A mi esposa le encanta ir de compras.
Lo malo es que le gusta que yo la acompañe, y a mi me aburre soberanamente caminar y caminar , para que al final del día, encima regrese enojada porque no encontró nada lindo.
La semana pasada, sin embargo, valió la pena acompañarla.
Invitó a su amiga Marcela. Pero antes de seguir es conveniente que nos presentemos todos los personajes de esta historia.
Mi nombre es Arturo. Tengo 55 años, 30 de casado, y como se imaginarán una hermosa vida rutinaria y aburrida.
Mi mujercita, con algunos años menos que yo, se conserva muy bien. Su nombre es Norma, y en realidad le dan muchos años menos de los que tiene. Su cuerpo delgado se mantiene bien, y su culo y sus tetas han conseguido vencer la ley de gravedad. El único problema es que su cuerpo lo usa bien poco, y pasan semanas sin que tengamos buen sexo.
Su amiga Marcela, tiene unos 45 años, y corta el aliento. Es una perra con todas las letras. Mas de una vez, en casa al verla, me imaginé tenerla en la cama, y les aseguro que me excité como una bestia. Pero, jamás me dio ningún motivo para ilusionarme. Es muy amiga de mi mujer, y mantiene conmigo un trato mas que respetuoso. Además, no se le conocen parejas, desde que se separó de su marido hace unos 5 años. Dedicada a sus dos hijos, apenas sale. 1, 70, una cintura pequeña que puede rodearse con el brazo, un culo empinado y durito, y un buen par de tetas, hacen de ella muy dificil de que pase desapercibida.
Durante la semana, alguna vez mi esposa va a visitarla, y otras veces es ella la que viene a nuestra casa. La mayoría de las veces no estoy, así que me entero cuando llego a la noche, o que mi esposa fue a visitarla, o que ella vino.
Algunas veces hablamos con mi esposa de su amiga, siempre disimulando para que no note mi interés.
- Que lástima que Marcela esté sola, dije una vez con inocencia.
- Es su elección. Te aseguro que tiene muchos candidatos, dijo mi señora sin dejar de lavar los platos.
- ¿ Es que tu le conoces alguno?
- No. Es muy reservada. Pero en algunas charlas íntimas que hemos tenido ha dicho ciertas cosas que te hacen sospechar que no está siempre sola, dijo enigmática.
- ¿ Que te ha dicho?
- Nada directamente, pero resulta muy sospechoso que a pesar de estar separada hace 5 años, siga tomando la píldora. Algo tiene en su vida, seguramente.
Como sea, ese día salimos temprano y nos perdimos en los negocios, anduvimos toda la mañana, nos detuvimos a comer algo rápido y continuamos la caminata.
Por supuesto, donde íbamos, los hombres de todas las edades se alborotaban con Marcela y con mi mujer, aunque como estaba yo, se controlaban bastante, hasta saber por lo menos cual era mi pareja, y luego se lanzaban con total desparpajo contra Marcela, algunos disimuladamente, otros directamente dándoles sus teléfonos o pidiéndole el suyo, que ella amablemente negaba siempre.
Mientras mi esposa miraba unos zapatos, Marcela se entretuvo buscando calzas. Yo me senté en un sillón que había en el hall, y desde allí podía ver lo que hacían las dos, aunque por supuesto no escuchaba lo que hablaban.
Mi mujer miraba y remiraba unos zapatos negros de taco, y Marcela miraba la ropa que había pedido. Un muchacho de unos 25 años, la atendía muy solícitamente y se notaba que estaba mas que interesado en ella. Se acercaba, le hablaba al oído, y claramente la incitaba para que se probara la ropa, cosa a lo que ella se negaba cortesmente. Otro muchacho, algo más joven que el primero se mantenía como desentendido de la situación, pero no perdía detalle de lo que pasaba.
Cuando por fin Marcela salió y se dirigió a la zapatería donde estaba mi esposa, yo entré simulando mirar lo que tenían, y mientras hacía esto pude escuchar la conversación de los vendedores.
- Te digo que a esta fulana le va la fiesta. Está necesitada.
- Vamos que no te dio el gusto de meterse en el probador.
- Pero le gustaron mis insinuaciones. Máxime cuando le dije que si entraba al probador, la iba a atender como se merecía. Te juro que se puso colorada y me sonrió.
- Pero se fue, dijo el compañero.
- Pero dijo que lo iba a pensar y que quizás a la tarde volviera. Te aseguro que va a volver y en ese momento le hacemos la fiestita, dijo tocándose la verga descaradamente por encima de su jean,
- Ojalá tengas razón. Lo vamos a ver.
Así como había entrado, salí también disimuladamente.
Estos muchachitos estaban totalmente locos, si pensaban que Marcela les iba a hacer caso. No la conocían. Tal vez estuviera necesitada como piensan, pero no iba a ofrecerse de esta manera.
Mas tarde mientras comíamos , la miraba disimuladamente. Era muy atractiva realmente. De solo verla mi verga empezó a latir desesperada. Pensé que si realmente tenía ganas, esta era una excelente oportunidad. Nadie la conocía y ella no conocía al muchacho. Claro que tampoco sabía que la idea era enfiestarla entre los dos, pero, bueno, eso iba a ser mucho más complicado. Marcela no iba a aceptar que la trataran como una prosti barata.
La luz de alarma se encendió cuando mi mujer dijo que quería volver a la galería donde había visto los zapatos, porque esa tarde entraban modelos nuevos, y Marcela ni corta ni perezosa le dijo que le parecía bien, porque ella se había quedado con ganas de probarse alguna ropa esa mañana y que ahora con mas tiempo podía darse el gusto. Casi me atraganto con el agua que estaba tomando. La muy puta iba a volver del muchacho. Yo no lo podia creer, pero allí estaba en blanco y negro y con todas las letras.
Me quedé paralizado. No sabía que hacer ni que decir, pero por lo menos decidí volver a sentarme en el mismo lugar de esa mañana, para ver que rumbo tomaba la cosa.
Llegamos a la galería, mi mujercita fue a la zapatería y Marcela decidida entró nuevamente en el local. La cara de los vendedores se iluminó. Rápidamente el joven que la había atendido se acercó a ella. La tomó del brazo y la llevó nuevamente al mostrador. Allí eligieron algunas prendas y Marcela se dirigió a los probadores, pero el joven tomándola nuevamente del brazo, la acercó, le dijo algo al oído, ella sonrió, y la llevó para el fondo del local, detrás de todos los exhibidores y percheros. En ese momento y sin pensarlo, entré en el local. Me perdí en medio de los exhibidores y los seguí sin mostrarme. El joven la llevaba del brazo y su otra mano descansaba en su cintura. Marcela no oponía ninguna resistencia.
Una vez en la puerta del probador, Marcela entró y el joven se quedó afuera con la ropa elegida, la que depositó sobre un banco que había allí.
- Desvístete así puedes probarte todo, le dijo
- Alcánzame la ropa primero, dijo Marcela
- No te preocupes, que cuando estés lista te daré todo, dijo el joven con decisión, mientras sin hacer ruido se desnudaba por completo mostrando una verga respetable.
Ruido a ropa que se deslizaba.
- Ya está, dijo la mujer.
El joven abrió un poco la cortina y se asomó.
- Disculpa, pero quiero corroborar las medidas para ver si acertamos con los talles, le dijo
- Eres bastante insolente, dijo Marcela, pero sin enojo ninguno.
- Uauuu, mamita, creo que tengo justo lo que necesitas y me parece que el talle te va a quedar justo, dijo, entrando al probador.
- Espera, espera, dijo ella, y luego un silencio espeso se extendió por el local. Me acerqué lentamente, y por la abertura de la cortina, reflejado en el espejo, la veo a Marcela arrodillada, comiéndole el pedazo al joven, con muchas ganas y dedicación.
- ¿ Que te parece el talle? ¿ Te va ? Le decía el vendedor mientras tomándola de la cabeza se masturbaba en su boca.
- Si, entiendo. No puedes hablar, pero ya vas a poder, no te preocupes, le dijo cerrando los ojos y gozando de la mamada.
La escena, con Marcela totalmente desnuda, era muy morbosa, y como se imaginarán me había puesto al palo como un animal. Era hermosa, y además ahora descubría que también muy puta.
En ese momento el joven la tomó del cabello y la hizo levantarse. La besó en la boca un buen rato, y luego tomándola de la cintura la levantó en el aire. Marcela envolvió la cintura del macho con sus piernas.
- Ahora mamita, la vas a acomodar para emprender el vuelo, vamos, le dijo, y Marcela, rebuscando con su mano entre los dos cuerpos acomodó la verga que se veía dura y poderosa, entre sus labios vaginales. De inmediato se colgó con sus brazos del cuello del macho y lentamente se fue dejando caer hasta empalarse por completo. Luego empezó a rebotar con ganas comiéndose por completo esa lanza viril que la llenaba por completo.
Fue en ese momento en que se acercó el otro vendedor y al verme allí, se quedó congelado.
- ¿ Qué hace aquí? Dijo en voz baja para que los demás no lo escucharan.
- Vine a buscar a la esposa de mi amigo y me encuentro con esta escena vergonzosa, dije simulando estar enojado.
El joven se asustó.
- Vea, no la estamos forzando, dijo como justificando lo que pasaba.
- ¿ Y tú que pensabas hacer? ¿ Te ibas a unir a la fiesta? ¿ Ella lo sabe? Estoy seguro que no, dije
- No lo tome a mal, pero cuando cae una clienta hambrienta como esta, todos la pasamos por la piedra. Le aseguro que no se enojan, dijo, asustado. Pero por favor no haga escándalo.
Me quedé un rato, serio.
- Mira, la verdad que no me importa nada lo que hace la mujer de mi amigo. Te digo mas, hace rato que la quiero cabalgar, así que hoy puede ser un buen momento. Si me dejan participar, me voy como vine y los dejo a Uds. que se diviertan.
El jovencito sonrió.
- Vaya, vaya. Por un momento pensé que era un tipo serio. Pero está bien, no hay problemas. Esperemos el momento y estese preparado, dijo mientras se desnudaba. Yo por mi parte hice lo mismo. Nos quedamos los dos allí afuera, desnudos y empalmados. Debo decir que mi verga era muy superior en largo y grosor a las que portaban estos muchachos, aunque, seguramente la de ellos era más dura y se recuperaban más rapido que yo.
Por fin, los gritos de Marcela y los gemidos del vendedor indicaron que el final había llegado. Habían echado un polvo de campeonato. Por el espejo pude ver como el macho le inyectaba su semen en lo profundo del sexo a la hembra. La contracción de sus músculos no dejaban lugar a dudas. Cuando la bajo, hizo que se agachara para que le limpiara la verga, y lentamente la movió para que el culo saliera del probador en medio de las cortinas.
- Es toda suya, dijo el joven.
Me acerqué , la tomé de las caderas y apuntando, la ensarté hasta el fondo aprovechando la lubricación que tenía, Marcela gimió pero el vendedor no la dejó darse la vuelta, mientras le metía su verga ya dura hasta el fondo de la garganta.
- Shhh, quietita, que hoy te vas a tu casa con la carga completa. Disfruta putita, disfruta, y Marcela se dejó hacer mientras se encargaba del sable que tenía en la boca. Comencé a bombearla bien, retirándome casi por completo, para luego enterrarsela hasta las cachas. La sensación era increíble. Después de mucho tiempo y muchos sueños ahí tenía esa conchita con la que me había masturbado varias veces. El placer era supremo. Hubiera querido seguir toda la tarde, pero la calentura lo hizo imposible. Luego de unos 10 minutos, sentí un fuego que bajaba a mis huevos y metiéndome hasta el fondo me dejé ir, dándole toda mi leche a ese agujero tan deseado. Mis gemidos fueron profundos, y cuando Marcela sintió que la quemaba, alcanzó un nuevo orgasmo mas violento que el anterior. No quería salir de su cuerpo, pero, el otro vendedor me tocó en el hombro. El también quería su porción. Me retiré y ocupó mi lugar. Sin preámbulos la ensarto y comenzó a serrucharla como un animal. Yo me vestí y salí del local silenciosamente.
Volví a sentarme en el sillón. Mi esposa seguí en la zapatería.
Unos diez minutos después, mi esposa salió y se reunió conmigo.
- Bueno, al menos pude conseguir lo que quería, pero te aseguro que me cansé, dijo despatarrándose en el sillón a mi lado.
Miró para todos lados.
-¿ Y Marcela? Preguntó
- Está en ese local, me imagino que probándose ropa, dije inocente.
- La verdad que estoy cansada, la esperaré aquí,
- Si, no te preocupes, si te necesita te va a llamar, le dije mirando para otro lado.
Unos minutos después, Marcela apareció desde el fondo del negocio, flanqueada por los dos vendedores. El muchacho rápidamente le envolvió algunas prendas y se las entregó. Noté que ella no pago, pero me pareció justo. Con el viaje que nos había dado se merecía un guardarropas completo.
Salió del negocio, nos vio y se acercó a nosotros. Se la notaba agitada todavía.
- Vaya Marcela, estás colorada, dijo mi mujer sonriendo.
- Es que en ese probador hacía un calor de los mil demonios. Pero al final conseguí lo que andaba buscando, dijo sonriendo. ¿ Y a tí como te fue?
- Bien, tengo mis zapatos para la fiesta.
Siguieron charlando un rato mientras nos dirigíamos al estacionamiento y regresamos a casa.
Ya en casa, mi mujer nos ofreció un café, y se fue a la cocina a prepararlo, mientras nosotros nos quedamos en el salón.
- Vaya día, dije suspirando.
- Y que lo digas.
- Al menos conseguiste algo, dije con doble sentido, esperando su comentario.
- Si, no me puedo quejar. En realidad conseguí mas de lo que buscaba, pero mientra el cuerpo aguante, dijo sonriendo.
- Desde afuera el vendedor parecía muy atento, dije simulando inocencia.
- Si, Arturo. Era muy atento. Y después su compañero también ayudó bastante.
- Parecía que les gustaba mucho, dije arriesgando.
Me miró con picardía.
- Arturo, sabes una cosa? Los espejos tienen doble sentido. Al que ves, también te mira, dijo, justo en el momento en que entraba mi esposa con el café. Me quedé helado. La muy zorra me había visto mirándola y seguramente sabía que yo fui uno de los que la montó esa tarde, y no dijo una palabra. De inmediato me empecé a empalmar nuevamente.
Cuando mi esposa se llevó los pocillos, fue la oportunidad de retomar el tema.
- Escucha Marcela, yo...
- Shh, no digas nada. La verdad que me gustó. Además tu esposa hace rato comentó que estabas bien equipado, aunque no me imaginé tanto. Si no hubieras sido el segundo, seguro me partes al medio, dijo con una mirada de lujuria que daba ganas de arrancarle la ropa ahí mismo.
- Es que no pude evitarlo, hace mucho que te deseo.
- Ahora cálmate que no quiero tener problemas con Normita, dijo cortando la charla, y levantándose fue a la cocina a saludar a mi esposa, tomó sus bolsos, me dio un beso en la mejilla agradeciéndome las “ molestias” que me había causado y se fue a su casa.
Con tristeza, pensé que todo había terminado allí. No conocía a las mujeres tanto como yo pensaba.
Lo malo es que le gusta que yo la acompañe, y a mi me aburre soberanamente caminar y caminar , para que al final del día, encima regrese enojada porque no encontró nada lindo.
La semana pasada, sin embargo, valió la pena acompañarla.
Invitó a su amiga Marcela. Pero antes de seguir es conveniente que nos presentemos todos los personajes de esta historia.
Mi nombre es Arturo. Tengo 55 años, 30 de casado, y como se imaginarán una hermosa vida rutinaria y aburrida.
Mi mujercita, con algunos años menos que yo, se conserva muy bien. Su nombre es Norma, y en realidad le dan muchos años menos de los que tiene. Su cuerpo delgado se mantiene bien, y su culo y sus tetas han conseguido vencer la ley de gravedad. El único problema es que su cuerpo lo usa bien poco, y pasan semanas sin que tengamos buen sexo.
Su amiga Marcela, tiene unos 45 años, y corta el aliento. Es una perra con todas las letras. Mas de una vez, en casa al verla, me imaginé tenerla en la cama, y les aseguro que me excité como una bestia. Pero, jamás me dio ningún motivo para ilusionarme. Es muy amiga de mi mujer, y mantiene conmigo un trato mas que respetuoso. Además, no se le conocen parejas, desde que se separó de su marido hace unos 5 años. Dedicada a sus dos hijos, apenas sale. 1, 70, una cintura pequeña que puede rodearse con el brazo, un culo empinado y durito, y un buen par de tetas, hacen de ella muy dificil de que pase desapercibida.
Durante la semana, alguna vez mi esposa va a visitarla, y otras veces es ella la que viene a nuestra casa. La mayoría de las veces no estoy, así que me entero cuando llego a la noche, o que mi esposa fue a visitarla, o que ella vino.
Algunas veces hablamos con mi esposa de su amiga, siempre disimulando para que no note mi interés.
- Que lástima que Marcela esté sola, dije una vez con inocencia.
- Es su elección. Te aseguro que tiene muchos candidatos, dijo mi señora sin dejar de lavar los platos.
- ¿ Es que tu le conoces alguno?
- No. Es muy reservada. Pero en algunas charlas íntimas que hemos tenido ha dicho ciertas cosas que te hacen sospechar que no está siempre sola, dijo enigmática.
- ¿ Que te ha dicho?
- Nada directamente, pero resulta muy sospechoso que a pesar de estar separada hace 5 años, siga tomando la píldora. Algo tiene en su vida, seguramente.
Como sea, ese día salimos temprano y nos perdimos en los negocios, anduvimos toda la mañana, nos detuvimos a comer algo rápido y continuamos la caminata.
Por supuesto, donde íbamos, los hombres de todas las edades se alborotaban con Marcela y con mi mujer, aunque como estaba yo, se controlaban bastante, hasta saber por lo menos cual era mi pareja, y luego se lanzaban con total desparpajo contra Marcela, algunos disimuladamente, otros directamente dándoles sus teléfonos o pidiéndole el suyo, que ella amablemente negaba siempre.
Mientras mi esposa miraba unos zapatos, Marcela se entretuvo buscando calzas. Yo me senté en un sillón que había en el hall, y desde allí podía ver lo que hacían las dos, aunque por supuesto no escuchaba lo que hablaban.
Mi mujer miraba y remiraba unos zapatos negros de taco, y Marcela miraba la ropa que había pedido. Un muchacho de unos 25 años, la atendía muy solícitamente y se notaba que estaba mas que interesado en ella. Se acercaba, le hablaba al oído, y claramente la incitaba para que se probara la ropa, cosa a lo que ella se negaba cortesmente. Otro muchacho, algo más joven que el primero se mantenía como desentendido de la situación, pero no perdía detalle de lo que pasaba.
Cuando por fin Marcela salió y se dirigió a la zapatería donde estaba mi esposa, yo entré simulando mirar lo que tenían, y mientras hacía esto pude escuchar la conversación de los vendedores.
- Te digo que a esta fulana le va la fiesta. Está necesitada.
- Vamos que no te dio el gusto de meterse en el probador.
- Pero le gustaron mis insinuaciones. Máxime cuando le dije que si entraba al probador, la iba a atender como se merecía. Te juro que se puso colorada y me sonrió.
- Pero se fue, dijo el compañero.
- Pero dijo que lo iba a pensar y que quizás a la tarde volviera. Te aseguro que va a volver y en ese momento le hacemos la fiestita, dijo tocándose la verga descaradamente por encima de su jean,
- Ojalá tengas razón. Lo vamos a ver.
Así como había entrado, salí también disimuladamente.
Estos muchachitos estaban totalmente locos, si pensaban que Marcela les iba a hacer caso. No la conocían. Tal vez estuviera necesitada como piensan, pero no iba a ofrecerse de esta manera.
Mas tarde mientras comíamos , la miraba disimuladamente. Era muy atractiva realmente. De solo verla mi verga empezó a latir desesperada. Pensé que si realmente tenía ganas, esta era una excelente oportunidad. Nadie la conocía y ella no conocía al muchacho. Claro que tampoco sabía que la idea era enfiestarla entre los dos, pero, bueno, eso iba a ser mucho más complicado. Marcela no iba a aceptar que la trataran como una prosti barata.
La luz de alarma se encendió cuando mi mujer dijo que quería volver a la galería donde había visto los zapatos, porque esa tarde entraban modelos nuevos, y Marcela ni corta ni perezosa le dijo que le parecía bien, porque ella se había quedado con ganas de probarse alguna ropa esa mañana y que ahora con mas tiempo podía darse el gusto. Casi me atraganto con el agua que estaba tomando. La muy puta iba a volver del muchacho. Yo no lo podia creer, pero allí estaba en blanco y negro y con todas las letras.
Me quedé paralizado. No sabía que hacer ni que decir, pero por lo menos decidí volver a sentarme en el mismo lugar de esa mañana, para ver que rumbo tomaba la cosa.
Llegamos a la galería, mi mujercita fue a la zapatería y Marcela decidida entró nuevamente en el local. La cara de los vendedores se iluminó. Rápidamente el joven que la había atendido se acercó a ella. La tomó del brazo y la llevó nuevamente al mostrador. Allí eligieron algunas prendas y Marcela se dirigió a los probadores, pero el joven tomándola nuevamente del brazo, la acercó, le dijo algo al oído, ella sonrió, y la llevó para el fondo del local, detrás de todos los exhibidores y percheros. En ese momento y sin pensarlo, entré en el local. Me perdí en medio de los exhibidores y los seguí sin mostrarme. El joven la llevaba del brazo y su otra mano descansaba en su cintura. Marcela no oponía ninguna resistencia.
Una vez en la puerta del probador, Marcela entró y el joven se quedó afuera con la ropa elegida, la que depositó sobre un banco que había allí.
- Desvístete así puedes probarte todo, le dijo
- Alcánzame la ropa primero, dijo Marcela
- No te preocupes, que cuando estés lista te daré todo, dijo el joven con decisión, mientras sin hacer ruido se desnudaba por completo mostrando una verga respetable.
Ruido a ropa que se deslizaba.
- Ya está, dijo la mujer.
El joven abrió un poco la cortina y se asomó.
- Disculpa, pero quiero corroborar las medidas para ver si acertamos con los talles, le dijo
- Eres bastante insolente, dijo Marcela, pero sin enojo ninguno.
- Uauuu, mamita, creo que tengo justo lo que necesitas y me parece que el talle te va a quedar justo, dijo, entrando al probador.
- Espera, espera, dijo ella, y luego un silencio espeso se extendió por el local. Me acerqué lentamente, y por la abertura de la cortina, reflejado en el espejo, la veo a Marcela arrodillada, comiéndole el pedazo al joven, con muchas ganas y dedicación.
- ¿ Que te parece el talle? ¿ Te va ? Le decía el vendedor mientras tomándola de la cabeza se masturbaba en su boca.
- Si, entiendo. No puedes hablar, pero ya vas a poder, no te preocupes, le dijo cerrando los ojos y gozando de la mamada.
La escena, con Marcela totalmente desnuda, era muy morbosa, y como se imaginarán me había puesto al palo como un animal. Era hermosa, y además ahora descubría que también muy puta.
En ese momento el joven la tomó del cabello y la hizo levantarse. La besó en la boca un buen rato, y luego tomándola de la cintura la levantó en el aire. Marcela envolvió la cintura del macho con sus piernas.
- Ahora mamita, la vas a acomodar para emprender el vuelo, vamos, le dijo, y Marcela, rebuscando con su mano entre los dos cuerpos acomodó la verga que se veía dura y poderosa, entre sus labios vaginales. De inmediato se colgó con sus brazos del cuello del macho y lentamente se fue dejando caer hasta empalarse por completo. Luego empezó a rebotar con ganas comiéndose por completo esa lanza viril que la llenaba por completo.
Fue en ese momento en que se acercó el otro vendedor y al verme allí, se quedó congelado.
- ¿ Qué hace aquí? Dijo en voz baja para que los demás no lo escucharan.
- Vine a buscar a la esposa de mi amigo y me encuentro con esta escena vergonzosa, dije simulando estar enojado.
El joven se asustó.
- Vea, no la estamos forzando, dijo como justificando lo que pasaba.
- ¿ Y tú que pensabas hacer? ¿ Te ibas a unir a la fiesta? ¿ Ella lo sabe? Estoy seguro que no, dije
- No lo tome a mal, pero cuando cae una clienta hambrienta como esta, todos la pasamos por la piedra. Le aseguro que no se enojan, dijo, asustado. Pero por favor no haga escándalo.
Me quedé un rato, serio.
- Mira, la verdad que no me importa nada lo que hace la mujer de mi amigo. Te digo mas, hace rato que la quiero cabalgar, así que hoy puede ser un buen momento. Si me dejan participar, me voy como vine y los dejo a Uds. que se diviertan.
El jovencito sonrió.
- Vaya, vaya. Por un momento pensé que era un tipo serio. Pero está bien, no hay problemas. Esperemos el momento y estese preparado, dijo mientras se desnudaba. Yo por mi parte hice lo mismo. Nos quedamos los dos allí afuera, desnudos y empalmados. Debo decir que mi verga era muy superior en largo y grosor a las que portaban estos muchachos, aunque, seguramente la de ellos era más dura y se recuperaban más rapido que yo.
Por fin, los gritos de Marcela y los gemidos del vendedor indicaron que el final había llegado. Habían echado un polvo de campeonato. Por el espejo pude ver como el macho le inyectaba su semen en lo profundo del sexo a la hembra. La contracción de sus músculos no dejaban lugar a dudas. Cuando la bajo, hizo que se agachara para que le limpiara la verga, y lentamente la movió para que el culo saliera del probador en medio de las cortinas.
- Es toda suya, dijo el joven.
Me acerqué , la tomé de las caderas y apuntando, la ensarté hasta el fondo aprovechando la lubricación que tenía, Marcela gimió pero el vendedor no la dejó darse la vuelta, mientras le metía su verga ya dura hasta el fondo de la garganta.
- Shhh, quietita, que hoy te vas a tu casa con la carga completa. Disfruta putita, disfruta, y Marcela se dejó hacer mientras se encargaba del sable que tenía en la boca. Comencé a bombearla bien, retirándome casi por completo, para luego enterrarsela hasta las cachas. La sensación era increíble. Después de mucho tiempo y muchos sueños ahí tenía esa conchita con la que me había masturbado varias veces. El placer era supremo. Hubiera querido seguir toda la tarde, pero la calentura lo hizo imposible. Luego de unos 10 minutos, sentí un fuego que bajaba a mis huevos y metiéndome hasta el fondo me dejé ir, dándole toda mi leche a ese agujero tan deseado. Mis gemidos fueron profundos, y cuando Marcela sintió que la quemaba, alcanzó un nuevo orgasmo mas violento que el anterior. No quería salir de su cuerpo, pero, el otro vendedor me tocó en el hombro. El también quería su porción. Me retiré y ocupó mi lugar. Sin preámbulos la ensarto y comenzó a serrucharla como un animal. Yo me vestí y salí del local silenciosamente.
Volví a sentarme en el sillón. Mi esposa seguí en la zapatería.
Unos diez minutos después, mi esposa salió y se reunió conmigo.
- Bueno, al menos pude conseguir lo que quería, pero te aseguro que me cansé, dijo despatarrándose en el sillón a mi lado.
Miró para todos lados.
-¿ Y Marcela? Preguntó
- Está en ese local, me imagino que probándose ropa, dije inocente.
- La verdad que estoy cansada, la esperaré aquí,
- Si, no te preocupes, si te necesita te va a llamar, le dije mirando para otro lado.
Unos minutos después, Marcela apareció desde el fondo del negocio, flanqueada por los dos vendedores. El muchacho rápidamente le envolvió algunas prendas y se las entregó. Noté que ella no pago, pero me pareció justo. Con el viaje que nos había dado se merecía un guardarropas completo.
Salió del negocio, nos vio y se acercó a nosotros. Se la notaba agitada todavía.
- Vaya Marcela, estás colorada, dijo mi mujer sonriendo.
- Es que en ese probador hacía un calor de los mil demonios. Pero al final conseguí lo que andaba buscando, dijo sonriendo. ¿ Y a tí como te fue?
- Bien, tengo mis zapatos para la fiesta.
Siguieron charlando un rato mientras nos dirigíamos al estacionamiento y regresamos a casa.
Ya en casa, mi mujer nos ofreció un café, y se fue a la cocina a prepararlo, mientras nosotros nos quedamos en el salón.
- Vaya día, dije suspirando.
- Y que lo digas.
- Al menos conseguiste algo, dije con doble sentido, esperando su comentario.
- Si, no me puedo quejar. En realidad conseguí mas de lo que buscaba, pero mientra el cuerpo aguante, dijo sonriendo.
- Desde afuera el vendedor parecía muy atento, dije simulando inocencia.
- Si, Arturo. Era muy atento. Y después su compañero también ayudó bastante.
- Parecía que les gustaba mucho, dije arriesgando.
Me miró con picardía.
- Arturo, sabes una cosa? Los espejos tienen doble sentido. Al que ves, también te mira, dijo, justo en el momento en que entraba mi esposa con el café. Me quedé helado. La muy zorra me había visto mirándola y seguramente sabía que yo fui uno de los que la montó esa tarde, y no dijo una palabra. De inmediato me empecé a empalmar nuevamente.
Cuando mi esposa se llevó los pocillos, fue la oportunidad de retomar el tema.
- Escucha Marcela, yo...
- Shh, no digas nada. La verdad que me gustó. Además tu esposa hace rato comentó que estabas bien equipado, aunque no me imaginé tanto. Si no hubieras sido el segundo, seguro me partes al medio, dijo con una mirada de lujuria que daba ganas de arrancarle la ropa ahí mismo.
- Es que no pude evitarlo, hace mucho que te deseo.
- Ahora cálmate que no quiero tener problemas con Normita, dijo cortando la charla, y levantándose fue a la cocina a saludar a mi esposa, tomó sus bolsos, me dio un beso en la mejilla agradeciéndome las “ molestias” que me había causado y se fue a su casa.
Con tristeza, pensé que todo había terminado allí. No conocía a las mujeres tanto como yo pensaba.
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