Eate relato como vem mo es de mi autoria pero me parecio divino lo he arreclado un poquito y aqui se los dejo
Topless en la playa - La experiencia de Pablo (1)
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Esta historia esta basada en el relato de Silvana http://www.todorelatos.com/relato/101835/ Utilizo su argumento para contarlo desde la perspectiva del marido. la idea original es de Silvana por lo que todo el mérito es exclusivamente suyo.
Si tuviera que definirme con un solo adjetivo y, si tuviera que ser sincero, no podría elegir otro que “calzonazos”.
No es que me agrade la palabra pero me temo que es una realidad.
Me crie entre hermanas que me mimaron y cuidaron como un muñeco y crecí ajeno a los juegos violentos de mis compañeros de colegio, ajeno a los tacos y palabras soeces, ajeno en fin al mundo real en el que se debe desenvolver un crio. Evitaba toda situación en la que pudiera sufrir algún daño y la violencia, tanto física como verbal, me asustaban.
Esto no me convirtió en marica, ni mucho menos. A los doce años comencé a masturbarme y no he parado hasta el día de hoy, sin embargo mi carácter carece de la fuerza y determinación necesaria para desenvolverme con éxito en un mundo cada vez más competitivo. Sigo evitando las discusiones y las confrontaciones, tanto en mi vida personal como en lo laboral.
Cuando conocí a Silvia supuse que sucedería lo de siempre: otro de mis amigos se quedaría con ella. Sin embargo una tarde nos pusimos a hablar de música y coincidimos en gustos, de ahí pasamos a hablar de literatura, de fotografía, de política… y la similitud de opiniones y gustos generó una cercanía entre nosotros que yo hubiera sido incapaz de provocar. He de reconocer que tengo labia, siempre he leído mucho y me considero una persona con muchos temas de conversación.
Desde el comienzo de nuestra relación Silvia asumió de una manera implícita las riendas de la pareja. Ella es mucho mas decidida que yo, tiene mas carácter y ahí donde yo no llego ella siempre me ha suplido, sin una queja, sin un reproche, sin menospreciarme. Si hay que protestar en un restaurante por un mal plato es Silvia quien se encarga, si hay que reclamar una factura incorrecta es ella quien consigue en una sola llamada lo que yo ya daba por perdido tras dejarme embaucar por los argumentos de la empresa.
De una manera u otra, todos nuestros amigos piensan que soy un dominado, entre otras cosas porque Silvia deja muy claro siempre quien manda, y no lo hace por humillarme, ni mucho menos, es su carácter, su forma de ser, me acepta como soy y bromea con su posición de liderazgo.
- Quédate aquí a tomar el sol si quieres, cielo, pero yo me voy a dar un baño, que me estoy asando.
No me gusta el sol en exceso, en realidad prefiero la montaña a la playa pero Silvia es una adicta al sol y eso hace que inevitablemente acabemos año tras año veraneando en la costa.
Además, me aburría allí sentado mientras ella se iba tostando vuelta y vuelta como un pollo. Me acerqué hasta la orilla y dejé que las olas murieran en mis pies. No se nadar y mis incursiones en el mar no pasan de la cintura.
Desde la orilla miré a Silvia, la blancura de su piel resaltaba en contraste con el broncerado de las personas que paseaban o tomaban el sol cerca de ellas. Tiene un cuerpo para mí perfecto, aunque siempre se está quejando del tamaño de sus pechos y por mucho que intento convencerla de que a mi me resultan preciosos no consigo que se sienta a gusto con su talla 85. Bien podría usar blusas sin sujetador con ese pedazo de cuerpo que tiene pero en ese sentido es bastante tradicional y no luce su figura como podría. Tan solo en casa cuando se pone el chándal puedo disfrutar de su perfecto culo e imaginarme cómo le quedarían unos vaqueros ajustados.
El calor del sol comenzó a hacerse notar en mi espalda y decidí darme un chapuzón, el mar estaba en calma y me aventuré hasta que el agua me cubrió hasta los hombros, eso si: agachado.
Cuando me di cuenta de que ya no estaba tan agachado y que el mar me estaba arrastrando un poco hacia lo hondo caminé hacia la orilla lo suficiente como para quedar de pie y cubierto hasta medio pecho, mucho mas seguro. Fue entonces cuando observé a un hombre parado cerca de Silvia que se había incorporado un poco en la toalla y parecía hablar con él. Desde la distancia no logré reconocer a aquel hombre, ¿sería algún compañero de trabajo que también veraneaba allí?
Silvia se levantó y continuó hablando con él, había algo extraño, algo que no encajaba. La forma de gesticular y la distancia que se interponia entre ambos no era la de dos conocidos. Entonces cambié mi teoría y supuse que era alguien que buscaba una dirección.
Pero la conversación ya duraba más de lo que una simple consulta podía llevar. Entonces Silvia me miró mientras le decía algo y él se volvió y me observó. Hablaban de mi sin duda, ¿era el momento de acercarme y comprobar si había estado en lo cierto y era un conocido?
La charla me tenía intrigado, Silvia por dos veces pareció mirarse los pechos y me pareció que él se los había señalado. Seguro que era una tontería pero juraría…
Al ver que me ignoraban, abandoné toda precaución, salí del agua y les observé desde la orilla. De nuevo sus miradas se dirigieron hacia sus pechos, se tocó el bikini y él siguió con los ojos sus gestos.
Silvia me miró de nuevo sin dejar de hablar con aquel tipo que se volvió en mi dirección y pareció decir algo sobre mi, el se volvió a mirarme tambien pero ella no hizo ningún gesto para animarme a acercarme, al contrario, ambos volvieron a hablar sin prestarme atención. Yo hice como que no me había dado cuenta y me puse a mirar hacia otro lado aunque por el rabillo del ojo seguía observando la escena.
Parecía que el hombre se despedía cuando Silvia, con un gesto nervioso, le dijo algo que le detuvo, posó sus ojos en mi fugazmente y…
Un escalofrío recorrió mi espalda cuando vi como Silvia llevaba sus brazos hacia atrás y dejaba colgando los laterales del sujetador, luego subió las manos a su nuca y se deshizo de la prenda dejando sus pechos desnudos ante aquel hombre que no dejaba de mirárselos.
Dije escalofrío, si, pero al mismo tiempo noté como se me paraba la pija irremediablemente. Ahí estaba mi mujer, de pie en medio de la playa rodeada de gente quitándose el sujetador y quedándose en top less por primera vez en su vida ¡Y mira que se lo había pedido veces!
Silvia me miró fugazmente y continuó hablando con él, cada vez era mas descarada la forma en que le miraba las tetas mientras seguían hablando. Mantenía el sujetador apretado en su puño mientras conversaba como aquel hombre como si estuviera acostumbrada a mostrar sus tetas. Algo que dijo él la hizo sonreír con esa coquetería tan suya al tiempo que negaba con la cabeza.
Ël se acercó mas y Silvia le escuchó en silencio, muy atenta a sus palabras, al final le respondió algo mientras asentía con la cabeza. Durante unos segundos que me parecieron eternos ambos se mantuvieron en silencio, él mirándola fijamente a los pechos y ella quieta callada, dejándose mirar. Algunos de los chicos que había alrededor en las tumbonas y que habían sido testigos de la escena la miraban también.
De pronto se acercó hasta casi rozar sus cuerpos y la besó en la cara, luego comenzó a caminar hacia el paseo marítimo.
No salía de mi asombro. Comencé a caminar por la arena hacia ella que permanecía de pie en medio de la playa sin moverse… ¡y con las tetas al aire!
¡Silvia! ¿Qué haces?
- Pablo, si te digo la verdad, no lo entiendo. Ha venido este chico y me ha dicho que era una lástima que fuera en bikini.
- ¿Y por eso te lo has quitado?
- No sé lo que me ha pasado, en serio. Se puso a hablarme… al principio quise mp darle bola, a los hombres tan cara dura los asustas si ven que no te amilanas, luego… te veía a ti, allí, mirando, sin hacer nada… que parecía que estabas de acuerdo…
No sabía qué decir, no era capaz de reaccionar.
- ¿Estás enojado?
- Si te digo la verdad, ni siquiera se cómo estoy. Lo cierto es que yo siempre he querido que alguna vez te pusieras en top-less, pero no me atrevía a pedírtelo… Tú, tan recatada siempre…Y ahora resulta que va otro, te lo dice y…
- No te entiendo Pablo, ¿tú quieres que me ponga en tetas, por qué?
¿Qué podía decirle, que me gustaba ver cómo la miraban, que me había calentado viendo cómo se desnudaba para otro macho?
Silvia pareció adivinar mis pensamientos
- Curioso... de modo que te excita que otros hombres puedan verme las tetas
Yo continuaba mudo, sin decidirme a reconocer el morbo que me producía verla en tetas e público o callarme y echarle la bronca, aunque a estas alturas los papeles parecían haberse cambiado y era yo el que aparentaba estar disculpándome.
- Pablo, tú no mandas en lo que te excita. Eso no depende de ti... Lo que me apena es que no hayas tenido la suficiente confianza en mí para contármelo.
Silvia se quedó mirándome a los ojos, mirada que yo sin querer eludía como un niño descubierto en plena trastada.
- Entonces… - Algo había sucedido, Silvia me estaba dando pie a que hablase, a que le dijese mis verdaderos deseos, pero pudo en mi la indecisión, la falta de valor que siempre me ha dominado.
- ¿Entonces, qué?
- Nada, déjalo.
La miré. Estaba a punto de abandonar la conversación, pero yo no quería. Era la ocasión, quizás única, para darle un rumbo a nuestra vida de pareja, a lo mejor podía contarle todas las fantasías que llenaban mi momentos de masturbación y compartirlas con ella.
Pero no, no podía dar el primer paso, me sentía incapaz, seguro de quedar en ridículo si le contaba las cosas que soñaba para ella. Tenía que ser Silvia quien hablase, eso sí que podía conseguirlo.
- Nos estamos sincerando, Silvia, no puedes parar ahora.
- Me pregunto, - dijo mirándome fijamente- si te excita que me haya quitado el bikini, pero no sólo en sí mismo, sino que lo haya hecho porque un hombre al que no conozco me lo ha dicho.
De nuevo una angustiosa indecisión me dominó. Temía quedar como un pelele ante ella si reconocía lo mucho que me había excitado ver cómo se quitaba el sujetador delante de aquel hombre. Podía ser muy humillante si ella se enojaba conmigo por sentir aquello.
Pero no podía renunciar a sincerarme con ella, no en esta ocasión en que todo parecía apuntar a que ella misma se había excitado desnudándose en público. Ahogado por la vergüenza acerté a balbucear:
- Me temo que sí. Me excita que lo hayas hecho.
Fue terminar de decirlo y sentí como mi pija sufría dos poderosos espasmos bajo mi bañador. Levanté los ojos a tiempo de ver su sonrisa naciendo en su rostro, se acercó, me echó los brazos al cuello y nos besamos largamente mientras sus duros pezones se clavaban en mi pecho. ¿Nos miraban? ¡Qué me importaba!
Al terminar, Silvia no se separó de mí, y con una sonrisa pícara en la cara me dijo en un susurro:
- Pues si te excita que vaya en top-less y te excita que lo haya hecho por este macho, lo vas a disfrutar.
- A ver... Aunque no sé con qué más me puedes sorprender.
- Antes de irse, me ha hecho prometerle que no volvería a usar el bikini en esta playa.
No lo podía creer, una risa nerviosa se mezcló con mi respuesta
- ¿Vas a pasarte todas las vacaciones en top-less? .
Ella asintió con la cabeza
- Ya sabes, siempre cumplo mis promesas.
Nos quedamos mirándonos durante un buen rato, intentando reconocernos en estos en los que nos habíamos convertido gracias al extraño que le hizo desnudar sus pechos.
O quizás solo faltaba un estímulo en el momento adecuado para que surgiera nuestra verdadera personalidad, esa que al menos yo, siempre había ocultado por temor a ofenderla, por temor a su desaprobación.
Recogimos nuestras cosas y Silvia se puso el short y la camiseta sin colocarse el sujetador. Me miró triunfante y yo le devolví una sonrisa de satisfacción. Sus hermosos y breves pechos apuntaban agudos bajo la fina tela.
Cogidos de la mano fuimos al apartamento. Nada más cerrar la puerta nos lanzamos el uno hacia el otro como dos fieras, como dos hambrientos que luchasen por alcanzar la comida. Tenía urgencia por cojerla, me sobraron todos los juegos previos. La penetré con dureza, golpeando su comchita como un salvaje, escuchando su gemidos que me enardecieron todavía más y me lanzaban a clavarle con toda mi fuerza mi pija en lo mas profundo de su ser.
Caímos rendidos tras casi una hora de sexo salvaje. Aun con la respiración entrecortada…
- Que brutalidad, no recuerdo haberte cojido así jamás
- Es curioso, Pablo. Gracias al hombre de esta mañana, tú y yo estamos disfrutando más que nunca.
- ¿Has pensado en él mientras te cojias?
- No podía quitarmelo de la cabeza, ¿cómo he sido capaz de obedecerle?
- Quizás porque te excitaba hacerlo, no crees?
- Si, ha sido como si rompiera una barrera, como cuando de pequeña desobedecía a mi madre y hacía algo que estaba prohibido, esa sensación de ahogo, de vértigo…
- Y no solo él, te ha visto toda la playa en bolas.
- Si… ha sido excitante sentir como me miraban
- Porque, además, se han dado cuenta de que él no era tu pareja
- ¿Tú crees?
- Al principio quizás no, pero cuando te has despelotado y han visto que se iba y llegaba yo… seguro que se han dado cuenta.
- ¿De qué?
No quería decirlo, no me atrevía a decirle cómo me sentía, no podía confesarle la palabra que se me venía a la cabeza. La miré sin responderle.
- ¿De qué se han dado cuenta, eh?
- De que tu marido soy yo y de que te has desnudado para otro hombre.
Mi pija volvía a crecer visiblemente, Silvia la miró y siguió intentando sonsacarme
- ¿Y eso, en qué te convierte?
Me sentía morir de placer, Silvia se había dado cuenta de mi excitación y no pensaba dejarme callar.
- Dilo, ¿en qué te convierte, eso?
- En un cornudo – me lancé sobre ella pero me detuvo, me tumbó en la cama y se subió a horcajadas sobre mi
- Ah si? ¿Eres un cornudo? ¿Te gusta ver como miran a tu mujer? ¿Te hubiera gustado que me tocara?
Si, si, a cada pregunta que me lanzaba mi respuesta fue si, siempre si.
Cogió en su mano mi pija y se la metió de un golpe y mientras me cabalgaba siguió lanzándome sus fantasías en las que se dejaba tocar los pechos por aquel hombre, le dejaba que se los besase y acariciase delante de mí, delante de toda la gente de la playa.
Nos duchamos, comimos cualquier cosa y volvimos a la playa. Silvia eligió un bikini negro que apenas se había puesto alguna vez porque decía que era demasiado pequeño, había sido motivo de un enojo ya que lo había elegido yo en la tienda y accedió a comprarlo por lo pesado que me puse.
Nos situamos en el mismo lugar que habíamos estado por la mañana, apenas quedaba gente, tan solo algunos muchachos en la orilla jugando y alguna que otra pareja, dos matrimonios mayores en sus sillas a unos doscientos metros jugaban a las cartas.
Yo estaba ansioso por saber qué haría Silvia. Se despojó del short y de la camiseta, dobló ambas prendas lenta y cuidadosamente hasta ponerme de los nervios y luego, mirándome a los ojos, soltó el sujetador y se lo quitó, lo dobló y lo guardó en la bolsa junto al resto de prendas.
No aparentaba sentirse violenta para ser la segunda vez en su vida que hacia top-less, se quedó de pie al lado de la toalla mirando el mar. Yo inspeccioné los alrededores parapetado tras mis gafas de sol y pude ver como los viejecitos de la partida le echaban algunas insistentes miradas, también una de las parejas cercanas la miraron un momento antes de volver a sus cosas.
Silvia me miró burlona, la erección abultaba mi bañador de una manera exagerada. Me fui a tumbar para ocultarla pero me tomo de la mano.
- Vamos al agua – dijo tirando de mí.
En nuestro camino hacia la orilla nos cruzamos con paseantes que no pudieron evitar dirigir su mirada a las tetas de mi mujer que parecía estar disfrutando.
El agua fría logró rebajar la tensión que amenazaba con romper mi bañador; jugamos en el agua, nos besamos, toqué sus pechos desnudos, endurecidos por el frío, sin que ella me reprendiese como hubiera hecho en otro momento. Abrazada a mí, rodeando mi cintura con sus piernas, me besaba una y otra vez mientras mis manos viajaban desde su cola a sus pechos sin importarnos que las olas a veces nos dejasen al descubierto. Más de una vez la sorprendí mirando a la orilla como si buscase algo… o a alguien.
- ¿Salimos? – dijo ella soltándose de mi cintura. En esos momentos mi pija volvía a estar dura como una piedra. Llevé su mano a mi entrepierna y le dije.
- Yo me quedo un rato, así no puedo salir del agua.
Me dio un beso y salió saltando en el agua, luego echó una pequeña carrera hasta la toalla, sentí haberme perdido el espectáculo de verla de frente con sus pechos cimbreando durante su carrera.
Miré a lo largo de la playa y a los accesos desde el paseo marítimo. Ambos estábamos expectantes ante la posibilidad de que el hombre volviera a aparecer.
Silvia estaba de pie, secándose aún con una toalla cuando le vi bajando el pequeño tramo de escalera que accede a la playa. Se detuvo y se deshizo de las chanclas antes de pisar la arena. El corazón me dio un vuelco cuando Silvia se giró y se quedó paralizada al verle avanzar hacia ella. La toalla colgaba de sus manos a la altura de su cabeza, con el pelo a medio secar. El avanzaba sin dejar de mirarle los pechos, Silvia dejó caer la toalla.
Cuando estuvo a su lado, se aproximó y le dio un beso en la mejilla.
Comenzaron a hablar, Silvia aparecía tímida ante él, como turbada, observé como apenas le mantenía la mirada, sonreía sin parar y parecía responderle con monosílabos aunque otras veces la veía hablar más tiempo, moviéndose casi como una colegiala vergonzosa, ¿O era lo que me parecía a mí?
Sus ojos se cruzaron con los míos y me temblaron las piernas, intenté aguantarle la mirada pero no pude, yo era el cornudo y él era el macho que estaba levantandose a mi esposa delante de mis narices.
Siguieron hablando uno frente al otro, no dejaba de mirarle las tetas incluso cuando le hablaba y ella… ella parecía estar en la gloria.
De pronto vi cómo le ponía las manos en los hombros y temí, (o deseé), que le fuera a tocar los pechos. Pero no, Silvia se agachó y quedó de rodillas en la toalla, rebuscó en la bolsa hasta dar con el bote naranja de protector solar, lo dejó encima de la bolsa y se tumbó boca abajo. El hombre se quitó la camiseta y se arrodilló a su lado, frente a mí y cogió el bote. Sus gestos eran lentos y claros, posiblemente lo hacía para que yo le pudiese ver. Dejó caer un chorro en la espalda y comenzó a extenderlo con ambas manos. De nuevo sentí como sus ojos burlones se clavaban en mí y esta vez no desvié la mirada, no fingí no saber lo que estaba sucediendo. Con mi mirada, sin ningún gesto más, declaré consentir aquello, confesé ser cómplice de lo que estaba pasando y acepté, aunque aún no lo sabía, lo que pudiera suceder.
El hombre levantó una pierna y se sentó a horcajadas sobre el culo de mi mujer, ella levantó la cabeza sorprendida pero volvió a descansarla en sus brazos a modo de almohada.
Le masajeaba la espalda en algo que era mucho mas que extender un protector solar, a veces recorría sus costados y yo imaginé que le tenía que estar rozando los pechos, pero Silvia permanecía inmutable con la cabeza ladeada sobre sus brazos. En varias ocasiones él se agachó hasta casi rozar su rostro, se notaba que le decía algo al oído.
Se levantó de encima de mi mujer y se volvió a poner a su lado, otra vez frente a mi. Silvia cambió la posición de su cabeza y también quedó mirando al mar aunque mantenía los ojos cerrados. El dejó caer un fino chorro de protector a lo largo de una de sus piernas y comenzó a masajear su pantorrilla. Cuando sus manos pasaron a sus muslos sentí que estaba a punto de correrme: Silvia había levantado ligeramente su culo, algo casi imperceptible pero que, si yo lo había observado, él tenía que haberse dado cuenta sin duda.
Una sonrisa en su rostro me lo confirmó, se agachó otra vez hacia ella y le dijo algo, Silvia murmuró algo riendo y se quedó con una sonrisa en la cara. Entonces observé como la tela que cubría sus nalgas se elevaba atrapada entre los dedos del hombre y quedaba convertida en una tira dejando su culo desnudo. Desde la orilla pude ver con claridad su redonda nalga marcando su curvo perfil, una blanca redondez resaltando contra el muslo moreno del hombre que la estaba manoseando. Se echó más protector en las manos y se dedicó a acariciar su cola mientras le decía cosas a las que ella a veces le respondía.
Tan absorto estaba en ver como la acariciaba que no me enteré cuando Silvia había empezado a mirarme. Sus ojos me taladraban, su mirada me transmitía placer, deseo, morbo, lujuria… entrega.
Detuvo el masaje y le dio una palmada en la cola. Silvia se dio la vuelta y puso sus manos bajo su nuca. Su tórax se elevó, su vientre se tensó y sus pechos se perdieron dejando apenas dos suaves elevaciones coronadas por dos puntiagudas colinas de color rosa. Miraba al frente, de perfil a mí, pero me pareció que sonreía
Vi cómo se aplicaba más crema en las manos y, con una mirada de triunfo total en sus ojos, acercó las manos a sus tetas y comenzó a acariciarlas con muchísima suavidad. Silvia echó la cabeza hacia atrás y entreabrió la boca.
Aquello era demasiado, un profundo miedo me atenazó y la urgencia por pararlo me hizo avanzar hacia ellos casi corriendo
- ¿Eh hombre, qué estás haciendo?
Silvia abrió los ojos sobresaltada pero no cambió de postura, el hombre me miró y continuó amasando los pechos de mi mujer. Me observaba con aplomo y seguridad
- Creo que es bastante evidente. Estoy acariciando a tu mujer.
Me di cuenta de que estaba temblando. El miedo, la excitación y la humillación que me hacía sentir aquel hombre me tenían agarrotado
- Quítate de ahí ahora mismo. – dije sin conseguir darle a mi voz el tono de autoridad y firmeza que necesitaba.
– Vamos a hacer una cosa, amigo. – Me dijo dominando la situación - En primer lugar siéntate, porque estoy seguro de que lo menos quieres ahora es armar un escándalo aquí.
Silvia seguía mirándome, con las manos en su nuca y su pecho cubierto por las manos del hombre que había ralentizado el masaje. Estaba claro que no tenía intención de renunciar a su presa.
Era cierto, lo último que quería provocar era un escándalo, entre otras cosas porque no estaba nada seguro de cómo manejar una situación de ese tipo. Aun así, hice otro intento de ponerme en mi sitio.
- He dicho que te quites, ¿no me has oído?
- Habrás visto que la primera que no quiere que me quite es tu mujer, ¿verdad? Mira cómo gime mientras acaricio sus tetas. Y no nos engañemos, amigo, tú tampoco quieres que me quite. Sé que tu dignidad te obliga a montar un numerito y todo eso, pero las evidencias son devastadoras. Esta mañana te pusiste caliente cuando se quitó el bikini para mí, cuando YO la puse en tetas. Ella me lo ha confesado todo. Y ahora llevo un buen rato acariciandola. He acariciado sus piernas, he tpcadp su cola y tú te has limitado a mirarnos más caliente que si estuvieras viendo una porno. ¿Puedo tocarle el culo y las tetas no? ¿Qué sentido tiene eso? ¿Puedes explicármelo?
Me quedé callado, el argumento era impecable, irrebatible. Silvia me interrogaba con su mirada, él esperaba mi respuesta mientras jugueteaba con los pezones de mi mujer que se mordía el labio inferior desbordada por la excitación que se delataba en sus ojos.
En algún momento, sin darme cuenta, me había sentado en la arena mirando la escena y debatiéndome para encontrar un argumento con el que contestar. Mis ojos se concentraban en ver como aquel hombre pellizcaba los pezones de mi esposa o los golpeaba con la yema del dedo para endurecerlos aún más. Silvia buscó con sus ojos el objeto de mi atención y cuando se dio cuenta de lo que miraba curvó la espalda y escuché un gemido brotar de su garganta. Estaba a punto de acabar.
- Preciosa, esta mañana ya logré que me prometieras que estarías siempre en tetas en esta playa. Creo que ahora me he ganado que, delante de tu marido, me prometas que podré tocártelas cuando quiera. – Dijo, deslizando una de sus manos por su vientre hasta detenerla en el borde de la tanguita del bikini
Abrió los ojos, turbios por el orgasmo que amenazaba con arrastrarla y le miró sonriendo
- Claro que te lo has ganado. Te prometo que te dejaré tocarlas cuando quieras.
- Eso está bien, aunque ahora, si quieres, puedo quitar mis manos de tus tetas, ¿es eso lo que quieres?
Negó insistentemente con la cabeza y cerró los ojos de nuevo, él continuó tocandoselas con una mano mientras la otra jugaba con el borde de la tanguita.
Miré a mi alrededor, éramos el foco de atención de las parejas que estaban más o menos cerca. Sentí una oleada de vergüenza que hizo arder mis mejillas
- Ya lo ves, amigo. No es culpa tuya que se las esté tocando. Ella me lo ha prometido... y además no me deja quitarme. De hecho, creo que en menos de un minuto, la tenemos ya acabando. Aunque no sé si la calienta más que le acaricie las tetas, o que estés tú delante mientras lo hago. Sea como sea, voy a tener que aprovecharme de la situación ¿Estás a punto de acabar, verdad?
Apenas un hilo de voz salió de su garganta, un gemido entrecortado que intentó pronunciar un “si”. El hombre se detuvo y separó las manos del cuerpo de mi mujer.
- Pues si tú vas a acabar en mis manos, entenderás que luego voy a tener que cojerte yo para compensar, ¿verdad?
- ¡No pares! – suplicó y se me rompió el alma al mismo tiempo que notaba como mi bañador se abultaba. El sonrió.
- Noooo, si no hay trato no sigo
Silvia se revolvió en la toalla y le miró con furia en los ojos.
- Luego podrás cojerme si quieres, pero por favor, no dejes de acariciarme.
El hombre se rio y reanudó su charla y sus caricias. Yo me sentí un miserable, un imbécil un pobre hombre, un dominado. Pero mi húmeda erección me pedía que aguantara mas, que soportase mas.
- Lo haré cielo. – le dijo con suavidad, luego se dirigió a mí - Ya lo ves, amigo. Tengo carta blanca para cojermela... quieras o no.
Sucedió lo había estado intentando evitar. Dos fuertes sacudidas en mi pija, como si fuera una descarga eléctrica y sentí salir a borbotones el semen que pronto traspasó la tela de mi bañador tiñéndolo de oscuro.
Escuché gemir a silvia, con la respiración entrecortada, silbando el aire entre sus dientes apretados, tal y como la he visto mil veces en nuestra cama, en pleno orgasmo. Su vientre se levantaba a espasmos imposibles de controlar, yo sabía bien lo que podía durarle aquello, y aunque lo intentaba evitar, su cuerpo se retorcía como si estuviese atacado por una descarga de cien mil voltios. El la acompaño en aquel viaje al otro mundo acariciándola con suavidad, sin entorpecer el orgasmo, masajeando su vientre, retorciendo sus pezones…
Cuando se calmó un poco llevó sus dedos hasta el borde de la tanguita y los metió por dentro. Miré embelesado como la tanga se abultaba al paso de sus dedos que se hundieron entre sus muslos, la miro con admiración y le dijo:
- ¡si que estás empapada!
Silvia dobló su rodilla izquierda y separó la pierna descansándola en el vientre del hombre, la mano aceptó la invitación y se hundió un poco más, esta vez Silvia no gimió, se escuchó un largo “Aaah!” de gozo, de plenitud al tiempo que una amplia sonrisa iluminaba su rostro.
Nos contagió. El hombre sonrió a su vez y yo me di cuenta de que también sonreía. En medio de mi humillación yo sonreía ante el espectáculo del placer de mi esposa.
- No es esto lo que deseas, ¿me equivoco?
Se había agachado y estaba a pocos centímetros de su rostro, sus dedos aún permanecían en su conchita. Silvia abrió los ojos y le miró llena de lujuria.
- Es tu pija lo que deseo dentro de mí.
Sentí que yo estaba allí de más, era como si estuviesen solos.
- Lo sé, cielo, lo sé. – dijo mientras su mano, escondida bajo la fina tela y con los dedos profundamente metidos en su conchita, movía rítmicamente la tanga - Sólo que necesito ver qué cara pone tu marido mientras me suplicas que te coja delante de él.
Le miré atónito, luego miré a Silvia
- Por favor, por favor, llévame al apartamento y cojeme, penétrame con tu pija. Te lo suplico, por favor, lo necesito.
Su pubis se movía al mismo ritmo que marcaban los dedos de aquel hombre.
- ¿Tu y yo solos?
- ¡Si! – luego pareció entender la intención de la pregunta - ¡No, cojeme delante de mi marido, pero hazlo ya!
- Ya veo que lo necesitas divina, pero no sé, tienes la conchita tan caliente y hambrienta que me da miedo meter ahí la pija, no sé si volveré a verla. -Después se dirigió a mí - Bueno amigo, ¿serás capaz de satisfacer sexualmente por una vez a tu mujer? Porque yo sólo me la voy a cojer si tú nos grabas mientras me la cojo...
Silvia me miraba con ojos suplicantes, aun no se había repuesto de su orgasmo y estaba comenzando de nuevo a subirle. Sin dejar de mirarla, asentí varias veces con la cabeza.
- Si estamos todos de acuerdo, vamos al picadero, que voy a vaciar los huevos dentro de esta putita. - Dijo levantándose.
Topless en la playa - La experiencia de Pablo (1)
Beobachter
Accesos: 21.540
Valoración media:
Tiempo estimado de lectura: [ 5 min. ] - +
Esta historia esta basada en el relato de Silvana http://www.todorelatos.com/relato/101835/ Utilizo su argumento para contarlo desde la perspectiva del marido. la idea original es de Silvana por lo que todo el mérito es exclusivamente suyo.
Si tuviera que definirme con un solo adjetivo y, si tuviera que ser sincero, no podría elegir otro que “calzonazos”.
No es que me agrade la palabra pero me temo que es una realidad.
Me crie entre hermanas que me mimaron y cuidaron como un muñeco y crecí ajeno a los juegos violentos de mis compañeros de colegio, ajeno a los tacos y palabras soeces, ajeno en fin al mundo real en el que se debe desenvolver un crio. Evitaba toda situación en la que pudiera sufrir algún daño y la violencia, tanto física como verbal, me asustaban.
Esto no me convirtió en marica, ni mucho menos. A los doce años comencé a masturbarme y no he parado hasta el día de hoy, sin embargo mi carácter carece de la fuerza y determinación necesaria para desenvolverme con éxito en un mundo cada vez más competitivo. Sigo evitando las discusiones y las confrontaciones, tanto en mi vida personal como en lo laboral.
Cuando conocí a Silvia supuse que sucedería lo de siempre: otro de mis amigos se quedaría con ella. Sin embargo una tarde nos pusimos a hablar de música y coincidimos en gustos, de ahí pasamos a hablar de literatura, de fotografía, de política… y la similitud de opiniones y gustos generó una cercanía entre nosotros que yo hubiera sido incapaz de provocar. He de reconocer que tengo labia, siempre he leído mucho y me considero una persona con muchos temas de conversación.
Desde el comienzo de nuestra relación Silvia asumió de una manera implícita las riendas de la pareja. Ella es mucho mas decidida que yo, tiene mas carácter y ahí donde yo no llego ella siempre me ha suplido, sin una queja, sin un reproche, sin menospreciarme. Si hay que protestar en un restaurante por un mal plato es Silvia quien se encarga, si hay que reclamar una factura incorrecta es ella quien consigue en una sola llamada lo que yo ya daba por perdido tras dejarme embaucar por los argumentos de la empresa.
De una manera u otra, todos nuestros amigos piensan que soy un dominado, entre otras cosas porque Silvia deja muy claro siempre quien manda, y no lo hace por humillarme, ni mucho menos, es su carácter, su forma de ser, me acepta como soy y bromea con su posición de liderazgo.
- Quédate aquí a tomar el sol si quieres, cielo, pero yo me voy a dar un baño, que me estoy asando.
No me gusta el sol en exceso, en realidad prefiero la montaña a la playa pero Silvia es una adicta al sol y eso hace que inevitablemente acabemos año tras año veraneando en la costa.
Además, me aburría allí sentado mientras ella se iba tostando vuelta y vuelta como un pollo. Me acerqué hasta la orilla y dejé que las olas murieran en mis pies. No se nadar y mis incursiones en el mar no pasan de la cintura.
Desde la orilla miré a Silvia, la blancura de su piel resaltaba en contraste con el broncerado de las personas que paseaban o tomaban el sol cerca de ellas. Tiene un cuerpo para mí perfecto, aunque siempre se está quejando del tamaño de sus pechos y por mucho que intento convencerla de que a mi me resultan preciosos no consigo que se sienta a gusto con su talla 85. Bien podría usar blusas sin sujetador con ese pedazo de cuerpo que tiene pero en ese sentido es bastante tradicional y no luce su figura como podría. Tan solo en casa cuando se pone el chándal puedo disfrutar de su perfecto culo e imaginarme cómo le quedarían unos vaqueros ajustados.
El calor del sol comenzó a hacerse notar en mi espalda y decidí darme un chapuzón, el mar estaba en calma y me aventuré hasta que el agua me cubrió hasta los hombros, eso si: agachado.
Cuando me di cuenta de que ya no estaba tan agachado y que el mar me estaba arrastrando un poco hacia lo hondo caminé hacia la orilla lo suficiente como para quedar de pie y cubierto hasta medio pecho, mucho mas seguro. Fue entonces cuando observé a un hombre parado cerca de Silvia que se había incorporado un poco en la toalla y parecía hablar con él. Desde la distancia no logré reconocer a aquel hombre, ¿sería algún compañero de trabajo que también veraneaba allí?
Silvia se levantó y continuó hablando con él, había algo extraño, algo que no encajaba. La forma de gesticular y la distancia que se interponia entre ambos no era la de dos conocidos. Entonces cambié mi teoría y supuse que era alguien que buscaba una dirección.
Pero la conversación ya duraba más de lo que una simple consulta podía llevar. Entonces Silvia me miró mientras le decía algo y él se volvió y me observó. Hablaban de mi sin duda, ¿era el momento de acercarme y comprobar si había estado en lo cierto y era un conocido?
La charla me tenía intrigado, Silvia por dos veces pareció mirarse los pechos y me pareció que él se los había señalado. Seguro que era una tontería pero juraría…
Al ver que me ignoraban, abandoné toda precaución, salí del agua y les observé desde la orilla. De nuevo sus miradas se dirigieron hacia sus pechos, se tocó el bikini y él siguió con los ojos sus gestos.
Silvia me miró de nuevo sin dejar de hablar con aquel tipo que se volvió en mi dirección y pareció decir algo sobre mi, el se volvió a mirarme tambien pero ella no hizo ningún gesto para animarme a acercarme, al contrario, ambos volvieron a hablar sin prestarme atención. Yo hice como que no me había dado cuenta y me puse a mirar hacia otro lado aunque por el rabillo del ojo seguía observando la escena.
Parecía que el hombre se despedía cuando Silvia, con un gesto nervioso, le dijo algo que le detuvo, posó sus ojos en mi fugazmente y…
Un escalofrío recorrió mi espalda cuando vi como Silvia llevaba sus brazos hacia atrás y dejaba colgando los laterales del sujetador, luego subió las manos a su nuca y se deshizo de la prenda dejando sus pechos desnudos ante aquel hombre que no dejaba de mirárselos.
Dije escalofrío, si, pero al mismo tiempo noté como se me paraba la pija irremediablemente. Ahí estaba mi mujer, de pie en medio de la playa rodeada de gente quitándose el sujetador y quedándose en top less por primera vez en su vida ¡Y mira que se lo había pedido veces!
Silvia me miró fugazmente y continuó hablando con él, cada vez era mas descarada la forma en que le miraba las tetas mientras seguían hablando. Mantenía el sujetador apretado en su puño mientras conversaba como aquel hombre como si estuviera acostumbrada a mostrar sus tetas. Algo que dijo él la hizo sonreír con esa coquetería tan suya al tiempo que negaba con la cabeza.
Ël se acercó mas y Silvia le escuchó en silencio, muy atenta a sus palabras, al final le respondió algo mientras asentía con la cabeza. Durante unos segundos que me parecieron eternos ambos se mantuvieron en silencio, él mirándola fijamente a los pechos y ella quieta callada, dejándose mirar. Algunos de los chicos que había alrededor en las tumbonas y que habían sido testigos de la escena la miraban también.
De pronto se acercó hasta casi rozar sus cuerpos y la besó en la cara, luego comenzó a caminar hacia el paseo marítimo.
No salía de mi asombro. Comencé a caminar por la arena hacia ella que permanecía de pie en medio de la playa sin moverse… ¡y con las tetas al aire!
¡Silvia! ¿Qué haces?
- Pablo, si te digo la verdad, no lo entiendo. Ha venido este chico y me ha dicho que era una lástima que fuera en bikini.
- ¿Y por eso te lo has quitado?
- No sé lo que me ha pasado, en serio. Se puso a hablarme… al principio quise mp darle bola, a los hombres tan cara dura los asustas si ven que no te amilanas, luego… te veía a ti, allí, mirando, sin hacer nada… que parecía que estabas de acuerdo…
No sabía qué decir, no era capaz de reaccionar.
- ¿Estás enojado?
- Si te digo la verdad, ni siquiera se cómo estoy. Lo cierto es que yo siempre he querido que alguna vez te pusieras en top-less, pero no me atrevía a pedírtelo… Tú, tan recatada siempre…Y ahora resulta que va otro, te lo dice y…
- No te entiendo Pablo, ¿tú quieres que me ponga en tetas, por qué?
¿Qué podía decirle, que me gustaba ver cómo la miraban, que me había calentado viendo cómo se desnudaba para otro macho?
Silvia pareció adivinar mis pensamientos
- Curioso... de modo que te excita que otros hombres puedan verme las tetas
Yo continuaba mudo, sin decidirme a reconocer el morbo que me producía verla en tetas e público o callarme y echarle la bronca, aunque a estas alturas los papeles parecían haberse cambiado y era yo el que aparentaba estar disculpándome.
- Pablo, tú no mandas en lo que te excita. Eso no depende de ti... Lo que me apena es que no hayas tenido la suficiente confianza en mí para contármelo.
Silvia se quedó mirándome a los ojos, mirada que yo sin querer eludía como un niño descubierto en plena trastada.
- Entonces… - Algo había sucedido, Silvia me estaba dando pie a que hablase, a que le dijese mis verdaderos deseos, pero pudo en mi la indecisión, la falta de valor que siempre me ha dominado.
- ¿Entonces, qué?
- Nada, déjalo.
La miré. Estaba a punto de abandonar la conversación, pero yo no quería. Era la ocasión, quizás única, para darle un rumbo a nuestra vida de pareja, a lo mejor podía contarle todas las fantasías que llenaban mi momentos de masturbación y compartirlas con ella.
Pero no, no podía dar el primer paso, me sentía incapaz, seguro de quedar en ridículo si le contaba las cosas que soñaba para ella. Tenía que ser Silvia quien hablase, eso sí que podía conseguirlo.
- Nos estamos sincerando, Silvia, no puedes parar ahora.
- Me pregunto, - dijo mirándome fijamente- si te excita que me haya quitado el bikini, pero no sólo en sí mismo, sino que lo haya hecho porque un hombre al que no conozco me lo ha dicho.
De nuevo una angustiosa indecisión me dominó. Temía quedar como un pelele ante ella si reconocía lo mucho que me había excitado ver cómo se quitaba el sujetador delante de aquel hombre. Podía ser muy humillante si ella se enojaba conmigo por sentir aquello.
Pero no podía renunciar a sincerarme con ella, no en esta ocasión en que todo parecía apuntar a que ella misma se había excitado desnudándose en público. Ahogado por la vergüenza acerté a balbucear:
- Me temo que sí. Me excita que lo hayas hecho.
Fue terminar de decirlo y sentí como mi pija sufría dos poderosos espasmos bajo mi bañador. Levanté los ojos a tiempo de ver su sonrisa naciendo en su rostro, se acercó, me echó los brazos al cuello y nos besamos largamente mientras sus duros pezones se clavaban en mi pecho. ¿Nos miraban? ¡Qué me importaba!
Al terminar, Silvia no se separó de mí, y con una sonrisa pícara en la cara me dijo en un susurro:
- Pues si te excita que vaya en top-less y te excita que lo haya hecho por este macho, lo vas a disfrutar.
- A ver... Aunque no sé con qué más me puedes sorprender.
- Antes de irse, me ha hecho prometerle que no volvería a usar el bikini en esta playa.
No lo podía creer, una risa nerviosa se mezcló con mi respuesta
- ¿Vas a pasarte todas las vacaciones en top-less? .
Ella asintió con la cabeza
- Ya sabes, siempre cumplo mis promesas.
Nos quedamos mirándonos durante un buen rato, intentando reconocernos en estos en los que nos habíamos convertido gracias al extraño que le hizo desnudar sus pechos.
O quizás solo faltaba un estímulo en el momento adecuado para que surgiera nuestra verdadera personalidad, esa que al menos yo, siempre había ocultado por temor a ofenderla, por temor a su desaprobación.
Recogimos nuestras cosas y Silvia se puso el short y la camiseta sin colocarse el sujetador. Me miró triunfante y yo le devolví una sonrisa de satisfacción. Sus hermosos y breves pechos apuntaban agudos bajo la fina tela.
Cogidos de la mano fuimos al apartamento. Nada más cerrar la puerta nos lanzamos el uno hacia el otro como dos fieras, como dos hambrientos que luchasen por alcanzar la comida. Tenía urgencia por cojerla, me sobraron todos los juegos previos. La penetré con dureza, golpeando su comchita como un salvaje, escuchando su gemidos que me enardecieron todavía más y me lanzaban a clavarle con toda mi fuerza mi pija en lo mas profundo de su ser.
Caímos rendidos tras casi una hora de sexo salvaje. Aun con la respiración entrecortada…
- Que brutalidad, no recuerdo haberte cojido así jamás
- Es curioso, Pablo. Gracias al hombre de esta mañana, tú y yo estamos disfrutando más que nunca.
- ¿Has pensado en él mientras te cojias?
- No podía quitarmelo de la cabeza, ¿cómo he sido capaz de obedecerle?
- Quizás porque te excitaba hacerlo, no crees?
- Si, ha sido como si rompiera una barrera, como cuando de pequeña desobedecía a mi madre y hacía algo que estaba prohibido, esa sensación de ahogo, de vértigo…
- Y no solo él, te ha visto toda la playa en bolas.
- Si… ha sido excitante sentir como me miraban
- Porque, además, se han dado cuenta de que él no era tu pareja
- ¿Tú crees?
- Al principio quizás no, pero cuando te has despelotado y han visto que se iba y llegaba yo… seguro que se han dado cuenta.
- ¿De qué?
No quería decirlo, no me atrevía a decirle cómo me sentía, no podía confesarle la palabra que se me venía a la cabeza. La miré sin responderle.
- ¿De qué se han dado cuenta, eh?
- De que tu marido soy yo y de que te has desnudado para otro hombre.
Mi pija volvía a crecer visiblemente, Silvia la miró y siguió intentando sonsacarme
- ¿Y eso, en qué te convierte?
Me sentía morir de placer, Silvia se había dado cuenta de mi excitación y no pensaba dejarme callar.
- Dilo, ¿en qué te convierte, eso?
- En un cornudo – me lancé sobre ella pero me detuvo, me tumbó en la cama y se subió a horcajadas sobre mi
- Ah si? ¿Eres un cornudo? ¿Te gusta ver como miran a tu mujer? ¿Te hubiera gustado que me tocara?
Si, si, a cada pregunta que me lanzaba mi respuesta fue si, siempre si.
Cogió en su mano mi pija y se la metió de un golpe y mientras me cabalgaba siguió lanzándome sus fantasías en las que se dejaba tocar los pechos por aquel hombre, le dejaba que se los besase y acariciase delante de mí, delante de toda la gente de la playa.
Nos duchamos, comimos cualquier cosa y volvimos a la playa. Silvia eligió un bikini negro que apenas se había puesto alguna vez porque decía que era demasiado pequeño, había sido motivo de un enojo ya que lo había elegido yo en la tienda y accedió a comprarlo por lo pesado que me puse.
Nos situamos en el mismo lugar que habíamos estado por la mañana, apenas quedaba gente, tan solo algunos muchachos en la orilla jugando y alguna que otra pareja, dos matrimonios mayores en sus sillas a unos doscientos metros jugaban a las cartas.
Yo estaba ansioso por saber qué haría Silvia. Se despojó del short y de la camiseta, dobló ambas prendas lenta y cuidadosamente hasta ponerme de los nervios y luego, mirándome a los ojos, soltó el sujetador y se lo quitó, lo dobló y lo guardó en la bolsa junto al resto de prendas.
No aparentaba sentirse violenta para ser la segunda vez en su vida que hacia top-less, se quedó de pie al lado de la toalla mirando el mar. Yo inspeccioné los alrededores parapetado tras mis gafas de sol y pude ver como los viejecitos de la partida le echaban algunas insistentes miradas, también una de las parejas cercanas la miraron un momento antes de volver a sus cosas.
Silvia me miró burlona, la erección abultaba mi bañador de una manera exagerada. Me fui a tumbar para ocultarla pero me tomo de la mano.
- Vamos al agua – dijo tirando de mí.
En nuestro camino hacia la orilla nos cruzamos con paseantes que no pudieron evitar dirigir su mirada a las tetas de mi mujer que parecía estar disfrutando.
El agua fría logró rebajar la tensión que amenazaba con romper mi bañador; jugamos en el agua, nos besamos, toqué sus pechos desnudos, endurecidos por el frío, sin que ella me reprendiese como hubiera hecho en otro momento. Abrazada a mí, rodeando mi cintura con sus piernas, me besaba una y otra vez mientras mis manos viajaban desde su cola a sus pechos sin importarnos que las olas a veces nos dejasen al descubierto. Más de una vez la sorprendí mirando a la orilla como si buscase algo… o a alguien.
- ¿Salimos? – dijo ella soltándose de mi cintura. En esos momentos mi pija volvía a estar dura como una piedra. Llevé su mano a mi entrepierna y le dije.
- Yo me quedo un rato, así no puedo salir del agua.
Me dio un beso y salió saltando en el agua, luego echó una pequeña carrera hasta la toalla, sentí haberme perdido el espectáculo de verla de frente con sus pechos cimbreando durante su carrera.
Miré a lo largo de la playa y a los accesos desde el paseo marítimo. Ambos estábamos expectantes ante la posibilidad de que el hombre volviera a aparecer.
Silvia estaba de pie, secándose aún con una toalla cuando le vi bajando el pequeño tramo de escalera que accede a la playa. Se detuvo y se deshizo de las chanclas antes de pisar la arena. El corazón me dio un vuelco cuando Silvia se giró y se quedó paralizada al verle avanzar hacia ella. La toalla colgaba de sus manos a la altura de su cabeza, con el pelo a medio secar. El avanzaba sin dejar de mirarle los pechos, Silvia dejó caer la toalla.
Cuando estuvo a su lado, se aproximó y le dio un beso en la mejilla.
Comenzaron a hablar, Silvia aparecía tímida ante él, como turbada, observé como apenas le mantenía la mirada, sonreía sin parar y parecía responderle con monosílabos aunque otras veces la veía hablar más tiempo, moviéndose casi como una colegiala vergonzosa, ¿O era lo que me parecía a mí?
Sus ojos se cruzaron con los míos y me temblaron las piernas, intenté aguantarle la mirada pero no pude, yo era el cornudo y él era el macho que estaba levantandose a mi esposa delante de mis narices.
Siguieron hablando uno frente al otro, no dejaba de mirarle las tetas incluso cuando le hablaba y ella… ella parecía estar en la gloria.
De pronto vi cómo le ponía las manos en los hombros y temí, (o deseé), que le fuera a tocar los pechos. Pero no, Silvia se agachó y quedó de rodillas en la toalla, rebuscó en la bolsa hasta dar con el bote naranja de protector solar, lo dejó encima de la bolsa y se tumbó boca abajo. El hombre se quitó la camiseta y se arrodilló a su lado, frente a mí y cogió el bote. Sus gestos eran lentos y claros, posiblemente lo hacía para que yo le pudiese ver. Dejó caer un chorro en la espalda y comenzó a extenderlo con ambas manos. De nuevo sentí como sus ojos burlones se clavaban en mí y esta vez no desvié la mirada, no fingí no saber lo que estaba sucediendo. Con mi mirada, sin ningún gesto más, declaré consentir aquello, confesé ser cómplice de lo que estaba pasando y acepté, aunque aún no lo sabía, lo que pudiera suceder.
El hombre levantó una pierna y se sentó a horcajadas sobre el culo de mi mujer, ella levantó la cabeza sorprendida pero volvió a descansarla en sus brazos a modo de almohada.
Le masajeaba la espalda en algo que era mucho mas que extender un protector solar, a veces recorría sus costados y yo imaginé que le tenía que estar rozando los pechos, pero Silvia permanecía inmutable con la cabeza ladeada sobre sus brazos. En varias ocasiones él se agachó hasta casi rozar su rostro, se notaba que le decía algo al oído.
Se levantó de encima de mi mujer y se volvió a poner a su lado, otra vez frente a mi. Silvia cambió la posición de su cabeza y también quedó mirando al mar aunque mantenía los ojos cerrados. El dejó caer un fino chorro de protector a lo largo de una de sus piernas y comenzó a masajear su pantorrilla. Cuando sus manos pasaron a sus muslos sentí que estaba a punto de correrme: Silvia había levantado ligeramente su culo, algo casi imperceptible pero que, si yo lo había observado, él tenía que haberse dado cuenta sin duda.
Una sonrisa en su rostro me lo confirmó, se agachó otra vez hacia ella y le dijo algo, Silvia murmuró algo riendo y se quedó con una sonrisa en la cara. Entonces observé como la tela que cubría sus nalgas se elevaba atrapada entre los dedos del hombre y quedaba convertida en una tira dejando su culo desnudo. Desde la orilla pude ver con claridad su redonda nalga marcando su curvo perfil, una blanca redondez resaltando contra el muslo moreno del hombre que la estaba manoseando. Se echó más protector en las manos y se dedicó a acariciar su cola mientras le decía cosas a las que ella a veces le respondía.
Tan absorto estaba en ver como la acariciaba que no me enteré cuando Silvia había empezado a mirarme. Sus ojos me taladraban, su mirada me transmitía placer, deseo, morbo, lujuria… entrega.
Detuvo el masaje y le dio una palmada en la cola. Silvia se dio la vuelta y puso sus manos bajo su nuca. Su tórax se elevó, su vientre se tensó y sus pechos se perdieron dejando apenas dos suaves elevaciones coronadas por dos puntiagudas colinas de color rosa. Miraba al frente, de perfil a mí, pero me pareció que sonreía
Vi cómo se aplicaba más crema en las manos y, con una mirada de triunfo total en sus ojos, acercó las manos a sus tetas y comenzó a acariciarlas con muchísima suavidad. Silvia echó la cabeza hacia atrás y entreabrió la boca.
Aquello era demasiado, un profundo miedo me atenazó y la urgencia por pararlo me hizo avanzar hacia ellos casi corriendo
- ¿Eh hombre, qué estás haciendo?
Silvia abrió los ojos sobresaltada pero no cambió de postura, el hombre me miró y continuó amasando los pechos de mi mujer. Me observaba con aplomo y seguridad
- Creo que es bastante evidente. Estoy acariciando a tu mujer.
Me di cuenta de que estaba temblando. El miedo, la excitación y la humillación que me hacía sentir aquel hombre me tenían agarrotado
- Quítate de ahí ahora mismo. – dije sin conseguir darle a mi voz el tono de autoridad y firmeza que necesitaba.
– Vamos a hacer una cosa, amigo. – Me dijo dominando la situación - En primer lugar siéntate, porque estoy seguro de que lo menos quieres ahora es armar un escándalo aquí.
Silvia seguía mirándome, con las manos en su nuca y su pecho cubierto por las manos del hombre que había ralentizado el masaje. Estaba claro que no tenía intención de renunciar a su presa.
Era cierto, lo último que quería provocar era un escándalo, entre otras cosas porque no estaba nada seguro de cómo manejar una situación de ese tipo. Aun así, hice otro intento de ponerme en mi sitio.
- He dicho que te quites, ¿no me has oído?
- Habrás visto que la primera que no quiere que me quite es tu mujer, ¿verdad? Mira cómo gime mientras acaricio sus tetas. Y no nos engañemos, amigo, tú tampoco quieres que me quite. Sé que tu dignidad te obliga a montar un numerito y todo eso, pero las evidencias son devastadoras. Esta mañana te pusiste caliente cuando se quitó el bikini para mí, cuando YO la puse en tetas. Ella me lo ha confesado todo. Y ahora llevo un buen rato acariciandola. He acariciado sus piernas, he tpcadp su cola y tú te has limitado a mirarnos más caliente que si estuvieras viendo una porno. ¿Puedo tocarle el culo y las tetas no? ¿Qué sentido tiene eso? ¿Puedes explicármelo?
Me quedé callado, el argumento era impecable, irrebatible. Silvia me interrogaba con su mirada, él esperaba mi respuesta mientras jugueteaba con los pezones de mi mujer que se mordía el labio inferior desbordada por la excitación que se delataba en sus ojos.
En algún momento, sin darme cuenta, me había sentado en la arena mirando la escena y debatiéndome para encontrar un argumento con el que contestar. Mis ojos se concentraban en ver como aquel hombre pellizcaba los pezones de mi esposa o los golpeaba con la yema del dedo para endurecerlos aún más. Silvia buscó con sus ojos el objeto de mi atención y cuando se dio cuenta de lo que miraba curvó la espalda y escuché un gemido brotar de su garganta. Estaba a punto de acabar.
- Preciosa, esta mañana ya logré que me prometieras que estarías siempre en tetas en esta playa. Creo que ahora me he ganado que, delante de tu marido, me prometas que podré tocártelas cuando quiera. – Dijo, deslizando una de sus manos por su vientre hasta detenerla en el borde de la tanguita del bikini
Abrió los ojos, turbios por el orgasmo que amenazaba con arrastrarla y le miró sonriendo
- Claro que te lo has ganado. Te prometo que te dejaré tocarlas cuando quieras.
- Eso está bien, aunque ahora, si quieres, puedo quitar mis manos de tus tetas, ¿es eso lo que quieres?
Negó insistentemente con la cabeza y cerró los ojos de nuevo, él continuó tocandoselas con una mano mientras la otra jugaba con el borde de la tanguita.
Miré a mi alrededor, éramos el foco de atención de las parejas que estaban más o menos cerca. Sentí una oleada de vergüenza que hizo arder mis mejillas
- Ya lo ves, amigo. No es culpa tuya que se las esté tocando. Ella me lo ha prometido... y además no me deja quitarme. De hecho, creo que en menos de un minuto, la tenemos ya acabando. Aunque no sé si la calienta más que le acaricie las tetas, o que estés tú delante mientras lo hago. Sea como sea, voy a tener que aprovecharme de la situación ¿Estás a punto de acabar, verdad?
Apenas un hilo de voz salió de su garganta, un gemido entrecortado que intentó pronunciar un “si”. El hombre se detuvo y separó las manos del cuerpo de mi mujer.
- Pues si tú vas a acabar en mis manos, entenderás que luego voy a tener que cojerte yo para compensar, ¿verdad?
- ¡No pares! – suplicó y se me rompió el alma al mismo tiempo que notaba como mi bañador se abultaba. El sonrió.
- Noooo, si no hay trato no sigo
Silvia se revolvió en la toalla y le miró con furia en los ojos.
- Luego podrás cojerme si quieres, pero por favor, no dejes de acariciarme.
El hombre se rio y reanudó su charla y sus caricias. Yo me sentí un miserable, un imbécil un pobre hombre, un dominado. Pero mi húmeda erección me pedía que aguantara mas, que soportase mas.
- Lo haré cielo. – le dijo con suavidad, luego se dirigió a mí - Ya lo ves, amigo. Tengo carta blanca para cojermela... quieras o no.
Sucedió lo había estado intentando evitar. Dos fuertes sacudidas en mi pija, como si fuera una descarga eléctrica y sentí salir a borbotones el semen que pronto traspasó la tela de mi bañador tiñéndolo de oscuro.
Escuché gemir a silvia, con la respiración entrecortada, silbando el aire entre sus dientes apretados, tal y como la he visto mil veces en nuestra cama, en pleno orgasmo. Su vientre se levantaba a espasmos imposibles de controlar, yo sabía bien lo que podía durarle aquello, y aunque lo intentaba evitar, su cuerpo se retorcía como si estuviese atacado por una descarga de cien mil voltios. El la acompaño en aquel viaje al otro mundo acariciándola con suavidad, sin entorpecer el orgasmo, masajeando su vientre, retorciendo sus pezones…
Cuando se calmó un poco llevó sus dedos hasta el borde de la tanguita y los metió por dentro. Miré embelesado como la tanga se abultaba al paso de sus dedos que se hundieron entre sus muslos, la miro con admiración y le dijo:
- ¡si que estás empapada!
Silvia dobló su rodilla izquierda y separó la pierna descansándola en el vientre del hombre, la mano aceptó la invitación y se hundió un poco más, esta vez Silvia no gimió, se escuchó un largo “Aaah!” de gozo, de plenitud al tiempo que una amplia sonrisa iluminaba su rostro.
Nos contagió. El hombre sonrió a su vez y yo me di cuenta de que también sonreía. En medio de mi humillación yo sonreía ante el espectáculo del placer de mi esposa.
- No es esto lo que deseas, ¿me equivoco?
Se había agachado y estaba a pocos centímetros de su rostro, sus dedos aún permanecían en su conchita. Silvia abrió los ojos y le miró llena de lujuria.
- Es tu pija lo que deseo dentro de mí.
Sentí que yo estaba allí de más, era como si estuviesen solos.
- Lo sé, cielo, lo sé. – dijo mientras su mano, escondida bajo la fina tela y con los dedos profundamente metidos en su conchita, movía rítmicamente la tanga - Sólo que necesito ver qué cara pone tu marido mientras me suplicas que te coja delante de él.
Le miré atónito, luego miré a Silvia
- Por favor, por favor, llévame al apartamento y cojeme, penétrame con tu pija. Te lo suplico, por favor, lo necesito.
Su pubis se movía al mismo ritmo que marcaban los dedos de aquel hombre.
- ¿Tu y yo solos?
- ¡Si! – luego pareció entender la intención de la pregunta - ¡No, cojeme delante de mi marido, pero hazlo ya!
- Ya veo que lo necesitas divina, pero no sé, tienes la conchita tan caliente y hambrienta que me da miedo meter ahí la pija, no sé si volveré a verla. -Después se dirigió a mí - Bueno amigo, ¿serás capaz de satisfacer sexualmente por una vez a tu mujer? Porque yo sólo me la voy a cojer si tú nos grabas mientras me la cojo...
Silvia me miraba con ojos suplicantes, aun no se había repuesto de su orgasmo y estaba comenzando de nuevo a subirle. Sin dejar de mirarla, asentí varias veces con la cabeza.
- Si estamos todos de acuerdo, vamos al picadero, que voy a vaciar los huevos dentro de esta putita. - Dijo levantándose.
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