Me llamo Mayte, soy una atractiva mujer casada de 42 años; mi esposo, amante de la pesca la practica tres o cuatro veces por año en compañía de Osvaldo. En una de esas salidas hace dos años, diciembre del 2003, se fueron a pescar a Junín de los Andes, por lo que decidí acompañarlos y pasear. Junín es un pueblo para pescadores, así que ya el prim
er día lo había conocido completo. Al atardecer, después que terminó la jornada de pesca, nos fuimos a cenar a San Martín de los Andes y a la mañana siguiente decidí acompañarlos a pescar. El lugar era hermoso: el lago, en donde desembocaba un río y como fondo el imponente Lanín.
Ellos se pusieron los trajes y yo me dispuse a recorrer la zona siguiendo el camino hacia el Lanín. Como a las once volví, estacioné el auto e intenté localizar a mi esposo. Comencé la búsqueda remontando el río.
Osvaldo, que me había visto pasar, me alcanzó y me invitó a tomar café de su termo, nos retiramos porque la orilla del río es sólo para pescadores.
La conversación se fue tornando pícara, con un delicado y sensual doble sentido que de a poco me fue cautivando, las miradas comenzaban a ser provocativas, desafiantes, amenazadoras. Lentamente se me fue acercando con su vista fija en mis ojos, su boca se entreabrió, no pensé que se animaría, pero su lengua buscó mi boca y le permití el paso. El chapoteo en el agua de un pescador que remontaba el río nos separó. Cuando al fin se perdió de nuestras vistas con una sonrisa cómplice, seguimos con nuestra “tarea” unos besos más. Era la hora del encuentro para el almuerzo, me dio el beso de despedida y emprendió el regreso por el río, mientras que yo hice lo propio por la ribera alta hacia el punto de encuentro donde almorzaríamos. Media hora después, mientras yo estaba preparando los sándwiches, el primero en llegar fue mi esposo, y cinco minutos después apareció Osvaldo. Mientras almorzábamos, intercambiaron datos con otros pescadores que muy entusiasmados partirían hacia el otro extremo del lago donde había menos pescadores por lo inaccesible. El acceso a esa zona debía realizarse inevitablemente en 4 x 4. Como no tenían lugar más que para uno, mi esposo se quedaría conmigo. Uno de los pescadores me preguntó si sabía manejar, le respondí que si. “Entonces está todo arreglado -dijo- nos achicamos un poco, vamos todos en la camioneta y tu señora se vuelve a Junín en el auto”. Todos asintieron, incluso yo que ya estaba realmente con ganas de volver.
Cuando terminamos de almorzar, comenzaron los preparativos; yo esperaba que se fueran para volver a la cabaña, y cuando me disponía a irme, Osvaldo con su caña y botas en la mano, se aproxima al auto y me comenta que el no iría porque no se sentía del todo bien y además no había suficiente lugar. Mi esposo vino a intentar convencer a Osvaldo de que no se perdiera esa oportunidad, que le cedía su lugar, (sin saber que su compañero estaba tras otra presa). Osvaldo muy convincentemente le reiteró que de sentirse bien ni lo hubiera pensado, pero que el malestar estomacal le impediría disfrutar a pleno. A mi marido le brillaban los ojitos como a un niño, así que no insistió más y se fue.
Cada auto tomó para su lado y mientras veía cómo se alejaban, volvimos a provocarnos.
Al llegar a la cabaña, mientras él bajaba las cosas del auto, fui a preparar el baño y a revisar qué me ponía, obviamente, no tenía nada para la ocasión. Luego de ensayar tres o cuatro combinaciones, opté por ponerme una camisa de mi esposo y una bombachita blanca y perfumada, y descalza, bajé; buscándolo con la mirada, lo encontré en el living, pelo mojado, torso desnudo jeans con el botón desprendido, había dos copas de vino tinto… Brindamos, me besó, dejamos las copas y empezó la franela. Me colgué de su cuello, él con sus manos me agarró las nalgas y me apretó contra sí apoyándomela, después de unos minutos de besarnos, me tomó de la mano y me llevó al dormitorio Volvió a la carga besándome, acariciándome y poco a poco me desprendió la camisa, metió su cabeza entre mis tetas mordisqueándome y chupándome los pezones, hasta que me sentó en la cama y muy lentamente se bajó el cierre y el pantalón lo suficiente como para que su pija quedara al descubierto, entonces tomando mi cabeza, me la llevó para que se la chupara. Sentí cómo su verga crecía en mi boca, mientras me alentaba diciéndome qué bien se lo hacía. Cuando no aguanté más, le pedí que me cogiera. Me recosté, me desnudé, mientras él hacía lo mismo. Estaba tan caliente, así que sin perder tiempo me subí encima de él, que enseguida tomó mi ritmo y me hizo acabar. Sin dejar de moverse, me apretaba las lolas, la cola, me cogía en cuatro patitas; mientras con sus dedos hurgaba mi culo, me penetraba casi salvajemente hasta que se detuvo, exhaló un ahhh profundo y comenzó a acabarme con fuertes sacudones y potentes chorros de leche tibia.
Mientras él iba a buscar las dos copas, como yo tenía un poco de frío, me metí dentro de la cama, y tranquilos disfrutamos el vino. Cuando las copas estuvieron vacías, Osvaldo se acercó, buscó mis labios y empezamos la franela otra vez. Me hacía una pajita, cosa que me calentó aún más, se me subió encima, lo ayude a metérmela, lo tomé de su cola firmemente y después de una cogida salvaje, me hizo acabar como una perra. Él se dio cuenta de uqe yo estaba llegando, entonces aceleró su ritmo y acabamos juntos. Otra vez sentí la cosquilla de sus chorritos. Quedamos recostados en la cama y se durmió sobre mi hombro; todavía teníamos como dos horas, así que lo dejé descansar, se había portado muy bien.
Al hacer la cama noté los rastros, pero por suerte los lamparones estaban de mi lado. Hoy seguimos siendo amantes, ya no sale tan seguido de pesca con mi esposo, así que esos fines de semana que no lo acompaña, lo pasamos disfrutamos juntos.
autor: Mayté (Flores-Capital)
er día lo había conocido completo. Al atardecer, después que terminó la jornada de pesca, nos fuimos a cenar a San Martín de los Andes y a la mañana siguiente decidí acompañarlos a pescar. El lugar era hermoso: el lago, en donde desembocaba un río y como fondo el imponente Lanín.
Ellos se pusieron los trajes y yo me dispuse a recorrer la zona siguiendo el camino hacia el Lanín. Como a las once volví, estacioné el auto e intenté localizar a mi esposo. Comencé la búsqueda remontando el río.
Osvaldo, que me había visto pasar, me alcanzó y me invitó a tomar café de su termo, nos retiramos porque la orilla del río es sólo para pescadores.
La conversación se fue tornando pícara, con un delicado y sensual doble sentido que de a poco me fue cautivando, las miradas comenzaban a ser provocativas, desafiantes, amenazadoras. Lentamente se me fue acercando con su vista fija en mis ojos, su boca se entreabrió, no pensé que se animaría, pero su lengua buscó mi boca y le permití el paso. El chapoteo en el agua de un pescador que remontaba el río nos separó. Cuando al fin se perdió de nuestras vistas con una sonrisa cómplice, seguimos con nuestra “tarea” unos besos más. Era la hora del encuentro para el almuerzo, me dio el beso de despedida y emprendió el regreso por el río, mientras que yo hice lo propio por la ribera alta hacia el punto de encuentro donde almorzaríamos. Media hora después, mientras yo estaba preparando los sándwiches, el primero en llegar fue mi esposo, y cinco minutos después apareció Osvaldo. Mientras almorzábamos, intercambiaron datos con otros pescadores que muy entusiasmados partirían hacia el otro extremo del lago donde había menos pescadores por lo inaccesible. El acceso a esa zona debía realizarse inevitablemente en 4 x 4. Como no tenían lugar más que para uno, mi esposo se quedaría conmigo. Uno de los pescadores me preguntó si sabía manejar, le respondí que si. “Entonces está todo arreglado -dijo- nos achicamos un poco, vamos todos en la camioneta y tu señora se vuelve a Junín en el auto”. Todos asintieron, incluso yo que ya estaba realmente con ganas de volver.
Cuando terminamos de almorzar, comenzaron los preparativos; yo esperaba que se fueran para volver a la cabaña, y cuando me disponía a irme, Osvaldo con su caña y botas en la mano, se aproxima al auto y me comenta que el no iría porque no se sentía del todo bien y además no había suficiente lugar. Mi esposo vino a intentar convencer a Osvaldo de que no se perdiera esa oportunidad, que le cedía su lugar, (sin saber que su compañero estaba tras otra presa). Osvaldo muy convincentemente le reiteró que de sentirse bien ni lo hubiera pensado, pero que el malestar estomacal le impediría disfrutar a pleno. A mi marido le brillaban los ojitos como a un niño, así que no insistió más y se fue.
Cada auto tomó para su lado y mientras veía cómo se alejaban, volvimos a provocarnos.
Al llegar a la cabaña, mientras él bajaba las cosas del auto, fui a preparar el baño y a revisar qué me ponía, obviamente, no tenía nada para la ocasión. Luego de ensayar tres o cuatro combinaciones, opté por ponerme una camisa de mi esposo y una bombachita blanca y perfumada, y descalza, bajé; buscándolo con la mirada, lo encontré en el living, pelo mojado, torso desnudo jeans con el botón desprendido, había dos copas de vino tinto… Brindamos, me besó, dejamos las copas y empezó la franela. Me colgué de su cuello, él con sus manos me agarró las nalgas y me apretó contra sí apoyándomela, después de unos minutos de besarnos, me tomó de la mano y me llevó al dormitorio Volvió a la carga besándome, acariciándome y poco a poco me desprendió la camisa, metió su cabeza entre mis tetas mordisqueándome y chupándome los pezones, hasta que me sentó en la cama y muy lentamente se bajó el cierre y el pantalón lo suficiente como para que su pija quedara al descubierto, entonces tomando mi cabeza, me la llevó para que se la chupara. Sentí cómo su verga crecía en mi boca, mientras me alentaba diciéndome qué bien se lo hacía. Cuando no aguanté más, le pedí que me cogiera. Me recosté, me desnudé, mientras él hacía lo mismo. Estaba tan caliente, así que sin perder tiempo me subí encima de él, que enseguida tomó mi ritmo y me hizo acabar. Sin dejar de moverse, me apretaba las lolas, la cola, me cogía en cuatro patitas; mientras con sus dedos hurgaba mi culo, me penetraba casi salvajemente hasta que se detuvo, exhaló un ahhh profundo y comenzó a acabarme con fuertes sacudones y potentes chorros de leche tibia.
Mientras él iba a buscar las dos copas, como yo tenía un poco de frío, me metí dentro de la cama, y tranquilos disfrutamos el vino. Cuando las copas estuvieron vacías, Osvaldo se acercó, buscó mis labios y empezamos la franela otra vez. Me hacía una pajita, cosa que me calentó aún más, se me subió encima, lo ayude a metérmela, lo tomé de su cola firmemente y después de una cogida salvaje, me hizo acabar como una perra. Él se dio cuenta de uqe yo estaba llegando, entonces aceleró su ritmo y acabamos juntos. Otra vez sentí la cosquilla de sus chorritos. Quedamos recostados en la cama y se durmió sobre mi hombro; todavía teníamos como dos horas, así que lo dejé descansar, se había portado muy bien.
Al hacer la cama noté los rastros, pero por suerte los lamparones estaban de mi lado. Hoy seguimos siendo amantes, ya no sale tan seguido de pesca con mi esposo, así que esos fines de semana que no lo acompaña, lo pasamos disfrutamos juntos.
autor: Mayté (Flores-Capital)
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