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El ojetazo de mi abuela

No siempre los castigos resultan dolorosos. Al menos eso me pasó el verano pasado. Luego de reprobar el tercer año del colegio secundario, mis padres decidieron enviarme a estudiar “castigado” durante los meses de verano a la casa quinta de mi abuela Rosa, alejada unas cinco horas de la ciudad, y como decía mi primo, en el “culo del mundo”. La abuela Rosa, madre de mi padre, era una veterana que rondaba los 60 o más años de edad. Era viuda desde hacía una década y se mantenía muy bien. Vegetariana, adicta a caminar kilómetros todas las mañanas y el aire puro del campo, le servían para llevar encima los años de una forma más plácida y digna. De porte bajo, calculo que medía menos de 1.60, piel blanca y pelo negro –aún sin canas- siempre contenido con un rodete, tetas grandes, algo descolgadas, ostentaba un culo divino. Y digo divino porque eran unas nalgas grandes, firmes, que a la distancia se convertían en su distintivo. No en vano, cuando se enojaba, mi madre la llamaba “la vieja culona”.
Llegué dispuesto a aburrirme como nunca, pero Rosa –mi abuela- se encargó desde el primer día de hacerme pasar el castigo lo mejor posible. Me adulaba con las comidas que me gustaban, no me preguntaba si estaba estudiando, me dejaba despertar a cualquier hora, y lo más importante, podía ver TV en la sala hasta la hora que me dieran las ganas. Ella se dedicaba a sus tareas cotidianas, entre ellas, limpiar la casa, cuidar de los animales que tenía en el campo, regar el jardín y leer. No nos estorbábamos para nada. Cada uno hacía lo suyo.
Una noche, aburrido como nunca y sin sueño, me levanté de madrugada rumbo a la sala, con la intención de ver alguna película por cable. Tremenda sorpresa me llevé al pasar por el baño de mi abuela. Con la puerta a medio cerrar, escuché los pedos más sonoros de mi vida. Era un concierto de gases largos y profundos, como si ese culo hablara. Al principio me asusté y confieso que me dio cierto asco. Pero luego, imaginé el culo abierto de mi abuela en el inodoro, llenando de pedos el baño. Esas nalgas abiertas deberían ser algo alucinante. De sólo pensarlo se me comenzó a parar la pija. Cuando escuché que jaló la cadena salí corriendo a mi dormitorio. Escuché que mi abuela pasó caminando despacio y se detuvo un momento frente a mi puerta. Me asusté pensando que se dio cuenta de que presencié –aunque sin verla- su incontenible pedorrera. Luego de unos instantes continuó rumbo a su cuarto.
Al otro día, durante el desayuno, donde me atendió con una sonrisa mucho más efusiva que días anteriores, se gestó el siguiente diálogo:
- Ay, Simón (ese es mi nombre), tuve una noche de terror.
- ¿Qué pasó, abuela? –pregunté haciéndome el tonto.
- Creo que algo me cayó mal al estómago y me la pasé en el baño –respondió.
- Qué pena, abuela. ¿Ya estás mejor?
- Sí, pero estoy muy incómoda. No sé si puedo pedirte algo… -agregó en tono de confidente.
- Abuela, lo que necesites –dije curioso.
- Me arde mucho la cola, ¿podés ir a la farmacia a comprarme alguna crema suavizante? Me da vergüenza pedirte esto pero no tengo quien me ayude y caminar hasta la farmacia creo que empeorará mi situación.
- Tranquila, abuela, no hay problema. Ya mismo voy.
Me tomó minutos ir hasta la farmacia del pueblo y conseguir la crema. Cuando llegué a la casa, mi abuela se había cambiado la ropa por un camisón blanco. Se dio cuenta que me llamó la atención. Vestida así, sin sostén, se notaban unos pezones negros, grandes, a través de la tela. Y mirando mejor, pude comprobar que tampoco llevaba bombacha, ya que una pequeña mata negra en su entrepierna se vislumbraba a contraluz. Eso hizo que la pija se me pusiera a mil y supongo que se notó porque mi abuela clavó su vista en mi pantalón, ahora, mostrando un bulto imposible de ocultar. Y luego me dijo:
- Gracias, bebé (me gustó que me diga así), ahora te pido otro favor. Acompañame al dormitorio, voy a necesitar ayuda –me dijo y caminó rumbo a su cuarto. La seguí como hipnotizado, viendo como ese culo gigante, delante de mío, se movía de un lado a otro con un vaivén muy sensual. Ya en el cuarto, se echó en la cama boca abajo y me dijo:
- ¿Te animás a ponerme crema?
- Sí, abuela… -respondí medio cortado.
- Mis manos no llegan hasta donde quiero. Fijate bien, tenés que ponerme crema en el agujerito… -dijo mientras se ponía en cuatro y abría sus nalgas con las manos. El espectáculo era indescriptible. Era el mejor culo y más grande que ví en mi vida. Al abrir las nalgas con las manos, “el agujerito” era un agujerazo. Su ojete marrón se había abierto como para que entren dos o tres dedos de mi mano. Era como un ojo negro que me miraba invitándome a entrar. Como no lo tenía rojo o irritado, supuse que mi abuela quería sentir un pedazo de carne en sus entrañas. Así que ni corto ni perezoso, le dije:
- Abuela, voy a apagar la luz, me da un poco de vergüenza, usted me entiende, ¿no?
- Sí, bebé, poneme cremita que me arde –y se colocó dos almohadas debajo de su vientre dejando el culo en pompa –Y si querés sacate la ropa para que no te manches con la crema.
Acto seguido, no tardé ni tres segundos en quitarme todo. Mi pija estaba empalmada como nunca, me reventaba la cabeza de hinchada. Luego me subí a la cama y le agarré las nalgas. Eran macizas, gigantes, qué culazo tenía la vieja. Primero le masajeé un poco las nalgas como para entrar en calor. Mi abuela, a cada masaje, suspiraba. Habré estados unos cinco minutos sobándole el culazo a mi abuela, rozando con mis pulgares el ojete. Su concha roja de labios carnudos, estaba totalmente empapada. El olor a sexo inundaba la habitación. Fue cuando me dijo:
- La cremita, por favor, la cremita en el agujerito…
Fue cuando se me ocurrió una brillante idea. Abrí el envase y clavé mi pija en la crema. Ahora, mi cabeza estaba impregnada de crema suavizante. Y al segundo, le apoyé la punta en el ojete. Mi abuela se dio cuenta, y en una maniobra que me sorprendió, agarró mis caderas con sus manos y me empujó hacia ella, clavándose de golpe mis 16 cm de pija. Fue un grito ahogado, como mordiendo la almohada, y luego, en esa posición que me encantaba, comencé un mete saca del ojete durante unos diez minutos. Mientras tanto, mi abuela dejaba de ser mi abuela y se convertía en una perra en celo que gritaba:
- Cojeme, hijo de puta, rompeme el ojete!!!!! Así, más adentro, más fuerte!!!!! Rompeme el culo, cabrón!!!!!
Cuando sentí la leche subiendo por mis huevos, se la enterré hasta el fondo y comencé a bombearle el ojete de mi torrente cálido. Ella, debajo de mío, se movía contrayendo sus grandes nalgas y apretando mi pija como si fuera una mano. Ese ojete me exprimió hasta la última gota… y que quedé tendido encima de ella. Ahora, mi abuela parecía muerta, inerte, relajada como nunca, respirando agitada pero feliz. Sonriendo con los ojos cerrados, me dijo:
- No salgas todavía, quiero sentir cómo se ablanda dentro de mi culo…
Y le hice caso. Terminamos dormidos uno al lado del otro. Pero a las pocas horas, sentí que una boca succionaba mi pene fuertemente. Pensé que era mi abuela, pero ahora, otra figura femenina casi de su edad –pude vislumbrar- se sacaba mi pija de la boca y me decía:
- Así que la vieja perra te cogió nomás. Ahora me toca a mi, soy Martha, su vecina. Dejala que duerma… Relajate hijo, quiero sacarte más leche – y siguió chupando como posesa.
Lo que pasó después, cuando mi abuela despertó y me encontró, en la misma cama, rompiéndole la concha a su amiga, será tema de otro relato.

5 comentarios - El ojetazo de mi abuela

gerchu0 +1
Interesante relato muy buena..espero la continuación..sino vamos los dos y les damos jajaja
ELKOTUR71
Buen relato .Espèrando la segunda pate del mismo...
lamms
MUY BUENO
kotoelprofesor
muy lindo relato me paso algo parecido con una amiga de mi vieja solo que me la cojia en la casa de mis viejos cuando ellos salían a trabajar ella tenia devoción que le acabara en el culo por varios años la tuve de amante cojia como los dioses nunca la olvide