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Compendio I
Me preocupaba bastante que Amelia me estuviera chupando. Su técnica no es mala y la ejecución es casi impecable (aunque ocasionalmente, me da una leve mordida), pero al momento de la eyaculación, todo se iba por la borda.
No quiero entrar en detalles (porque francamente, intento borrar esas imágenes de mi memoria), pero su gran falla es no saber detenerse. Con suerte, alcanzó a meter sin problemas media polla en su boquita, pero está obsesionada con darme una garganta profunda, aunque ella no es capaz de hacerla.
Por eso, la última vez que tuvimos esa sesión interminable de 5 horas seguidas, ella pasó fácilmente 3 intentando darme placer oral. Sin embargo, al acabar en su boca, de una u otra manera escapaban mis líquidos de ella y no era tan agradable como lo esperaba. Por más que Verónica y yo le decíamos que no lo hiciera, ella se obsesionaba y quería hacerlo, hasta lograrlo.
Y esa mañana, no sería distinta…
“¡Amelia, deja que acabe fuera! ¡No te lo tragues!”
Pero no hizo caso y me obligó a acabar en su boca. Por un momento, pensé que lo había logrado y creí que se lo tragaría… pero no fue así.
“¡Ya, tranquila! ¡Está todo bien!” le decía yo, tratando de calmarla.
“¡No, no lo es! ¡Pensé que lo haría!” lloraba ella.
“¡Es que es mucha para tu boquita!”
“¡Sí, pero a ti te gusta!” me decía ella, con los ojos llenos de lagrimas.
En realidad, siempre me he corrido bastante. Creo que fue porque siempre he tomado mucha agua (bebo más de 2 litros al día, por lo que cuando orino, parezco un cañón laser y mis bolas siempre se hinchan, ya que aguanto a más no poder), siempre vi hentai desde pendejo, me corría la paja entre 4 a 5 veces al día y como buen ñoño, perdí la virginidad bien tarde.
“¡Me asustaste mucho! Creí que te estabas ahogando…” le dije, tratando de consolarla.
“¡Yo quería hacerte feliz!” se cubría la cara, para que no la viera.
“¡Bueno…!” le dije, pensando.
Había algo de tiempo. La acosté en mi cama y le saqué la polera del pijama. Era algo que había querido hacer desde la vez que me dejó tocar sus pechos…
“¿Qué haces?” me dijo, al ver cómo acomodaba mi verga entre sus pechos.
“Solo preocúpate de mantenerlos presionados.” Le dije y empecé a bombear.
“¡Está…bien!” lo decía, con un poco de vergüenza.
Su paizuri era excepcionalmente mejor que el de Pamela. Como les he dicho, sus pechos son mucho más grandes y como no tiene mucha experiencia, son más esponjosos que los de Pamela, por lo que no debía preocuparse que se le resbalaran de mi pene, mientras que Pamela lo lamía para prevenir eso.
“¡Me haces cosquillas!” me decía ella, riéndose.
“¡Qué bueno…que te guste!... ¡Esto se siente…tan bien!”
“Sí…lo veo en tus ojos” me decía ella, con esa mirada inocente y serena.
“¿Qué es eso?” exclamó, sorprendida.
Mi cabeza ya hacia su aparición. Sus ojos de sorpresa me llenaban de lujuria.
“¡Es un “helado de carne”! dijo ella, con esa voz de niña, pero lamiendo con muchas ganas.
Sus labios eran para derretirse. Estaba en el séptimo cielo… y ella mamaba con ganas.
No pasó mucho rato en que me corrí en su boca. Por primera vez, logró tragarse todo, sin dejar nada. Estaba tan feliz.
“¡Feliz cumpleaños, corazón!” le dije, aun resoplando.
“¡Gracias! ¡Estoy tan contenta!... ¿Crees que tengamos tiempo para…?”
Me apuntó a los condones. Miré el reloj y ya debía bañarme.
“¡No, corazón! ¡No puedo!” su cara se entristeció “Pero si quieres, nos podemos bañar juntos.”
“¿Juntos?” me dijo ella, enrojecida.
¡Es tan tierna! ¡Quiere hacer el amor y le da vergüenza bañarse en la ducha conmigo!
“Pues, estás toda pegajosa. No puedes quedarte así…”
“Bueno, si tú lo dices…”
Al amasar esos bellos, blancos y majestuosos pechos, nuevamente mi mástil empezó a alzarse. Mientras jabonaba sus muslos y su rajita, ella también me lo acariciaba.
“¿De veras no podemos?... ¡Solo un poquito!”
Ya lo tenía tomado de la base y empezaba a rozarlo entre sus labios. Podía sentir el roce de su peluda intimidad…
“¡No, de veras no puedo!...Pero tampoco me puedo quedar así… ¿Podrías chuparla de nuevo, por favor?”
Sus ojos se iluminaron de alegría y empezó a lamerlo nuevamente. Era un verdadero alivio.
Me miraba a los ojos, mientras se metía mi vara en su boca, con esos ojos verdes llenos de agradecimiento.
Ahora lo hacía con más propiedad, determinación y energía. Lo lamia incesantemente, mirando constantemente mis ojos, como si leyera cuando iba a correrme y de hecho, esa segunda corrida también fue un éxito, tomándose todos mis jugos y dejando mí pene limpiecito.
“¡Este es el mejor cumpleaños de toda mi vida!” me dijo, al limpiarse los labios.
La ayudé a ponerse de pie y la besé, aprovechando de palpar una última vez esos gloriosos pechos.
“¡Y eso que aun empieza! ¡Espera a que vuelva del trabajo!”
Su cara se iluminó como la niñita de siempre.
Mientras ella se secaba con la toalla, yo pescaba la mía y saltaba a mi habitación. De quedarme más rato, definitivamente me atrasaría y acabaría haciendo algo sin condón.
Apenas llegué al terminal. El bus se estaba aparcando en el puerto designado. Sonia me miraba muy juiciosa.
“¡Te atrasaste! ¡Apuesto que fue por tu suegra!” me dijo ella, muy enojada.
“¡No!...fue que la ducha estaba muy agradable” le respondí con honestidad.
Vestía una blusa azul eléctrica escotada, con una falda de cuero hasta la rodilla, que destacaba su bien formada cola. El resto del personal la miraba, pero ella los mantenía a raya con su fría mirada de intelectual con lentes.
Durante el viaje, le pregunté qué había pasado el día anterior. En realidad, le iba a preguntar durante nuestro viaje de regreso a la ciudad, pero mi cuerpo estaba demasiado cansado para consultarle.
Me dijo que como siempre me decía que aprovechara la oportunidad, pues ella siguió su propio consejo. Eso me dejaba más confundido todavía.
Me confesó que siempre me ha encontrado una persona diferente. Prefería salir conmigo, porque se sentía segura. Yo no la miraba como el resto de los hombres, sino que la consideraba como una verdadera amiga.
Ambos sabíamos de nuestras respectivas relaciones y nos respetábamos por ello. A medida que nuestra amistad iba creciendo, yo empecé a soltarme más sobre mi relación con Marisol, planteándole mis dudas y fantasías, ya que me interesaba su perspectiva como mujer.
Aunque en el trabajo posaba como una profesional disciplinada e inteligente, a Sonia le gustaba usar juguetes sexuales y probar diferentes fetiches, aspectos que Fernando desconocía completamente.
Al ver que yo era tan sincero con mis dudas, se atrevió a compartir ese lado oculto conmigo, sin temer que fuera a propasarme o abusar de mi confianza, ya que en el fondo, yo deseaba aprender a ser un mejor amante.
Fue en el mismo periodo que me designaron a visitar la mina que ella rompió con Fernando, ya que él se reconoció como gay. Tras lo ocurrido con mi jefe, ella pensó que yo nunca habría hecho algo así.
Fue entonces cuando reconoció sus sentimientos ocultos hacia mí, a vísperas de perderme.
Cuando volví y le conté de mi experiencia con mi suegra, ella vio la oportunidad de intentar algo conmigo, por lo que decidió darme alas en esa relación, esperando que fracasara, para así hacer su movida.
Pero su plan le estalló en la cara, cuando al poco tiempo, le conté lo ocurrido con Pamela.
Al ver que todas estaban disfrutando conmigo, pero yo siempre seguía siendo el mismo, decidió probar suerte cuando me desvanecí, haciéndome una mamada en el hospital.
Había sido un alivio para ella que aunque desperté y le hablé, no recordaba nada de lo ocurrido y que seguíamos siendo igual de amigos. Pero ella ya no sentía lo mismo por mí.
A ella le sorprendió que supiera sobre su memoria fotográfica, don que trató de disimular por mucho tiempo, ya que le había costado el celo de muchas amistades y compañeros, tanto de colegio como de trabajo.
Se dio cuenta que yo veía en ella algo que el resto no percibía y que además, me atrevía a apostar por esas habilidades, incluso en el momento donde podía despegar por mi propia cuenta.
“Y bueno, cuando te vi durmiendo, te encontré tan tierno, que debía darte las gracias de alguna manera…” decía, un tanto avergonzada.
Tenía un sentimiento cálido en mi corazón y estaba sorprendido. También me gustaba, pero muy parecido a lo ocurrido con Amelia, jamás la había visto fuera del contexto de amiga.
Puede que suene un tanto descarado, pero encuentro que la infidelidad es un aspecto más propio de la mujer que del hombre. Después de todo, son ellas las que deciden con quien y cuando desean acostarse y a diferencia de muchos amigos que he conocido (aunque hay excepciones a la regla), la gran mayoría mantiene ese “Código implícito de camaradería”, en que sin importar cuán guapa es la novia de un amigo, uno no la mira, porque es la novia del amigo.
A las mujeres, parece que no les pasa eso…
Como sea, ese día entramos a trabajar con cierta tensión en el aire. Ya estaban las cartas sobre la mesa, pero ninguno de los dos quería actuar al respecto.
Fuimos a almorzar y nuevamente, regresamos a la oficina…
Al rato, se abrió una ventana en mi ordenador. Era un mensaje del supervisor de faena, a través de intranet.
“Estimado, ¿Cómo está?”
“Bastante… bien. Con algo de calor, nada más.” Respondí un tanto nervioso.
“¡Oye perrito!, quería avisarte que tuvimos un accidente en la mina.”
Yo me sobresalté.
“¿Un accidente? ¿Fue algo grave?”
“¡No, camarada!” respondió el jefe, sonriendo por mi preocupación “Era algo que ya veíamos venir. Se quemó un grupo generador dentro de la mina. Se armó un pequeño incendio, pero lo controlaron rápidamente. El problema es que nos bajo la capacidad del sistema y tenemos que ventilar el humo, por lo que se está desviando la potencia de todos los departamentos secundarios, para intentar suplir la demanda del sistema de ventilación. Por eso te llamaba, porque los administrativos se van a tener que retirar más temprano.”
“¡Ah, ya entiendo!” dije mirando el reloj. Aun quedaban dos horas para nuestra salida oficial.
“Así que para que arregla tus cosas y le avises a la “puta” de tu compañera, para que se vayan. El bus va a salir luego.”
“¡Oiga, muchas gracias por avisarme! ¡Nos vemos mañana!”
“¡Adiós!”
Y el supervisor cortó.
“¡Qué maleducado!” dijo Sonia, un tanto molesta “¡Decir que yo soy puta!”
“Sí, yo también estaría de acuerdo contigo, pero que me estés chupando bajo el escritorio fundamenta su argumento.”
“¡Es mi hora de colación!” me dijo ella, pasándole la lengua nuevamente.
Cuando me corrí en su boca, me besó en la mejilla.
“¡Es una lástima!... me habría gustado probarlo por el otro agujerito.”
“¡Lo siento, corazón! No traje condones…” le dije yo, abriendo mis brazos“¡Sin paquete, no hay regalo!”
Ella se rió. Tomamos nuestras cosas y nos marchamos...
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1 comentarios - Seis por ocho (32): ¡Sin paquete, no hay regalo!