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Compendio I
Nunca me ha gustado beber. Se lo debo a mi hermano, que me enseñó el lado malo de beber en exceso: las resacas, la repetición de los sermones de mi mamá sobre “Por qué es malo beber” a las 3 am y la falta de raciocinio en los momentos de estar ebrio.
Lo intenté un tiempo, pero mi resistencia es baja y me basta una copa de vino para perder el conocimiento. Lo sé, porque tengo un lapso de 3 horas que no recuerdo de la noche de mi fiesta de graduación y que siguiendo el consejo de mis antiguos compañeros “¡Nunca más te vuelvas a emborrachar!”. No creo que haya pasado nada sexual, aunque mi compañera de fiesta (Margarita, la archi-nemesis de mi esposa...) ha mantenido lo ocurrido esa noche bajo 7 llaves.
En fin, retornando a mi historia, esa mañana decidí levantarme y esperar a Marisol cuando se fuera.
La divisé, cerrando la puerta de su habitación. Al verme, se sorprendió.
“¿Y lo viste?”Le pregunté, refiriéndome a las peripecias de Hisashi-Kun.
Ella sonrió.
“Sí, lo vi…pero fue distinto. Creo que doy patadas mientras duermo.” Me dijo, en un tono más amable.
“Por eso, te extrañaba anoche.” Le confesé.
Ella enrojeció levemente.
“Al menos…Pamela no tiene ese problema.” Me dijo ella, mirándome con un poco de tristeza.
“Sí, pero es bueno sentir una patada en la espalda, de vez en cuando.” Le dije, abriendo la puerta de la casa, para que pudiera salir.
“¡Marco, quiero pedirte…!”
En un rápido movimiento, la besé suavemente en los labios, sin dejarle hablar.
“Marisol, no tienes que disculparte por nada. No sé qué te pasa, pero si crees que puedes enfrentarlo sola, me haré a un lado. Solo recuerda que estaré contigo.”
La abracé, porque necesitaba ser abrazada.
“¡Gracias!” me susurró, mientras acariciaba mis mejillas.
Nos abrazamos unos minutos más. Aunque estaba esa barrera, necesitábamos tocarnos un par de minutos. Esperé pacientemente a que ella me dijera cuando era suficiente y la dejé ir, como el ruiseñor que siempre fue.
Me fui a acostar y ahí estaba la amazona madrileña, todavía descansando. Estaba apoyada hacia el borde de la cama, con la boquita abierta.
Para recrear mi vista, uno de sus tirantes se había bajado a sus hombros, mientras que la sabana se había destapado, revelando parte de su cola y los alrededores de su rajita.
Pero esos labios carnosos… estaban ideales para una mamada, mientras dormía.
Me acerqué con sigilo, apuntando la punta de mi glande sobre esos jugosos labios, cuando una voz me arrancó el alma del cuerpo.
“¡Un centímetro más y te la muerdo!”
Estaba despierta….
“¡Eres un pervertido de mierda! Aprovechándote de una chica durmiendo para meterle la verga en la boca…”
“Pero…tú no estabas dormida.” respondí
“¿Y eso qué más da? Aun sigues siendo un depravado que trata de violar los labios de una mujer indefensa.” me dijo colorada.
Si estaba despierta, ¿Por qué no se había cubierto el trasero?
Por fortuna, sonó el teléfono.
“¿Marco, estás ahí?”
Era el jefe regional.
“¡Excelentes noticias! ¡Con los datos que nos diste, hemos hallado un filón de unos 10 metros!”
“¡Vaya, es impresionante!” le respondí.
“¡No es mucho, pero al menos nos ayuda a llegar a la meta! También, tengo que informarte que me contacté con la junta y han decidido darnos un plazo adicional para tu proyecto de búsqueda, ya que han hecho tantos avances en tan corto tiempo y que tanto a ti como a Sonia les presentarán todas las facilidades que puedan necesitar.”
“¡Pero señor, usted sabe que ya con haber encontrado la zona, el trabajo se minimiza un montón!”
“¡Vamos, Marco, descansa un poco y vive algunos lujos! La junta está muy impresionada y ya están hablando de destinarlos a nuestra operación en Australia. Si mal no recuerdo, eso era lo que querías, ¿Cierto?”
Esa frase me descolocó. Respondí con un “Sí”, lleno de dudas.
“¡Pues, descansa campeón! Relaja esas neuronas, folla un poco y quítate el estrés, que ya estás llegando a la meta. ¡Nos vemos!” y cortó.
Pamela me miró muy enojada.
“¿Quién llamó? ¡Apuesto que es esa golfa de pacotilla, que anda tirándote los calzones! ¡Coño, cómo me encabrona la puta esa!”
“No. No fue ella.” Le dije, todavía sorprendido.
“Entonces… ¿Quién carajos fue? ¿Y qué te ha pasado?” me dijo, mirándome con preocupación.
El teléfono sonó nuevamente. Levanté el auricular, todavía perturbado.
“¡Marco, me acaba de llamar el jefe regional! ¡Dice que la junta está muy impresionada con nuestro trabajo!”
Era Sonia y por su voz, estaba extremadamente feliz.
“Sí, acabo de hablar con él…” respondí.
“¿No es maravilloso? Dijo que nos podrían mandar a Australia, como administrativos… ¡Estoy tan feliz!... ¿Crees poder venir con Marisol a almorzar? ¡Tengo pensado tirar la casa por la ventana, festejando!”
“¡Marisol!… ella está… en la universidad.”
Pensar en ella me hizo peor.
“¿De veras?... entonces, juntémonos como al mediodía. ¡Adiós!”
Colgué, aun sin poder procesar todo…
“¿Y quién te ha llamado ahora?” me preguntó, un poco más preocupada.
“Era Sonia. Me está invitando a almorzar a su casa.” Respondí, sin poder pensar.
“¡La puta que la parió! ¿Le dijiste que no, cierto?” dijo Pamela, muy enfadada.
No le respondí. Necesitaba despejarme, dándome una ducha…
Me vestí y salí a la calle. Pamela me seguía, tratando de darme alcance.
“¡Espera, carajo! ¡No iras sólo!”
Había tomado una mini falda blanca y una polera escotada rosada. Ni siquiera se había puesto un sostén.
Tomamos el taxi y Pamela fue todo el camino hablando.
“¡No dejaré que esa golfa de mierda te coja! ¡No, señor! ¡Puede que a Marisol no le importe, pero a mí, si!... ¡No es que me gustes… pero es mi prima y no dejaré que te acuestes con ella!”
Yo no escuchaba. Las palabras del jefe retumbaban en mis oídos y necesitaba despejarme.
Llegamos a la casa de Sonia y ya estaba pasada de copas. Estaba vestida con unos pantalones de mezclilla, bastante ajustados, que resaltaban su trasero y una camisa blanca, que ya había perdido un par de botones.
“¡Marco… estoy tan feliz de verte!” y me saludó con un beso apasionado bien amargo, pasado a trago.
“¿Cómo te atreves, so puta?” le dijo Pamela, enojada.
“¡Marisol… estás tan crecida!” y para sorpresa de Pamela, la besó en los labios y le agarró los pechos.
“¡Sonia, compórtate!” le dije, tomándola en mis brazos.
Pamela estaba roja y sorprendida.
“¿Quieres ayudarme a llevarla adentro?” le dije, tomándola de la cintura, ya que había colapsado producto del alcohol. La acosté en el sofá de cuero.
Entramos en su casa y era un desastre. Era una casa bonita, con muebles modernos y una mesa de vidrio, testigo mudo de lo ocurrido. Algunas botellas a medio llenar: Ron, Vodka, Aguardiente, entre otras.
“¿Qué es lo que le pasa?” me preguntó Pamela, más repuesta en sus sentidos.
“¡Está feliz! Nos llamó nuestro jefe, para decirnos que la junta estaba impresionada con nuestro trabajo y que querían ascendernos.”
“¡Pero eso es genial!” dijo ella, muy emocionada, pero al verme tan apagado, preguntó “... ¿Por qué no estás contento también?”
Finalmente, estallé.
“¿Por qué no lo estoy? ¡Por la misma razón de siempre! ¡Marisol! ¡Marisol! ¡Debería estar con ella celebrando!”
“¡Marco, relájate!” me decía ella, tratando de calmarme.
“¿Cómo quieres que me calme? ¡No he sabido nada de ella en todos estos días!” le decía yo, gritando como loco.
“¡Marco, me estás asustando!” decía Pamela, empezando a llorar.
Debía calmarme. Pamela no tenía la culpa y en el fondo, era solo una chica de 18 años, con sus propios problemas.
Logré contenerme. Tenía que descargar mis frustraciones y Pamela había sabido ser un buen oído.
“Pamela, me están ofreciendo un puesto en un yacimiento en Australia. Es mi deseo de toda una vida y está al alcance de mis manos.”
“¡Por eso! ¡Deberías estar feliz!” me dijo, secando sus lágrimas.
“Si lo aceptó, me podría ir por más de 3 años y me abriría las puertas para trabajar en cualquier lugar del mundo. El problema que tengo es que no sé qué hacer con Marisol…”
“¿De qué hablas? ¡Tú la amas y ella a ti!”
“¡Pamela, lo que me aterra es no saber si la amo más a ella que el sueño de toda una vida! ¡Por eso no me puedo alegrar!” le respondí, poniéndome a llorar.
Pamela estaba anonadada.
“¿Serías… capaz de sacrificar un sueño… por sólo estar con ella?”
“¡No lo sé! ¡Y eso es lo que me llena de miedo!”
Nos abrazamos y nos pusimos a llorar juntos.
“¿Por qué… no te conocí antes?” me decía ella, mientras se aferraba a mi cintura. Podía sentir el calor de su cuerpo rodeando el mío.
Me intoxicaba su aroma, sus pechos libres en mi cintura…
“Sería tan fácil si tú fueras mía…” me lamenté, con tristeza.
“¡Marco! ¿De qué hablas?... ¡Yo no te amo!” me mentía con sus labios, pero se avergonzaba en las mejillas. “Yo lo hago… porque Marisol es mi mejor amiga…”
La besé, buscando su lengua, que nunca me rechazó la intrusión.
“¡Marco, no debemos!” decía ella, empezando a llorar “¡Esto está yendo muy lejos!¡Ya no lo puedo soportar!”
Entonces, divisé la botella, mientras la abrazaba.
“¡Si tan solo pudiera olvidarla…!” dije, metiéndola en mi boca. Empecé a vaciar su contenido. Media botella de ron. Amargo y lo odiaba, pero necesitaba descansar.
“¡Marco! ¿Qué haces? ¡No lo bebas!” decía ella, quitándome la botella de las manos, pero ya era demasiado tarde. Estaba vacía.
A los pocos segundos, sentí el ardor en mi estomago. Pero esa tarde, quería no sufrir y me refugiaba en los labios de Pamela.
“¡Marco, no me beses así!... ¡No sigas!... ¡Yo no quiero…seguir amándote!”
Fue lo último que escuché, antes del cambio…
Sentía como si mi mente pasara al asiento trasero y mis instintos se apoderaban del vehículo. Mi tristeza se combinaba con el calor del ron y mi mástil se paraba como un palo, mientras era incapaz de controlarme.
Era como ver una película: veía cómo iba desnudando a Pamela, avasallándola y agarrando como un animal sus enormes pechos.
Ella lloraba “¡No! ¡No!”, mientras trataba de penetrarla en su rajita, pero ella se resistía, ofreciéndome su culo, al ver que no usaba preservativo.
Cuando la ensarté, ella gimió de dolor y me pedía que no fuera tan violento, que me daba permiso, pero que me calmara. Pero mi mente era incapaz de regresar.
Le agarraba los pechos con violencia, pellizcando sus pezones sin importar sus gritos o lágrimas. ¡Sentía que la violaba, pero no podía hacer nada al respecto! ¡La bombeaba con violencia y la sacudía sin cesar!
Acabé en ella, pero mi mente no volvía. Mientras Pamela gemía, acostada en el piso, yo veía el culo de Sonia al aire y no podía contenerme.
“¡Marco, por favor, detente!”
Pero era tarde. Ya le había bajado el pantalón y empezaba penetrarla, sin misericordia.
“¿Qué pasa?... ¡Ah!...”
El culo de Sonia estaba relajado, pero yo era un animal salvaje.
“¡Marco!... ¡No!... ¡Me duele!...”
Mis manos estaban encadenadas a esos muslos. Rompí su camisa, mientras ella trataba de arrancar de mis violentas embestidas. Ni siquiera escuchaba sus gritos. Era algo aterrador…
Cuando acabé, mi verga aun seguía templada y vio las tetas de Pamela. Sin preocuparme por la higiene, la metí entre sus pechos y me la empezó a chupar. Lloraba al verme así, pero le gustaba sentir mi verga en la boca. Me corrí con violencia en su boca y ella hizo su mejor esfuerzo por tragárselo, pero mi palo parecía infatigable.
Mis instintos seguían desatados. Contemplando el horrendo espectáculo, Sonia se había empezado a tocar y mi glande iba a sus labios.
Se seguía tocando el botón, mientras seguía abusando con violencia su boca, aprovechando su profunda garganta. De repente, vi a Pamela, lamiendo la conchita de mi compañera de trabajo, lo que la hacía chupar más profundo y me ponía más caliente.
Cuando acabé en su boca, Pamela me sentó en el sofá y me envolvió la verga, con sus tremendas tetas. Sonia, comprendiendo lo que intentaba hacer, chupaba mi glande, mientras Pamela apretaba sus tetas. Empezaba a recuperar mis sentidos y la sensación era maravillosa.
A ratos, me lamían juntas la cabeza y el glande, enfrascándose en ligeros besos lésbicos. Los brazos de Pamela mantenían prisionera mi verga entre sus tetas, mientras seguía bombeándola con energía.
Las chupadas profundas de Sonia me tenían entre las cuerdas y sentía que si se volvían a besar, me correría en ellas.
Fue cuando vi sus lenguas lamer la punta de mi glande juntas en que liberé estrepitosamente mi contenido.
Me corrí en sus rostros y las muy golosas, abrían la boca, para tragarse mis jugos.
“¡Lo siento! ¡No pude controlarme!” les dije, muy arrepentido y con la verga todavía tiesa.
“¡De haber sabido que el ron te ponía así, no habríamos tomado tanto café!” me decía Sonia, sonriendo.
“¡Eso fue algo extraño!” decía Pamela, lamiendo los restos de semen en sus manos.
“¡Sí, pero muy excitante! ¡Es impresionante lo que haces con tus pechos!”
“¡Yo nunca había visto a alguien tragar así!”
Hubo un silencio incómodo…
“¿Quieres hacerlo de nuevo?” preguntó Pamela.
“¡Me encantaría!” dijo Sonia.
Y apresaron nuevamente mi verga.
“Pero yo…” alcance a decir, antes de sentir sus labios.
“¡Lo hacemos, porque estás tenso por Marisol!” dijo Pamela.
“¿Tienen problemas?” decía Pamela, parando de chuparme.
“Los están solucionando.” Le respondió Pamela “¿Ves la diferencia con los labios de una chica dormida?”
Y siguió chupando…
No me dejaron hasta que me corriera 2 veces más…
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4 comentarios - Seis por ocho (48): El ron y yo