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Seis por ocho (41): Mi dilema con Amelia.




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Compendio I


Sé que hago mal al quejarme, pero soy un tipo que le gustan las tetas y bueno… aunque me encanta que Amelia sea una viciosa que le gusta por la cola, bueno, igual tengo mi drama con sus enormes pechos.

Seis por ocho (41): Mi dilema con Amelia.

“¿Te pasa algo?” me dijo, cuando se subía las calzas.

“¡No, no te preocupes!” le respondí, algo desanimado.

“¡Vamos, Marco! ¡Dime! ¡Sé que te preocupa algo!” me decía con esa mirada de niña.

Yo prefería vestirme. Estábamos en su vergel. Le había hecho el culo 2 veces y ya empezaba a hacerse de noche.

“¿Ya… no te gusta… mi trasero, cierto?” me dijo ella, con una mirada triste.

“¡No, no es eso! ¡Es todo lo contrario!” le dije, besando su mejilla.

“¿Entonces?”

“Pues… son tus pechos.” Le dije, algo avergonzado.

“¿Mis pechos?... pensé… que te gustaban mucho mis pechos.” decía ella, como si tratara de protegérselos.

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“¡Es que ese es mi problema!... verás, eres una chica muy bonita, con unos pechos deliciosos… y bueno… sé que te gusta más por la cola… que por delante.” Le dije, un poco avergonzado.

“Pero… ¿Eso es normal, cierto?... a mí me encanta que lo metas por detrás.” Dijo ella, algo asustada.

“Sí… es normal que tengas una preferencia...” le dije yo “Y claro, con un trasero como el tuyo, no hay quién se resista…”

“¿Pero?” me dijo ella, sentándose en el tronco y cubriéndose con su chaqueta.

Ahora era más adolescente. Supongo que tener tantas experiencias bizarras le ha hecho madurar de alguna manera.

“¡Es que es difícil!” le confesé “Por un lado, encuentro excelente que te guste por detrás, pero lo malo es que nunca te puedo ver los pechos.”

Ella sonrió.

“Bueno… tú sabes que siempre puedes tocarlos, cuando quieras…” dijo ella, levemente avergonzada.

“¡Pues, sí, lo sé! Pero por eso me gustaría hacerte más veces hacerlo en tu rajita.”

“¿Por mi rajita?” preguntó avergonzada. “Pero a mí me gusta… que me lo hagas por detrás… porque puedo sentir cuando te corres…”

“Y yo también lo disfruto… pero extraño ver tus pechos.”

Ella me miró algo triste.

“Sí, lo sé. Pero me duele un poco… cuando lo hacemos por delante…”

“¡No lo sabía! ¡No me dijiste!” la abracé y la besé y nos acostamos, nuevamente.

“Si quieres… puedes hacer un paizuri… como te gustan…” me dijo ella, con esa ternura de niña.

“Tus paizuris son ricos, pero extraño ver tus pechos y ver tu cara.”

“¿Mi… cara?” dijo ella, algo avergonzada “Pero… si mi cara no es tan bonita… como la de mamá o la de Marisol…”

“A mí me gusta tu cara.” Le dije, acariciando sus mejillas. “Tus ojos, son tan inocentes; tus mejillas, son suaves y rosadas; tus labios, son gorditos y dulces.”

Nos empezamos a besar. Amelia se pone tan linda cuando se enrojece, que no puedo evitar besarla.

“Yo también… extraño cómo me besas.” me decía ella, entre besos “mi boca se siente… tan bien…”

Mis manos empezaron a bajar por su cintura y subieron por debajo de su polera.

“A mí me gusta… cómo me tocas mis pechos.” me dijo ella, cerrando los ojos y dando un largo suspiro.
“Siento que tus manos quisieran hacer más con ellos, pero me tienen respeto.”

“Es que son tuyos.” le dije yo, besando su cuello, mientras soltaba el sujetador.

“Yo antes los odiaba… pensaba que mi hermana tenía suerte y me sentía mal porque fueran tan grandes…pero…”

Giró suavemente su cara, como para no mirarme.

“¿Pero?”

“Pero tú dijiste que te gustaban los pechos grandes y yo también empecé a quererlos.”

Yo los acariciaba por debajo de su polera, amasándolos suavemente.

“A mi profesor… también le gustaba tocarlos… pero era como tu decías…” dijo ella, empezando a llorar. “Yo no quería que los tocara… era muy violento y me dolía… pero él no me escuchaba… y yo pensaba “Ojala alguien pudiera ayudarme. Nadie me está escuchando”… y llegaste tú, ese día a mi escuela.”

La acaricié. Aunque había pasado poco tiempo y éramos medio novios, no habíamos tenido la oportunidad de discutir ese tema.

“¡Fuiste tan dulce conmigo! Siempre tuve envidia de Marisol, porque todos te querían y eras un chico esforzado e inteligente, pero yo era demasiado tímida para hablarte. Recuerdo que me aterraba la idea de encontrarme contigo en la casa y mis únicos deseos eran de salir corriendo. Creo que por eso empecé a trotar.”

Recordaba las numerosas veces que le saludaba y ella pretendía no verme.

“No sé si lo supo mi hermana, pero mamá tenía razón cuando dijo que yo me tocaba cuando venías.”
Me decía, con ese ligero rubor en las mejillas. “No sé por qué lo hacía. Sentía que era rico pensar en ti, mientras pasaba mis manos por ahí.”

Yo la besé.

“Cuando viniste a vivir con nosotros, traté de ignorarte, pero no podía. Te veía tan triste por Marisol, que no quería decirte lo que sentía, para no preocuparte más… pero entonces, me di cuenta que me veías, me escuchabas y te preocupabas por mí, cuando la directora me mandó a llamar por mis camisas. Me sentí tan feliz, que quise mostrarme más contigo. Por eso pedí tantas cosas, al ver cuánto dinero sacabas, pero entonces, mi mamá me dijo que estaba abusando y abrí los ojos. Sin embargo, tú me habías escuchado y nos diste el dinero igual. Recuerdo que dijiste que era por mi cumpleaños…”empezó a llorar, nuevamente “Papá ni siquiera se acordó de darme un regalo ese día…”

Saqué una de mis manos de su polera. Mientras una se entretenía con la aureola y el pezón, la otra acariciaba sus suaves mejillas.

“El mismo día que use mis camisas nuevas, mi profesor me mandó a llamar. Me gritó, diciendo que mis ejercicios no eran buenos y que tenía que practicar. Yo me asusté y le pedí que me enseñara. Era extraño. Sentía que se apegaba mucho a mí, especialmente en mi trasero y por como tocaba mis pechos.”

Mi pobre e inocente Amelia lloraba. Le secaba las lágrimas, pero en el fondo, sabía que era necesario que me contara todo.

“Me dijo que era culpa del uniforme. Que debía traer uno más corto, para ver si podía sacar mejor… pero lo intentaba y mis tiros salían igual… el profesor practicaba conmigo y me metía la mano bajo mi polera, tocando mis pechos y apretándolos hasta que me doliera. Me decía que debía hacer mis tiros, con los pechos así de apretados, pero yo no podía… ¡Me dolía mucho apretarlos tanto!...”

Bajé mis manos y la abracé por la cintura. Sollozaba, pero al menos se sentía mejor.

“Le pedí a mamá que practicara conmigo, pero mis tiros salían igual. Mi profesor insistía en que practicara con él, todos los días, o me suspendería por vestir indebidamente y me reprobaría. Mamá intentó razonar con él, pero…”

Su llanto me partía el alma.

“Mamá no me hablaba y solamente Violeta parecía escucharme en la casa. Yo trataba de entrenar por mi cuenta, pero no mejoraba… hasta el día que llegaste tú.” Me dejó de abrazar y me dio uno de sus tiernos e inexpertos besos. “Sabía que querías ayudarme, pero no quería decirte nada. Si mamá se había enojado, no quería que me odiaras tú también. Seguí entrenando sola, pero llegaste a mi lado y lo intentaste. Me dijiste que mi tiro era perfecto y podía ver en tus ojos tu felicidad, que quería creerte… de verdad, quería creerte… pero no me sentía el dolor en mis pechos que tenía cuando lo hacía con el profesor.”

Amelia secaba sus lágrimas, mientras le besaba las mejillas.

“Esa noche, me sentí tan feliz cuando me dijiste que tú y mi hermana me querían. No estaba sola en el mundo y con todo mi corazón, no quería que te fueras a trabajar. Pero me dijiste que no me preocupara y que el próximo día, las cosas serían mejor… ¡No podía creerte! ¡Yo ya sabía qué pasaría!... terminaron mis clases y me cambié de ropa. Cuando te vi, no quise que me vieras vestida así… ¡Me sentía tan sucia!... Vi tus ojos y supe que ya sabías todo. ¡No quería que te arriesgaras! Él era muy grande y fuerte, pero tú estabas decidido. Lo viste todo tan claramente… no sabía cómo lo hiciste… pero le dijiste todo lo que había hecho y aunque se enojó, no me dejaste…”

Empezó a gimotear nuevamente. La abracé, para que supiera que no la había abandonado. Incluso yo sentía que lloraba.

“Cuando te golpeó, me quería morir. Traté de ayudarte, pero él era demasiado fuerte. Yo lloraba, porque te vi sin respirar y pensé que habías muerto… por tratar de ayudarme… y lloraba… lloraba… tan fuerte… pero entonces, tomaste mi mano. Vi tu cara hinchada y pusiste una cara tan dulce… como si me pidieras que parara de llorar…”

“¡Ya, ya, corazón! ¡Todo está bien ahora!” le dije, abrazándola fuertemente.

“Te pusiste de pie y te ayudé a caminar… pero vi tu mirada… tenías la cara hinchada y estabas todo golpeado… pero aun no tenías miedo. ¡Estabas tan tranquilo!... tomaste lo que quedaba de tu teléfono y me pediste que camináramos a la puerta… pensé que escaparíamos… ¡Pero le gritaste y le desafiaste nuevamente!... creí que eras un tonto… que ahí te mataría… pero tú estabas tranquilo… bien relajado…”

Se acurrucaba en mis brazos. Empezaba a calmarse.

“Cuando llegamos a la estación de Policía, pensé que todo había terminado. Mamá me vio y me abrazó, como cuando era pequeña de nuevo. Entonces vino el policía y te dijo que no era suficiente. Yo estaba destrozada y mamá también, pero tú seguías tranquilo. Abriste tu chaqueta y sacaste ese regalo… incluso entonces, ¡Te habías acordado de mí, Marco! Y me dijiste, con verdadera tristeza en tus ojos… que no podrías dármelo… ¡Tus ojos, tan tristes!... y yo estaba tan feliz de que no te había matado.”

Me empujó al lado y se sacó su polera, pudiendo ver, nuevamente sus grandes y gloriosos globos.

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“Fue entonces que quise que fueras mi novio. En ese momento, supe que quería ser tuya, Marco y que deseaba, en el fondo de mi corazón, que me vieras. ¡Por eso te amo, Marco! Por eso, mis pechos son tuyos, por siempre.”

Nos acostamos otro rato y me dejó palparlos, hasta que sintiera que no los extrañaba.


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