Es difícil establecer el comienzo de esta historia. Podría decirse que empezó casi sin darme cuenta.Para establecer algún parámetro, por errado que sea, comenzaré mi relato desde aquella noche, la noche en que la ví.
Era un sábado, al mediodía salí de laburar y me fui a lo de Hernán. Habíamos quedado en vernos esa tarde porque él laburaba de noche. Como cada vez que iba a verlo, a pocas cuadras de llegar a su departamento ya empezaba a aumentar el ritmo de mis palpitaciones, la respiración se agudizaba y la bombachita empezaba a humedecerse.
Llegué al edificio a la hora acordada, ni un minuto más, ni un minuto menos. Toqué el timbre y al cabo de unos minutos él ya estaba en la puerta con esa sonrisa radiante impresa en su carita.
Los mejores conjuntos siempre eran para él, ese día elegí el rojo, el de la tanguita. Entramos al departamento y nos dirigimos directamente a la habitación. La calentura era incontrolable.
Primero nos comimos la boca con fruición, con violencia, casi con desesperación, presas de una pasión incontrolable. Después empezaron los instintivos y dulces roces. Su pija, cada vez más dura y mas grande, me presionaba ligeramente el monte de venus, aún vestido con la tanguita roja.
Despacito me arrojó en la cama. Poco a poco empezó a desvestirme.
Su primer victima fue la remera, voló y quedó suspendida a un costado de la cama, su lengua volvió a recorrerme el cuello, ahora, mucho mas atrevida que antes bajó hasta llegar a mis tetas. Me sacó el corpiño y empezó a jugar con mis pezones. Los lamía con agrado, los apretaba con las yemas de sus dedos (a esta altura del partido la música seguía sonando aunque ya no la escuchaba y mi conchita, más húmeda que antes, pedía a gritos la verga que no paraba de rozarla).
Sin más vueltas y con una calentura terrible me sacó la tanguita roja, abrió mis piernas y con su lengua me hizo ver las estrellas.
Empezó a lamerme toda la conchita, los labios, el monte de venus, todo lleno de baba. Mis gemidos ya se escuchaban mas que la música de fondo. Mientras me la chupaba yo agarraba con fuerza su cabeza, de los pelos lo agarraba al grito de "dame más".
Ambos con una calentura inmanejable nos besamos fuertemente mientras él me la metía toda.
Hicimos mi favorita, el misionero, hasta que con el movimiento de sus caderas nos acabamos los dos, sumergiendo su pija y mi concha en un mar de mojadas acabadas.
Después nos tomamos unos mates y los dos salimos del departamento, porque él se tenía que ir a laburar. Pasar el rato con él suele ser glorioso, pero hay una contra y es que me quedo súper caliente y con ganas de mas sexo. Así que esa noche decidí salir a bailar con mis amigas, tomar unas copas y ver si podía obtener mas placer.
Damas y caballeros, hemos llegado aquí al punto de inflexión en esta historia, podríamos decir, a su comienzo algo indefinido.
Nos encontramos en un bar con mis amigas. A medida que avanzaba la noche las copas encima aumentaban y mi cabeza volaba más alto en busca de placer.
Me metí al baño y me la crucé. Una morocha hermosa, tetona y con una cinturita tallada a mano. Cruzamos miradas y nos sonreímos. Sin decirnos nada, esperamos que el resto de las chicas se fueran hasta que quedara el baño vacío, instintivamente volvimos a vernos fijamente a los ojos y acto seguido, ella me acarició la mejilla. Nos acercamos cada vez mas, hasta que nuestras bocas quedaron casi unidas. Sin mas vueltas le arrebaté un beso. Sin más nos encerramos en uno de los cubículos del baño.
Nos besábamos cada vez mas violentamente, nos apretábamos las mejillas. Yo le saqué la remera, la dejé en tatas y empecé a comérselas. Sus pezones eran como dos caramelos, duritos y dulces. Mientras tanto ella, con sus dedos llenos de saliva, me tocaba incesantemente la concha, primero me la acariciaba y después me metió los dos dedos enteros hasta el fondo.
La misma calentura que sentía con Hernán había vuelto, pero esta vez con una mina. La primera vez con una mina. Sin pensarlo y con ganas fatales de sacarme la calentura y darle placer a esa morocha, le subí la falda del vestido, le corrí la bombacha que traía puesta y le comí toda la conchita, como Hernán hacía conmigo.
Primero le lamí los labios por fuera y después con todo el esplendor de su concha abierta para mí, le metí la lengua hasta lo mas hondo de esa sabrosura.
Inmersa en esta situación, casi alienada de la realidad, olvidé que estaba en el baño de un bar, olvidé que mis amigas estaban esperándome y ella olvidó acallar sus gemidos. Así fue que algunas chicas nos escucharon y le avisaron a los patovicas del bar, quienes al grito de "esto no es un telo" nos hecharon del baño, con las tetas duras y la concha súper mojada.
Nunca volví a ver a la morocha, esa noche soñé con esa concha dulce y deliciosa, con esas tetas duras y sabrosas. Obvio, me toqué toda hasta quedarme dormida.
Era un sábado, al mediodía salí de laburar y me fui a lo de Hernán. Habíamos quedado en vernos esa tarde porque él laburaba de noche. Como cada vez que iba a verlo, a pocas cuadras de llegar a su departamento ya empezaba a aumentar el ritmo de mis palpitaciones, la respiración se agudizaba y la bombachita empezaba a humedecerse.
Llegué al edificio a la hora acordada, ni un minuto más, ni un minuto menos. Toqué el timbre y al cabo de unos minutos él ya estaba en la puerta con esa sonrisa radiante impresa en su carita.
Los mejores conjuntos siempre eran para él, ese día elegí el rojo, el de la tanguita. Entramos al departamento y nos dirigimos directamente a la habitación. La calentura era incontrolable.
Primero nos comimos la boca con fruición, con violencia, casi con desesperación, presas de una pasión incontrolable. Después empezaron los instintivos y dulces roces. Su pija, cada vez más dura y mas grande, me presionaba ligeramente el monte de venus, aún vestido con la tanguita roja.
Despacito me arrojó en la cama. Poco a poco empezó a desvestirme.
Su primer victima fue la remera, voló y quedó suspendida a un costado de la cama, su lengua volvió a recorrerme el cuello, ahora, mucho mas atrevida que antes bajó hasta llegar a mis tetas. Me sacó el corpiño y empezó a jugar con mis pezones. Los lamía con agrado, los apretaba con las yemas de sus dedos (a esta altura del partido la música seguía sonando aunque ya no la escuchaba y mi conchita, más húmeda que antes, pedía a gritos la verga que no paraba de rozarla).
Sin más vueltas y con una calentura terrible me sacó la tanguita roja, abrió mis piernas y con su lengua me hizo ver las estrellas.
Empezó a lamerme toda la conchita, los labios, el monte de venus, todo lleno de baba. Mis gemidos ya se escuchaban mas que la música de fondo. Mientras me la chupaba yo agarraba con fuerza su cabeza, de los pelos lo agarraba al grito de "dame más".
Ambos con una calentura inmanejable nos besamos fuertemente mientras él me la metía toda.
Hicimos mi favorita, el misionero, hasta que con el movimiento de sus caderas nos acabamos los dos, sumergiendo su pija y mi concha en un mar de mojadas acabadas.
Después nos tomamos unos mates y los dos salimos del departamento, porque él se tenía que ir a laburar. Pasar el rato con él suele ser glorioso, pero hay una contra y es que me quedo súper caliente y con ganas de mas sexo. Así que esa noche decidí salir a bailar con mis amigas, tomar unas copas y ver si podía obtener mas placer.
Damas y caballeros, hemos llegado aquí al punto de inflexión en esta historia, podríamos decir, a su comienzo algo indefinido.
Nos encontramos en un bar con mis amigas. A medida que avanzaba la noche las copas encima aumentaban y mi cabeza volaba más alto en busca de placer.
Me metí al baño y me la crucé. Una morocha hermosa, tetona y con una cinturita tallada a mano. Cruzamos miradas y nos sonreímos. Sin decirnos nada, esperamos que el resto de las chicas se fueran hasta que quedara el baño vacío, instintivamente volvimos a vernos fijamente a los ojos y acto seguido, ella me acarició la mejilla. Nos acercamos cada vez mas, hasta que nuestras bocas quedaron casi unidas. Sin mas vueltas le arrebaté un beso. Sin más nos encerramos en uno de los cubículos del baño.
Nos besábamos cada vez mas violentamente, nos apretábamos las mejillas. Yo le saqué la remera, la dejé en tatas y empecé a comérselas. Sus pezones eran como dos caramelos, duritos y dulces. Mientras tanto ella, con sus dedos llenos de saliva, me tocaba incesantemente la concha, primero me la acariciaba y después me metió los dos dedos enteros hasta el fondo.
La misma calentura que sentía con Hernán había vuelto, pero esta vez con una mina. La primera vez con una mina. Sin pensarlo y con ganas fatales de sacarme la calentura y darle placer a esa morocha, le subí la falda del vestido, le corrí la bombacha que traía puesta y le comí toda la conchita, como Hernán hacía conmigo.
Primero le lamí los labios por fuera y después con todo el esplendor de su concha abierta para mí, le metí la lengua hasta lo mas hondo de esa sabrosura.
Inmersa en esta situación, casi alienada de la realidad, olvidé que estaba en el baño de un bar, olvidé que mis amigas estaban esperándome y ella olvidó acallar sus gemidos. Así fue que algunas chicas nos escucharon y le avisaron a los patovicas del bar, quienes al grito de "esto no es un telo" nos hecharon del baño, con las tetas duras y la concha súper mojada.
Nunca volví a ver a la morocha, esa noche soñé con esa concha dulce y deliciosa, con esas tetas duras y sabrosas. Obvio, me toqué toda hasta quedarme dormida.
5 comentarios - De mis fantasías hechas realidad.