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Compendio I
Aunque nos recibimos apasionadamente en el aeropuerto, había cierta distancia entre Marisol y yo.
Notaba en su cara la preocupación e intuía que había algo que no deseaba decirme.
Por un momento creí que había hablado con su madre. Pensaba que tras recibir deseosa mi regalo de despedida, Verónica estaba aceptando a mantener nuestra relación en secreto.
Pero afortunadamente, no era eso. En el taxi, Marisol me confesó que la última semana sin mí había sido muy difícil. Le estaba costando estudiar sola y en realidad, era porque practicábamos sus lecciones mientras hacíamos el amor.
Puede sonar extraño, pero alcanzar el orgasmo el mismo momento en que tu pareja recuerda la fecha del Tratado de Tordesillas era un dato que difícilmente podríamos olvidar.
Se había reunido con su grupo de amigos, pero no había sido fácil retomar la metodología de grupo. Al decir esto, guardó silencio.
Había algo más que me quería contar, pero no pude sonsacarlo. Le contaba de la faena y cómo era la vida en el norte, de sus padres y de la horrorosa habitación que le habían dejado para hospedarse. Ella me escuchaba atenta, pero nerviosa.
Finalmente, entramos en la casa y me dijo la otra mala noticia. Para ser exactos, la mala noticia sintió cerrar la puerta de calle y llamó a mi amada. Seguí a Marisol, ya que mi indignación estaba creciendo.
En el antiguo dormitorio de Marisol estaba Pamela, con su pierna y brazo enyesado.
Sonrió con malicia al verme, mientras que yo no podía ocultar mi desagrado.
Pamela mide un metro setenta y también tiene dieciocho años, al igual que Marisol. Tiene unos pechos del mismo tamaño que mi cuñada Amelia, una bonita cintura y unas amplias caderas, pero para mí es tan desagradable como masticar papel aluminio.
Su cara es atractiva, pero no tiene el encanto angelical ni la inteligencia de Marisol. De hecho, su cara maliciosa y traicionera va muy de acuerdo con su promiscuidad.
Según Marisol, sus padres se separaron unos siete años atrás y su padre la había llevado a vivir a España. Pero su madre no se quedó de brazos cruzados e hizo todo lo judicialmente posible para obtener la custodia de su hija.
Finalmente, el hombre aceptó y le depositaba mensualmente una cuantiosa manutención, que era lo que su madre en realidad buscaba.
Se habían hecho amigas con Marisol, como el sol es amigo de la luna. Mientras que la inocente Marisol todavía jugaba a las muñecas con sus catorce años, Pamela ya había perdido su virginidad.
Hablaban de todo y Pamela encontró a alguien que realmente la quería a su lado, por lo que mantenían un contacto cercano.
Cuando la conocí, también me había llamado la atención. Había empezado a meterse en la moda gótica y vestida de negro, destacando su bendecida figura y un escote bien prominente, era difícil que pasara desapercibida.
Marisol la había invitado para mi fiesta de cumpleaños, ya que recién empezábamos a salir. Mis compañeros de estudio no se despegaron de su lado, aunque todos ellos eran tan sosos como yo.
Sin embargo, mientras ella era el centro de atención, mis ojos eran para Marisol y a ratos, percibía que me miraba enojada.
A la semana después, uno de mis amigos me dijo que se había acostado con Pamela. Estaba tan ilusionado, porque ella decía que era “bien guarra” y que habían hecho de todo lo que se les había ocurrido. Pero a la semana siguiente, otro de mis amigos me dijo lo mismo. A la siguiente, mi otro amigo y a la subsiguiente, mi otro.
En un mes, se había acostado con mi grupo de estudio y cuando ellos lo descubrieron, las amistades terminaron y yo me quedé como un aislado social. Estudiar ingeniería sólo es algo muy difícil y me molestaba que ella lo hubiera hecho por simple capricho.
Pero al parecer, el karma había hablado y ahora estaba aquí, enyesada de brazo y pierna y guardando reposo. Le pidió a Marisol que le trajera un poco de agua.
Acompañé a Marisol y le pregunté cómo había pasado. Me dijo que una noche, la llamaron del hospital porque ella había sufrido un accidente. Al parecer, se había caído de un bus en movimiento, fracturándose la muñeca y la rodilla.
Tendría que usar yeso por dos semanas y tratar de mantener reposo. Pensé que eso era lo que preocupaba a Marisol, pero era más que eso: como ella estaba aterrorizada de fallar en sus pruebas y perder la beca, quería que yo cuidara de su prima.
Le dije que estaba loca, que tras lo que me había hecho, no deseaba ni tocarla con un palo. Marisol lloraba, porque estaba asustada y que habiendo hablado con la madre de Pamela, nadie parecía querer ayudarla.
Mi pobre ruiseñor se desbarató en la cocina y aunque no me gustaba la idea, había aceptado. Más consolada, me besaba fervientemente, diciéndome que sería sólo hasta el jueves. Del viernes, en adelante, ella se encargaría del resto.
Sin embargo, le advertí que debía ir al trabajo el día siguiente. Aunque mi contrato nuevo me daba ocho días libres, igual debía ir a dar mis reportes a la oficina principal y entregar una copia a mi profesor guía.
Marisol me miraba complicada, pero traté de calmarla con que me tomaría parte de la mañana. Ella me sonrío y agradeció que fuera tan comprensivo.
El resto de la tarde, le ayude a repasar sus lecciones. En realidad, me sorprendía lo poco que recordaba de sus clases y ella me decía cuánto me extrañaba.
Al atardecer, decidí preparar la cena. Ella preparaba la bandeja de Pamela, pero le dije que yo me encargaba. Tenía que hacerme la idea de cuidarla y era mejor empezar desde ahora. Me dio un beso en la mejilla y las gracias.
Cuando abrí la puerta del dormitorio, Pamela estaba destapada. El aire estaba sofocante y apestaba a sudor.
Abrí las cortinas y ventanas y el aire se filtró. Por primera vez, le escuché darme las gracias. Sabía que su prima estaba muy preocupada y había tratado de no molestar.
Sin tanto maquillaje, ni peinados estrafalarios, Pamela parecía una niña tímida más. Pero eso eran apariencias, porque apenas la tomé de la cintura para acomodarla, me preguntó cuánto tiempo había estado fantaseando en tomarle un seno, solamente porque mi mano casualmente tomó el área.
Cuando volví al comedor, Marisol me miró sorprendida, bajando su libro de estudio. Preguntó si ella ya había comido, a lo que le dije que recién le había servido. Se paró y fue a la habitación, puesto que Pamela era demasiado torpe para usar la izquierda. Le pedí que se sentara y descansara, que yo me iba a encargar.
No lo creía, pero al ver la taza de té con leche, derramada sobre esos pechos, era prueba más que suficiente.
Le pregunté por qué no me había avisado. Me respondió que pensaba que ya lo sabía y como me vio irme, decidió intentarlo por si misma, pero no pudo.
Tomé la taza, que aun quedaba más de la mitad y me miró expectante. Me preguntó si acaso la iba a limpiar o no.
Había servilletas en la bandeja, pero el pijama transparentaba su enorme aureola. Con completa naturalidad me dijo que la limpiara, que “su teta no mordía”.
Mi pantalón se hacía pequeño y trataba de no mirar, pero ella me dijo que era un inútil y que no servía para nada. Con su mano sana, tomó su pecho y lamió el contorno que había quedado húmedo.
Yo estaba petrificado. Eran enormes…
Le llevé la taza a la boca. Se tomó la bebida de una pasada y algunas gotas blancas habían quedado en sus labios, dejándome incluso peor. Como había gastado las servilletas secando su amplia superficie, no encontró nada mejor que tomar las gotas con su pulgar y chuparlo suavemente, hasta dejarlo limpio y seco.
Ella ya sabía lo que me pasaba y aunque yo trataba de no mirarla demasiado, me insistía en que le sacara las migas del pan de sus tetas, ya que no quería que la picaran cuando durmiera.
La muy maldita incluso daba gemidos, diciendo que “eso era lo más rico que había probado en su vida”.
Como apenas podía disimular mi erección caminando, le dije a Marisol que iría al baño antes de cenar. Ella accedió, pero me dijo que tuviera cuidado.
Fue algo extraño que me dijera eso, pero al entrar, lo comprendí: me ahorqué con uno de los enormes sostenes de Pamela.
Al parecer, en mi ausencia, habían usado el baño para colgar sus delicados sostenes y panties. Mi pene no podía más. Tenía que correrme una paja.
Por primera vez, vi lo bajo que había caído en mi perversión: me masturbaba oliendo la ropa interior de Pamela.
Me sobé por encima del pantalón. Recordaba la primera vez que se la había metido al trasero de Verónica y cómo me había dicho que me corriera adentro, para no manchar.
Boté montones de leche, pero luego me vino el arrepentimiento y la humillación. Había caído en el juego de Pamela y probablemente, había sido planeado por ella.
Limpié mi polla con agua fría y pasé nuevamente por fuera del dormitorio de Pamela. Imaginaba que sonreía con malicia, al saber lo que había hecho y fui a cenar.
Comer con Marisol me tranquilizó. La pobrecilla aun no recordaba todos los datos y quería que le ayudara.
En la cama, la monté encima de mi polla y le empecé a preguntar por lo que habíamos repasado. Era delicioso sentir cómo gemía, mientras presionaba sus pechitos y ella trataba de darme una respuesta. Se vino unas cuatro veces.
El entrenamiento de Verónica había dado sus frutos.
Cuando acabamos, estaba tan agradecida que se puso a chupar mi verga y mis huevos. Luego le pregunté si me dejaría probar algo distinto, a lo que ella accedió.
La giré con la colita al aire. Esos muslos bien torneados me endurecían nuevamente la polla y traté de meterla en su culito, pero no entró.
Me decía que le dolía y estaba asustada, pero ni siquiera pude meter la cabeza. Ella se disculpó, llorando, pero le dije que no era su culpa y que yo solamente deseaba intentar.
La besé e hicimos el amor nuevamente apasionados, hasta bien tarde en la noche.
Al amanecer, sonó el despertador, pero no quise levantarme. Fueron unos labios en mi verga los que me hicieron abrir los ojos.
Marisol chupaba nuevamente mi palo de carne, pero su lento ritmo ya no me incitaba tanto. Le puse la mano en la cabeza y empecé a guiarla, mientras ella succionaba con su boca.
Me corrí, pero fue tanto que no pudo tragarlo toda. Me limpió y me dijo que probablemente, había perdido práctica.
Lo hicimos en la ducha y me decía si estaba haciendo ejercicio, ya que empezaba a marcarse mis músculos. Miré el espejo y en efecto, mis brazos estaban más gruesos. Marisol sólo gemía de placer, ya que la estaba taladrando, mientras que mi cuerpo entero parecía devorarla.
Ver el reflejo de su trasero, paradito y apetitoso, mientras ella se fundía sobre mí, me hizo pensar cómo lo había hecho mi suegra en un comienzo.
Nunca pensé que esas dudas me harían investigarlas en Pamela.
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1 comentarios - Seis por ocho (7): la fractura de Pamela