. Con efecto inmediato.
- ¿Qué dices?
- Te compro el bar, ¿es que ya no oyes bien? Llevas tiempo pidiéndome que me haga cargo. Y lo haré. Te lo compro ahora mismo. Así, la puta de tu hermana no podrá decirte nada porque ¿cómo va a impedir al dueño del bar entrar en su propia habitación?
Carlos lo pensó detenidamente. Si aceptaba, se quitaba por fin de ese local que tantos riesgos le hacían pasar. Le gustaban los negocios de Benito, pero la idea de que hacerlos en un antro de su propiedad... pero por otro lado Carolina le iba matar. Se lo había prometido. Ana no podía correr ningún peligro.
Pero a fin y al cabo el negocio era redondo. Demasiado buenodo como para dejarlo escapar. Los negocios son los negocios. Ese era un lema que siempre había aplicado. Y no iba a ser una excepción esta vez.
- Vale, acepto. Espero que no me la estés jugando, Benito. Me la juego mucho.
- Ya sabes que no. Sabes que contigo soy un hombre de palabra. No como con Carolina. Esa puta merece una lección. Hoy se la daremos.
Benito sonreía de satisfacción. A fin de cuentas, lo que le había ofrecido ya tenía pensado hacerlo; iba a comprarle el bar la semana siguiente. Unos días antes no hacía demasiada diferencia. Pero era algo que Carlos no tendría porque saber nunca.
Así, una vez solucionado el problema, Benito y los suyos se llevaron a la morena de gafas al piso de arriba. Carlos les siguió, por si acaso aparecía su hermana. La joven se iba besuqueando con el desdentado Ignacio, y le seguirá tocando el pene por encima de los pantalones a Alfredo, mientras Tino le toqueteaba el culo. En su estado de embriaguez, esa situación le parecía la gloria a la morena.
Una vez arriba, Benito metió la llave e invitó a entrar a la chiquilla y a sus amigotes en la habitación.
- Usted primero princesa - le dijo con una sonrisa depravada a una Ana que apenas era consciente de donde estaba. Solo se dejó entrar dócilmente seguido por la cuadrilla de viejos.
Era una habitación exclusiva para él, nadie más podía usarla. No es que le hiciera muchos usos, pero hoy iba a ser testigo de una noche de depravación.
Pero la intuición de Carlos era correcta.
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Carolina agarró los pequeños pechos de Noelia cuando se corrió en un inmenso orgasmo, fruto de sus violentos movimientos pélvicos subiendo y bajando del pene del joven cantante, de las caricias a sus pechos por parte de la lolita, y sobre todo fruto de cómo esta le mordió el labio cuando había sentido su propio orgasmo fruto de la lengua del cantante.
Ya no podía más, necesitaba un descanso. Se bajó lentamente del pene del chico y se fue hacia la puerta.
- Carolina ¿dónde...? - la lolita no pude decirle más porque sus labios fueron tomados por el joven rubio, cuyo pene aún tenía ganas de batalla, y había elegido el agujero posterior de Noelia para continuarla. La pelirroja no pudo hacer más que sonreír cuando vio que el jovencito ponía a su esclava en cuatro patas dispuesta a penetrarla por detrás. Agarró un cigarrillo y se dispuso a salir a tomarlo fuera.
Cuando salió le vio. Benito. Entrando en la otra habitación. En su habitación de conquistas. Sus amigotes acompañandolos. Y Carlos a su lado. No le dio tiempo a ver nada más, pero era suficiente para desatar a su bestia interna, así que se fue directo hasta su hermano
- ¿Quien está allí dentro? ¿Has dejado a Ana entrar ahí con esos cabrones?
- ¿Tú estás loca? - le cortó Carlos - llegó Evelin, su colombianita. Y ya sabes cómo es Benito; es verla y no la deja ni respirar. Fue llegar y se la comenzó a comer a besos. Así que él los viejos me pidieron la llave y subieron a la habitación.
- ¿Y Ana?
- ¿Tu qué crees? Tu amiguita vio como Benito y sus amigos se daban el lote delante de ella y se fue echando leches, roja de vergüenza. Tu amiga es un poco cobarde ¿no?
- Si... es típico de ella - Carolina suspiró con tristeza. Tenía la esperanza de que se hubiera quedado abajo, y conseguir algún avance con ella en su territorio. Pero no, se había ido de nuevo.
- En fin, en todo caso, mejor así. Si llega a caer en las fauces de Benito... Gracias hermanito - Carolina le besó en la mejilla y volvió a su habitación, a seguir jugando con sus tortolitos.
Carlos se quedó quieto un segundo. Asimilando todo lo que había pasado. Había mentido a su hermana: Ana seguía dentro con los viejos. Y cuando Carolina se diera cuenta, dios sabe lo que podía suceder. Con suerte los viejos terminarían pronto y su la pelirroja no se llegaría a enterar de lo que iba a ocurrir en esa habitación. Pero no era habitual que esos viejos se fueran temprano de allí dentro con una mujer entre manos.
Y menos con una virgen.
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Nada más cerrar la puerta, Alfredo no perdió el tiempo. Deseaba desde hace un buen rato a esa palomita. Desde el momento en que empezó a toquetearle el pene. Sin pensarlo dos veces la comenzó a besar. Ana, totalmente desinhibida y apenas consciente de lo que hacía, le devolvió el beso a esa boca que olía a alcohol y a rancio. Hace una hora se moriría de asco solo de pensarlo, pero ahora le daba igual. Solo quería sentir esa lengua en su boca, intercambiar saliva con ese gordo mientras empezaba a sentir otras manos en su cuerpo, tocándola, quitándole el vestido. Era Tino. Intentaba quitárselo con cuidado, pero no era capaz de tal sutilidad, así que se lo arrancó de cuajo, dejando el precioso vestido rojo de Ana totalmente inútil para poder ser vestido, y quedando solo en su cuerpo su sujetador negro, su tanga y sus medias. Aunque estas también fueron arrancadas sin ninguna compasión por los viejos. Pero a la morena poco le importaba en ese momento. Tenía una calentura tal que cuando empezó a sentir las manos callosas tocar su cuerpo solo podía pensar en que no pararan de hacerlo.
- Y vosotros... dijo con voz apenas audible en plena vorágine de manoseo de su cuerpo - ¿no os quitáis la ropa... para mí?
Benito, sonrió. Alfredo sonrío. Los demás sonrieron.
- Tus deseos son órdenes.
Los cuatro viejos se bajaron los pantalones y sus amarillentos calzoncillos y dejaron libres sus miembros. Ana los miraba embelesada, hipnotizada por ellos. Mientras, los viejos aprovechaban para quitarse el resto de su ropa. Cuatro penes. En vivo. Para ella. Apenas había visto uno en su vida y ahora...
Lentamente se agachó, quería verlos mejor.
- Venga, chiquilla - le insto Benito - ¿a qué esperas para tocarlos? – Ana lo miró con rostro bobalicón. Y lentamente se acercó hacía esos penes que apuntaban directamente a ella.
El principio del fin de la inocencia de Ana comenzaba...
Una chica del montón (parte 6)
Ana se bebió sin pensarlo la bebida que esos viejos le habían pedido. Ni si quiera se paró a respirar: la comenzó y la terminó de un solo trago. Era una bebida muy fuerte, más que nada de lo que hubiera bebido hasta entonces en su vida. No es que fuera una experta en bebidas alcoholicas: apenas había pasado de probar cava en las fiestas navideñas. Cómo era habitual en ella, tampoco se había atrevido a probar nada más, ni con amigas, ni en la intimidad. Así que, instantes después de bebérselo, se temía lo que podía hacerle ese extraño líquido.
Y al principio, excepto ponerse a toser durante un buen rato, nada había ocurrido. No se sentía diferente. Solo un calorcillo en el cuerpo, agradable, pero nada más.
- ¡Qué niña más valiente tenemos aquí! - le dijo Benito con una carcajada. Ana lo miró más detenidamente; definitivamente era el que mejor se cuidaba de los 4 viejos. No es que fuera especialmente guapo, pero al menos su ropa no parecía sacada de un vertedero, y no olía a alcohol o (que asco) meados como el tipo de la barriga (Alfredo, creía haberle oído que se llamaba) que además tenía la cremallera bajada y se le podían ver sus amarillentos calzoncillos.
- No es para tanto. En serio - le dijo amablemente. El calor en su cuerpo aumentaba, no sabía por qué.
El viejo notó rápidamente como la bebida del hada verde estaba haciendo efecto en el interior de la muchacha. La absenta era una bebida alcohólica de gran graduación y de conocidos efectos afrodisiacos. Esta en particular era de un tipo especial, que ya no se vendía y que aún quedaba en el bar de los tiempos en que el local era el burdel más visitado de la ciudad. Era un absenta hecho con una formula especial a la que habían añadido cannabis a la mezcla. Lo había descubierto el padre de Carolina, en paz descanse, y lo usaban para que las prostitutas primerizas lo bebieran y se desinhibieran las primeras veces, cuando el miedo podía con ellas. Ahora, lo usaba solo para momentos especiales. Este, era un momento ideal.
- No hace falta que lo niegues preciosa - le dijo dulcemente a la pequeña, que no pudo evitar sonrojarse por el piropo, mientras con un gesto indicó a sus secuaces que les acercasen dos sillas. Una se la ofreció a la morena, que se sentó justo a tiempo, ya que empezaba a tener unos pequeños mareos. Benito esperó a que Ana se sentara y puso su silla justo al lado de la de la morena para que así se quedaran pegados. Ana pareció no notarlo. De hecho agradeció que la agarrara del brazo y la sujetara.
- Veo que estas un poquito mareada
- No, estoy bien, en serio - Y era verdad, el mareo duró poco. En su lugar, solo quedó una calentura mayor. Pero parecía no importarle. Como tampoco le parecía importar que el viejo Benito le pusiera la mano en su pierna, por encima del vestido, y se la empezara a acariciar. Al principio lo miro fijamente, pero le dejó hacer.
- Y dime, ahora en serio ¿por qué estás aquí?
- Yo... verá, ya se lo he dicho. Buscaba a mi amiga Carolina, quería hablar con ella…
- ¿En serio? ¿Sois amigas? Porque no lo pareció hace un momento - la mano del viejo seguía jugueteando por encima del vestido de la joven, pero poco a poco se iba introduciendo por debajo para poder acariciar mejor sus muslos. La calentura de Ana continuaba aumentando - no eres del tipo de amigas con las que mi ahijada se suele cruzar.
- Bueno... Vale, en realidad, no somos amigas. Pero si somos compañeras. Solo que quise...
- Ah... lo que pasa es que te gusta ella – Benito la miró con malicia - No sabía que eras de esas chicas.
- ¡No! - gritó sobresaltada, y se movió bruscamente, tanto que la faldita de su vestido se levantó un poco, lo justo para que Benito pudiera introducir sigilosamente su mano por debajo.
- No soy bollera. Ni hablar.
- Entonces tienes envidia porque te robo algún chico, seguro... ¡Ay!, es una putilla mi ahijada - el viejo comenzó a bajarle un poquito sus medias. Ana lo notó, y le agarro de la mano, intentando quitársela de donde estaba . Pero Benito no claudicó, aunque si frenó un poco su avance. Y con ello parecía que la joven quedaba tranquila. Aunque no su interior: su calentura aumentaba a pasos agigantados.
- No me robo un chico... No tengo novio. En realidad, nunca lo he tenido – la joven bajó los ojos, avergonzada.
- Oh vamos, no bromees, eso es imposible. Con esa cara, con ese vestido... es imposible que eso sea verdad.
- Es cierto, en serio. ¿Alguien le puedo gustar con estas gafas? - respondió Ana con frustracion.
- A mí me parece que te hacen muy morbosa pequeña - el mafioso continuó de nuevo con el proceso de bajarle la media a la jovencita, que ahora ya no hizo nada por evitarlo. Las palabras del viejo le estaban gustando. No. La estaban excitando. Benito lo notaba, y sus amigos también, ya que se habían acercado y habían rodeado a la pequeña. No se atrevían a hacerle nada. Todavía.
- No lo dice en serio - Ana estaba sonrojada, influenciada por las sensaciones que le estaban dando la absenta.
- Lo digo muy en serio. Perdona la libertad y de mis palabras soeces, pero estas de toma pan y moja. Si fueras mía ya te estaría haciendo ver las estrellas a cuatro patas.
En otras circunstancias este era el momento perfecto para que el miedo de Ana, ese que siempre le salvaba de estas situaciones, apareciera de golpe y la hiciera irse corriendo de allí. Pero la absenta lo embotaba. Es más, le provocaba una sensación contraria. Tan contraria que cuando su manita rozó por accidente la entrepierna de Ignacio, ella, simplemente se giró en dirección al viejo desdentado para poder ver como se notaba el miembro empalmado del viejo en sus pantalones. Y en lugar de darle ganas de marcharse de allí y no volver nunca, como habría sido lo normal en ella, lo que provoco fue un amiento de ese calorcito agradable de su interior, y una curiosidad enfermiza por saber como sería ese pene, que se había puesto tan grande... ¡gracias a ella, nada menos!
Ana miró al resto de viejos, y vio que les pasaba exactamente lo mismo. Su ego y su excitación aumentaban por momentos. Se giró a ver a Benito. Este le acarició el pelo. Ana no pudo evitar morderse los labios. ¿Por qué le pasaba esto?
Ana miró a Benito. Benito miró fijamente a la morena. Se acercó. Su mano bajó a su cuello el cual acaricio con firmeza. Acerco su boca a la de la pequeña. Y la besó.
Ana sintió en su boca el aliento a puros y tabaco del viejo. Le entraron nauseas. Sintió como la rasposa lengua del viejo se introducía en su boca. Y ella hizo lo único que podía hacer: le devolvió el beso. Con ansias.
No podía evitarlo. Allí estaba ella, una señorita, besándose como una cualquiera con un viejo baboso. Sin poder pararlo. Ni deseando que lo hiciera. Es más, sin darse cuenta, su mano se colocó detras de la cabeza del viejo y lo agarró de sus canosos pelos, buscando que el beso que Benito le estaba dando fuera áun más profundo. Las babas del viejo se introducían en su boca, pero no le importaba. Le encantaba. Solo quería más.
Desde fuera la imagen era grotesca. Una adolescente con un viejo roñoso. Pero desde su punto de vista, lo sentía como el mejor beso de toda su patética vida.
No le importaba nada. No le importaba que el viejo empezara a juguetear con su tanguita y le rozase el clítoris con sus callosos dedos. No le importaba que el resto de viejos la empezaran a manosear. Y no le importaba que Alfredo la agarrara de su manita y se la pusieran entre sus piernas, tocándole la polla por fuera.
Y cuando Alfredo, envalentonado, aún con la mano de la joven agarrada, se la introdujo por dentro de sus pantalones, y toco por primera vez una polla... su cuerpo se convirtió en un volcán en erupción. Poco importaba que le doblase en tamaño, envergadura y edad. Que tuviera esa inmensa barriga cervecera. El tocar ese pene, su primer pene (el beso al diminuto miembro de su primo no contaba) le estaba provocando las mejores sensaciones de su vida. Sin pensárselo dos veces, bajo su mano del cabello de Benito y la puso en la entrepierna de Alfredo. Tenía que tocar ese pene con las dos manos. Sentirlo. No era consciente de donde estaba, solo que necesitaba tocarlo. Ese inmenso falo que la estaba matando de la excitación.
Benito dejo de besarla y se dedicó a mirar, divertido, como le tocaba la polla a su amigo como una desatada. Estaba claro que este arroz ya estaba listo.
- Vamos, pequeña – le dijo mientras le besaba en el cuello, provocando un escalofrío de placer a la jovencita - no podemos estar así aquí fuera. Si quieres vamos a un sitio más... privado.
- De acuerdo - en la voz de Ana no había miedo ni dudas. Estaba decidida. Quería apagar esa calentura. Y, para su desgracia aunque ella no se diera cuenta de lo mucho que en su estado normal se arrepentiría, iba a ser con esos viejos.
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Cuando Benito se acercó con sus amigos y con Ana hasta donde estaba Carlos, esté vio como todo lo que se temía que podía ocurrir se estaba cumpliendo.
- Carlitos anda, danos las llaves de mi habitación de siempre. Ya tenemos una amiga con quien pasarlo bien.
- ¿Estás loco? - le dijo alterado - Lo siento. No puede ser. Se lo prometí a Carolina. No puedo dejarte que lleves a esa chiquilla dentro.
- Oh, vale - le dijo contrariado. Pero no le duro mucho el enfado porque se le ocurrió una cosa - Entonces supongo que tendremos que ir a un callejón... ya sabes, donde divertirnos los cinco. O bueno, de paso llamare a alguno de mis “trabajadores” y nos divertimos todos, ya me entiendes.
Carlos se puso morado. No podía ser, no se atrevería.
- Pero ¿estás loco? Es solo una niña. Además, nos vas a meter en un buen lio, ella es de buena familia. No es la típica muerta de hambre a la que estás acostumbrado a putear.
- ¿Cuantas veces tengo que repetirte que eso me importa una mierda? Carlos, dame la puta llave. - el viejo reflexiono un momento y luego cambió de plan - De acuerdo, te propongo una cosa. Te compro el bar. Con efecto inmediato.
- ¿Qué dices?
- Te compro el bar, ¿es que ya no oyes bien? Llevas tiempo pidiéndome que me haga cargo. Y lo haré. Te lo compro ahora mismo. Así, la puta de tu hermana no podrá decirte nada porque ¿cómo va a impedir al dueño del bar entrar en su propia habitación?
Carlos lo pensó detenidamente. Si aceptaba, se quitaba por fin de ese local que tantos riesgos le hacían pasar. Le gustaban los negocios de Benito, pero la idea de que hacerlos en un antro de su propiedad... pero por otro lado Carolina le iba matar. Se lo había prometido. Ana no podía correr ningún peligro.
Pero a fin y al cabo el negocio era redondo. Demasiado buenodo como para dejarlo escapar. Los negocios son los negocios. Ese era un lema que siempre había aplicado. Y no iba a ser una excepción esta vez.
- Vale, acepto. Espero que no me la estés jugando, Benito. Me la juego mucho.
- Ya sabes que no. Sabes que contigo soy un hombre de palabra. No como con Carolina. Esa puta merece una lección. Hoy se la daremos.
Benito sonreía de satisfacción. A fin de cuentas, lo que le había ofrecido ya tenía pensado hacerlo; iba a comprarle el bar la semana siguiente. Unos días antes no hacía demasiada diferencia. Pero era algo que Carlos no tendría porque saber nunca.
Así, una vez solucionado el problema, Benito y los suyos se llevaron a la morena de gafas al piso de arriba. Carlos les siguió, por si acaso aparecía su hermana. La joven se iba besuqueando con el desdentado Ignacio, y le seguirá tocando el pene por encima de los pantalones a Alfredo, mientras Tino le toqueteaba el culo. En su estado de embriaguez, esa situación le parecía la gloria a la morena.
Una vez arriba, Benito metió la llave e invitó a entrar a la chiquilla y a sus amigotes en la habitación.
- Usted primero princesa - le dijo con una sonrisa depravada a una Ana que apenas era consciente de donde estaba. Solo se dejó entrar dócilmente seguido por la cuadrilla de viejos.
Era una habitación exclusiva para él, nadie más podía usarla. No es que le hiciera muchos usos, pero hoy iba a ser testigo de una noche de depravación.
Pero la intuición de Carlos era correcta.
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Carolina agarró los pequeños pechos de Noelia cuando se corrió en un inmenso orgasmo, fruto de sus violentos movimientos pélvicos subiendo y bajando del pene del joven cantante, de las caricias a sus pechos por parte de la lolita, y sobre todo fruto de cómo esta le mordió el labio cuando había sentido su propio orgasmo fruto de la lengua del cantante.
Ya no podía más, necesitaba un descanso. Se bajó lentamente del pene del chico y se fue hacia la puerta.
- Carolina ¿dónde...? - la lolita no pude decirle más porque sus labios fueron tomados por el joven rubio, cuyo pene aún tenía ganas de batalla, y había elegido el agujero posterior de Noelia para continuarla. La pelirroja no pudo hacer más que sonreír cuando vio que el jovencito ponía a su esclava en cuatro patas dispuesta a penetrarla por detrás. Agarró un cigarrillo y se dispuso a salir a tomarlo fuera.
Cuando salió le vio. Benito. Entrando en la otra habitación. En su habitación de conquistas. Sus amigotes acompañandolos. Y Carlos a su lado. No le dio tiempo a ver nada más, pero era suficiente para desatar a su bestia interna, así que se fue directo hasta su hermano
- ¿Quien está allí dentro? ¿Has dejado a Ana entrar ahí con esos cabrones?
- ¿Tú estás loca? - le cortó Carlos - llegó Evelin, su colombianita. Y ya sabes cómo es Benito; es verla y no la deja ni respirar. Fue llegar y se la comenzó a comer a besos. Así que él los viejos me pidieron la llave y subieron a la habitación.
- ¿Y Ana?
- ¿Tu qué crees? Tu amiguita vio como Benito y sus amigos se daban el lote delante de ella y se fue echando leches, roja de vergüenza. Tu amiga es un poco cobarde ¿no?
- Si... es típico de ella - Carolina suspiró con tristeza. Tenía la esperanza de que se hubiera quedado abajo, y conseguir algún avance con ella en su territorio. Pero no, se había ido de nuevo.
- En fin, en todo caso, mejor así. Si llega a caer en las fauces de Benito... Gracias hermanito - Carolina le besó en la mejilla y volvió a su habitación, a seguir jugando con sus tortolitos.
Carlos se quedó quieto un segundo. Asimilando todo lo que había pasado. Había mentido a su hermana: Ana seguía dentro con los viejos. Y cuando Carolina se diera cuenta, dios sabe lo que podía suceder. Con suerte los viejos terminarían pronto y su la pelirroja no se llegaría a enterar de lo que iba a ocurrir en esa habitación. Pero no era habitual que esos viejos se fueran temprano de allí dentro con una mujer entre manos.
Y menos con una virgen.
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Nada más cerrar la puerta, Alfredo no perdió el tiempo. Deseaba desde hace un buen rato a esa palomita. Desde el momento en que empezó a toquetearle el pene. Sin pensarlo dos veces la comenzó a besar. Ana, totalmente desinhibida y apenas consciente de lo que hacía, le devolvió el beso a esa boca que olía a alcohol y a rancio. Hace una hora se moriría de asco solo de pensarlo, pero ahora le daba igual. Solo quería sentir esa lengua en su boca, intercambiar saliva con ese gordo mientras empezaba a sentir otras manos en su cuerpo, tocándola, quitándole el vestido. Era Tino. Intentaba quitárselo con cuidado, pero no era capaz de tal sutilidad, así que se lo arrancó de cuajo, dejando el precioso vestido rojo de Ana totalmente inútil para poder ser vestido, y quedando solo en su cuerpo su sujetador negro, su tanga y sus medias. Aunque estas también fueron arrancadas sin ninguna compasión por los viejos. Pero a la morena poco le importaba en ese momento. Tenía una calentura tal que cuando empezó a sentir las manos callosas tocar su cuerpo solo podía pensar en que no pararan de hacerlo.
- Y vosotros... dijo con voz apenas audible en plena vorágine de manoseo de su cuerpo - ¿no os quitáis la ropa... para mí?
Benito, sonrió. Alfredo sonrío. Los demás sonrieron.
- Tus deseos son órdenes.
Los cuatro viejos se bajaron los pantalones y sus amarillentos calzoncillos y dejaron libres sus miembros. Ana los miraba embelesada, hipnotizada por ellos. Mientras, los viejos aprovechaban para quitarse el resto de su ropa. Cuatro penes. En vivo. Para ella. Apenas había visto uno en su vida y ahora...
Lentamente se agachó, quería verlos mejor.
- Venga, chiquilla - le insto Benito - ¿a qué esperas para tocarlos? – Ana lo miró con rostro bobalicón. Y lentamente se acercó hacía esos penes que apuntaban directamente a ella.
El principio del fin de la inocencia de Ana comenzaba...
1 comentarios - Una chica del montón (parte 6)