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Compendio I
Hubo una vez, un niño llamado Ícaro…
“¡Sé lo que haces con mamá!...” decía Amelia, con lagrimas en sus ojos
Y su padre le construyó alas para volar, pero le recomendó que no volara ni demasiado alto, ni demasiado bajo…
“…Y quiero que lo hagas conmigo….” Me miraba con unos ojos penetrantes.
…Pero Ícaro desobedeció y voló cerca del sol, para caer aparatosamente.
“…O se lo diré a mi hermana.”
Tal vez, no sea la introducción más adecuada. Pero realmente fue una situación muy comprometida.
Ahí estaba la inocente Amelia, con mirada de amazona y su seductor físico, demandándome que hiciera lo más fácil, como un ángel justiciero.
Nos encontrábamos en su lugar secreto, tras nuestro trote de la tarde.
Pero mis fuerzas flaqueaban y mientras miraba esos ojos flameantes de furia, me puse a llorar.
“¡No lo hagas!... ¡Por favor!” le supliqué, de rodillas.
“¡Entonces, hazlo conmigo también!” me decía ella, llorando.
“¡No puedo!”
“¿Por qué?” decía ella, llorando a mares.
Parecíamos niños pequeños. Ella, tan inocente e ilusionada y yo, tan ambicioso y luchando con mi conciencia.
“¡No es justo!” decía yo, golpeando el piso.
“¿Por qué… no me quieres?” decía ella, quebrándose en llantos.
La tomé entre mis brazos, la abracé y la besé, apasionadamente.
“¡Sí te quiero! ¡Te quiero mucho!” le dije, tratando de protegerla de la verdad.
“Pero… ¿Por qué no me tocas?”
“Porque no es justo para ti.” le dije.
“¿Por qué no lo es?”
“Porque no soy el que tú esperas. Yo tengo a tu hermana.”
Era difícil de explicarle. ¿Quién era yo para decirle a una niña inocente de 17 años, que su madre había empezado una relación conmigo, que más encima, esa niña había sido manoseada por un profesor?
¿Cómo podía darle tanta mierda, de golpe?
Ella lloraba y la entendía. La pobre había sido lo que yo fui por tantos años. Pero yo fui perseverante y traté de resistir, hasta que encontré mi ilusión. Se llama Marisol…
Ahora, yo brillaba cerca, como si fuera su meta, su príncipe azul…
“¿Por qué no puedes amarme?” me decían esos suplicantes ojos verdes.
La besé, hundiéndome más en mi desgracia. Me partía el corazón verla sufrir, pero no tenia opciones. Podría seguir besándola y ella sufriría por más tiempo, o bien, podría ignorarla y hacerla sufrir de la misma manera.
Había una tercera opción, que en el fondo fue la que adopté...
“¡Por favor, toca mis pechos!”
Besé sus cálidos e inocentes labios, mientras mis manos se deslizaban sobre su voluptuosa delantera.
“¡Por favor, trata de amarme!”
Mientras nos fundíamos en un apasionado abrazo, mis manos recorrían su cintura hasta encontrar ese tierno trasero bien formado.
“¡Por favor, no me dejes!” decía ella, aun llorando.
“¡Nunca podría dejarte, corazón! Siempre te he amado, pero sé que no soy el amor que tú buscas” le decía, abrazándola fuertemente.
“¿Cómo lo sabes?” me dijo, dándome uno de esos inexpertos, pero apasionados besos.
“Porque el que tú buscas, también te amara por quien eres, no por tu físico, ni tus pechos. Te amara por ti, corazón”
Mis palabras parecían calmarla. Aprovechaba de besar su frente y sus ojos.
“¿Como tú me amas a mí?” me preguntó.
“No, corazón.” le respondí, besando sus tiernos labios “Mejor que yo.”
Ella sonrió, mientras nos abrazamos.
“Lo dudo.”
“Él te amará por quién eres, por cómo eres y por lo que eres capaz de hacer… pero lo que te hará bendita, corazón, será que él siempre sabrá que él es tuyo y tú, de él.”
“¿Y tú, no me amas así?” preguntó ella, más serena.
“No, amor. Yo ya encontré a tu hermana y ya soy de ella, con sus errores y virtudes. Con sus pequeños pechos y su trasero apretado…” dije yo, imaginándola.
Amelia se entristecía un poco.
“¿Por qué a ella la puedes amar así y no a mi?”
La besé en sus tristes, pero tiernos labios.
“No lo sé, corazón. Lo que sí puedo decirte es que muchos te amarán por lo que eres y por cómo eres… pero el que tú decidas amar, será el más afortunado de ellos”
“¡Eso es hermoso!” decía ella, besándome y metiendo su lengua en mi boca.
“Lo único que puedo hacer por ti, corazón, es ser el primero en tu búsqueda.” le dije, besando su fino cuello.
“Puedo ser el primero que te consuele…” le dije, tomando su polera y tocando sus pechos por detrás.
“El primero que se preocupe que estés bien y satisfecha…”
“¡Ah!... ¡Ah!...” besaba sus labios, mientras metía la mano, buscando su clítoris.
“El primero que te ame… por ser una mujer” mi otra mano masajeaba sus pechos.
“Tus… manos… amo tus manos” decía ella.
“El primero que te defienda y te proteja…” metía mi dedo anular en su chorreante vagina.
“Pero solamente el primero.” le dije, besándola nuevamente
“Estaré a tu lado, para lo que necesites…” mi mano palpaba sus glúteos.
“Pero siempre que sigas buscando al que te corresponda…”
“… se… siente… tan… bien” mi dedo masajeaba su tierna vagina, entrando y saliendo.
“Si aceptas eso, seré tuyo” finalicé, apretando levemente uno de sus pezones.
“… ¡Ay, si!... ¡Por favor!... ¡Acepto!...”
Amelia tuvo su primer orgasmo en mis manos.
Apenas se dio cuenta cuando bajé sus pantalones. Estaba tan húmeda y tan sumergida en el éxtasis del orgasmo, que sólo me vio cuando mi lengua lamía su clítoris.
“¡Ah!... por… favor… no… hagas… eso…”
“Dijiste… que… querías… lo… que… hago… con… tu… madre” decía yo, cada dos lamidas.
“¡No!... por… favor… me… voy… a volver… loca” decía ella, en un valiente esfuerzo por contener el orgasmo.
Lamí su conchita con mayor intensidad. Su pecho subía y bajaba. Sus jugos, tiernos y deliciosos, eran absorbidos efectivamente por mi hábil lengua.
“¡No!... me… siento… extraña… quiero… orinar” decía ella, llorando.
No presté atención. Seguí lamiendo sin preocuparme.
Ella lloraba a ríos.
“¡Por… favor!... ¡detente!... no… quiero… hacerme… en… tu cara”
Lanzaba gritos desgarradores, pero si ella lo había pedido, era lo que debía recibir.
“¡No!... por… favor… ya… no… aguanto… más… ¡Ah!”
Y afortunadamente, sólo se vino en mi boca. Bebí sus jugos y la lamí entera.
“¡Tonto!” decía ella, llorando como la dulce niña de siempre “¡No quería orinarme en tu cara!”
“Vamos… no llores tanto. Tú querías volar cerca del sol… bueno, esas son las consecuencias”
Hubo una vez, un niño llamado Ícaro. Voló cerca del sol y sacó un bronceado espectacular…
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2 comentarios - Seis por ocho (15): La niña con alas de cera
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