Era verano, verano caluroso, como todos, al menos aquí en mi isla, por eso me gusta tanto. Mis padres celebraban sus bodas de plata. 25 años juntos, con sus penas y sus alegrías, con sus idas y venidas, pero 25 años al fin y al cabo. Y mi padre, algo presionado por mi madre, por fin había accedido a irse de crucero, o lo que es lo mismo, iba a tener la casa para mi toda una semana. Bueno, para mi y para Roberto, mi “hermano”.
Aunque creo que antes de seguir con la historia tendría que presentarme. Me llamo Analía, y tengo 32 años, aunque cuando ocurrió todo lo que estoy a punto de relatar en mi haber tan sólo contaba con 22 primaveras, con sus respectivos otoños e inviernos, pero sobre todo veranos. Vivía y vivo en Mallorca, sa roqueta, como le decimos aquí, una isla preciosa, con rincones de ensueño y encantos que aún me sorprenden de vez en cuando. Por aquel entonces aún vivía con mis padres, y junto a ellos estaba Roberto. Se podría decir que es mi hermano, al menos eso es lo que me dijeron cuando mis padres lo trajeron a casa hace ya muchos años. No entendí en su día porque adoptaban y aún hoy sigo igual.
Pero volvamos al momento de este relato. Por fin llegó el ansiado día y acompañé al aeropuerto a mis padres para que cogieran un avión que les llevase a Barcelona, lugar en el que se embarcarían en el crucero de sus sueños, el mismo que me iba a proporcionar a mi mi semana soñada: fiesta, alcohol y con un poco de suerte, sexo del bueno. Mis amigas ya estaban avisadas, y algún amigo también ...
Para no perder el tiempo había organizado la primera fiesta esa misma noche pero me encontré con la sorpresa de que Roberto, dos años menor que yo, cuando le informé de mis planes, se negó de plano.
- Papá me ha dejado encargado de la casa y soy el responsable de que aquí no pase nada, lo siento pero tendrás que si quieres fiesta tendrás que buscarla fuera – fue su contundente reacción.
Él siempre tan responsable, tan obediente, tan dócil. A veces me sacaba de quicio, el perfecto Roberto, aquel con el que no compartía sangre pero si apellidos. Me llegaba a desquiciar. Me sentía en un callejón sin salida: la gente estaba avisada, la bebida comprada y me había confirmado su asistencia Pedro, un chico de la facultad al que le tenía echado el ojo y que me tenía en vilo. De una manera u otra, esa fiesta se iba a celebrar.
- Roberto, si no dices nada te deberé una buena, haré lo que me pidas, pero no me dejes colgada ahora, llevo planeándolo un mes y todos están avisados. Por favor. – casi supliqué
- Lo siento, no depende de mi, son las instrucciones de papá – me dijo.
- Te conseguiré una cita con la chica que quieras – le dejé caer. Roberto nunca había estado con una chica, al menos que yo supiera, y confiaba en que la tentación le pudiera.
- No depende de mi, son órdenes de papá. – Sentenció.
Papá ... papá ... si ni siquiera es tu padre, pensé. Si no iba a ser por las buenas sería por las malas.
El día avanzó sin demasiadas novedades pero yo no paraba de darle vueltas a la cabeza: a cada idea que se me ocurría le veía algo bueno y algo malo, pero todas antes o después quedaban descartadas. Cada vez me sentía más agobiada y pese a mis repetidos intentos de hacer entrar en razón a Roberto él seguía sin ceder un ápice.
Desesperada, finalmente puse en marcha el primer plan que se me había ocurrido, descabellado pero al parecer efectivo. Me apresuré a ir al supermercado y comprar todo lo necesario para prepararle a Roberto su plato preferido: macarrones a la bolognesa. Los condimenté en exceso para poder disimular el ingrediente final: las pastillas que usaba mi madre para dormir, mano de santo según ella. Nunca me llegué a enterar del nombre o de donde las sacaba, pero cuando se tomaba una el mundo se acababa para ella durante 8 horas, ya podía tronar o quemarse la casa. Para asegurar el tiro aplasté tres y las mezclé a conciencia con la salsa de su plato, y una vez puesta la mesa le avisé.
La cena transcurrió sin demasiado diálogo. Él parecía sentirse culpable por no dejarme hacer la fiesta y yo buscaba ser complaciente, para suavizar la situación. Terminamos de cenar y como de costumbre fuimos al salón a ver la tele. Las pastillas no tardaron en hacer efecto y al poco comenzó a bostezar. Los ojos se le cerraban literalmente y yo no dejaba de sugerirle que se acostase si estaba cansado. La sola idea de tener que subirlo a su habitación si se quedaba grogui en el sofá me provocaba un escalofrío. Finalmente Roberto me hizo caso y se marchó a su cuarto.
Minutos después subí y comprobé que estaba en su cama, completamente KO. Rápidamente fui a mi cuarto, cogí todos los pañuelos que tenía y volví al de Roberto. Le até las muñecas al cabezal de la cama y le amordacé. Ya os he comentado que era una medida desesperada. Iba haciendo camino, sin saber como lo arreglaría después. Luego avisé a mis amigas para que vinieran a prepararlo todo mientras yo me arreglaba, que la hora de la fiesta se acercaba y una era y es muy coqueta.
Algo justo de tiempo pero cuando sonó el timbre la primera vez, la casa, el jardín y yo estábamos a punto. La gente fue llegando, la música sonaba y el alcohol corría, pero yo no dejaba de mirar la puerta. El objetivo de la fiesta no era otro que Pedro, de no haberme confirmado que vendría probablemente la habría anulado, pero ahora que por fin estaba soltero era mi oportunidad.
Por fin llegó, se hizo de esperar pero llegó. Disimuladamente me fui aproximando a él, no quería agobiarle, ambos sabíamos que hacía tiempo que me gustaba. Entablamos conversación, bebimos y bailamos. La cosa iba bien, al menos eso creía yo, hasta que sonó una canción algo más lenta, lo que yo aproveché para acercarme más a él ... y lo que él aprovechó para hacerme saber que esa misma tarde había vuelto con su chica. Decir que en ese momento me pegó el mayor bajón de mi vida es quedarse cortos. Le pedí que se fuera, no entendía nada, por qué había venido entonces, por qué había estado coqueteando conmigo, por qué.
Mis amigas se percataron de lo sucedido pero sus intentos de ánimo no hacían más que acrecentar mi sentimiento de desgracia, sentimiento que sólo notaba que se hacía más pequeño cuanto más bebía ... y como una cuba andaba yo cuando una de mis amigas me avisó que había escuchado gritos del piso de arriba. Tardé en reaccionar, tan ocupada había estado yo en la primera parte de mi plan que no me había detenido en pensar como solucionar lo de Roberto ... y con las vueltas que me daba la cabeza difícilmente lo iba a hacer en ese momento.
En cualquier caso subí al cuarto y ya antes de abrir la puerta escuché a Roberto:
- ¡Que alguien llame a la policía! – gimoteaba el mojigato. A saber cuánto tiempo hacía que se había despertado.
Abrí la puerta y no pude contener la risa por lo surrealista de la situación. Ahí estaba mi hermano, tal y como lo había dejado, a excepción de que se había librado de la mordaza, gritando como una nenaza, mientras en el piso de arriba había todo un fiestón que yo había organizado y en el que no quería estar. Al verme, Roberto encolerizó.
- Eres una puta, esto no va a acabar así, vas a lamentar lo que me has hecho, deja de reirte y desátame - gritaba con los ojos inyectados en sangre.
La verdad es que sus palabras poco me importaban en ese momento, pero tanto grito me estaba empezando a dar dolor de cabeza. Me acerqué, el se tranquilizó pensando que lo iba a desatar pero aproveché el momento para volverle a colocar la mordaza.
- Así estas más guapo hermanito – le dije dándole un beso en la mejilla.
No me apetecía volver a la fiesta así que me senté y pensé que sobre Roberto era tan buen sitio como cualquier otro. Pasé una pierna sobre él y me senté sobre sus caderas.
- A tu salud hermanito – le dije justo antes de darle el último trago a mi copa y vaciarla por completo mientras hacía equilibrios para no caer de encima de mi hermano por sus continuos movimientos – quiero que sepas que la fiesta es una mierda, que tenerte atado aquí es una mierda y que la vida es una mierda. Pero no te lo tomes a mal, no es nada personal.
Roberto debía de estar flipando conmigo. La bebida siempre ha tenido dos efectos en mi, por un lado dejo de ver la importancia de las cosas y por otro me pongo caliente como el fuego, por lo que decidí jugar: empecé a acompañar los movimientos de Roberto con los míos, a la vez que apoyaba mis manos sobre su pecho y le ponía mi cara de perra en celo.
A Roberto le cambió la cara, no entendía lo que pasaba, no le culpo. Siguió agitándose, pero ahora ya no era tan violento, no parecía que quisiera que me quitara, si no restregar su cuerpo con el mío.
Yo llevaba un vestido corto y ceñido y él aún conservaba los pantalones cortos y la camiseta que vestía por la tarde, por lo que entre tan poca tela no tardé en notar como algo duro iba creciendo de tamaño entre nosotros.
Sonreí. Sin quererlo acaba de solucionar mis dos problemas. Esa noche iba a follar y mi hermano no se chivaría de la fiesta.
Seguí moviéndome sobre Roberto, suave, melosa, sin prisas y él cada vez sincronizaba más sus movimientos con los míos. Yo le miraba a los ojos, estaba disfrutando del momento, le veía contrariado, su mente peleando contra su cuerpo, su razón contra su pasión, y saber que yo era la culpable de que ahora mismo todos sus esquemas estuvieran resquebrajándose me ponía aún más cachonda.
Dejé caer los tirantes de mi vestido y lo bajé por debajo de mis pechos. Sus ojos se clavaron en ellos, y sus manos se agitaron en un nuevo intento de liberarse. Comencé a jugar con ellos, con mis pezones. Los acariciaba, los pellizcaba … uhmm, el primer gemido se me escapó ... En su cara veía el deseo de hacerlos suyos y su impotencia era mi victoria. Después de unos minutos jugando con mis pechos, sin dejar de moverme sobre Roberto, me saqué el vestido hacía arriba, quedando únicamente con un minúsculo tanga, empapado a esas alturas. Una mano volvió a mis pechos, pero la otra fue bajando poco a poco hasta colarse dentro de mi tanga y acariciar mi sexo. Estaba muy mojado. Nuestras respiraciones eran cada vez más agitadas y yo cada vez tenía más ganas de polla.
Me incliné hacía adelante y comencé a besar el cuello de Roberto mientras una de mis manos se colaba entre nosotros y comenzaba a sobarle el paquete. Al agarrarlo me di cuenta de que era más grande de lo que creía. La noche prometía. Seguí sobándoselo por encima de los pantalones y comencé a bajar poco a poco, hasta que mi cabeza llegó a la altura de tan ansiado trofeo. Le bajé lentamente los pantalones sin dejar de mirarle y cuando por fin dirigí la vista a su miembro me quise morir.
- Vaya, vaya con el hermanito, que callado te lo tenías. Algo así lo has de compartir, no lo tienes que esconder – dije justo antes de comenzar a lamérsela suavemente, a la vez que le sujetaba con una mano los huevos. Después de un par de lametones abrí la boca, y sin dejar de mirarle, hice varios ademanes de metérmela, sin llegar a hacerlo ninguna vez. En sus ojos veía la impaciencia y el sufrimiento, deseaba que me la metiera casi tanto como yo. Pero antes tenía que jugar mis cartas, por lo que subí de nuevo y le susurré al oído.
- ¿Quieres que lo haga? Quieres que te la coma, ¿verdad? Si, lo estas deseando, pero antes hermanito tendrás que prometerme que nunca contarás a nadie lo que está pasando está noche aquí, ni la fiesta ni esto. ¿Entendido? – los repetidos gestos de su cabeza eran todo lo que necesitaba, por lo que rápidamente bajé hasta su polla y por fin me la pude meter en la boca. Uhmm, aún hoy cuando lo recuerdo me excito. Era dura y gorda, por lo que me costaba que entrase, pero la excitación y el alcohol hacen milagros en mí y en mi cuerpo. Seguí comiéndose un rato, sin pausa y sin prisa, sin dejar de mirarle, disfrutando tanto o más de la situación que él, teniéndolo por fin comiendo de mi mano … y yo de él. Gemía sin parar, resoplaba, su cuerpo se contraía, su espalda se arqueaba y su cabeza se movía sin sentido. Era sin duda la primera mamada que recibía. Yo, por no perder el tiempo, con la mano libre había echado a un lado mi tanga y me estaba metiendo dos dedos sin parar.
Para ser primerizo mi hermano aguantaba bastante bien el ritmo, tanto que yo sentía que no tardaría mucho y quería correrme teniéndolo dentro, por lo que me quite el tanga, me coloqué sobre sus caderas, se la cogí con una mano para colocarla en su sitio y me dejé caer poco a poco sobre él, notando cada centímetro entrando en mí, hasta que por fin llegué abajo. Me detuve un instante, le miré, parecía tan dócil ahora, tan inofensivo y manipulable. Por fin había encontrado su talón de Aquiles.
Comencé a moverme lentamente, arriba y abajo, y haciendo círculos, como a mí me gusta. Mis manos sobre su pecho, apoyadas, clavando mis uñas en él. Mis movimientos cada vez eran más rápidos y violentos, subiendo cada vez más para caer cada vez más fuerte, intentando que a cada embestida entrase un poco más profundo para darme un poco más placer. La notaba dentro de mi, la notaba entrando y saliendo. Mi hermanito estaba consiguiendo que me muriera de placer, hacía mucho tiempo que no gemía tanto y ya lo necesitaba.
Liberé a mi hermano de su mordaza, quería oírle gritar y gemir y quería que me dijera lo guarra que era por casi violar a su hermanito, pero de su boca sólo salían sigues y dioses. Daba igual, yo ya estaba a punto de correrme y él también, por lo que aceleré todo lo que pude para no quedarme con las ganas y justo cuando noté como una descarga eléctrica recorría todo mi cuerpo el comenzó a gemir más fuerte y pude notar como me inundaba de leche. Nuestros movimientos se fueron ralentizando poco a poco hasta que finalmente nos detuvimos por completo.
Pasados unos segundos que necesité para recuperar la conciencia, me incliné sobre mi hermanito, le di un pico en la boca y le dije:
- En un rato vuelvo a por más, reponte que esto no ha hecho más que empezar.
Acto seguido le puse la mordaza de nuevo, me levanté, me vestí y me fui al baño para limpiarme y bajar un rato a la fiesta … La noche seguía prometiendo.
Aunque creo que antes de seguir con la historia tendría que presentarme. Me llamo Analía, y tengo 32 años, aunque cuando ocurrió todo lo que estoy a punto de relatar en mi haber tan sólo contaba con 22 primaveras, con sus respectivos otoños e inviernos, pero sobre todo veranos. Vivía y vivo en Mallorca, sa roqueta, como le decimos aquí, una isla preciosa, con rincones de ensueño y encantos que aún me sorprenden de vez en cuando. Por aquel entonces aún vivía con mis padres, y junto a ellos estaba Roberto. Se podría decir que es mi hermano, al menos eso es lo que me dijeron cuando mis padres lo trajeron a casa hace ya muchos años. No entendí en su día porque adoptaban y aún hoy sigo igual.
Pero volvamos al momento de este relato. Por fin llegó el ansiado día y acompañé al aeropuerto a mis padres para que cogieran un avión que les llevase a Barcelona, lugar en el que se embarcarían en el crucero de sus sueños, el mismo que me iba a proporcionar a mi mi semana soñada: fiesta, alcohol y con un poco de suerte, sexo del bueno. Mis amigas ya estaban avisadas, y algún amigo también ...
Para no perder el tiempo había organizado la primera fiesta esa misma noche pero me encontré con la sorpresa de que Roberto, dos años menor que yo, cuando le informé de mis planes, se negó de plano.
- Papá me ha dejado encargado de la casa y soy el responsable de que aquí no pase nada, lo siento pero tendrás que si quieres fiesta tendrás que buscarla fuera – fue su contundente reacción.
Él siempre tan responsable, tan obediente, tan dócil. A veces me sacaba de quicio, el perfecto Roberto, aquel con el que no compartía sangre pero si apellidos. Me llegaba a desquiciar. Me sentía en un callejón sin salida: la gente estaba avisada, la bebida comprada y me había confirmado su asistencia Pedro, un chico de la facultad al que le tenía echado el ojo y que me tenía en vilo. De una manera u otra, esa fiesta se iba a celebrar.
- Roberto, si no dices nada te deberé una buena, haré lo que me pidas, pero no me dejes colgada ahora, llevo planeándolo un mes y todos están avisados. Por favor. – casi supliqué
- Lo siento, no depende de mi, son las instrucciones de papá – me dijo.
- Te conseguiré una cita con la chica que quieras – le dejé caer. Roberto nunca había estado con una chica, al menos que yo supiera, y confiaba en que la tentación le pudiera.
- No depende de mi, son órdenes de papá. – Sentenció.
Papá ... papá ... si ni siquiera es tu padre, pensé. Si no iba a ser por las buenas sería por las malas.
El día avanzó sin demasiadas novedades pero yo no paraba de darle vueltas a la cabeza: a cada idea que se me ocurría le veía algo bueno y algo malo, pero todas antes o después quedaban descartadas. Cada vez me sentía más agobiada y pese a mis repetidos intentos de hacer entrar en razón a Roberto él seguía sin ceder un ápice.
Desesperada, finalmente puse en marcha el primer plan que se me había ocurrido, descabellado pero al parecer efectivo. Me apresuré a ir al supermercado y comprar todo lo necesario para prepararle a Roberto su plato preferido: macarrones a la bolognesa. Los condimenté en exceso para poder disimular el ingrediente final: las pastillas que usaba mi madre para dormir, mano de santo según ella. Nunca me llegué a enterar del nombre o de donde las sacaba, pero cuando se tomaba una el mundo se acababa para ella durante 8 horas, ya podía tronar o quemarse la casa. Para asegurar el tiro aplasté tres y las mezclé a conciencia con la salsa de su plato, y una vez puesta la mesa le avisé.
La cena transcurrió sin demasiado diálogo. Él parecía sentirse culpable por no dejarme hacer la fiesta y yo buscaba ser complaciente, para suavizar la situación. Terminamos de cenar y como de costumbre fuimos al salón a ver la tele. Las pastillas no tardaron en hacer efecto y al poco comenzó a bostezar. Los ojos se le cerraban literalmente y yo no dejaba de sugerirle que se acostase si estaba cansado. La sola idea de tener que subirlo a su habitación si se quedaba grogui en el sofá me provocaba un escalofrío. Finalmente Roberto me hizo caso y se marchó a su cuarto.
Minutos después subí y comprobé que estaba en su cama, completamente KO. Rápidamente fui a mi cuarto, cogí todos los pañuelos que tenía y volví al de Roberto. Le até las muñecas al cabezal de la cama y le amordacé. Ya os he comentado que era una medida desesperada. Iba haciendo camino, sin saber como lo arreglaría después. Luego avisé a mis amigas para que vinieran a prepararlo todo mientras yo me arreglaba, que la hora de la fiesta se acercaba y una era y es muy coqueta.
Algo justo de tiempo pero cuando sonó el timbre la primera vez, la casa, el jardín y yo estábamos a punto. La gente fue llegando, la música sonaba y el alcohol corría, pero yo no dejaba de mirar la puerta. El objetivo de la fiesta no era otro que Pedro, de no haberme confirmado que vendría probablemente la habría anulado, pero ahora que por fin estaba soltero era mi oportunidad.
Por fin llegó, se hizo de esperar pero llegó. Disimuladamente me fui aproximando a él, no quería agobiarle, ambos sabíamos que hacía tiempo que me gustaba. Entablamos conversación, bebimos y bailamos. La cosa iba bien, al menos eso creía yo, hasta que sonó una canción algo más lenta, lo que yo aproveché para acercarme más a él ... y lo que él aprovechó para hacerme saber que esa misma tarde había vuelto con su chica. Decir que en ese momento me pegó el mayor bajón de mi vida es quedarse cortos. Le pedí que se fuera, no entendía nada, por qué había venido entonces, por qué había estado coqueteando conmigo, por qué.
Mis amigas se percataron de lo sucedido pero sus intentos de ánimo no hacían más que acrecentar mi sentimiento de desgracia, sentimiento que sólo notaba que se hacía más pequeño cuanto más bebía ... y como una cuba andaba yo cuando una de mis amigas me avisó que había escuchado gritos del piso de arriba. Tardé en reaccionar, tan ocupada había estado yo en la primera parte de mi plan que no me había detenido en pensar como solucionar lo de Roberto ... y con las vueltas que me daba la cabeza difícilmente lo iba a hacer en ese momento.
En cualquier caso subí al cuarto y ya antes de abrir la puerta escuché a Roberto:
- ¡Que alguien llame a la policía! – gimoteaba el mojigato. A saber cuánto tiempo hacía que se había despertado.
Abrí la puerta y no pude contener la risa por lo surrealista de la situación. Ahí estaba mi hermano, tal y como lo había dejado, a excepción de que se había librado de la mordaza, gritando como una nenaza, mientras en el piso de arriba había todo un fiestón que yo había organizado y en el que no quería estar. Al verme, Roberto encolerizó.
- Eres una puta, esto no va a acabar así, vas a lamentar lo que me has hecho, deja de reirte y desátame - gritaba con los ojos inyectados en sangre.
La verdad es que sus palabras poco me importaban en ese momento, pero tanto grito me estaba empezando a dar dolor de cabeza. Me acerqué, el se tranquilizó pensando que lo iba a desatar pero aproveché el momento para volverle a colocar la mordaza.
- Así estas más guapo hermanito – le dije dándole un beso en la mejilla.
No me apetecía volver a la fiesta así que me senté y pensé que sobre Roberto era tan buen sitio como cualquier otro. Pasé una pierna sobre él y me senté sobre sus caderas.
- A tu salud hermanito – le dije justo antes de darle el último trago a mi copa y vaciarla por completo mientras hacía equilibrios para no caer de encima de mi hermano por sus continuos movimientos – quiero que sepas que la fiesta es una mierda, que tenerte atado aquí es una mierda y que la vida es una mierda. Pero no te lo tomes a mal, no es nada personal.
Roberto debía de estar flipando conmigo. La bebida siempre ha tenido dos efectos en mi, por un lado dejo de ver la importancia de las cosas y por otro me pongo caliente como el fuego, por lo que decidí jugar: empecé a acompañar los movimientos de Roberto con los míos, a la vez que apoyaba mis manos sobre su pecho y le ponía mi cara de perra en celo.
A Roberto le cambió la cara, no entendía lo que pasaba, no le culpo. Siguió agitándose, pero ahora ya no era tan violento, no parecía que quisiera que me quitara, si no restregar su cuerpo con el mío.
Yo llevaba un vestido corto y ceñido y él aún conservaba los pantalones cortos y la camiseta que vestía por la tarde, por lo que entre tan poca tela no tardé en notar como algo duro iba creciendo de tamaño entre nosotros.
Sonreí. Sin quererlo acaba de solucionar mis dos problemas. Esa noche iba a follar y mi hermano no se chivaría de la fiesta.
Seguí moviéndome sobre Roberto, suave, melosa, sin prisas y él cada vez sincronizaba más sus movimientos con los míos. Yo le miraba a los ojos, estaba disfrutando del momento, le veía contrariado, su mente peleando contra su cuerpo, su razón contra su pasión, y saber que yo era la culpable de que ahora mismo todos sus esquemas estuvieran resquebrajándose me ponía aún más cachonda.
Dejé caer los tirantes de mi vestido y lo bajé por debajo de mis pechos. Sus ojos se clavaron en ellos, y sus manos se agitaron en un nuevo intento de liberarse. Comencé a jugar con ellos, con mis pezones. Los acariciaba, los pellizcaba … uhmm, el primer gemido se me escapó ... En su cara veía el deseo de hacerlos suyos y su impotencia era mi victoria. Después de unos minutos jugando con mis pechos, sin dejar de moverme sobre Roberto, me saqué el vestido hacía arriba, quedando únicamente con un minúsculo tanga, empapado a esas alturas. Una mano volvió a mis pechos, pero la otra fue bajando poco a poco hasta colarse dentro de mi tanga y acariciar mi sexo. Estaba muy mojado. Nuestras respiraciones eran cada vez más agitadas y yo cada vez tenía más ganas de polla.
Me incliné hacía adelante y comencé a besar el cuello de Roberto mientras una de mis manos se colaba entre nosotros y comenzaba a sobarle el paquete. Al agarrarlo me di cuenta de que era más grande de lo que creía. La noche prometía. Seguí sobándoselo por encima de los pantalones y comencé a bajar poco a poco, hasta que mi cabeza llegó a la altura de tan ansiado trofeo. Le bajé lentamente los pantalones sin dejar de mirarle y cuando por fin dirigí la vista a su miembro me quise morir.
- Vaya, vaya con el hermanito, que callado te lo tenías. Algo así lo has de compartir, no lo tienes que esconder – dije justo antes de comenzar a lamérsela suavemente, a la vez que le sujetaba con una mano los huevos. Después de un par de lametones abrí la boca, y sin dejar de mirarle, hice varios ademanes de metérmela, sin llegar a hacerlo ninguna vez. En sus ojos veía la impaciencia y el sufrimiento, deseaba que me la metiera casi tanto como yo. Pero antes tenía que jugar mis cartas, por lo que subí de nuevo y le susurré al oído.
- ¿Quieres que lo haga? Quieres que te la coma, ¿verdad? Si, lo estas deseando, pero antes hermanito tendrás que prometerme que nunca contarás a nadie lo que está pasando está noche aquí, ni la fiesta ni esto. ¿Entendido? – los repetidos gestos de su cabeza eran todo lo que necesitaba, por lo que rápidamente bajé hasta su polla y por fin me la pude meter en la boca. Uhmm, aún hoy cuando lo recuerdo me excito. Era dura y gorda, por lo que me costaba que entrase, pero la excitación y el alcohol hacen milagros en mí y en mi cuerpo. Seguí comiéndose un rato, sin pausa y sin prisa, sin dejar de mirarle, disfrutando tanto o más de la situación que él, teniéndolo por fin comiendo de mi mano … y yo de él. Gemía sin parar, resoplaba, su cuerpo se contraía, su espalda se arqueaba y su cabeza se movía sin sentido. Era sin duda la primera mamada que recibía. Yo, por no perder el tiempo, con la mano libre había echado a un lado mi tanga y me estaba metiendo dos dedos sin parar.
Para ser primerizo mi hermano aguantaba bastante bien el ritmo, tanto que yo sentía que no tardaría mucho y quería correrme teniéndolo dentro, por lo que me quite el tanga, me coloqué sobre sus caderas, se la cogí con una mano para colocarla en su sitio y me dejé caer poco a poco sobre él, notando cada centímetro entrando en mí, hasta que por fin llegué abajo. Me detuve un instante, le miré, parecía tan dócil ahora, tan inofensivo y manipulable. Por fin había encontrado su talón de Aquiles.
Comencé a moverme lentamente, arriba y abajo, y haciendo círculos, como a mí me gusta. Mis manos sobre su pecho, apoyadas, clavando mis uñas en él. Mis movimientos cada vez eran más rápidos y violentos, subiendo cada vez más para caer cada vez más fuerte, intentando que a cada embestida entrase un poco más profundo para darme un poco más placer. La notaba dentro de mi, la notaba entrando y saliendo. Mi hermanito estaba consiguiendo que me muriera de placer, hacía mucho tiempo que no gemía tanto y ya lo necesitaba.
Liberé a mi hermano de su mordaza, quería oírle gritar y gemir y quería que me dijera lo guarra que era por casi violar a su hermanito, pero de su boca sólo salían sigues y dioses. Daba igual, yo ya estaba a punto de correrme y él también, por lo que aceleré todo lo que pude para no quedarme con las ganas y justo cuando noté como una descarga eléctrica recorría todo mi cuerpo el comenzó a gemir más fuerte y pude notar como me inundaba de leche. Nuestros movimientos se fueron ralentizando poco a poco hasta que finalmente nos detuvimos por completo.
Pasados unos segundos que necesité para recuperar la conciencia, me incliné sobre mi hermanito, le di un pico en la boca y le dije:
- En un rato vuelvo a por más, reponte que esto no ha hecho más que empezar.
Acto seguido le puse la mordaza de nuevo, me levanté, me vestí y me fui al baño para limpiarme y bajar un rato a la fiesta … La noche seguía prometiendo.
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