Aniversario de casada. ¿Cuántos? Ocho años ¡¡¡Cómo pasa el tiempo!!! No hacemos nada especial, una cena romántica a la luz de las velas en un exclusivo restaurante de Palermo Soho y luego a pasar la noche, o la mayor parte de ella, en el Rampa Car de Carranza y Avenida Córdoba, que fue el primer telo al que fuimos juntos aun estando de novios. No me van a creer pero a mi futuro marido lo hice esperar bastante para entregarle eso que a otros les entregaba sin remilgo alguno.
Creo que fue a los dos meses de estar saliendo que finalmente deje que me cogiera, aunque claro, durante ese tiempo me dejaba coger por ahí. No sé porque pero al darme cuenta que él era el hombre de mi vida, y con quien deseaba pasar el resto de mi existencia, creía que no debía revelarle mi verdadera naturaleza, he salido con infinidad de tipos con los cuales cogí ya en la primera cita, tipos que después no volví a ver jamás, pero con él fue diferente.
Estuvimos en la suite árabe, nuestra preferida en aquellos tiempos de noviazgo, pero el relato no trata de lo que hicimos con mi marido en nuestras bodas de bronce, sino de algo que pasó antes y después. Verán, el trabajo de mi marido queda por Palermo, así que luego de dejar al Ro al cuidado de mi divina suegra, lo pase a buscar, para irnos de allí a disfrutar de nuestro día. En su oficina recibí las felicitaciones de todos, desde el encargado de seguridad hasta de las secretarias, pasando incluso por Bruno quien, muy sarcásticamente, me felicito por llevar adelante un matrimonio ejemplar y sin fisuras, ante lo cual varios de los allí presentes asintieron. Si supieran, pensaba yo, que el hijo que tengo es suyo y no de mi marido...
Ya en la oficina de mi marido me senté a esperar que terminara con unos asuntos, cuando entra su secretaria para anunciarle que esta el Sr. (No voy a mencionar su nombre, obvio, pero puedo decir que posee cierta fonética africana). Mi marido le pide que lo haga entrar, que quiere presentármelo, la secretaria sale y tras unos segundos entra él... ¿cómo describirlo?, para empezar diré que es alto, altísimo, casi del doble de mi tamaño, yo mido 1.60 con tacos así que imagínense, más de 2 metros seguro. Y es negro, de raza negra, afro, es ahí donde encaja lo del apellido.
-Mary, te presento a “Awekonosecuanto”, agregado comercial de la embajada de (un país africano, obviamente)-
Me levanto para saludarlo y aunque estoy de pie parezco insignificante a su lado. Toma mi mano entre las suyas y me la besa con unos labios gruesos y carnosos que ya quisiera sentir ahí donde ustedes ya saben.
-Un placer conocerla Señora- me saluda en un perfecto castellano -(el nombre de mi marido) me ha hablado mucho de usted, sé que hoy es su aniversario así que prometo no sacarle demasiado tiempo-
No sé qué decirle, sé que debo parecer una estúpida, pero me quedo sin decir nada, incapaz de coordinar una palabra con otra.
Mientras ellos cruzan algunas palabras referentes a ciertos negocios entre la empresa donde trabaja mi marido, y el gobierno de su país, yo espero a un costado, fascinada todavía por ese escultural sujeto cuya piel desprende un aroma exquisito. En cierto momento lo llaman al celular, se disculpa y sale de la oficina para atender. Esta es la mía, me digo. Ahora o nunca. Me levanto y le digo a mi marido que voy a servirme un cappuccino de la máquina que está en el pasillo.
-¿No querés que te haga traer uno del bar de la esquina que los preparan riquísimos?- me ofrece.
-No gracias, esa máquina es igual a la que está en la compañía y también son ricos, ¿te traigo uno?-
-No, así estoy bien, termino esto y vamos-
-Dale- le digo cuidando de reojo que el africano siga hablando por el celu, por suerte sigue.
Salgo al pasillo, voy hacia la máquina, pongo el dinero correspondiente, coloco el vaso y selecciono el cappuccino. Mientras se prepara, abro mi cartera, busco una de mis tarjetas personales de la compañía, y cuando paso cerca de aquel Adonis de ébano, ya con mi cappuccino en la mano, le tiendo disimuladamente la tarjeta, con una leve caída de párpados, aunque somos de etnias diferentes hay gestos que son universales. Rápido de reflejos, “Awekonosecuanto” se la guarda en el bolsillo interior del saco sin siquiera leerla. Vuelvo a la oficina de mi marido y me siento a beber mi cappuccino, satisfecha con haber dado ese primer paso. Awekonosecuanto termina con su llamada y regresa a la oficina, no me mira, no hay nada en sus gestos que revele la pequeña complicidad que acaba de surgir entre nosotros. Se despide de mi marido, se despide de mí y tras desearnos un feliz aniversario, sale raudo de la oficina, dejando flotando en el aire ese aroma que ya ha logrado cautivarme.
Durante la cena pienso en él, mientras hago el amor con mi marido pienso en él, pienso en cosas que no debería estar pensando en mi aniversario. Pienso en cómo será hacerlo con alguien de otro color, en si será cierto lo que dicen de los negros, el famoso mito del tamaño, ¿será solo un mito?, ¿será realidad?, ¿lo que guarda entre las piernas se corresponderá con el tamaño de todo lo demás? En todo eso pensaba mientras mi marido se esforzaba por arrancarme un polvo, por suerte pudo, aunque creo que fue el haber estado pensando en Awekonosecuanto lo que me predispuso más fácilmente para el orgasmo. Lo imaginaba desnudo, apenas con un taparrabos de cuero en la entrepierna, y agitando una lanza, persiguiéndome por toda la sabana africana. Y me atrapa, (o mejor dicho me dejo atrapar) me hace su prisionera, me lleva como un trofeo a su tribu, y en el momento de hacer suya esta posesión, el taparrabos desaparece, quedando empequeñecido por una monstruosa verga del tamaño de un caballo. Sí, eso es lo que me hace acabar, no mi marido, sino imaginarme la pija del agregado comercial de aquel país africano.
El aniversario concluye, volvemos a casa, y yo sigo quemándome la cabeza con el nuevo asociado de mi marido.
Pasan dos días, y estando en mí trabajo recibo en mi celular una llamada desde un número desconocido. Antes de atender ya sabía que era él.
-¿Hola? ¿Quién es?- respondí con el corazón latiéndome a mil por hora.
Su voz, del otro lado de la línea, me estremece profundamente. Menciona su indescifrable nombre, recuerda nuestro encuentro de un par de días antes y la tarjeta que le había dado.
-Espero no estar haciendo mal en llamarte- me dice con una voz gruesa y potente, cargada de virilidad.
-Para nada, estás haciendo muy bien, esperaba tu llamado- le digo en tono cómplice.
-Entonces... ¿Quieres ofrecerme tu asesoría en temas de seguros?- me pregunta tanteando el terreno.
-Jaja- me río -La verdad es que eso es lo último en lo que había pensado-
-¿Y en que pensaste?- quiere saber ya dentro del juego.
-¡Uffff!, si te dijera...-
-Dime...-
Me levanto de mi asiento, me alejo del escritorio, y en un rincón de la oficina, cubriéndome la boca con una mano, le susurro al teléfono:
-Estuve pensando en que... me gustaría saber de qué tamaño la tenés-
Ahora quien se ríe es el.
-¿Te gustaría averiguarlo?- pregunta.
-Muero de ganas- asiento.
-Puedes llevarte alguna sorpresa- me advierte.
-Me encantan las sorpresas-
Aunque la tuviera de tamaño normal o incluso menos, ya había decidido que quería hacer el amor con ese hombre, no solo porque sería una buena historia para contar, (incluso hasta ya había pensado el título: "Ébano y Marfil"), sino también porque me gustaba, me gustaba mucho, muchísimo... el color de su piel, su aroma, su exótico origen, absolutamente todo confluía en un deseo que se hacía carne en mí y se volvía más desesperante con cada día que pasaba.
-¿Cuándo podemos vernos?- me pregunta entonces, evidenciando la misma ansiedad que yo no me preocupaba por ocultar.
-Cuando quieras- le digo.
-Esta tarde tengo una reunión en la empresa de... tu marido, ¿quizás mañana?-
-¿No podes posponerla?- le pregunto ya totalmente desquiciada.
-Ya está programada desde hace tiempo, además mejor si evitamos posibles conflictos- razona.
En eso tenía razón, lo último que querría sería arruinarle un negocio a la empresa de mi marido por querer echarme un polvo con uno de sus potenciales socios.
-Entonces mañana- acepto resignada.
-Tengo un departamento en Barrio Norte, creo que lo mejor es que nos veamos allí, no te preocupes que es un lugar muy discreto- me dice.
-Por mi está bien- le digo.
-¿Envió a mi chofer a buscarte o...?-
-No- lo interrumpo -Mejor voy sola, cuantos menos testigos mejor, jeje- me rió -Pasame la dirección por mensaje de texto y mañana estoy ahí, ¿a las seis y media está bien?-
-Perfecto- asiente -Espero que puedas despejar todas tus dudas-
-Estoy segura que si- nos despedimos y... si, la concha me hierve como un volcán.
Esta llamada que les cuento fue hoy (por ayer), en este momento debe estar en la dichosa reunión con mi marido y los directivos de la empresa. Malditos negocios, pienso, si no fuera por ellos ahora mismo estaría sacándome esa duda que me aqueja más que el origen del Cosmos o la existencia de Dios... ¿la tendrá grande el negro? Mañana (o sea hoy) a esta hora ya lo habré averiguado.
Creo que fue a los dos meses de estar saliendo que finalmente deje que me cogiera, aunque claro, durante ese tiempo me dejaba coger por ahí. No sé porque pero al darme cuenta que él era el hombre de mi vida, y con quien deseaba pasar el resto de mi existencia, creía que no debía revelarle mi verdadera naturaleza, he salido con infinidad de tipos con los cuales cogí ya en la primera cita, tipos que después no volví a ver jamás, pero con él fue diferente.
Estuvimos en la suite árabe, nuestra preferida en aquellos tiempos de noviazgo, pero el relato no trata de lo que hicimos con mi marido en nuestras bodas de bronce, sino de algo que pasó antes y después. Verán, el trabajo de mi marido queda por Palermo, así que luego de dejar al Ro al cuidado de mi divina suegra, lo pase a buscar, para irnos de allí a disfrutar de nuestro día. En su oficina recibí las felicitaciones de todos, desde el encargado de seguridad hasta de las secretarias, pasando incluso por Bruno quien, muy sarcásticamente, me felicito por llevar adelante un matrimonio ejemplar y sin fisuras, ante lo cual varios de los allí presentes asintieron. Si supieran, pensaba yo, que el hijo que tengo es suyo y no de mi marido...
Ya en la oficina de mi marido me senté a esperar que terminara con unos asuntos, cuando entra su secretaria para anunciarle que esta el Sr. (No voy a mencionar su nombre, obvio, pero puedo decir que posee cierta fonética africana). Mi marido le pide que lo haga entrar, que quiere presentármelo, la secretaria sale y tras unos segundos entra él... ¿cómo describirlo?, para empezar diré que es alto, altísimo, casi del doble de mi tamaño, yo mido 1.60 con tacos así que imagínense, más de 2 metros seguro. Y es negro, de raza negra, afro, es ahí donde encaja lo del apellido.
-Mary, te presento a “Awekonosecuanto”, agregado comercial de la embajada de (un país africano, obviamente)-
Me levanto para saludarlo y aunque estoy de pie parezco insignificante a su lado. Toma mi mano entre las suyas y me la besa con unos labios gruesos y carnosos que ya quisiera sentir ahí donde ustedes ya saben.
-Un placer conocerla Señora- me saluda en un perfecto castellano -(el nombre de mi marido) me ha hablado mucho de usted, sé que hoy es su aniversario así que prometo no sacarle demasiado tiempo-
No sé qué decirle, sé que debo parecer una estúpida, pero me quedo sin decir nada, incapaz de coordinar una palabra con otra.
Mientras ellos cruzan algunas palabras referentes a ciertos negocios entre la empresa donde trabaja mi marido, y el gobierno de su país, yo espero a un costado, fascinada todavía por ese escultural sujeto cuya piel desprende un aroma exquisito. En cierto momento lo llaman al celular, se disculpa y sale de la oficina para atender. Esta es la mía, me digo. Ahora o nunca. Me levanto y le digo a mi marido que voy a servirme un cappuccino de la máquina que está en el pasillo.
-¿No querés que te haga traer uno del bar de la esquina que los preparan riquísimos?- me ofrece.
-No gracias, esa máquina es igual a la que está en la compañía y también son ricos, ¿te traigo uno?-
-No, así estoy bien, termino esto y vamos-
-Dale- le digo cuidando de reojo que el africano siga hablando por el celu, por suerte sigue.
Salgo al pasillo, voy hacia la máquina, pongo el dinero correspondiente, coloco el vaso y selecciono el cappuccino. Mientras se prepara, abro mi cartera, busco una de mis tarjetas personales de la compañía, y cuando paso cerca de aquel Adonis de ébano, ya con mi cappuccino en la mano, le tiendo disimuladamente la tarjeta, con una leve caída de párpados, aunque somos de etnias diferentes hay gestos que son universales. Rápido de reflejos, “Awekonosecuanto” se la guarda en el bolsillo interior del saco sin siquiera leerla. Vuelvo a la oficina de mi marido y me siento a beber mi cappuccino, satisfecha con haber dado ese primer paso. Awekonosecuanto termina con su llamada y regresa a la oficina, no me mira, no hay nada en sus gestos que revele la pequeña complicidad que acaba de surgir entre nosotros. Se despide de mi marido, se despide de mí y tras desearnos un feliz aniversario, sale raudo de la oficina, dejando flotando en el aire ese aroma que ya ha logrado cautivarme.
Durante la cena pienso en él, mientras hago el amor con mi marido pienso en él, pienso en cosas que no debería estar pensando en mi aniversario. Pienso en cómo será hacerlo con alguien de otro color, en si será cierto lo que dicen de los negros, el famoso mito del tamaño, ¿será solo un mito?, ¿será realidad?, ¿lo que guarda entre las piernas se corresponderá con el tamaño de todo lo demás? En todo eso pensaba mientras mi marido se esforzaba por arrancarme un polvo, por suerte pudo, aunque creo que fue el haber estado pensando en Awekonosecuanto lo que me predispuso más fácilmente para el orgasmo. Lo imaginaba desnudo, apenas con un taparrabos de cuero en la entrepierna, y agitando una lanza, persiguiéndome por toda la sabana africana. Y me atrapa, (o mejor dicho me dejo atrapar) me hace su prisionera, me lleva como un trofeo a su tribu, y en el momento de hacer suya esta posesión, el taparrabos desaparece, quedando empequeñecido por una monstruosa verga del tamaño de un caballo. Sí, eso es lo que me hace acabar, no mi marido, sino imaginarme la pija del agregado comercial de aquel país africano.
El aniversario concluye, volvemos a casa, y yo sigo quemándome la cabeza con el nuevo asociado de mi marido.
Pasan dos días, y estando en mí trabajo recibo en mi celular una llamada desde un número desconocido. Antes de atender ya sabía que era él.
-¿Hola? ¿Quién es?- respondí con el corazón latiéndome a mil por hora.
Su voz, del otro lado de la línea, me estremece profundamente. Menciona su indescifrable nombre, recuerda nuestro encuentro de un par de días antes y la tarjeta que le había dado.
-Espero no estar haciendo mal en llamarte- me dice con una voz gruesa y potente, cargada de virilidad.
-Para nada, estás haciendo muy bien, esperaba tu llamado- le digo en tono cómplice.
-Entonces... ¿Quieres ofrecerme tu asesoría en temas de seguros?- me pregunta tanteando el terreno.
-Jaja- me río -La verdad es que eso es lo último en lo que había pensado-
-¿Y en que pensaste?- quiere saber ya dentro del juego.
-¡Uffff!, si te dijera...-
-Dime...-
Me levanto de mi asiento, me alejo del escritorio, y en un rincón de la oficina, cubriéndome la boca con una mano, le susurro al teléfono:
-Estuve pensando en que... me gustaría saber de qué tamaño la tenés-
Ahora quien se ríe es el.
-¿Te gustaría averiguarlo?- pregunta.
-Muero de ganas- asiento.
-Puedes llevarte alguna sorpresa- me advierte.
-Me encantan las sorpresas-
Aunque la tuviera de tamaño normal o incluso menos, ya había decidido que quería hacer el amor con ese hombre, no solo porque sería una buena historia para contar, (incluso hasta ya había pensado el título: "Ébano y Marfil"), sino también porque me gustaba, me gustaba mucho, muchísimo... el color de su piel, su aroma, su exótico origen, absolutamente todo confluía en un deseo que se hacía carne en mí y se volvía más desesperante con cada día que pasaba.
-¿Cuándo podemos vernos?- me pregunta entonces, evidenciando la misma ansiedad que yo no me preocupaba por ocultar.
-Cuando quieras- le digo.
-Esta tarde tengo una reunión en la empresa de... tu marido, ¿quizás mañana?-
-¿No podes posponerla?- le pregunto ya totalmente desquiciada.
-Ya está programada desde hace tiempo, además mejor si evitamos posibles conflictos- razona.
En eso tenía razón, lo último que querría sería arruinarle un negocio a la empresa de mi marido por querer echarme un polvo con uno de sus potenciales socios.
-Entonces mañana- acepto resignada.
-Tengo un departamento en Barrio Norte, creo que lo mejor es que nos veamos allí, no te preocupes que es un lugar muy discreto- me dice.
-Por mi está bien- le digo.
-¿Envió a mi chofer a buscarte o...?-
-No- lo interrumpo -Mejor voy sola, cuantos menos testigos mejor, jeje- me rió -Pasame la dirección por mensaje de texto y mañana estoy ahí, ¿a las seis y media está bien?-
-Perfecto- asiente -Espero que puedas despejar todas tus dudas-
-Estoy segura que si- nos despedimos y... si, la concha me hierve como un volcán.
Esta llamada que les cuento fue hoy (por ayer), en este momento debe estar en la dichosa reunión con mi marido y los directivos de la empresa. Malditos negocios, pienso, si no fuera por ellos ahora mismo estaría sacándome esa duda que me aqueja más que el origen del Cosmos o la existencia de Dios... ¿la tendrá grande el negro? Mañana (o sea hoy) a esta hora ya lo habré averiguado.
40 comentarios - Aniversario
jejejejejejeje
Espero la segunda parte ansiosa!
Besos!
http://memecrunch.com/meme/NK6W/negro-pito-chico/image.png
Espero ansioso como se dieron las cosas!
Gracias por compartir
Espero que cuentes, seguro te la vistes negra....jaja..! un beso.
el tema es que me contagiaste la duda!
Besos
... fotosssss
Tremenda historia Marita.
Y relatada magistralmente con tu estilo revienta-cerebelos
Un placer volver a leerte y a comerme las uñas esperando la continuación.
Gracias por compartir 👍
Van unos puntines por ser tan deliciosamente hdp.
Muy buen post como siempre querida, muy, muy cachondo...FELICITACIONES!!💋