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seis por ocho (3): la violación de mi suegra




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Compendio I


Cuando me senté en el avión, contemplé el anillo de compromiso con tristeza. Tenía pensado dárselo ese mismo día, al atardecer. La llevaría a comer a algún restaurant elegante y le haría la propuesta, pero aquí estaba, en rumbo a lo desconocido.
La azafata fue muy cortes al avisarme que mi mejilla estaba manchada.

seis por ocho (3): la violación de mi suegra

Contemplé mi reflejo en la ventana y los labios de la infame Pamela estaban marcados con un fuerte color carmesí. Me ofreció una toalla para limpiarme, diciendo con un tono alegre y coquetón, que probablemente había sido mi novia que me ama, a lo que respondí con una mirada fría y enojada de negación. De ahí en adelante, trató de guardar sus distancias y mirarme casi de reojo.
El vuelo duró cerca de cuatro horas. La azafata que me recibió me ofreció bastante colorada el elegante menú de primera clase, pero como se me había pasado el enojo, le di una mirada sumisa y cortés de que no se me apetecía comer. Me pareció gracioso verla suspirar y dar pequeños saltitos al ver que no le guardaba rencor.
Probablemente, pensaba que yo era otro empresario importante en viaje de negocios o algo así, aunque no era el caso. Por mi parte, habría estado igual de conforme en viajar en clase económica, porque soy de esos ingenieros que privilegian la funcionalidad de la maquina, por encima de la comodidad.
Al llegar al aeropuerto, divisé a mis suegros. Fue una gran sorpresa ver a mi suegra y mi cuñada tan escotadas y veraniegas, sin olvidar que mi cuñada menor había crecido un poco más, tras los meses de separarnos.
Como me esperaba, Doña Verónica me explicó que Don Sergio estaba dando vueltas por el aeropuerto, ya que era demasiado tacaño para pagar estacionamiento. Amelia había entrado a segundo de secundaria y había adelgazado bastante, pero seguía siendo tan tímida como lo era Marisol cuando la conocí y Violeta era la misma bola de energía que había conocido, pero que ahora tenía cinco años.
Mientras viajábamos a retirar mi equipaje, pude notar cómo las miradas de los hombres se enfocaban en mi suegra y mi cuñada. A diferencia de Marisol, ellas tenían un busto más llamativo. Mientras que Marisol me mostraba con orgullo cómo podía usar los sostenes con copa B, se puso a llorar cuando su hermana menor le regaló sus sostenes antiguos, ya que la copa B no le cerraba e incluso la copa C le quedaba algo ajustada. Estimaba que su madre debía ocupar una copa D.
Cuando caminábamos a la salida, mi suegra me dio un tierno abrazo por el costado, ya que me decía que me echaba de menos. En realidad, le creía, porque mi suegro sólo tenía dos temas de conversación: trabajo y dinero.
No me sorprendía que Marisol y Amelia tuvieran problemas de personalidad. Prácticamente, habían sido criadas por su madre, puesto que Don Sergio era un machista de tomo y lomo.
En una ocasión, Doña Verónica me abrazó, agradeciéndome por cuidar a su hija, ya que había sido gracias a mí que ella había decidido estudiar para entrar a la universidad y ahora que lo pienso, estudiábamos bastante mientras tenía sexo con Marisol, ya que a ella le aterraba la idea de perder una beca.
Cuando entré en el oxidado vehículo de mi suegro, su cara se iluminó como un sol al verme. Me obligó a sentarme adelante, mientras que su esposa e hijas montaban el asiento trasero.
Se fue todo el camino hablando de lo costoso que eran las cosas: de lo cara que era la carne, que el gas valía el triple que en la capital y puras calamidades, que me hastiaban más que el viaje en el avión, pero ocasionalmente pasábamos un bache que hacía bambolear el busto de mi suegra y que podía contemplar de reojo por el retrovisor.
No me sentía cómodo haciendo eso, pero era algo que iba más allá de mi control. Intentaba de hacerlo con disimulo, pero en una ocasión me encontré con la mirada de mi suegra, quien me dio una sonrisa comprensiva.
Llegamos a la casa, que era más pequeña de lo que esperaba. Era una casa de dos pisos, con cuatro habitaciones, la cocina y el baño.
Sentí que mi suegro había estafado a Marisol. Su habitación (la que me dejaron ocupar) era la única que estaba en el primer piso y que tenía que compartir con la lavadora y unos cables para colgar ropa. También estaba al frente del baño y lo que era peor, no tenía puerta.
Mi suegra leyó lo que pensaba y me aseguró que las otras habitaciones eran iguales. Mientras subía las escaleras, no pude evitar fijarme en el trasero de mi suegra y en sus bonitas piernas, que su falda dejaba distinguir. Como era la madre de Marisol, no me había fijado en esos aspectos y notaba una ligera picazón en mis partes nobles.

tetona

Cuando llegamos, me mostró la pieza de Violeta. Le remarqué que la ventana era transparente y más grande que la de Marisol, pero ella aseguró que no era así. Mientras salíamos, no sé cómo se tropezó con un barril de juguetes pequeños de su hija y sin reparar mucho en mi presencia, se sentó en cuclillas, abriendo ligeramente sus piernas como para distinguir la sombra de su calzón, mientras que con una mano trataba de afirmarse a su rodilla, ya que su busto la hacía perder el equilibrio.
Al verla tan complicada, me agaché a ayudarle y al terminar rápidamente, le ayudé a ponerse de pie, aunque la notaba un poco enojada, probablemente, pensaba yo, por haber sido tan torpe como para tropezarse.
Luego me mostró la habitación de Amelia. Su moradora apenas levantó una ceja al verme entrar, ya que estaba metida en una novela romántica de vampiros y hombres lobos.
Mi suegra le dijo que cuando hiciera gimnasia, que ojala se diera una ducha, ya que era bastante fácil manchar la ropa con sudor, pero mi cuñada no le escuchó. El traje deportivo parecía ayudarle a tonificar la figura de mi cuñada, pero como estaba acostada, no lo pude asegurar.

verga

Algo molesta con su hija, me mostró que esa habitación no era más grande que la de Marisol, a lo que respondí que esa habitación tenía papel mural, mientras que en la de Marisol, las piezas parecían manchadas con humedad.
Entonces, le gritó a Amelia de que cómo podía ser tan descuidada como para dejar el uniforme tirado en el suelo. Mi cuñada le respondió que ella lo había colgado apenas se cambió de ropa, cambiando la página de su libro, mientras que su madre se doblaba, mostrándome su trasero, para guardar la ropa de su hija.
Finalmente, me mostró la habitación de mis suegros, pero al instante, cerró la puerta. Era obvio que la mejor habitación sería la de ellos y en realidad, estaba demasiado cansado como para que me interesara verla.
Pero ella parecía determinada a convencerme de que la habitación de Marisol no era la peor y me pidió que la disculpara, porque no había tenido tiempo para ordenarla.
En realidad, la habitación no se veía tan mal. Tenía unas cortinas rojas, que parecían concentrar el calor y aparte de tener la cama deshecha, no había demasiado que ver.
Pero mi suegra se lo tomó demasiado serio y con una mano tomaba el camisón semi-transparente que usaba para dormir, se agachaba para recoger un par de pantaletas negras tiradas en el piso y daba pequeños saltitos, con sus pechos bamboleando, para alcanzar un sostén encima del aparador.
Como no quería presenciar a mi suegra en un espectáculo tan vergonzoso, regresé a mi dormitorio y me acosté a dormir la siesta. En realidad, lo intentaba, pero cada vez pensaba en Marisol. Imaginaba que a esa hora, debía estar regresando a casa y probablemente, se estaría dando la ducha de la tarde.
Era algo que me gustaba de ella, ya que cuando nos íbamos a dormir, su piel siempre olía a jabón y como era obvio, empecé a recordar las veces que lo hicimos en el baño, pero por una extraña razón, me acordé de los pechos de mi suegra.
Al poco rato, me llamaron a cenar. Mi suegra había servido arroz con porotos negros, que se veían muy apetitosos.
Me sorprendí al ver a mi cuñada en un pijama rosado, con cuello de tortuga, casi lista para dormir.

Suegra

Era raro verla vestida así, ya que hacía mucho calor y discretamente, se trasparentaban sus pezones.
Don Sergio se sentó a mi derecha, en la cabecera y nuevamente, me empezó a machetear con el costo de las cosas. Doña Verónica, también aburrida por la incesante charla de su esposo, se interponía en su camino, ofreciéndome arroz y legumbres.
Pedí dos tazas, ya que estaba muy hambriento y no pude evitar pensar que las dos tazas de arroz no eran tan voluminosas como los senos de mi suegra.
Luego, mientras me servía las legumbres, rozó levemente mi espalda con sus pechos. Su marido seguía hablando de que no podía creer que el gas fuera tan caro por esos lados y como ya sabía que era lo que quería, le pregunté si quería que pagara una cuota adicional a la del arriendo de la casa de su hija, por concepto de vivir en su nueva casa y todo eso.
La sonrisa de mi suegro fue milagrosa y le decía a su esposa que hombres como yo ya no quedaban en este mundo, a lo que ella asentía con la cabeza. Luego se fijó en la cena y le preguntó a su mujer que qué diablos había hecho para cenar. Su esposa le dijo que era lo único que había para comer, pero Don Sergio no paraba de protestar, ya que no podían recibir a un huésped tan distinguido como yo con una comida de porquería como esa y el muy imbécil tomó una chaqueta y salió.
Tras el espectáculo, todas se fijaron en mi, ya que para mí era nuevo lo ocurrido. No le di mucha importancia y probé la cena, mientras que ellas regresaban a la normalidad.
Por alguna razón, los alimentos que prepara mi suegra tienen un sabor ligeramente más amargo que el resto de las comidas. Es un condimento que sé que he probado antes, pero nunca puedo adivinar.
A mi suegra le ilumina el rostro que me coma la comida de buena gana y sé que en el fondo, esa comida es en mi honor, ya que siempre le decía lo mucho que me gustaba el arroz y las ensaladas.
Nos retiramos a dormir y a eso de las doce de la noche, regresó mi suegro. Pude sentir claramente su tambaleo por el pasillo y cómo abría la puerta del dormitorio, ya que el de Marisol estaba justo debajo de ellos.
Yo no podía dormir, ya que extrañaba a Marisol. Pero claramente oí cómo caía Don Sergio violentamente en la cama.
Le preguntaba sorprendido qué le pasaba a su esposa, pero luego empezaba a gemir. Al principio, pensé que estaban peleando, pero los gemidos de mi suegro eran más de placer que de dolor.
Por si me quedaba alguna duda, le ordenaba a su esposa a “que se la bebiera toda”, mientras gritaba de placer. Luego le escuché preguntar qué era lo que hacía y distinguía cómo mi solitaria ampolleta del techo empezaba a moverse en vaivén.
Mi suegro pedía que parara, que no siguiera, pero a los pocos minutos, mi suegro gimió nuevamente y todo acabó. Sentí lastima por mi suegra. Cuando Marisol y yo lo hacíamos, siempre me aseguraba que ella se viniera primero.
A eso de las tres, pude conciliar el sueño. Pero fue una agradable sorpresa despertar la mañana siguiente, con la mirada de mi suegra esperándome.

cunada

Me preguntó si deseaba comer algo para desayunar, a lo que respondí que no, que deseaba vestirme primero.
Ella se cubrió el escote del camisón con su bata, aunque igual podía ver parte de su entrepierna.
Hacían meses que no me levantaba con una erección matutina. Marisol siempre se preocupaba de chuparme mientras dormía.
Encendí el agua caliente, pero al poco rato se enfrió. Tomé la toalla y me cubrí la cintura.
Encontré a mi suegra en la cocina, preparando un pan tostado y tomando café. Le pregunté si había pasado algo con el calentador, a lo que ella me respondió sorprendida que no.
Revisé el aparato y estaba apagado, desde la perilla. Tomé los fósforos, lo encendí y me di vuelta para preguntarle a mi suegra, cuando se me abalanza encima y empieza, violentamente, a chupar mi verga.


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