Bueno. Por fin voy a atreverme a narrar algo que me ocurrió hace muchos años.
Yo tenía diecinueve y empezaba el verano. Habíamos terminado el instituto y me iba a marchar de mi ciudad durante unos meses porqué me iba a ir a trabajar a otro país para mejorar mi idioma y ganarme un dinero. Esto causó un gran revuelo entre mis amigos que sentían que no pudieran contar conmigo para esos días estivos y muy propensos a ir a la piscina y ver las chicas en bikini. Así pues, decidieron ir despidiéndome cada uno a su manera. Quedaba con uno para una cerveza, una copa con otros, ya os podéis imaginar. Entre mis amigos estaba Marina, una chica un año más joven que yo, algo retraída y entradita en carnes. Había entrado a formar parte de la pandilla gracias a su hermano que la traía a veces, y como éramos muy de acoger a gente, la aceptamos entre nosotros y la convertimos en uno más. De hecho ambos teníamos muy buen feeling y solíamos hablar a casi todas horas cuando estábamos juntos.
Ella, para despedirse de mí, decidió una mañana invitarme a tomar café y unos pasteles en su casa. Vivíamos lejos el uno del otro, y como a mí me gusta caminar y las mañanas eran de los más agradable para hacerlo subí (literalmente, en mi ciudad todo son cuestas) andando hasta su casa.
Cuando llegué, me recibió con un chándal y me invitó a pasar al salón. Me preguntó que si quería algo y le dije que un vaso de agua me vendría bien. Tras esto nos sentamos en el sofá y nos pusimos a hablar sobre esto y aquello. Me recordaba que me echaría de menos pero que se alegraba de que me marchara porque, como ella decía, eso me haría ver mundo. Ella me envidiaba porque sus padres no la dejaban marcharse. Caí en la cuenta. En la casa no había nadie. No me extrañaba que no estuvieran sus padres, ya que era un día laboral y estarían ambos en el trabajo, pero… ¿y su hermano? Le pregunté por él y me dijo que se había marchado de buena mañana para hacer no sé qué. La mañana siguió entre charlas y risas, hasta que ella se quedó en silencio.
-¿Te pasa algo? – le pregunté.
-No… Bueno… quería pedirte algo… aunque no sé.
-Pide – le dije riéndome.
-Verás, Luis, -me dijo con la cabeza agachada ocultando sus ojos- resulta que a mis dieciocho años aún no he visto ningún chico desnudo. Bueno… me refiero a que aún no he visto… Mira, déjalo, no tenía que habértelo contado.
-Marina, no me has contado nada. ¿Qué ocurre?
-Verás, las otras chicas no hacen más que hablar de que si no sé quien la tiene enorme, que si no sé quién la tiene como una salchicha, y yo aún no he visto ninguna –dijo casi ocultando su voz en un susurro.
-¿En erección te refieres?
-Sí – dijo con un tono infantil que no se correspondía a su edad pero sí a su enorme timidez.
-A ver, Marina, si quieres yo te la enseño, pero tienes que pensar que esto no es como un juguetito que aprietas un botón y ¡hale ya está! Tengo que excitarme para poder enseñártela en erección –le dije mintiéndole, porque no sé si era por la enorme timidez que ella desprendía o por la situación, se me estaba poniendo “morcillona”.
Por mi cabeza empezaron a suceder innumerables soluciones a este conflicto. Que ella se mostrara desnuda, que me la sobara un poco… Todas las soluciones parecían más que razonables. El silencio se hizo y ella seguía cabizbaja mirando el estampado del sofá. De repente levantó la cara y dijo:
-Ahora vengo.
Salió de la habitación a todo correr y me quedé allí solo en el salón. Si jugaba bien mis cartas a lo mejor me la podía follar. Todo indicaba a que terminaría así la situación. Pensar en aquello me excitaba aún más, así que tuve que calmarme y pensar en otras cosas, para que cuando llegara no sintiera frustrado su viaje a donde fuera que hubiera ido. Salí al balcón a fumar y a ver si se me bajaba aquello. Al rato, apareció por el balcón con una enorme sonrisa en la cara. La miré y guardé silencio. Ella seguía allí estática con una enorme sonrisa, esperando paciente a que me terminara el cigarrillo, pero como la curiosidad me mataba por ver que solución había encontrado para este dilema, tiré el cigarro a medio consumir.
Cuando entré en el salón vi sobre la mesa, dispuestas de forma ordenada, unas siete revistas porno. Abrí los ojos como platos, y la sangre empezó a dirigirse otra vez hacia mi miembro.
-Son de mi hermano –me dijo.
-Pero, entonces si has visto un pene en erección. Si has ojeado estas revistas están llenas de ellos.
-Pero no al natural, idiota –dijo riéndose y tirando de mi brazo hacia el sofá para que me sentara.
Me senté y cogí la revista que tenía más cerca. La abrí y allí estaba, una deliciosa morena de pelo corto y enormes pechos sujetaba con su mano derecha una enorme polla mientras lamía su glande mirando fijamente aquel monstruo fálico de un solo ojo. La sangre ya estaba concentrada toda en mi entrepierna. ¡Joder!, pensé. Marina, miró rápidamente hacia mi bragueta y me dijo:
-¿Ya?
-Esto… no. Aún no.
-No mientas. Tienes un bulto enorme ahí –dijo señalando con una mano mi polla y abriendo los ojos y la boca.
-Buenos, sí –dije tratando de bloquear su visión cruzando las piernas.
-Venga. Me lo has prometido –frunció el ceño.
-De acuerdo.
La verdad es que no me lo pensé demasiado. Dejé la revista sobre la mesa, me puse de pié, desabroché el pantalón, bajé mi bragueta y me bajé los pantalones rápidamente. La polla se me salía de entre los calzoncillos y empecé a sentir el mismo calor en mi miembro que en la cara.
Ella clavó su mirada en ella. Tenía los ojos y la boca abiertos. Su gesto mostraba una curiosidad muy alejada de la chica tímida que yo conocía.
-¿Quieres tocarla? –le pregunté.
-Me da vergüenza –me dijo echándose a la boca las manos.
-Pues si a estas alturas de la historia te da vergüenza, después de pedirme que te la enseñara… apaga y vamonos. Venga no tengas miedo.
Me bajé los calzoncillos para mostrarla ya en su total esplendor. Cogí una de sus manos que tapaban su boca y la dirigí hacia mi polla que casi me dolía de lo dura que se había puesto. Ella tocó con un dedo y volvió la mano hacia su boca.
-Cógela sin miedo. No te va a morder.
No se lo pensó demasiado y alargó su mano derecha hacia ella y la cogió con delicadeza, como cuando un niño sujeta un pájaro caído de un árbol.
-Está caliente… y es dura…
-Bueno, me imagino, que si no habías visto esto antes, tampoco habrás visto a un hombre eyacular –dije. No sé de donde me salía tanta desvergüenza, estaba tan caliente que apenas si podía pensar.- ¿Por qué no me masturbas y así…?
No hubo que decirle mucho más. Ella comenzó a desplazar mi miembro hacia arriba y hacia abajo. Lo hacía despacio y torpemente. Tuve que indicarle que subiera la velocidad. Mmm, aquello estaba siendo delicioso, cada vez que lo recuerdo se me vuelve a poner dura. Siguió así durante unos segundo, minutos, no lo sé; yo estaba en un extasis magnífico. Bajaba la mirada y la veía allí mirando fijamente mi polla, como hipnotizada. Sólo una vez apartó la vista de ella y fue para mirar hacia la revista que yo había dejado abierta sobre la mesa. Allí estaba esa morena lamiendo aquella verga enorme. Y sin pensárselo, ni decírselo, se lanzó a probar a que sabía mi rabo.
Primero lo lamió despacio, con curiosidad. Luego se lo introdujo en la boca y comenzó a bombear, como había estado haciendo con la mano, casi de una manera natural.
Aquello era el cielo en la tierra. Estaba disfrutando como nunca de aquel momento. Miré a sus ojos que ahora miraban a los míos y tenía un brillo mórbido. Miré a su chándal y vi como en el lugar donde estaban sus enormes tetazas habían salido dos honguitos que me mostraban que tan cachonda estaba ella también. Pude mirar a su mano izquierda que se había metido bajo su pantalón y estaba acariciando su vulva. Era el momento.
Le pedí que se desnudara, pero ella se negó. Me dijo que era virgen y que no quería perder su virgo aún. Que no estaba preparada. Le dije que no la penetraría que tan sólo quería lamer su coño. Abrió los ojos y no se lo pensó demasiado. Comenzó a desnudarse deprisa, mientras yo aproveché para hacer lo mismo. Sus tetas eran grandes y levemente caídas, las acaricié y las lamí despacio. Ella no dejaba de masturbarme y tuve que pedirle que parara. La hice sentarse sobre el sofá y me lancé a lo más hondo de su ser. Aquello era magnífico, estaba muy húmeda y pronto empezó a gemir con fuerza. Yo me entretenía haciendo arabescos con mi lengua sobre su clítoris, y ella se retorcía de placer.
Mi polla me dolía de lo dura que la tenía. Tenía que encontrar una solución, así que le propuse que hiciéramos un sesenta y nueve. Ella, me miró con extrañeza y volvió a decirme que no quería que la penetrara. Le dije que tan solo era sexo oral y le indiqué como hacerlo. No tardó mucho en gustarle la idea y se sentó a horcajadas sobre mi cara. Yo seguí lamiendo aquel coño maravilloso y mientras ella tan solo me la cogía con la mano porque el placer le impedía concentrarse en hacerme la felación. Continué así durante un rato hasta que ella explotó en un orgasmo y apretó sus rodillas fuertes contra mi cuerpo. Gimió con fuerza y cayó pesadamente sobre mi cuerpo.
A los segundo se levantó. Tenía mi polla a unos centímetros de su cara y se sumergió en una de las mejores mamadas que me han hecho en la vida. Toda la timidez que tenía aquella chica se había convertido en un volcán de placer. Lamía, chupaba, frotaba, aquello era delicioso. Pronto me iba a correr, no había remedio, y estallé en su boca. Ella no se lo esperaba y apartó la cara de aquella erupción seminal. Segundos después del enorme placer que recibí, noté su lengua curiosa que lamía mi glande lleno de semen.
Al rato nos despedimos. Ella me dio las gracias de nuevo con su carita tímida y los ojos hundidos en el suelo. Yo le dije que nos veríamos a mi vuelta.
Así fue, a mi vuelta ella me recibió en la estación de autobuses y me dijo:
-¿Sabes qué?... Ya estoy preparada.
Pero eso es otra historia.
Yo tenía diecinueve y empezaba el verano. Habíamos terminado el instituto y me iba a marchar de mi ciudad durante unos meses porqué me iba a ir a trabajar a otro país para mejorar mi idioma y ganarme un dinero. Esto causó un gran revuelo entre mis amigos que sentían que no pudieran contar conmigo para esos días estivos y muy propensos a ir a la piscina y ver las chicas en bikini. Así pues, decidieron ir despidiéndome cada uno a su manera. Quedaba con uno para una cerveza, una copa con otros, ya os podéis imaginar. Entre mis amigos estaba Marina, una chica un año más joven que yo, algo retraída y entradita en carnes. Había entrado a formar parte de la pandilla gracias a su hermano que la traía a veces, y como éramos muy de acoger a gente, la aceptamos entre nosotros y la convertimos en uno más. De hecho ambos teníamos muy buen feeling y solíamos hablar a casi todas horas cuando estábamos juntos.
Ella, para despedirse de mí, decidió una mañana invitarme a tomar café y unos pasteles en su casa. Vivíamos lejos el uno del otro, y como a mí me gusta caminar y las mañanas eran de los más agradable para hacerlo subí (literalmente, en mi ciudad todo son cuestas) andando hasta su casa.
Cuando llegué, me recibió con un chándal y me invitó a pasar al salón. Me preguntó que si quería algo y le dije que un vaso de agua me vendría bien. Tras esto nos sentamos en el sofá y nos pusimos a hablar sobre esto y aquello. Me recordaba que me echaría de menos pero que se alegraba de que me marchara porque, como ella decía, eso me haría ver mundo. Ella me envidiaba porque sus padres no la dejaban marcharse. Caí en la cuenta. En la casa no había nadie. No me extrañaba que no estuvieran sus padres, ya que era un día laboral y estarían ambos en el trabajo, pero… ¿y su hermano? Le pregunté por él y me dijo que se había marchado de buena mañana para hacer no sé qué. La mañana siguió entre charlas y risas, hasta que ella se quedó en silencio.
-¿Te pasa algo? – le pregunté.
-No… Bueno… quería pedirte algo… aunque no sé.
-Pide – le dije riéndome.
-Verás, Luis, -me dijo con la cabeza agachada ocultando sus ojos- resulta que a mis dieciocho años aún no he visto ningún chico desnudo. Bueno… me refiero a que aún no he visto… Mira, déjalo, no tenía que habértelo contado.
-Marina, no me has contado nada. ¿Qué ocurre?
-Verás, las otras chicas no hacen más que hablar de que si no sé quien la tiene enorme, que si no sé quién la tiene como una salchicha, y yo aún no he visto ninguna –dijo casi ocultando su voz en un susurro.
-¿En erección te refieres?
-Sí – dijo con un tono infantil que no se correspondía a su edad pero sí a su enorme timidez.
-A ver, Marina, si quieres yo te la enseño, pero tienes que pensar que esto no es como un juguetito que aprietas un botón y ¡hale ya está! Tengo que excitarme para poder enseñártela en erección –le dije mintiéndole, porque no sé si era por la enorme timidez que ella desprendía o por la situación, se me estaba poniendo “morcillona”.
Por mi cabeza empezaron a suceder innumerables soluciones a este conflicto. Que ella se mostrara desnuda, que me la sobara un poco… Todas las soluciones parecían más que razonables. El silencio se hizo y ella seguía cabizbaja mirando el estampado del sofá. De repente levantó la cara y dijo:
-Ahora vengo.
Salió de la habitación a todo correr y me quedé allí solo en el salón. Si jugaba bien mis cartas a lo mejor me la podía follar. Todo indicaba a que terminaría así la situación. Pensar en aquello me excitaba aún más, así que tuve que calmarme y pensar en otras cosas, para que cuando llegara no sintiera frustrado su viaje a donde fuera que hubiera ido. Salí al balcón a fumar y a ver si se me bajaba aquello. Al rato, apareció por el balcón con una enorme sonrisa en la cara. La miré y guardé silencio. Ella seguía allí estática con una enorme sonrisa, esperando paciente a que me terminara el cigarrillo, pero como la curiosidad me mataba por ver que solución había encontrado para este dilema, tiré el cigarro a medio consumir.
Cuando entré en el salón vi sobre la mesa, dispuestas de forma ordenada, unas siete revistas porno. Abrí los ojos como platos, y la sangre empezó a dirigirse otra vez hacia mi miembro.
-Son de mi hermano –me dijo.
-Pero, entonces si has visto un pene en erección. Si has ojeado estas revistas están llenas de ellos.
-Pero no al natural, idiota –dijo riéndose y tirando de mi brazo hacia el sofá para que me sentara.
Me senté y cogí la revista que tenía más cerca. La abrí y allí estaba, una deliciosa morena de pelo corto y enormes pechos sujetaba con su mano derecha una enorme polla mientras lamía su glande mirando fijamente aquel monstruo fálico de un solo ojo. La sangre ya estaba concentrada toda en mi entrepierna. ¡Joder!, pensé. Marina, miró rápidamente hacia mi bragueta y me dijo:
-¿Ya?
-Esto… no. Aún no.
-No mientas. Tienes un bulto enorme ahí –dijo señalando con una mano mi polla y abriendo los ojos y la boca.
-Buenos, sí –dije tratando de bloquear su visión cruzando las piernas.
-Venga. Me lo has prometido –frunció el ceño.
-De acuerdo.
La verdad es que no me lo pensé demasiado. Dejé la revista sobre la mesa, me puse de pié, desabroché el pantalón, bajé mi bragueta y me bajé los pantalones rápidamente. La polla se me salía de entre los calzoncillos y empecé a sentir el mismo calor en mi miembro que en la cara.
Ella clavó su mirada en ella. Tenía los ojos y la boca abiertos. Su gesto mostraba una curiosidad muy alejada de la chica tímida que yo conocía.
-¿Quieres tocarla? –le pregunté.
-Me da vergüenza –me dijo echándose a la boca las manos.
-Pues si a estas alturas de la historia te da vergüenza, después de pedirme que te la enseñara… apaga y vamonos. Venga no tengas miedo.
Me bajé los calzoncillos para mostrarla ya en su total esplendor. Cogí una de sus manos que tapaban su boca y la dirigí hacia mi polla que casi me dolía de lo dura que se había puesto. Ella tocó con un dedo y volvió la mano hacia su boca.
-Cógela sin miedo. No te va a morder.
No se lo pensó demasiado y alargó su mano derecha hacia ella y la cogió con delicadeza, como cuando un niño sujeta un pájaro caído de un árbol.
-Está caliente… y es dura…
-Bueno, me imagino, que si no habías visto esto antes, tampoco habrás visto a un hombre eyacular –dije. No sé de donde me salía tanta desvergüenza, estaba tan caliente que apenas si podía pensar.- ¿Por qué no me masturbas y así…?
No hubo que decirle mucho más. Ella comenzó a desplazar mi miembro hacia arriba y hacia abajo. Lo hacía despacio y torpemente. Tuve que indicarle que subiera la velocidad. Mmm, aquello estaba siendo delicioso, cada vez que lo recuerdo se me vuelve a poner dura. Siguió así durante unos segundo, minutos, no lo sé; yo estaba en un extasis magnífico. Bajaba la mirada y la veía allí mirando fijamente mi polla, como hipnotizada. Sólo una vez apartó la vista de ella y fue para mirar hacia la revista que yo había dejado abierta sobre la mesa. Allí estaba esa morena lamiendo aquella verga enorme. Y sin pensárselo, ni decírselo, se lanzó a probar a que sabía mi rabo.
Primero lo lamió despacio, con curiosidad. Luego se lo introdujo en la boca y comenzó a bombear, como había estado haciendo con la mano, casi de una manera natural.
Aquello era el cielo en la tierra. Estaba disfrutando como nunca de aquel momento. Miré a sus ojos que ahora miraban a los míos y tenía un brillo mórbido. Miré a su chándal y vi como en el lugar donde estaban sus enormes tetazas habían salido dos honguitos que me mostraban que tan cachonda estaba ella también. Pude mirar a su mano izquierda que se había metido bajo su pantalón y estaba acariciando su vulva. Era el momento.
Le pedí que se desnudara, pero ella se negó. Me dijo que era virgen y que no quería perder su virgo aún. Que no estaba preparada. Le dije que no la penetraría que tan sólo quería lamer su coño. Abrió los ojos y no se lo pensó demasiado. Comenzó a desnudarse deprisa, mientras yo aproveché para hacer lo mismo. Sus tetas eran grandes y levemente caídas, las acaricié y las lamí despacio. Ella no dejaba de masturbarme y tuve que pedirle que parara. La hice sentarse sobre el sofá y me lancé a lo más hondo de su ser. Aquello era magnífico, estaba muy húmeda y pronto empezó a gemir con fuerza. Yo me entretenía haciendo arabescos con mi lengua sobre su clítoris, y ella se retorcía de placer.
Mi polla me dolía de lo dura que la tenía. Tenía que encontrar una solución, así que le propuse que hiciéramos un sesenta y nueve. Ella, me miró con extrañeza y volvió a decirme que no quería que la penetrara. Le dije que tan solo era sexo oral y le indiqué como hacerlo. No tardó mucho en gustarle la idea y se sentó a horcajadas sobre mi cara. Yo seguí lamiendo aquel coño maravilloso y mientras ella tan solo me la cogía con la mano porque el placer le impedía concentrarse en hacerme la felación. Continué así durante un rato hasta que ella explotó en un orgasmo y apretó sus rodillas fuertes contra mi cuerpo. Gimió con fuerza y cayó pesadamente sobre mi cuerpo.
A los segundo se levantó. Tenía mi polla a unos centímetros de su cara y se sumergió en una de las mejores mamadas que me han hecho en la vida. Toda la timidez que tenía aquella chica se había convertido en un volcán de placer. Lamía, chupaba, frotaba, aquello era delicioso. Pronto me iba a correr, no había remedio, y estallé en su boca. Ella no se lo esperaba y apartó la cara de aquella erupción seminal. Segundos después del enorme placer que recibí, noté su lengua curiosa que lamía mi glande lleno de semen.
Al rato nos despedimos. Ella me dio las gracias de nuevo con su carita tímida y los ojos hundidos en el suelo. Yo le dije que nos veríamos a mi vuelta.
Así fue, a mi vuelta ella me recibió en la estación de autobuses y me dijo:
-¿Sabes qué?... Ya estoy preparada.
Pero eso es otra historia.
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