Post anterior
Post siguiente
Compendio I
Por lo general, tengo una vida medianamente sana. No fumo, ni bebo ni voy a fiestas o parrandeo. Prefiero leer, dormir, ver mangas y anime, jugar videojuegos y andar en bicicleta.
Por estas razones, me mantuve virgen bastante tiempo… pero también, me mantuvo joven. La mayoría de las personas nunca me cree cuando les digo que tengo 31 años. De hecho, me dicen que cuando mucho no paso de los 25, pero existe documentación estatal que sí lo corrobora.
Cuando volví a abrir los ojos, vi a Sonia, a Pamela y Marisol, al lado de mi cama. Bueno, no exactamente mi cama.
Estaba en una clínica y me habían inyectado una solución en el brazo. Marisol hablaba con mis padres, mientras que Pamela interrogaba a Sonia con la mirada, mientras que ella lloraba desconsolada.
“¡Está despertando!” dijo Marisol, al verme” ¡Le llamaré después!”
“¿Qué te pasó?” preguntó Pamela.
“¡No lo sé!” respondí.
De repente, llegó el doctor. Debía tener unos cincuenta años. Era un hombre delgado, chiquito y con lentes, con una cara bastante jocosa. Me resultó simpático de primera vista.
“¡Bien! ¡Voy a examinar al paciente, así que por favor, afuera todas!”
“¡Pero yo soy la novia!” dijo Marisol
“¡Aja! ¿Y es usted doctora o enfermera?”
“No, pero…”
“¡No se preocupe! Aunque lo hubiera sido, la habría sacado de acá, ya que estaría haciendo mi trabajo. ¡Hasta luego!” y el doctor cerró la puerta.
Era de esa clase de médicos. Revisó mi carta, hizo algunas anotaciones y finalmente, tiró la bomba:
“Y dígame… ¿Con cuántas mujeres ha estado en el último tiempo?”
“¿Qué?”
“Con cuántas mujeres se ha acostado en el último tiempo.”
Era una pregunta que no me esperaba. El doctor parecía no tener mucha paciencia.
“Jovencito, llevo 20 años en este trabajo. He visto miles de casos y si le estoy preguntando con cuántas mujeres se ha acostado en el último tiempo, es porque sé perfectamente bien que usted lo ha hecho. Seguramente, debe tener mareos, una jaqueca constante, dolor testicular y bueno… la pérdida del conocimiento lo ha traído hasta acá”
Yo estaba en blanco…
“¡Está bien!” dijo el doctor, poniéndose los lentes “Tiene los testículos inflamados, una erección crónica, bajo conteo de azúcar, de lípidos, de glóbulos rojos, etcétera, etcétera y si le quedan más dudas, ya tengo dos enfermeras voluntarias inscritas para lavarlo por la noche. ¿Me va a decir ahora con cuántas mujeres ha estado?”
Levante cuatro dedos…
“¡Vaya!” dijo el doctor, sorprendido “Cuando me volví residente, aguanté hasta tres. Supongo que son las chicas que acompañan a su novia, más otra, ¿No?”
“En realidad, sólo una de ellas…” le confesé.
“¡Cielos!” dijo el hombre “Pero yo que usted, me preparo. Le apuesto que pronto levantará todos los dedos.”
“Doctor, ¿Qué es lo que tengo?”
“No tienes que preocuparte. Es sólo algo de fatiga”
“¿Fatiga?”
“Sí, al parecer, te has estado alimentando mal… y por lo visto, exigiéndote algo más de la cuenta”
“¿Es por mi turno en la mina?”
“¡No, tonto! Es por tanto jugar “Mete y saca”… aunque me resulta admirable que tu pene siga aguantando tanto trabajo pesado, en tan buenas condiciones...”
Siempre me he preocupado de usar preservativos. Aunque algún día deseo tener hijos con Marisol, también quiero que ella pueda obtener sus estudios y trabajar. Incluso le pregunto si se ha tomado las pastillas anticonceptivas, para prevenir riesgos y tratamos de hacerlo solamente en días seguros.
También lo hago con Verónica, aunque en un par de ocasiones no he podido ocuparlos. Pero si alguna de ellas llegara a quedar embarazada, sería un padre responsable.
De cualquier manera, había caído en gracia con el doctor y le dije que siempre usaba preservativos, lo que pareció agradarle. Me dijo que cuando vio la carta, esperaba que luciera más viejo y aunque no me conocía, le parecía ser un chico responsable que había tenido mucha, mucha suerte.
Me recetó una dieta nueva, rica en proteínas, bebidas energéticas, carbohidratos, azúcares y otras cosas y dos días de reposo, para que “aflojara la tripa”.
Tardíamente, me avisó que me inyectaría un relajante muscular. Yo no quería usarlo, pero me dijo que era la única forma de “domar a la bestia”.
Mientras empezaba a surtirme el efecto, abrió la puerta y les dijo que era solamente fatiga a causa de trabajo y que quedaría en observación por hoy y mañana podrían venir a retirarme.
Me costaba mantener los ojos abiertos. Tras la última experiencia en casa de mi suegra, estaba empezando a desconfiar de los relajantes musculares.
Me dormí un poco y desperté. Eran como las dos de la tarde, por la posición del sol. Estaban Pamela y Sonia, con ojos desafiantes, mirando una a la otra. Marisol debía estar en la universidad.
Me dormí nuevamente. Abrí los ojos y eran como las cinco. Sonia dormitaba en un sillón. Pamela probablemente se había ido al bar.
Dormí nuevamente y estaba oscuro afuera. La luz estaba brillante y podía ver claramente cómo mi frazada subía y bajaba, junto con la succión de mi pene acostumbrada. ¡Nuevamente, alguien se había aprovechado de los calmantes musculares!
Quien quiera que fuera, era alguien con mucha experiencia en el tema, ya que podía tragarse mi verga completamente y casi sin detenerse para respirar.
Finalmente, eyaculé dentro de esa boca desconocida, que curiosamente no botó ninguno de mis jugos e incluso, parecía habérselos tragado de golpe. Limpió mi verga de base a cabeza, lamió mis bolas y al parecer, se chupó los dedos.
Cuando finalmente salió, vi cómo Sonia se limpiaba la comisura de la boca.
“¡Vaya, despertaste!” dijo ella, con completa naturalidad “Había ido al casino, pero lo habían cerrado. Así que vine acá y probé el “caldo de pollo” que le has dado a la suegra y prima de Marisol y déjame decirte que fue bastante rico. Ojala, me vuelvas a servir. Adiós”
Solo pude reírme al pensar que Sonia me había dado una mamada. El doctor, sin lugar a dudas, era un experto. Pero el efecto de los relajantes no se disipaba y junto con la fatiga por la felación, me volví a quedar dormido.
Soñé que alguien me daba una o dos mamadas. Aunque después, no supe si había sido un sueño o no. Cuando desperté, empezaba a amanecer y otra vez, mi frazada subía y bajaba. Eyaculé y la amable boca se encargó de limpiar los restos.
Al salir de mi entrepierna, vi a una simpática enfermera de unos veinte años, sonriendo y limpiando las gotas de semen en su cara.
“¡Qué bueno que despertó!” me dijo la muy descarada “Le traeré el desayuno en unos diez minutos más. Lo vendrán a retirar a eso de las nueve. ¡Ojala haya recuperado sus fuerzas!”
Y se fue. No es necesario decir que la enfermera que me trajo el desayuno no era la misma.
A eso de las nueve, vino Marisol por mí. Cuando abandonábamos el lobby, no pude evitar el sonreír al estar completamente de acuerdo con el letrero que decía “¡No a las drogas!”.
Aunque el servicio, sin lugar a dudas, había sido demasiado bueno en aquel hospital…
Post siguiente
2 comentarios - Seis por ocho (19): ¡Decir “No” a las drogas!