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Compendio I
Pueden pensar (y estoy completamente de acuerdo con su derecho) “Oye, amigo, ¿No que recién volviste de tu turno? ¿Cómo vas a estar pensando en “…Hacer a Amelia gritar…”, si estás con Marisol? ¿No le vas a “dar de lo bueno” a la tetona de Pamela? ¿Nos estás diciendo que aparte de tu jaqueca, no pasó nada interesante en esos días? ¡Eres una gran mierda!”
Y ahí tendría que pararles la película. Porque claro, no pareciera que hubieran justificaciones para el título, pero los que han leído mis relatos previos, cada título está ligado a lo que ha pasado en mi experiencia minera y este tampoco deja de ser la excepción.
Los que decían que mi jaqueca cumplía un rol importante, le dieron en el clavo: desde que Marisol me besó, cuando abracé a Pamela, cuando recogí mi equipaje e incluso cuando montamos el taxi, mi dolor era latente, pero manejable.
Yo no le daba mucha importancia y trataba de disimularlo lo mejor que podía.
Me senté entre mis dos mujeres de la capital, por decirlo de alguna manera. Por un lado, estaba la animosa Marisol, diciéndome lo emocionada que estaba porque ese domingo publicarían los resultados de sus pruebas y tenía mucha confianza que con la “ayuda” que le di la última vez, le extenderían su beca de excelencia.
Por el otro, estaba la no menos hermosa Pamela. Su mirada parecía perderse en el paisaje y lo único que me preguntaba era a qué se debía ese cambio de actitud.
Como les digo, Pamela siempre fue un “florero de mesa”: ojala, todos estuvieran viendo sus enormes pechos, su bien formada cintura y su enorme trasero. De por sí, era llamativa, por el estilo gótico para vestirse: bien maquillada, vestida de negro y con ropa bien ajustada.
Pero aquí estaba ahora, sin tanto maquillaje y sin una ropa tan estrafalaria, decidiendo hacer algo constructivo con su vida.
Al parecer, la avergonzaba que la mirara de esa manera y Marisol comprendía que me llamara la atención ese cambio en el modo de vestir.
“Así que si apruebo todo, ¡Te daré tu merecido!” me dijo Marisol, besando mis mejillas. Ni siquiera llegaba a casa y ya me estaban diciendo que tendría sexo… genial… lo que necesitaba, después de una orgia de 6 horas, un turno laboral de 12 y un vuelo de 4 horas más.
Sé que no debería ser tan llorón, pero con esa jaqueca, quería tomarme el día medianamente tranquilo.
Almorzamos y noté que Pamela aun seguía callada. Pensé que podría estar enojada conmigo.
En realidad, me gusta esa relación “Entre perros y gatos” que teníamos. Aunque igual le guardaba rencor por haberse acostado con mis amigos de la universidad, era divertido agarrarnos a insultos, que en realidad, no lo sentíamos.
No era que nos dijéramos groserías o cosas por el estilo. Disfrutaba el sarcasmo de nuestros insultos.
Preocupado, decidí dar el primer paso.
“¿Y a qué se debe ese cambio de ropa y de actitud? A estas alturas, me estarías quemando los oídos con tus cuentos sucios del bar…”
“¿Qué te importa?” dijo ella, casi ignorándome.
Era extraño. Sabía bien cuándo le preocupaba algo. Incluso, cuando Marisol dijo que vendría a vivir con nosotros, porque su madre la había echado de su casa, la acepté, más que nada, por esa misma cara de preocupación.
No sabía mucho de ella. Lo único que me había contado Marisol es que sus padres se divorciaron cuando ambas tenían once años y que la vino a conocer a sus catorce. Su padre era un empresario bien forrado, que vivía en Madrid.
Pensaba que si Marisol era el sol, Pamela era la luna. Solitaria. Oscura. Misteriosa.
Pero aquí estaba ella, como el gusano que cambia en mariposa.
Limpiamos la loza y las ayudé a estudiar. Pamela se preparaba para rendir la prueba de selección universitaria, como mi amada Marisol lo hizo el año anterior, pero los ánimos no eran buenos, ya que la fecha era en unos tres meses.
“He tratado de enseñarle, pero a ella le cuesta mucho aprender…” me decía algo triste Marisol.
“¡Es porque soy una tía burra!” decía Pamela, llorando.
Me dio lastima y por primera vez, acaricié esos negros cabellos cortos. La antigua madrileña, con temple de acero, lloraba como una niñita desconsolada.
“No creo que seas una burra” le dije, tratando de consolarla.
“Sí, Pamela. Marco es muy bueno estudiando…” le dijo Marisol.
“Espera, ¿De qué hablas?” le pregunté.
“Pues, tú siempre me dijiste que la mejor manera era estudiar en grupo… bueno... al menos… antes… del… “sistema”… que… uhm… bueno,… usamos ahora” me decía Marisol, aunque los tres ya estábamos bien al tanto de qué sistema ella hablaba.
“Sí, ¡Pero no estarás sugiriendo que…!”Le dije yo, colorado.
“¡Claro que no, pervertido!” me dijo Marisol, devolviéndome los colores. “Quiero que nos ayudes. Tú entiendes mejor la metodología de grupo”
Los ojos de Pamela me miraban llenos de esperanza…
“¡Pero tú sabes bien lo que hizo ella con mi grupo!” le respondí enojado, alzando mi voz.
“¡Por favor! ¿Cuándo será el día que la irás a perdonar?” me decía Marisol, enfadada, mirando cómo su prima ocultaba sus lágrimas.
“¡El día que le rompa el culo! ¡Ese día la perdonaré!” respondí, fingiendo ira al mirar a Pamela.
Ella paró de llorar…
“¡Hay veces que eres un verdadero mojón!” dijo Marisol, saliendo de la habitación, bastante enojada y azotando la puerta de nuestro dormitorio.
“¿De… veras… me… perdonarás?” dijo Pamela, sonriendo, mientras le secaba las lagrimas, en ese sensual acento de española.
“Por supuesto.” le dije, sonriendo con normalidad “El día que te rompa el culo… aunque creo que eso ya lo hemos hecho antes.”
Nos besamos. Era bueno saber que con el pasar de los días, nuestra relación no había acabado. Sin embargo, fue breve, ya que al poco rato llegó Marisol.
“¡No van a creerlo!” nos dijo.
Nos acercamos al computador. ¡Todos sus ramos, aprobados, con nota máxima en el último control!
¡Era increíble! Incluso en mis años de universidad, yo rasguñaba el aprobado y cada final de semestre era un calvario. ¡Pero Marisol no había sacado uno, sino que siete “Legendarios”!
Ni siquiera es necesario mencionar que todos los enojos se olvidaron y que al cerrar la puerta de nuestra habitación, exprimió mis jugos por otras ocho horas seguidas. No supe qué pasó después con Pamela, si habrá seguido estudiando o qué.
La cosa fue que follamos a más no poder.
A la mañana siguiente, Marisol no me despertó con una, sino que con dos mamadas. Apenas podía correrme, pero ella estaba muy agradecida de que le hubiera ayudado a mantener sus becas…
Pero yo, con suerte podía caminar. Mis bolas estaban un tanto adoloridas y la jaqueca no me dejaba en paz y debía ir a reunirme con mi jefe y el jefe de área regional.
Casualmente, me encontré con mi jefe a la llegada del edificio. Me saludó y me preguntó qué tal el nuevo estilo de vida, a lo que respondí que no podía quejarme.
Entonces, me pidió el favor de que si le podía explicar un poco más sobre mi proyecto. Como dije, mi jefe es un lameculos de media jornada, el cual invierte su tiempo chupando vergas en la otra.
Aunque lo hubiera deseado, no habría servido de mucho, ya que él se manejaba en el área administrativa y lo mío iba enfocado al área de ingeniería.
Me decía que el jefe de área regional estaba muy impresionado con mi trabajo y constantemente, le mandaba correos preguntando por mis avances, a lo que él no podía responder.
Por eso hubiera preferido tener a Sonia a mi lado en el proyecto. A diferencia de mi jefe, ella podía memorizar un documento, sin poder entenderlo del todo y era una buena administrativa, por lo que si necesitaba emplear algún instrumento adicional, ella podría acelerar la burocracia a mi favor y derivarme a los departamentos necesarios que podrían contar con esos equipos.
En cambio, a él tenía que estar explicándole “con peras y manzanas” y cruzar los dedos de que pudiera entenderme algo.
El jefe de área regional era otra cosa. Aunque era parte de la gerencia, también tenía un titulo de ingeniería y nos comprendíamos bastante bien nuestras ideas.
Por eso, cada reunión, mi jefe parecía el “niño pequeño”, mientras que “los adultos” hablaban cosas serias.
La oficina de Sonia estaba desierta. Aunque quedaban dos días para el final de mes, se los había tomado libres, para no tener que aguantar el trato compasivo de los demás trabajadores. Pero habíamos acordado juntarnos en un restaurant, después de la reunión.
Les expliqué lo que había descubierto sobre las ondas en el mineral, empleando el ejemplo de la casa de mi suegra para explicar el efecto.
El jefe regional se mostró bastante impresionado por la analogía, dado a lo ilustrativa y didáctica que era. Mi jefe, por otra parte, parecía mucho menos tenso.
“Entonces, ¿Solamente has trabajado con “Verónica”?” preguntó el canoso jefe regional.
“Sí, señor. Es la única que me ha dado datos fijos.” Le respondí.
“¿No has tratado de acoplarla con “Amelia”?”
Empecé a recordar la vez que tomaba a Verónica en la cocina, mientras que Amelia se masturbaba gritando mi nombre a todo pulmón…
“Sí, señor. Lo único que obtuve fue esconder una onda dentro de la otra”
“¿Y qué hay de la frecuencia de “Verónica”? ¿Has tratado de experimentar con ella?”
Recordaba cómo Verónica alcanzaba el orgasmo más rápido, al tomarle sus pechos…
“Sí, señor. Pero no me ha ayudado con “Amelia”, para determinar su ubicación.” Le respondí, un poco excitado.
“¿Qué opina usted?” preguntó el jefe regional al chupa vergas del mío.
“¿Yo?” preguntó, sorprendido.
El jefe regional miró a los alrededores.
“¿Hay alguien más en la habitación?” preguntó el jefe regional.
“No… pero…” dijo mi jefe, complicado y nervioso.
“¡Entonces dígame qué piensa!” dijo el jefe regional.
“¡Es que no entiendo la pregunta!” decía mi jefe, hecho un atado de nervios.
El jefe regional se llevó las manos a la cara.
“¡La pregunta es cómo lo hacemos para encontrar la posición de “Amelia”!” dijo el jefe regional, bien enojado.
“¡Ah!... ¡Eso!... pues, no sé… tal vez… deberíamos… hacer a “Amelia” gritar… o algo así...” dijo mi jefe, con la cara llena de vergüenza.
“¡Usted es un verdadero inútil!” le dijo el jefe regional, muy decepcionado. Luego me miró a mí.
“Creo que lo más adecuado es hacer un catastro de maquinas. Por la forma de la onda, tal vez podamos determinar la posición más adecuada de Amelia…”
“… ¿L-l-la p-p-posición de Amelia?...” le dije, babeando levemente, pensando que se refería a posiciones sexuales.
“¡No te juntes demasiado con este tipo!” dijo, refiriéndose a mi jefe” ¡Eres un muchacho bastante listo y sería una lástima que se te pegara lo idiota!”
Mientras se despedía el jefe regional, me hizo a un lado y me dijo:
“Recuerdo que en las otras reuniones, me dijiste algo sobre una chica…”
“¡Sonia!” le dije yo.
“¡Sí, Sonia! ¿Crees que esa señorita pueda hacer un trabajo mejor que el idiota ese?”
A mi jefe parecía que le habían caído cuchillas en la espalda…
“Sí.” le respondí “Ella no se maneja en el tema tanto como yo, pero creo que habría sido una verdadera herramienta en el proyecto.”
“¿Habría?” preguntó el sagaz jefe.
“Pues, sí. Su contrato terminaba a final de mes y mi jefe no quiso renovárselo.”
“¿Ah, no?” dijo el jefe regional, mirando seriamente a mi jefe.
Mi pobre jefe era una mierda apestosa de perro…
“Bueno, no te preocupes.” Me dijo el jefe regional “Haremos todo lo posible por hacer las acomodaciones necesarias. ¡Estoy muy impresionado con tu talento, muchacho! ¡Haremos todo lo posible por hacerte la vida más cómoda!”
Le di las gracias al jefe regional y me despedí por última vez de mi jefe. Aunque había sido un verdadero idiota, su intuición había dado en el clavo… ¡Había que hacer a “Amelia” gritar!... pero claro, no lo descubriría hasta la mitad del turno siguiente.
Fui a reunirme con Sonia, que a pesar de todo, estaba de muy buenos ánimos.
Alcance a besar sus mejillas y mientras me sentaba, sentía que mi cabeza se apagaba y lentamente, me sumergía en la oscuridad…
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1 comentarios - Seis por ocho (18): “… ¡Hacer a Amelia gritar!…”