Ya son mas de 12 años que comparto mi vida, mis sueños, mis anhelos y frustraciones con la mujer que amo. Después de tantos años, muchas ya pasaron a ser, nuestras frustraciones, nuestros anhelos, nuestros sueños y nuestra vida, porque eso es compartirse.
En la víspera de mi cumpleaños (hace tan solo unos días) nos quedamos hasta tarde preparando diversas salsas que íbamos a servir para acompañar la comida, al día siguiente en el festejo. Con hijos pequeños, los tiempos son escasos y corrían las 2 de la mañana cuando terminamos de dejar las cosas listas.
Agotados, con calor y sueño, nos fuimos a dormir.
Yo entraba a la habitación para acostarme, cuando la veo sentada aún al borde de la cama, con su lencería de algodón y esos pechos incontenibles que pretendían disimular su presencia bajo la prenda.
Arrodillado en la cama, apoyé mi pecho en su espalda y enlacé mis brazos en su vientre. Un pequeño, "te amo" arrullado en su oído y mi boca besando su cuello, despertaron nuestros corazones, reclamando a nuestros cuerpos un esfuerzo más.
Mis manos conocían el camino hasta sus pechos y no dudaron en recorrerlo hasta alcanzarlos.
Que suaves que son, su piel es espuma divina para toda mano o boca que los recorra y sus grandes pezones respondieron a mis caricias instintivamente dando cuenta del escalofrío que siempre le provocan mis mordiscos en su cuello.
El más pequeño aun duerme en nuestra cama y no queríamos importunarlo. Dejando todo acomodado para evitar posibles caídas, salimos de la habitación y nos fuimos al escritorio.
Aún sin encender la luz, nuestras caricias se proyectaban en el piso de madera, porque la luna nos acompañaba, testigo a través de los grandes ventanales que tenemos.
Bese sus pechos cargados de leche, mientras ella enredaba sus dedos en mi cabello, acompañando mi recorrido entre sus montes. Tomé sus brazos y los conduje hasta apoyarlos en la mesa del escritorio, dejando su cola indefensa a mis caricias. Hundí mi boca dibujando con mi lengua el camino al placer que es su conchita, ya empapada.
Bebí sus jugos y tomando mi pene firme con mi mano lo apoyé en sus calientes labios; comencé a acariciarlos con mi glande, de arriba hacia abajo, una y otra vez, mientras los suspiros se hacían presentes en la boca de mi amor. La penetré despacio pero firmemente hasta llegar a sus límites. Nos quedamos inmóviles unos instantes sintiendo las pulsaciones de nuestro sexo, hasta sentir que era el momento de continuar el camino hacia el orgasmo.
Tomando sus pechos con mis manos, me aferré para meter una y otra vez todo mi sexo en ella, golpeando mi vientre en su cola, sintiendo su elixir recorrer mis piernas. Buscó mis caderas y me empujó hacia ella para acelerar mi ritmo, lo cual, no hice. Seguí cogiéndola firmemente hasta sentir que golpeaba con su mano el escritorio una y otra vez hasta que me dijo "basta, basta, no puedo más".
Dejé que recuperara el aliento unos minutos y recostándome en el piso, hice que se sentará sobre mi. Levante con mis manos su cola para darme espacio y comencé a moverme dentro suyo una vez más.
Sus pechos colgaban cerca de mi boca y con mi lengua chupaba sus pezones con cada ir y venir de su cuerpo al recibir mis golpes. Aceleré mis movimientos, y sus flujos nuevamente bañaban mi sexo, que junto al calor de diciembre completaban la transpiración emanábamos dejándonos completamente mojados, ayudando a nuestros cuerpos desnudos a rozarse y deslizarse uno sobre otro.
Sus gemidos y la sangre de mi sexo, aclamaron el momento final. Aceleré más el ritmo, mis piernas ya se agotaban y su respiración se exasperaba cuando ella acababa nuevamente y mi leche finalmente se fundía con espasmos en su interior.
Nos quedamos recostados en el piso, adormecidos, extasiados, rendidos.
Luego de unos minutos pudimos volver a abrir los ojos, emergiendo de nuestro viaje sexual y su boca en mi oído diciendo "feliz cumpleaños mi amor".
En la víspera de mi cumpleaños (hace tan solo unos días) nos quedamos hasta tarde preparando diversas salsas que íbamos a servir para acompañar la comida, al día siguiente en el festejo. Con hijos pequeños, los tiempos son escasos y corrían las 2 de la mañana cuando terminamos de dejar las cosas listas.
Agotados, con calor y sueño, nos fuimos a dormir.
Yo entraba a la habitación para acostarme, cuando la veo sentada aún al borde de la cama, con su lencería de algodón y esos pechos incontenibles que pretendían disimular su presencia bajo la prenda.
Arrodillado en la cama, apoyé mi pecho en su espalda y enlacé mis brazos en su vientre. Un pequeño, "te amo" arrullado en su oído y mi boca besando su cuello, despertaron nuestros corazones, reclamando a nuestros cuerpos un esfuerzo más.
Mis manos conocían el camino hasta sus pechos y no dudaron en recorrerlo hasta alcanzarlos.
Que suaves que son, su piel es espuma divina para toda mano o boca que los recorra y sus grandes pezones respondieron a mis caricias instintivamente dando cuenta del escalofrío que siempre le provocan mis mordiscos en su cuello.
El más pequeño aun duerme en nuestra cama y no queríamos importunarlo. Dejando todo acomodado para evitar posibles caídas, salimos de la habitación y nos fuimos al escritorio.
Aún sin encender la luz, nuestras caricias se proyectaban en el piso de madera, porque la luna nos acompañaba, testigo a través de los grandes ventanales que tenemos.
Bese sus pechos cargados de leche, mientras ella enredaba sus dedos en mi cabello, acompañando mi recorrido entre sus montes. Tomé sus brazos y los conduje hasta apoyarlos en la mesa del escritorio, dejando su cola indefensa a mis caricias. Hundí mi boca dibujando con mi lengua el camino al placer que es su conchita, ya empapada.
Bebí sus jugos y tomando mi pene firme con mi mano lo apoyé en sus calientes labios; comencé a acariciarlos con mi glande, de arriba hacia abajo, una y otra vez, mientras los suspiros se hacían presentes en la boca de mi amor. La penetré despacio pero firmemente hasta llegar a sus límites. Nos quedamos inmóviles unos instantes sintiendo las pulsaciones de nuestro sexo, hasta sentir que era el momento de continuar el camino hacia el orgasmo.
Tomando sus pechos con mis manos, me aferré para meter una y otra vez todo mi sexo en ella, golpeando mi vientre en su cola, sintiendo su elixir recorrer mis piernas. Buscó mis caderas y me empujó hacia ella para acelerar mi ritmo, lo cual, no hice. Seguí cogiéndola firmemente hasta sentir que golpeaba con su mano el escritorio una y otra vez hasta que me dijo "basta, basta, no puedo más".
Dejé que recuperara el aliento unos minutos y recostándome en el piso, hice que se sentará sobre mi. Levante con mis manos su cola para darme espacio y comencé a moverme dentro suyo una vez más.
Sus pechos colgaban cerca de mi boca y con mi lengua chupaba sus pezones con cada ir y venir de su cuerpo al recibir mis golpes. Aceleré mis movimientos, y sus flujos nuevamente bañaban mi sexo, que junto al calor de diciembre completaban la transpiración emanábamos dejándonos completamente mojados, ayudando a nuestros cuerpos desnudos a rozarse y deslizarse uno sobre otro.
Sus gemidos y la sangre de mi sexo, aclamaron el momento final. Aceleré más el ritmo, mis piernas ya se agotaban y su respiración se exasperaba cuando ella acababa nuevamente y mi leche finalmente se fundía con espasmos en su interior.
Nos quedamos recostados en el piso, adormecidos, extasiados, rendidos.
Luego de unos minutos pudimos volver a abrir los ojos, emergiendo de nuestro viaje sexual y su boca en mi oído diciendo "feliz cumpleaños mi amor".
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