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Seis por ocho (13): el ingrediente secreto




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Compendio I


Pienso que de todas mis aventuras hasta el momento, este es uno de los más difíciles de escribir (y probablemente, uno de los que más pueda gustar)… aunque sé que hay otros que se están desencadenando, que llevarlos a la prosa también serán un desafío.
De hecho, tiemblo de nervios al pensar lo que descubriría esa tarde, pero lo que más lo dificulta escribir es recapitular los factores que permitieron que todo esto ocurriera.
Lo mejor será ir por partes. Desde que empecé a visitar a Marisol, cuando empecé a hacerle clases particulares, aparte de los pechos bamboleantes, Verónica tenía un aliño inusual en sus comidas.
Marisol y Amelia parecían no darse cuenta, pero Don Sergio sí parecía percatarse y siempre le reclamaba que “sabía a una mierda”. En cambio a mí, no era tan malo, ya que mi paladar se agrada muchísimo más con sabores amargos y salados.
Cuando me quedaba solo en casa, trataba de recrear el “toque especial” de mi suegra, pero no tenía éxito y generalmente, mi mamá me daba un coscorrón, por casi incendiarle la cocina.
Avanzando más en nuestra historia actual, durante nuestro primer encuentro sexual con Verónica, ella me contó que pocas veces mi suegro la satisfacía y que siempre le había maravillado el hecho de hacer que su hija alcanzara un orgasmo en su fiesta de aniversario de matrimonio, si me encontraba a más de treinta metros de distancia.
Todo eso me hizo pensar que un buen regalo para mi suegra sería un “huevo vaginal” con control remoto, como el que le regalé a su hija mayor.
Por esa razón, el día que fuimos al centro comercial a comprar las nuevas camisas de Amelia y mientras me iba al terminal a tomar el bus para el mineral, me desvié de mi ruta al ver una tienda de aparatos sexuales.
Era una de esas tiendas en donde a la gente de allá le da vergüenza entrar, porque son bien chapados a la antigua y les preocupa mucho el “qué dirán…”, pero como yo soy de mente abierta, vivo en la capital y nadie me conoce, entré casi saltando.
Incluso el vendedor se sorprendió al verme. Al parecer, las ventas estaban malas y el tipo me decía que con suerte podía cerrar los libros de fin de mes.
Como igual me daba lata el pobre hombre, le pedí que me mostrara algunos modelos de huevos vaginales para poder cotizar. Me sorprendí al tener que explicarle qué era un huevo vaginal y cómo funcionaban.
El tipo estaba maravillado, porque nunca había pensado que hubiera algo así. Y yo le dije que era un tremendo error de su parte, porque siendo zona minera, podrían venderse literalmente como pan caliente entre las mujeres, ya que son discretos, pueden usarse todo el tiempo y a diferencia de los colosales consoladores, requieren pilas de tamaño normal e incluso, recargables.
Le di toda una cátedra sobre el tema, (Me daban hora y media de colación en la oficina antigua y después de comer con mi compañera Sonia, íbamos al centro comercial a vitrinear y casi siempre, nos quedábamos en esos antros, mayormente, por el morbo de usar esos aparatos) destacando que los de mejor calidad eran los que tenían una cubierta de goma y que tenían como una carcasa protectora para las baterías, para prevenir el derrame de ácidos.
El tipo me agradeció por los consejos y me mostró su pobre colección de consoladores. Estaban los antiguos manuales clásicos y de goma, de varios colores, a lo que le sugerí al vendedor que consiguiera más transparentes, ya que generalmente, las mujeres que los usan tratan de que sean discretos; unos a baterías, que podrían ser considerado como vibradores, aunque no son tan buenos como el huevo, ya que estos tenían formas más toscas y que, según me había dicho Sonia una vez, “Te deforman la panty cuando los usas” y finalmente, los brutos de baterías gigantes.
Había uno flaco y de dos velocidades, pero el otro me hizo sonreír. Nunca me he considerado como un tipo como un pene muy largo. La gracia que tiene el mío es grueso y como tengo algo de resistencia (o más bien, la he ido desarrollando), puedo durar horas.
Era del mismo porte que el del mío, pero delgadito. Era de tres velocidades y ocupaban dos baterías. Su duración aproximada era de cuatro horas, según lo que decía la caja y aparte de eso, me llevé unos condones, porque recordaba que me quedaban pocos y porque quería ayudar al pobre tipo en su valiente empresa. Cuando me iba, curiosamente y tratando de que no las viera a la cara, iban dos jovencitas entrando a la tienda.
Supongo que hace falta una persona para hacer el cambio…
Con esos datos en mente, me siento más cómodo para retomar la historia.
Cuando regresamos a la casa, todavía deseaba suicidarme. Aunque había sido una experiencia sobrenatural tocar los masivos pechos de mi cuñada, aun la seguía viendo con ojos de niña.
En parte se debe a los mordaces comentarios que me hacía su prima Pamela, refiriéndose a ella como “la hermana gansa”, ya que aunque tenía meses de diferencia con Marisol, igual era muchísimo más inocente.
Verónica me contó que se había atrasado un par de años, a causa de que ella tenía problemas de dislexia y que como muchos niños precoces, tratan de ocultarlo de sus padres. Pero ahora los había superado y era una alumna muy responsable.

Seis por ocho (13): el ingrediente secreto

Supongo que eso la ha hecho más deportiva. Siempre corriendo, para conquistar los obstáculos. Y me daba pena pensar que solamente, la gran mayoría veía sólo sus grandes pechos.
Verónica nos esperaba con una deliciosa tortilla de zanahorias, acompañada con arroz y ensalada de tomate. Era una delicia para el paladar comer esas zanahorias, que parecían ocultar parte del sabor del condimento secreto de mi suegra.
Al igual que la mañana, Amelia se sentó de mi lado, para “asegurarse que pudiera levantar el tenedor”, como referencia a mi desempeño atlético.

orgasmo

La conversación fue amena, ya que Amelia no me dio tregua al contarle lo patética que era mi condición física a su madre, lo que las hacía reírse a carcajadas.
Sabiendo ser un buen perdedor, le dije a mi suegra que trataría de superarme y empezar a correr más todos los días, lo que dio un ligero colorete a mi cuñada.
Verónica, en cambio, había estado conversando con la madre de una amiga de Violeta, su hija de cinco años, que también asistía a la escuela de Amelia y estuvieron conversando lo ocurrido con el profesor.
Tomé la mano de mi cuñada, al ver que su mirada se entristecía y la de mi suegra, al ver que la zanja que las había separado los últimos días volvía a reaparecer. Les dije que era algo que tendríamos que enfrentar tarde o temprano y que no podíamos pretender que no había ocurrido.
Les regalé una sonrisa, diciéndoles que lo mejor de esa comida había sido que han vuelto a ser madre e hija y que eso no tenían que olvidarlo.
La conversación retomó su atmósfera inicial y cuando terminamos de comer, Verónica abrazó a su hija.
Amelia nos pidió que la excusáramos. Pensamos que lo que había dicho la había hecho reflexionar y Verónica se encargaría de los platos, mientras que yo recogía la mesa.

sexo oral

Toqué ligeramente una nalga a mi suegra, lo que la hizo saltar y me dijo que no podíamos hacerlo, porque estaba Amelia. Que una vez lavado los platos, iría a la cama, aprovechando que Violeta se había quedado en casa de su amiga y se daría una siesta.
Aunque me dio lata, trotar también me había agotado y también planeaba dormir, hasta que encontré la chaqueta de Amelia, que había olvidado en el respaldo.
Mientras Verónica seguía lavando los platos, fui a dejársela a su habitación, cuando me pareció escucharla hablando con alguien.
“¡No! ¡No!” decía Amelia “tiene que ser un poco más casual… a ver…”
Parecía estar repasando un diálogo. Enternecido, me quedé a escuchar.
“Este… eh… ¿Marco… te gustaría… lamer mi conchita?”
Quedé de piedra. Estaba repasando un diálogo conmigo.
“¡No! ¡No!... si recién me vio los pechos hoy… a ver… este”
Al parecer, era el ensayo de la sesión de trote del día siguiente.
“¿Marco… podrías ver mi vagina?... porque tú sabes… eres mi amigo… y bueno… eres el novio de Marisol… y todo eso…y bueno… si ves algo extraño o diferente… no sé… puedes decirme…”
No me había dado espacio para la duda. Definitivamente, era yo.
“¡No! ¡No!... ya me pasó hoy y me pidió que me callara… a ver… ¡Esto es tan difícil!”
A ratos, me daba la impresión que se metía algo a la boca, como un caramelo o algo así.
“¡Eso es!... podría decirle… ¿Marco, te gustaría probar mis pechitos?... porque yo lo hago… y el sabor me gusta.”
¿Ella se mete los pechos a la boca? ¿Tan grandes son? Una fuerza imperiosa impulsaba las manos al picaporte de la puerta.
“¡Mejor no, porque podría pensar que soy un fenómeno!... a ver…”
Cuando divisé por el pequeño espacio de la puerta, lloré por ser ingeniero y la mejor forma de describirlo, es la siguiente cita:
“La luz de la ventana difundía su espectro abiertamente entre las superficies reflectantes y opacas de la habitación. Entre estas superficies reflectantes estaban las blancas mamas de mi cuñada, una de las cuales había puesto su pezón en la boca, mientras que entre las opacas se hallaban sus negras calzas, que discretamente escondían la potencial reflexión que tendría su otra mano, acariciando el clítoris.”

Suegra

¡Diantres! Así de caliente estaba la inocente hermana de Marisol. Entonces me bajó una preocupación: si las cosas seguían ese ritmo, para mi retorno ya podría estar tirándome a mi cuñada, lo cual no es tan genial, en el sentido de que no es del todo legalmente mayor de edad… aunque, claro… para la mitad de mi próximo turno, la situación no sería problema, porque estaría de cumpleaños.
Eso fue un consuelo temporal… pero recordé una amenaza eventualmente mayor: ¿Qué pasaría si escuchaba Verónica ese monólogo? Yo lo escuché y eso que la puerta estaba cerrada. Además, Verónica me dijo que una vez lavado los trastos, iría a dormir la siesta.
¡Demonios, que era una situación complicada!... tenía que marcharme ya.
“¡Oh!... ¡Qué rico!... ¡Marco!... ¡Por favor, no pares!”
Si hubiera sido un personaje de animación japonesa, me habría visto bajando la escalera sin alma…
Pero al ver que Verónica tomaba la última olla, debía pensar algo. Si Amelia recién estaba empezando a tocarse…

cunada

“Te demoraste bastante en dejar la chaqueta…” dijo Verónica.
“Es que… estaba acostada…” dije, todavía nervioso. No estaba mintiendo, pero tampoco era la verdad completa que ella esperaba.
“Sí, ella es siempre así.” Respondió Verónica “Siempre que sale a correr, llega a la casa y se pega una siesta.”
Yo pensaba si siempre se pegaba ese tipo de “siestas”… no era tiempo para pensar algo así. ¡Debía actuar ya!
Busqué alguna solución en los bolsillos del pantalón. Había otra que destacaba por sí sola, pero no era la más adecuada para este particular predicamento…
Solo chicles, llaves y algunas monedas. Torpemente, una de ellas salió rodando y cayó, casualmente, debajo de las piernas de Verónica.
“Ya estás tirando chauchas…” dijo ella.
Fui a buscarla, algo desesperado y tras tomarla, la solución a mis problemas se presentó sola.

Seis por ocho (13): el ingrediente secreto

“¡Ah!... ¡Marco!... ¿Qué haces?” me preguntó ella, sorprendida.
“Estoy… probando algo.” le dije, honestamente.
“¡Ah!...pero… ¿Debajo de mi falda?” preguntaba ella.
“¿No te gusta?” le pregunté.
“¡No… es eso!... es qué… nunca me habían… hecho algo… así”
Recuerdo que cuando iba en el jardín de niños, yo le miraba la ropa interior a las educadoras… era la época de apogeo de “Benny Hill” y yo veía el show, porque hacía “que me picara el pirulo…”
Como sea, esta perspectiva de mi suegra también era distinta. Siempre la había visto usando vestidos largos con faldas. Recuerdo que antes que empezara con Marisol, pensaba que mi suegro debería, al menos una vez, haber tomado a mi suegra, levantarle la falda y empezar a follarla.
Para mí, era como presenciar un arcoíris ver sus piernas y apreciar desde esa vista, sus calzones y su trasero, rodeado por un vestido verde claro que permitía pasar algo de luz.
“Al menos,… ¡Ah!... déjame terminar… ¡Oh!... de lavar… ¡Sí!... esta… ¡Ay!... olla”
Mis dedos ya estaban masajeando el clítoris, mientras apreciaba sus sensuales calzones negros.
“¡Te estás mojando!” dije, al ver la mancha de sus jugos en su calzón.
“No… me digas… eso… no… me… estoy… mojando…”
Podía decir lo que quisiera, pero el río que corría por sus piernas me decía lo contrario.
“Sale tanto jugo... ¡tengo que probarlo!”
“¿Cómo que tienes que?... ¡No!”
Su grito dio eco en la cocina.
“¡No grites tan fuerte!... ¡Amelia te puede escuchar!” le reclamé.
A estas alturas, ya me había olvidado qué era lo que quería prevenir originalmente…
“Entonces no metas... ¡No!... tu lengua… ¡Ah!... en ese… ¡Oh!... lugar… ¡Ay!”
Esa frase fue rara, porque tras ese ¡No!, su voz empezó a apagarse de a poquito.
Sus jugos eran pegajosos y deliciosos. Pero no era la primera vez que los había probado…
“¡Es tu condimento secreto!” exclamé.
“¿Qué?... ¡Ah!”
Enterré mi cabeza y lamia su vagina y clítoris como loco. Estaba todo, repleto, de esa esencia que tantos años había evadido mi estilo de cocina.
“¡No!... ¡Por favor!... ¡No abras tu boca ahora!... ¡Ah!”

orgasmo

Se vino y sus espesos jugos cayeron en mi boca. Limpié al detalle sus zonas erógenas, como ella lo hacía con las mías por las mañanas.
Cuando salí de su falda, ella jadeaba, apoyada al lavabo. Todavía no terminaba de lavar la olla.
“No… hagas… eso…” me decía, al ver cómo metía mis dedos manchados con sus jugos a la boca y se cubría para no mirarme. Pero me quedaba la duda: ¿Cómo terminaban sus jugos en la comida?
Su culo estaba bien parado, sus piernas abiertas y sus pechos colgando… ¡Era mi sueño de tres años atrás!
Bajé mis pantalones, el calzoncillo y le levanté la falda.

sexo oral

“¿Qué haces… ¡Ah!... ahora?”
Empezaba a embestir su rajita. Era tan rico.
“Siempre quise hacer esto” decía, metiendo y sacando mi cabeza.
“¡Ah!... ¿Conmigo?”
“Sí… a Marisol no le gusta… usar faldas largas”
“¿Pero… si viene… Amelia?”
También empezaba a gustarle, por el movimiento de sus caderas y sus gemidos. Al escucharle decir eso, mi verga dio un latido de excitación.
“Bueno… es el peligro… el que lo hace… tan rico”
“Sí… se siente… tan bien”
De repente, escuché otro ruido. Era claramente mi nombre.
“¡Oh, Marco!... ¡Oh, Marco!”
Era Amelia, que seguía masturbándose y al parecer, trataba de gritar mi nombre a todo pulmón.
Empecé a embestir a Verónica con más fuerza, para que empezara a jadear y de alguna manera, ocultar los gritos de su hija.
Pero con suerte la podía hacer jadear. Debía pensar algo.
“Estoy atado de manos…” pensé.
¡Y se me vino la idea a la cabeza!…
“¡No, Marco!... ¡Son mis pechos!...” dijo Verónica.
“Son mis pechos también… ¡Tú me los diste!”
“¡No, Marco!... ¡No, Marco!...” decía, cuando le apretaba los pezones.
A ratos, temporalmente se acoplaba con los gemidos de Amelia.
“¡Oh, Marco” salía de arriba. “¡No, Marco!” salía de abajo. Ahora era cosa de acoplar los gemidos.
Los pechos de Verónica se estaban convirtiendo en verdaderas herramientas. Dependiendo de la intensidad de mi agarre y mi ritmo, podía sincronizar mejor los gemidos.
“¡Por favor, Marco!... ¡Más rápido!... ¡Te lo pido!” gritaba Amelia arriba.
¡Demonios! Estaba perdiendo el ritmo.
“¡No… tan… fuerte!... ¡Oh!...” gritaba Verónica.
De alguna manera, se había convertido en una competencia contra el tiempo.
“¡Marco!... ¡Ah!... ¡Marco!...” era el ritmo de Amelia.
“¡Oh!... ¡Dame… más!” decía Verónica.
“¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah!”
Amelia se estaba viniendo. Debía hacer que Verónica se corriera también.
“¡No!... ¡Mis tetas!... ¡No!... ¡Mis tetas!” gritaba Verónica, mientras se las apretaba sin piedad.
“¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah!...”
El orgasmo acoplado, de madre e hija. Me vine a litros, agotado por el esfuerzo.


Suegra
“Ese… fue… el… mejor… polvo… de… mi vida.” me decía Verónica, todavía jadeando.
“El… mío… también.” Le respondí.
Al parecer, Amelia también concordaba. Todo era silencio.
Dejó la olla a medio lavar, me dio un beso apasionado y se fue a descansar. Yo tomé el trapero. Limpié nuestros jugos y me fui a dormir un rato.
Jamás pensé que ese polvo sería la respuesta a mi problema en el trabajo.


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