You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Seis por ocho (12): Jogging




Post anterior
Post siguiente
Compendio I

Aunque odio conducir, de vez en cuando lo hago. Pero salir a correr, no lo he hecho desde que salí de la escuela y ya van unos trece años.
“¡Vamos, no te mueras! ¡Fuiste tú el que me invitaste a trotar!” me decía sonriendo Amelia.
Quería suicidarme…
Al menos, las cosas mejoraban. Desperté alrededor de las seis de la mañana, con Verónica aun durmiendo a mi lado. Había puesto el despertador, porque aunque había “aceptado ser mi mujer”, no sabía cómo podía tomarlo Amelia.
Sin embargo, al ganar “nuevos privilegios”, uno debe aprovecharlos…

Seis por ocho (12): Jogging

“¡Ay!... ¡No las aprietes tan fuerte!” protestaba Verónica, despertando de su relajador sueño.
“Tú dijiste que me entregabas el cuerpo” le dije, al fin, pudiendo jugar con esos grandes pezones.
“¡Sí… pero… no para que abuses… de esa manera!” me decía ella, tratando de no gemir.
Era extraño. Ni siquiera la estaba tocando con el pene…
“¡Pero es que son tan grandes y tan suaves!” le decía, acariciando las aureolas.
“¡No!... ¡No!... ¡No me hagas así!” decía ella, tratando de bajar la voz.
Entonces, comprendí.
“¿Por eso me prohibías jugar con tus pezones?” pregunté, mientras recorría su superficie.
“¡Ah!... ¡Ah!... ¡No hagas eso!” decía ella, empezando a jadear “Sí, son muy sensibles.”
“¿Pero tanto?” le dije, mientras mis dedos rozaban su aureola.
“¡Ay, no! ¡Ya me estoy corriendo!”
No podía ser. Apenas llevábamos minuto y medio ¿Y se estaba corriendo?
“¡No!... ¡No metas la mano así!... ¡Ah!”
No era broma. Estaba bien húmeda.
“Lo siento. No pensé que te complicara.” le dije, algo arrepentido.
“No… no te preocupes… no lo sabías” decía ella, más aliviada al sentir mis manos en su cintura “Es por eso que no puedo usar sostén. Soy tan sensible…”
Mi palo se excitó. Entonces, todas las veces que iba a hacerle clases a Marisol, ¿Estaba sin sostén? Me parecían enormes y siempre me intrigaba cuando caminaba que lucieran tan esponjosos y bailarines.
“Es por eso que Amelia ha sido un poco más gordita. Siempre la amamantaba, por lo bien que me hacía sentir.”
Era interesante oír eso. Había leído algunos documentos por la red y en realidad, hay una cierta relación entre el amamantar y el orgasmo, que permite que las madres no descuiden a sus bebes.
“¿Quieres que la chupe un poco?”
“No, me gustaría hacerte el amor… si no te molesta, claro.”
Ella sonrió, sorprendida. Sergio nunca le había preguntado.
Verónica se dio vuelta y abrió su rajita, bastante ilusionada. En cambio, aunque estaba deseoso, tenía mis dudas.

tetas

“¿Te das cuenta que seremos abiertamente infieles, cierto? Tú misma lo dijiste: No los engañamos, porque no nos amamos.”
Su ilusión menguó un poco.
“¿Y tú… quieres hacerlo?”
“Si quiero, porque sí te amo. Pero en el fondo, yo voy a casarme con tu hija, porque ella es mía y yo soy de ella.”
Verónica me preguntaba cómo podía ser tan complejo…
Dejando atrás el dilema filosófico, mi pedazo de carne entró en su túnel. Aun recordaba lo que Sonia me decía sobre aprovechar las oportunidades.
No fue tan fácil como esperaba. Al fin. podía ver esos gloriosos pechos que tantas pajas habían cobrado en mis años de soltería, lo difícil era no tocarlos y ella lo agradecía.
Me montaba como un caballo, con sus pechos vibrando como gelatina. Lamentablemente, si quería venirme junto con ella, debía cerrar los ojos y perder el espectáculo. Pero por fortuna, me decía con la boca el desarrollo de la acción.
“¡Sí!... ¡Sigue!... ¡Mételo más adentro!... ¡Por favor, no te corras!... ¡Ya casi llegó!... ¡Vamos, sólo un poco más!... ¡Sí!... ¡Me estoy corriendo!... ¡Por favor, córrete conmigo!... ¡Aguanta un poco más!... ¡Ahh!... ¡Ahh!...”

Suegra

Y cuando se corría, me daba un beso.
“¡Me llenaste con tu leche calentita!” me decía, acurrucándose a mi lado.
“¡Rayos, olvidé usar el condón!”
“¡No te preocupes!” me dijo ella, besando mi mejilla “¡Yo tomo la pastilla!”
Claro que me preocupaba. Si algo fallaba, ¿Cómo armábamos el árbol genealógico?
Nos acostamos unos diez minutos y subió a su habitación.
Entretanto, yo debía bañarme. Descubrí que si teníamos sexo, debía hacerlo sin el pantalón del pijama.
En el desayuno, la situación había cambiado drásticamente. Cuando llegué, cada uno de ellos se sentaba en un extremo de la mesa. Pero esa mañana, Amelia se había sentado a mi lado.

infidelidad

Tras servir el desayuno, Verónica fue la que dio el primer paso: le pidió disculpas por no haberla apoyado y que ella también se sentía culpable por lo ocurrido.
Amelia recibió las disculpas y el abrazo sincero de su madre. Sin embargo, igual la notaba triste.
“¿Y tú? ¿Por qué te has vestido?” preguntó ella, tratando de olvidar el tema.
“Pues… porque te vi tan triste ayer… que quería invitarte a correr.” le mentí.
Al parecer, mi mentira no estaba tan distante de la causa.
“No creo que lo haga más…”
Le tomé la mano y la miré profundamente a los ojos.
“No debes renunciar a lo que te hace feliz.” le dije.
Y aquí estábamos, con mis pulmones ardiendo, mi garganta seca y deseando morir…

cunada

“Apenas llevamos tres cuadras…” decía Amelia, radiante como siempre.
“Pensé que sería más fácil…” le dije yo.
“Claro, porque eres ciclista…” me sonreía, mientras trotaba en reversa.
No iría a clases. El colegio le había informado a Verónica que habían arrestado al profesor y que deseaban proteger la identidad de Amelia, ya que había tomado bastante revuelo dentro del establecimiento, la ciudad y los medios de la capital habían venido a investigar lo sucedido.
Por esas razones, habían decidido suspender las clases hasta el fin de semana, para aclarar la situación.
En cambio yo, mi única preocupación era que el jodido programa que estaba empleando hiciera los registros de actividad de las últimas 48 horas, ya que de lo contrario, el día anterior se habría sacrificado en vano.
Finalmente, llegamos a un vergel en un área de descanso y nos recuperamos. Ella tomó su botella vacía y la llenó con agua fresca, permitiendo que yo tomara el primer trago.
“No la bebas toda, que te puede bajar un enfriamiento y terminarás vomitando” me advirtió ella, todavía resoplando.
Más allá de ver sus pechos y su cuerpo de señorita, el rostro de Amelia seguía siendo el de una niña.
“¡Eres muy bonita, Amelia!” le dije, mientras tomaba un trago.

Seis por ocho (12): Jogging

Se avergonzó y se ahogó un poco.
“¡Gracias!”
Probablemente, si su profesor no hubiera sido tan ambicioso, podría haber disfrutado más de su compañía.
Vestía unos zapatos blancos y unas calzas negras, que delineaban el contorno de su figura y realzaban su trasero con forma de bombón. También vestía una polera amarilla, la cual destacaba sus pechos, pero no los exponía tan indiscretamente como su pedófilo maestro y aunque parte de su sudor mostraba los contornos de su sostén blanco, no era tan nítido para distinguir dónde comenzaba el escote o la línea que los apoyaba. Además, llevaba una chaqueta delgada desabrochada, en caso que soplara el viento.
“¿A ti te gustan… las mujeres con pechos grandes?” preguntó de la nada.
Yo traté de reírme.
“¿A qué viene eso?” pregunté, algo complicado.
“Pues, porque tú y Marisol…” decía ella, con timidez “Tú sabes. Ella tiene unos pechos más pequeños que los míos.”
“Pues, sí. Me gustan mucho.” le respondí, involuntariamente haciéndola sonreír “Pero yo amo a tu hermana por como ella es.”
“¿Cómo así?”
“Pues, a mí me gustan los pechos y encuentro que mientras sean grandes, mejor. Pero lo que siento por Marisol es distinto. Es más por su personalidad, por lo que ella hace salir en mí.”
“Pero yo nunca te he visto mirando mis pechos…” decía ella, un poco confundida.
Le acaricié la cabeza, afectuosamente.
“Mira. Si yo viera tus pechos, ¿No piensas que te estaría ignorando? Porque tú podrías estar hablando de la cosa más interesante del mundo y yo no te escuchara, ¿No te sentirías triste?”
“Pero casi todos lo hacen…” dijo ella, algo desanimada.
“¿Y a ti te gustan que todos te los miren?”
“No… pero…”
Y hubo una pausa. Se sentó a mi lado y trataba de no mirarme a los ojos.
“¿Y qué pasa… si hay alguien que quiero que los vea… pero no los quiere ver?”
Yo seguía viéndola como la hermana menor de Marisol y realmente, no entendía lo que estaba diciendo.
Yo le sonreí.
“¿Y quieres que alguien vea tus pechos, habiendo tanto más en ti?”
“¿Hay… más?” preguntó ella, dudosa.
“Por supuesto. ¡Mira tu figura, tu cintura, tu trasero, tu carita! Incluso si no se fijan en eso: eres dulce, cálida, agradable. Eres muchísimo más que tus pechos.”
Parecía ponerse más contenta.
“¿Tú… puedes… ver eso?”
Le acaricié su carita risueña.
“Claro. Siempre lo he hecho…”
Me parecía verla suspirar. Se armó de valor y me hizo la pregunta que tanto temía:
“¿Y a ti… este… te gustaría… tú sabes… mirarlos?”
Me sorprendí.
“¿Quieres que los vea?”
Ella se avergonzó.
“A mí… me gustaría… pero si tú no quieres… no tienes que hacerlo… yo entiendo.”
“¡Me sentiría honrado!” le dije.
“¿En… serio?” me preguntaba, roja como un tomate.
“Claro… aunque sé que para ti es algo difícil… y bueno, estamos al aire libre y puede pasar alguien…”
Para mí, tampoco era tan fácil aceptar.
“¡Pero por aquí no pasa mucha gente!” dijo ella, bien acelerada “¡Este es mi lugar y aquí vengo a descansar!”
“Pues… entonces… si tú te sientes cómoda.”
“Entonces…lo haré.” dijo ella, con una gran sonrisa.
Por primera vez, me concentraba exclusivamente en sus pechos. La había visto correr semi-desnuda o algo así, pero siempre era de reojo y por un par de segundos.
Mientras se sacaba la chaqueta, Amelia no paraba de sonreír al ver que mi atención se concentraba en sus enormes globos.
“bueno…” dijo al sacarse la chaqueta “Ahí voy…”
Y empezó a levantar su polera amarilla. Empecé a ver su sostén, que con mucho esfuerzo parecía contener sus pechos.

tetas

“¡Son hermosos!” le dije, con la ternura con la que diría que eran cachorritos.
“¿En serio?”
“Sí… son tan blanquitos.”
“Entonces… me sacaré el sostén…” dijo ella, sonriendo.
“¡Espera! ¿Estás segura?”
Su rostro se apagó.
“¿Por qué? ¿No quieres verlos?” dijo, con un poco de temor.
“No, no es eso…” le dije yo y le miré a los ojos.
“Mira… tus pechos son algo privado… no todos deberían verlos y no sé si me consideras digno para verlos.”
“¡Pero yo quiero… que tú los veas, porque… sé que tú me quieres!”
Estábamos hilando muy fino…
“Es decir… tú siempre me lo dices… y bueno, con lo que pasó ayer… no tienes que verlos, si no lo deseas…”
Le tomé las manos, ya que empezaba a cubrirse con la polera.
“Sí… quiero verlos” le dije, con dulzura.
Ella volvió a sonreír.
Y se sacó el sostén… ¡Eran enormes! ¡Si antes creía que los de Pamela eran de este tamaño, los estaba sobreestimando!

Suegra

“¿Te… gustan?”
“¡Son hermosos!” le dije.
“¿No crees… que parezco una vaca… un monstruo… o algo así?”
“¡Para nada! ¿Por qué? ¿Tus amigas dicen que pareces una vaca?”
“¿Cómo… lo adivinaste?”
“¡Pues, con pechos como esos, no me extrañaría que algunas mujeres se llenaran de envidia!”
Sonrió, nuevamente.
“¿Te gustaría… tú sabes… tal vez… a lo mejor… tocarlas… un poquito?”
“¡Me gustaría mucho!” le dije.
“¡Entonces… adelante!” me decía, con su cara bien colorada.
Y cuando mi mano se aproximaba, me detuve.
“No sé.” le dije “Aunque me gustaría mucho tocarlas, creo que lo mejor sería que fuera un chico como un novio o algo así.”
Se puso roja como un tomate…
“¿Un novio?”
“Claro. Si es la primera persona que toma tus pechos…” recordé al imbécil de su profesor “O sea, que los toque, pero tú dándole permiso.”
“Sí, sí… claro.” decía ella, pensando probablemente lo mismo.
“O sea… alguien especial para ti…”le aclaré.
“Este… sí… te entiendo, te entiendo” dijo ella “¿Pero sabes?... no he conocido a nadie… aparte de ti… que bueno… quiera que… los toque.”
“¿Aun… quieres… que las toque?”
“Pues… claro… porque si lo piensas así… si aparece alguien más… y bueno… yo digo “bien, que me los toque”… no quiero que me diga… ¿Qué es esta cosa extraña?... o algo así… y bueno… yo te tengo mucha confianza… y sé que me lo dirás… si encuentras algo extraño… porque tú me quieres y todo eso… aunque no estoy diciendo que me quieras como novio… porque claro, yo sé que estás de novio con Marisol… y todo eso… y entonces…” empezó a hablar en un monólogo extraño.
“Creo que mejor te tocaré…” le dije, interrumpiéndola.
“¡Oh!” exclamó ella “No pensé que tus manos… fueran tan cálidas.”
Eran blandas, como gomitas y bastante tibias…

infidelidad

“¿No te sientes… incómoda?”
“Para nada… ¡Ah!” exclamó, cuando le palpé el pezón.” Porque… te tengo confianza… ¡Oh!... y sé que no harás algo malo conmigo… ¡Uy!”
Empezaba a apretar las piernas. Creí por unos segundos que quería ir al baño, pero después recordé lo que había pasado con su madre y traté de no tocarla tanto, para que no se sintiera más incómoda…
“¿Sabes qué?... no es que lo hagas mal… porque me siento… ¡Ay!... bastante bien… pero creo que mamá se preocuparía… si no volvemos pronto… así que deberíamos continuar… si tú quieres volver a hacerlo… algún otro día… como mañana o pasado… o no sé… cuando tengas… tiempo o algo así… podríamos juntarnos o eso.”
“¡Qué bueno!... si me invitas, me sentiré honrado de hacerlo nuevamente…” decía, pasándole el sostén.
“Bueno… no es necesario que te invite… si deseas tocar mis pechos… no te preocupes… tienes mi completa autorización.”
Creo que de ahora en adelante, empezaré a trotar más a menudo…

Post siguiente

2 comentarios - Seis por ocho (12): Jogging