Tomar el subte entre las 9 y las 10 de la mañana te hace pensar en muchas cosas. Sobre todo, si no hubiese sido una buena idea utilizar otra alternativa de transporte. La gente se acomoda y reacomoda intentando obtener una bocanada de aire entre la multitud. Toca la sirena, cierran las puertas y después… silencio. Para quienes no tenemos un libro, ó estamos conectados vía bluetooth con nuestra pantalla celular, es un espacio de pensamiento y reflexión.
Treinta y cinco minutos es lo que tardo en llegar desde mi casa al trabajo. Treinta y cinco minutos de pura fantasía y morbo. Soñar sin cerrar los ojos, sin perder el rumbo, sin detener el tiempo.
Aquel día tomé el subte como todas las mañanas, en Bulnes y Santa Fé. Subí en el tercer vagón, como de costumbre. Metés un pie, te agarrás del marco de la puerta y empujás tu cuerpo hacia adentro intentando calzar en ese espacio que aún crees que queda vacío para vos. Sí sí, así es, te estaban esperando. Reservaron ese lugar para vos. Con la espalda apoyada sobre la puerta levanté la cabeza para ver quienes iban a ser mis compañeros de viaje. Un perfume, de esos que te transportan a otro lugar se interfirió en mi camino. Ella estaba justo al lado, al lado mio. El poco espacio que nos sotenía me impedía recorrerla con la mirada. Sus tetas, que se rozaban y buscaban lugar entre su escote, se alzaban como una barrera de protección que impedía mis ojos viajaran por debajo.
La próxima estación llegó pronto, pocos bajan, muchos suben. El malón me empujó hacia adentro, y esta vez, ya no por cuestiones de azar, quedé pegado a su cuerpo. Bajé mi mano derecha a la velocidad que una hoja de papel saturada se hunde en una pileta, y entre medio del calor humano la apoyé en su espalda. Levantó sus ojos, y me miró. Podría haber sido cualquiera, pero por algún motivo, sabía que había sido yo. Volvió a bajar su mirada y junto a un vaivén brusco del vagón apoyó su pierna con firmeza sobre la mia. Su cola, que no podía ver, pero sin duda imaginar, empezó a desplazarse lentamente hacia mi pija; la cual no hubo forma de disimular. La sangre me recorría a la velocidad que marcaba el corazón, que bombeaba como una bomba eléctrica que tiene que llenar un tanque de leche condensada. Bajé mi otra mano y la tome de la cintura para ayudarme con la posición. La roté unos centímetros y me calcé su culo entre medio de la verga.
Con las manos cerca de su vientre, logré colar la derecha en su pantalón elastizado. El calor que emitía, húmedo como el Monte Waialeale hizo que antes de poder avanzar, mis dedos ya estuviesen transpirados como en un sauna. Bajé lentamente como si fuese mi primera vez, con miedo, curiosidad y la pija parada. Su concha estaba muy mojada, tan mojada que no podía mantener mis dedos juntos. Logré infiltrar mi dedo índice por debajo de su tanga y junto con él vino su primer suspiro. Con los ojos cerrados y muy cerca de mi oído la sentí gemir como dos amantes a escondidas que intentan no ser descubiertos detrás de las sábanas.
Ante un nuevo movimiento del subte, y temiendo ser visto, saqué mi mano de su pantalón. La taquicardia avanzó sobre mi como un caballo galopante. Ella, de altura media y por debajo de mi cuello, aprovechó para frotar su culo en mi pija como quien está precalentando para una entrada suave y sin apuros. Mi cabeza explotaba, y mi pija también. Levanté mi mano y me la llevé a la boca, mientras acariciaba su abdomen. Hubiese dado cualquier cosa por chupar esa concha y ese ano. Su flujo sabía dulce, ó quizá era su perfume que se mezclaba entre mis dedos y mi lengua; no lo sé, pero ambos hacían una combinación fascinante.
Bajó el cierre de mi pantalón, y con sus dedos largos con uñas color rojo atravesó mi slip para acariciar la cabeza de mi pija mojada y dura como el caño de apoyo del que se sostenía del otro lado de la puerta. Volví a tomarla de la cintura, a colar mis dedos en su concha depilada, y juntos y al ritmo de un reloj comenzamos a masturbarnos. Sentía como sus dedos frotaban la cabeza de mi pija y bajaban a la base para volver a subir como un ascensor. La conexión era tan fuerte y tan intensa que el mundo a mi alrededor se tornó invisible. Metía mis dedos cuan adentro podía junto a la palma de mi mano que frotaba su clítoris estallado de calentura. Nuestros cuerpos se rosaban y bailaban al ritmo del momento mientras el subte avanzaba estación tras estación.
Tomó mi otra mano y se la llevó a la cintura, allí donde comenzaba a sentirse su cola. Filtré nuevamente su pantalón y con el anular pude sentir su ano apenas abierto, que no estaba aislado de la humedad que desprendía su concha. Sus gemidos de placer y sus movimientos pélvicos nos elevaron a la cima del placer.
El perfume de esa mujer me estaba volviendo loco, y el calor de su cuerpo y su concha jugosa me mantenían la llama prendida. Levantó nuevamente su cabeza, esta vez con una mirada caliente y antes de que pudiera parpadear giró su mano sobre mi pija buscando sin duda terminar con el recorrido. Intenté contener los latidos que acompañaban el motor de mi cuerpo, pero la bomba estalló, y en dos o tres golpes finales le llené la mano de leche mientras sus ojos se cerraban y emitía su último gemido silencioso.
Sacó la mano, la llevó a su boca y jugueteó con sus dedos. Nos miramos por última vez mientras por el parlante anunciaban la próxima estación, 9 de Julio. Se abrieron las puertas, y su perfume desapareció entre la gente…
Treinta y cinco minutos es lo que tardo en llegar desde mi casa al trabajo. Treinta y cinco minutos de pura fantasía y morbo. Soñar sin cerrar los ojos, sin perder el rumbo, sin detener el tiempo.
Aquel día tomé el subte como todas las mañanas, en Bulnes y Santa Fé. Subí en el tercer vagón, como de costumbre. Metés un pie, te agarrás del marco de la puerta y empujás tu cuerpo hacia adentro intentando calzar en ese espacio que aún crees que queda vacío para vos. Sí sí, así es, te estaban esperando. Reservaron ese lugar para vos. Con la espalda apoyada sobre la puerta levanté la cabeza para ver quienes iban a ser mis compañeros de viaje. Un perfume, de esos que te transportan a otro lugar se interfirió en mi camino. Ella estaba justo al lado, al lado mio. El poco espacio que nos sotenía me impedía recorrerla con la mirada. Sus tetas, que se rozaban y buscaban lugar entre su escote, se alzaban como una barrera de protección que impedía mis ojos viajaran por debajo.
La próxima estación llegó pronto, pocos bajan, muchos suben. El malón me empujó hacia adentro, y esta vez, ya no por cuestiones de azar, quedé pegado a su cuerpo. Bajé mi mano derecha a la velocidad que una hoja de papel saturada se hunde en una pileta, y entre medio del calor humano la apoyé en su espalda. Levantó sus ojos, y me miró. Podría haber sido cualquiera, pero por algún motivo, sabía que había sido yo. Volvió a bajar su mirada y junto a un vaivén brusco del vagón apoyó su pierna con firmeza sobre la mia. Su cola, que no podía ver, pero sin duda imaginar, empezó a desplazarse lentamente hacia mi pija; la cual no hubo forma de disimular. La sangre me recorría a la velocidad que marcaba el corazón, que bombeaba como una bomba eléctrica que tiene que llenar un tanque de leche condensada. Bajé mi otra mano y la tome de la cintura para ayudarme con la posición. La roté unos centímetros y me calcé su culo entre medio de la verga.
Con las manos cerca de su vientre, logré colar la derecha en su pantalón elastizado. El calor que emitía, húmedo como el Monte Waialeale hizo que antes de poder avanzar, mis dedos ya estuviesen transpirados como en un sauna. Bajé lentamente como si fuese mi primera vez, con miedo, curiosidad y la pija parada. Su concha estaba muy mojada, tan mojada que no podía mantener mis dedos juntos. Logré infiltrar mi dedo índice por debajo de su tanga y junto con él vino su primer suspiro. Con los ojos cerrados y muy cerca de mi oído la sentí gemir como dos amantes a escondidas que intentan no ser descubiertos detrás de las sábanas.
Ante un nuevo movimiento del subte, y temiendo ser visto, saqué mi mano de su pantalón. La taquicardia avanzó sobre mi como un caballo galopante. Ella, de altura media y por debajo de mi cuello, aprovechó para frotar su culo en mi pija como quien está precalentando para una entrada suave y sin apuros. Mi cabeza explotaba, y mi pija también. Levanté mi mano y me la llevé a la boca, mientras acariciaba su abdomen. Hubiese dado cualquier cosa por chupar esa concha y ese ano. Su flujo sabía dulce, ó quizá era su perfume que se mezclaba entre mis dedos y mi lengua; no lo sé, pero ambos hacían una combinación fascinante.
Bajó el cierre de mi pantalón, y con sus dedos largos con uñas color rojo atravesó mi slip para acariciar la cabeza de mi pija mojada y dura como el caño de apoyo del que se sostenía del otro lado de la puerta. Volví a tomarla de la cintura, a colar mis dedos en su concha depilada, y juntos y al ritmo de un reloj comenzamos a masturbarnos. Sentía como sus dedos frotaban la cabeza de mi pija y bajaban a la base para volver a subir como un ascensor. La conexión era tan fuerte y tan intensa que el mundo a mi alrededor se tornó invisible. Metía mis dedos cuan adentro podía junto a la palma de mi mano que frotaba su clítoris estallado de calentura. Nuestros cuerpos se rosaban y bailaban al ritmo del momento mientras el subte avanzaba estación tras estación.
Tomó mi otra mano y se la llevó a la cintura, allí donde comenzaba a sentirse su cola. Filtré nuevamente su pantalón y con el anular pude sentir su ano apenas abierto, que no estaba aislado de la humedad que desprendía su concha. Sus gemidos de placer y sus movimientos pélvicos nos elevaron a la cima del placer.
El perfume de esa mujer me estaba volviendo loco, y el calor de su cuerpo y su concha jugosa me mantenían la llama prendida. Levantó nuevamente su cabeza, esta vez con una mirada caliente y antes de que pudiera parpadear giró su mano sobre mi pija buscando sin duda terminar con el recorrido. Intenté contener los latidos que acompañaban el motor de mi cuerpo, pero la bomba estalló, y en dos o tres golpes finales le llené la mano de leche mientras sus ojos se cerraban y emitía su último gemido silencioso.
Sacó la mano, la llevó a su boca y jugueteó con sus dedos. Nos miramos por última vez mientras por el parlante anunciaban la próxima estación, 9 de Julio. Se abrieron las puertas, y su perfume desapareció entre la gente…
6 comentarios - Bulnes y Santa Fé
pasate x mis posts
no me gustó...
me encantó!!
Felicitaciones y van ptos. 🤘 🤘
le dejaria puntines, pero me quede sin ninguno