Desde hace un par de veranos puse un mercadito muy cerca del Faro de José Ignacio. No es nada del otro mundo, al contrario, entraría en la categoría de local rústico, tiene un aire de bodega, semi oscuro, fresco, aunque prolijo y limpio. La zona del Faro se asocia generalmente a un turismo selecto, inalcanzable económicamente excepto para aquellos demasiado ricos como para notarlo. Sin embargo, otrora, fue un humilde pueblo de pescadores, como Punta del Diablo, o incluso Cabo Polonio, con el encanto de la buena vida sustentada en lo artesanal y lo natural.
Eso fue lo que intenté recrear en mi mercado, porque sospecho que a los turistas del Faro los sacude cierto impulso catártico cundo toman contacto con las imágenes de los pescadores, el olor del mar y la madera, el rumor de las olas en la noche y la brisa fresca en un día caluroso.
Mi otro punto fuerte es el precio. Yo no le cobro a los turistas más de lo que pagarían en un Supermercado de Maldonado. Mis competidores dicen que es el precio de la distancia y la calidad, pero creanme, que la calidad es la misma. Entre el grupo de clientes que mantiene mi negocio a flote (sin grandes beneficios) no hay muchos famosos de la vecina orilla. Nunca vi a Marcelo Tinelli ni a Mirtha Legrand. Una vez creí que Susana Gimenez entraba a mi local, pero definitivamente no era ella. Tenía demasiadas arrugas para ser alguien que trabaja en televisión.
Una mañana extrañamente fresca ingresó a mi mercadito una mujer. Le llamaría señora, pero Ricardo Arjona ha arruinado esa palabra, al menos, para los fines de este cuento. Tenía un andar decidido pero no apurado. Sus pasos sonaban a taconeo amortiguado por mis pisos de madera. Llevaba un sombrero que no se quitó y en parte me molestó que no lo hiciera, como si yo fuera de esos puritanos a los que les importa un carajo los modales de hace cincuenta años. La mujer miró en derredor, no sabría decir si buscaba o evaluaba. Yo esperaba poder ver la comisura de sus labios torcida hacia abajo, en señal de desprecio, pero cuando el claroscuro del ambiente me lo permitió, ví que sonreía. Y me gustó.
A esa hora el sol no iluminaba el local completamente y me di cuenta de que buscaba que la atendieran. Cuando me ubicó hizo un gesto con la mano. Esta gente no esta acostumbrada al autoservicio, pensé. No los culpo. Yo no estaba acostumbrado al servicio. Estamos a mano.
-¿La puedo ayudar?-
Le vendí agua mineral, frutas y verduras. Mientras pagaba me preguntó:
-¿Tiene algún muchacho que me lleve las bolsas a casa? Vine caminando desde la playa y no creo que pueda con todo yo sola.
Le dije que no tenía. Pero que podía prestarle un carrito. Me imaginé aquella dama que debía doblarme en edad arrastrando el carrito calle arriba hasta su chalet en el Faro. Se sentiría una... vieja común y corriente que hace los mandados. Me gustaba la idea de verla haciéndolo. Después me di cuenta de que era un pensamiento demasiado cruel.
-¿No tiene a alguien que venga a buscarla en un vehículo?
-No- Olía bien. No al perfume dulzón y empalagozo de las viejas. Tenía un aroma refrescante. Se quitó el sobrero y se apartó el pelo de la cara. Era un pelo negro y rizado, bastante melenudo. Casi alocado. Su edad se evidenció aún más. En el cuello se comenzaban a formar pliegues en la piel. La boca era, apetecible, valía decirlo. La boca ancha, los labios carnosos. No pude ver sus ojos por los lentes de sol. -Antes tenía un chico que me compraba las cosas, pero prefierió irse de vacaciones- Me sonrió, y yo entendí que podía reírme tambien. Otra opción hubiera sido desaprobar la actitud irresponsable de los jovenes, lo cual generaba aceptación con los mayores, pero a mi me sabía a una acida hipocresía, porque de hecho yo era un joven después de todo.
-Bueno- dije y busqué en mis bolsillos- le presto mi auto, si sabe manejar- y le tendí las llaves
-claro que sé manejar, ¿está seguro?-
-Sí, vaya y me lo trae cuando termine, yo me tengo que quedar aquí todo el día-
-Que pena. Bueno, ya te lo devuelvo-
La miré alejarse. Observé el vestido blanco que se ceñía tan bien a su cuerpo. Te voy a decir lo que pensé. Pensé: Que buena está la vieja...
A la media hora estaba de vuelta. Y yo me había pasado un rato pensando en ella. Si la plata sería de ella o del marido. Si era viuda o separada. Si se pagaría algún machito para darse un gusto, pero no parecía tener esa necesidad. Seguro tendría sus golpes con veteranos solteros. Los veteranos ahora son más liberales.
-¿Cómo te llamás?- dijo mientras me tiraba la llave. Le dije. Ella me dijo el suyo. Me preguntó si vivía cerca, si iba a la playa, si estaba soltero. A todo eso le respondí que no. La respuesta a las dos ultimas era el tiempo.
-Yo conozco una chica que tiene más o menos tu edad, veintiseis. Está sola porque las amigas se fueron a otro lado este año. Estaría bueno que se conocieran. Creo que te puede gustar.
Le dije que seguro se aburriría con tanto rato libre y yo tan ocupado.
-La vida no eso solo sacrificio. A veces tenes que hacer lo incorrecto, para darte cuenta de que estabas equivocado haciendo lo correcto. Te recomiendo que cierres un día, y te vayas a broncear. Pareces un albino.- Se rió de mi y se fue.
Al otro día, después de cerrar, me fui hasta El Faro a pasear. Recorrí esas calles de repecho y bajada sin veredas a paso de peatón. Miraba las casas y me preguntaba en cual vivía la mujer. Qué estaría haciendo. Necesitaba desconectarme de la rutina que tanto criticaba así que bajé hasta una explanada en la que los autos pueden estacionar y bajar a la playa. Yo me quedé en las rocas oyendo el ruido del mar. Ví encenderse la luz del faro y me quedé mirandolo idiotizado por su vaivén circular.
-Que bueno que le hagas caso a los mayores- Me dijo una voz que ya había escuchado - ayudame a subir esta roca. Me torcí el tobillo por hacerme la pendeja.
La mujer venía tambaleandose. Aunque alegre. Me paré y le tendí la mano para que se sujetara y pudiera subir unos peñascos que bordeaban la salida de la playa hasta la explanada.
-¿Estás apurado? No quiero caminar más! ¿Me llevas a casa?- En una mano sujetaba una botella de vino de una marca que yo no vendía y una cajita de sandwiches vacía. Ella siguió mi mirada y dijo -Soy una mujer grande para que me reten-
En la casa bajamos y la ayudé pasandome su brazo sobre mis hombros. Tenerla tan cerca fue una delicia. Vi que tenía unas tetas hermosas, con algunas pequitas en el pecho. Sentí el olor de su pelo, de su aliento. Pasé la otra mano por la cintura fina y cuidada, y la pegué hacia mí. -No pises muy fuerte- le dije.
En el sofá se apoyó y suspiró. -Muchas, muchas gracias. No sé cómo voy a llegar a la ducha pero bueno. A lo mejor no me baño- Tienes un olor exquisito, pensé en decirle.
-Cerra la puerta y sentate- Lo dijo amablemente, pero había un dejo de autoridad. No me desagradó.
-Me tengo que ir, mañana tengo que abrir...-
-Haceme compañía un rato. ¿Te hago un café?-
-Hace mucho calor, además, no te puedes mover-
-Ja! si podré moverme nene. No puedo caminar, que es distinto- Por suerte no se paró. En cambio miró su celular. Al cabo de un momento me dijo: -Mirá, te gusta la chica? Era una rubia delgada en bikini, de sonrisa blanca y ojos rasgados. Si, claro que me gustaba. Pero tenía otra cosa en mente.
-¿Quieres que te traiga algo?- Le pregunté.
-No- dijo sin mirarme -¿Me ayudas a ir al baño? Está arriba
Subimos con mucho cuidado. Supuse que si fuera un esguince estaría hinchado pero parecía un tobillo normal. Al menos por ahora.
-Es aquí- Empujó una puerta- Necesito que me ayudes a pasar la pierna sobre la bañera. ¿Podés?
Cuando estuvo parada dentro de la bañera me dijo: -Gracias- se dio media vuelta dandome la espalda y tiró de una piolita que se ataba alrededor del cuello. El vestido cayó. Yo estaba de piedra.
-No creo que pueda sacarme el bikini sola- dijo mirandome por sobre el hombro. Me sonrió. y volvió a mirar hacia la pared.
Estuve dos segundos para no parecer desesperado y me acerqué.
Puse mi dedo índice en su nuca y lo bajé por la espalda hasta su bikini. Tenía un cuerpazo. Como un reloj de arena, tetas grandes, la cintura delgada y unas caderas fuertes con un culo redondo grande. Le planté un beso en el cuello y gimió. Olí ese aroma que me volvía loco. La di vuelta despacio y la besé en la boca. Ella me lamía los labios. Yo le quería morder todo, pero me contuve. Quería ponerle una mano en el cuello y apretarla contra mí. Nos miramos un momento. Me desvestí rapido mientras me tocaba la verga.
-Dejatelo un poco- dijo cuando me iba a sacar el boxer
Se agachó y me frotó los huevos. Me mordía despacio sobre la tela del boxer acariciandome el culo.
-A ver que tenemos acá... Uyy MMM-
Me miró cuando se metió mi verga en la boca. Tragó cuanto pudo. Era muy buena. Chupaba despacio pero de repente chupaba con desesperación. No sabías lo que iba a venir. Yo quería cojerle la boca, pero me contuve de nuevo.
-Quiero la leche- me dijo sacando la lengua
-No, te quiero cojer- Ella me pajeaba y chupaba con fuerza
-Ahora me vas a dar la leche. ¡Ahora!-
Le llené la boca. Lo escupió sobre mi verga y lo volvió a chupar. Se la tragó toda. Yo me sacudía y me doblaba. Ella me ordeñaba la pija y la lamía. pasabe el dedo por donde había semen y se lo chupaba.
-Ahora ¿qué me vas a hacer vos?-
Continuará...
Eso fue lo que intenté recrear en mi mercado, porque sospecho que a los turistas del Faro los sacude cierto impulso catártico cundo toman contacto con las imágenes de los pescadores, el olor del mar y la madera, el rumor de las olas en la noche y la brisa fresca en un día caluroso.
Mi otro punto fuerte es el precio. Yo no le cobro a los turistas más de lo que pagarían en un Supermercado de Maldonado. Mis competidores dicen que es el precio de la distancia y la calidad, pero creanme, que la calidad es la misma. Entre el grupo de clientes que mantiene mi negocio a flote (sin grandes beneficios) no hay muchos famosos de la vecina orilla. Nunca vi a Marcelo Tinelli ni a Mirtha Legrand. Una vez creí que Susana Gimenez entraba a mi local, pero definitivamente no era ella. Tenía demasiadas arrugas para ser alguien que trabaja en televisión.
Una mañana extrañamente fresca ingresó a mi mercadito una mujer. Le llamaría señora, pero Ricardo Arjona ha arruinado esa palabra, al menos, para los fines de este cuento. Tenía un andar decidido pero no apurado. Sus pasos sonaban a taconeo amortiguado por mis pisos de madera. Llevaba un sombrero que no se quitó y en parte me molestó que no lo hiciera, como si yo fuera de esos puritanos a los que les importa un carajo los modales de hace cincuenta años. La mujer miró en derredor, no sabría decir si buscaba o evaluaba. Yo esperaba poder ver la comisura de sus labios torcida hacia abajo, en señal de desprecio, pero cuando el claroscuro del ambiente me lo permitió, ví que sonreía. Y me gustó.
A esa hora el sol no iluminaba el local completamente y me di cuenta de que buscaba que la atendieran. Cuando me ubicó hizo un gesto con la mano. Esta gente no esta acostumbrada al autoservicio, pensé. No los culpo. Yo no estaba acostumbrado al servicio. Estamos a mano.
-¿La puedo ayudar?-
Le vendí agua mineral, frutas y verduras. Mientras pagaba me preguntó:
-¿Tiene algún muchacho que me lleve las bolsas a casa? Vine caminando desde la playa y no creo que pueda con todo yo sola.
Le dije que no tenía. Pero que podía prestarle un carrito. Me imaginé aquella dama que debía doblarme en edad arrastrando el carrito calle arriba hasta su chalet en el Faro. Se sentiría una... vieja común y corriente que hace los mandados. Me gustaba la idea de verla haciéndolo. Después me di cuenta de que era un pensamiento demasiado cruel.
-¿No tiene a alguien que venga a buscarla en un vehículo?
-No- Olía bien. No al perfume dulzón y empalagozo de las viejas. Tenía un aroma refrescante. Se quitó el sobrero y se apartó el pelo de la cara. Era un pelo negro y rizado, bastante melenudo. Casi alocado. Su edad se evidenció aún más. En el cuello se comenzaban a formar pliegues en la piel. La boca era, apetecible, valía decirlo. La boca ancha, los labios carnosos. No pude ver sus ojos por los lentes de sol. -Antes tenía un chico que me compraba las cosas, pero prefierió irse de vacaciones- Me sonrió, y yo entendí que podía reírme tambien. Otra opción hubiera sido desaprobar la actitud irresponsable de los jovenes, lo cual generaba aceptación con los mayores, pero a mi me sabía a una acida hipocresía, porque de hecho yo era un joven después de todo.
-Bueno- dije y busqué en mis bolsillos- le presto mi auto, si sabe manejar- y le tendí las llaves
-claro que sé manejar, ¿está seguro?-
-Sí, vaya y me lo trae cuando termine, yo me tengo que quedar aquí todo el día-
-Que pena. Bueno, ya te lo devuelvo-
La miré alejarse. Observé el vestido blanco que se ceñía tan bien a su cuerpo. Te voy a decir lo que pensé. Pensé: Que buena está la vieja...
A la media hora estaba de vuelta. Y yo me había pasado un rato pensando en ella. Si la plata sería de ella o del marido. Si era viuda o separada. Si se pagaría algún machito para darse un gusto, pero no parecía tener esa necesidad. Seguro tendría sus golpes con veteranos solteros. Los veteranos ahora son más liberales.
-¿Cómo te llamás?- dijo mientras me tiraba la llave. Le dije. Ella me dijo el suyo. Me preguntó si vivía cerca, si iba a la playa, si estaba soltero. A todo eso le respondí que no. La respuesta a las dos ultimas era el tiempo.
-Yo conozco una chica que tiene más o menos tu edad, veintiseis. Está sola porque las amigas se fueron a otro lado este año. Estaría bueno que se conocieran. Creo que te puede gustar.
Le dije que seguro se aburriría con tanto rato libre y yo tan ocupado.
-La vida no eso solo sacrificio. A veces tenes que hacer lo incorrecto, para darte cuenta de que estabas equivocado haciendo lo correcto. Te recomiendo que cierres un día, y te vayas a broncear. Pareces un albino.- Se rió de mi y se fue.
Al otro día, después de cerrar, me fui hasta El Faro a pasear. Recorrí esas calles de repecho y bajada sin veredas a paso de peatón. Miraba las casas y me preguntaba en cual vivía la mujer. Qué estaría haciendo. Necesitaba desconectarme de la rutina que tanto criticaba así que bajé hasta una explanada en la que los autos pueden estacionar y bajar a la playa. Yo me quedé en las rocas oyendo el ruido del mar. Ví encenderse la luz del faro y me quedé mirandolo idiotizado por su vaivén circular.
-Que bueno que le hagas caso a los mayores- Me dijo una voz que ya había escuchado - ayudame a subir esta roca. Me torcí el tobillo por hacerme la pendeja.
La mujer venía tambaleandose. Aunque alegre. Me paré y le tendí la mano para que se sujetara y pudiera subir unos peñascos que bordeaban la salida de la playa hasta la explanada.
-¿Estás apurado? No quiero caminar más! ¿Me llevas a casa?- En una mano sujetaba una botella de vino de una marca que yo no vendía y una cajita de sandwiches vacía. Ella siguió mi mirada y dijo -Soy una mujer grande para que me reten-
En la casa bajamos y la ayudé pasandome su brazo sobre mis hombros. Tenerla tan cerca fue una delicia. Vi que tenía unas tetas hermosas, con algunas pequitas en el pecho. Sentí el olor de su pelo, de su aliento. Pasé la otra mano por la cintura fina y cuidada, y la pegué hacia mí. -No pises muy fuerte- le dije.
En el sofá se apoyó y suspiró. -Muchas, muchas gracias. No sé cómo voy a llegar a la ducha pero bueno. A lo mejor no me baño- Tienes un olor exquisito, pensé en decirle.
-Cerra la puerta y sentate- Lo dijo amablemente, pero había un dejo de autoridad. No me desagradó.
-Me tengo que ir, mañana tengo que abrir...-
-Haceme compañía un rato. ¿Te hago un café?-
-Hace mucho calor, además, no te puedes mover-
-Ja! si podré moverme nene. No puedo caminar, que es distinto- Por suerte no se paró. En cambio miró su celular. Al cabo de un momento me dijo: -Mirá, te gusta la chica? Era una rubia delgada en bikini, de sonrisa blanca y ojos rasgados. Si, claro que me gustaba. Pero tenía otra cosa en mente.
-¿Quieres que te traiga algo?- Le pregunté.
-No- dijo sin mirarme -¿Me ayudas a ir al baño? Está arriba
Subimos con mucho cuidado. Supuse que si fuera un esguince estaría hinchado pero parecía un tobillo normal. Al menos por ahora.
-Es aquí- Empujó una puerta- Necesito que me ayudes a pasar la pierna sobre la bañera. ¿Podés?
Cuando estuvo parada dentro de la bañera me dijo: -Gracias- se dio media vuelta dandome la espalda y tiró de una piolita que se ataba alrededor del cuello. El vestido cayó. Yo estaba de piedra.
-No creo que pueda sacarme el bikini sola- dijo mirandome por sobre el hombro. Me sonrió. y volvió a mirar hacia la pared.
Estuve dos segundos para no parecer desesperado y me acerqué.
Puse mi dedo índice en su nuca y lo bajé por la espalda hasta su bikini. Tenía un cuerpazo. Como un reloj de arena, tetas grandes, la cintura delgada y unas caderas fuertes con un culo redondo grande. Le planté un beso en el cuello y gimió. Olí ese aroma que me volvía loco. La di vuelta despacio y la besé en la boca. Ella me lamía los labios. Yo le quería morder todo, pero me contuve. Quería ponerle una mano en el cuello y apretarla contra mí. Nos miramos un momento. Me desvestí rapido mientras me tocaba la verga.
-Dejatelo un poco- dijo cuando me iba a sacar el boxer
Se agachó y me frotó los huevos. Me mordía despacio sobre la tela del boxer acariciandome el culo.
-A ver que tenemos acá... Uyy MMM-
Me miró cuando se metió mi verga en la boca. Tragó cuanto pudo. Era muy buena. Chupaba despacio pero de repente chupaba con desesperación. No sabías lo que iba a venir. Yo quería cojerle la boca, pero me contuve de nuevo.
-Quiero la leche- me dijo sacando la lengua
-No, te quiero cojer- Ella me pajeaba y chupaba con fuerza
-Ahora me vas a dar la leche. ¡Ahora!-
Le llené la boca. Lo escupió sobre mi verga y lo volvió a chupar. Se la tragó toda. Yo me sacudía y me doblaba. Ella me ordeñaba la pija y la lamía. pasabe el dedo por donde había semen y se lo chupaba.
-Ahora ¿qué me vas a hacer vos?-
Continuará...
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