Nunca hablé de Germán, bueno, tampoco tendría por qué haberlo hecho. Como ya sabrán, en la oficina todo lo que sea trámites o papelería para la compañía, lo hace Jorge, pero hay otras cosas, formularios más urgentes, como denuncias por robo o accidentes, que deben entregarse lo antes posible, y en forma física, no virtual, ya que para iniciar todo el proceso la Cía., nos exige y necesita la firma del asegurado. De esos envíos urgentes se ocupa Germán, un motoquero en toda regla que no es empleado directo de la oficina, sino de una mensajería de confianza. Como siempre nos cumple con las entregas y nunca se retrasa, siempre que llamamos pedimos que sea él quien venga. Obvio que con el tiempo se creó una relación de cierta confianza, no solo conmigo, sino con las demás chicas también, lo que fue “degenerando” en ciertas bromas o chistes de doble sentido, de ambas partes, ya que algunas de mis compañeras son bastante zarpaditas para eso, aunque dudo que cualquiera de ellas llegue a hacer la tercera parte de lo que insinúan. Claro que esos chistes a mí no me los hacía, ya que yo soy la seria, la aburrida, y por más que trataba de arrancarme una sonrisa con alguna que otra grosería que las demás le festejaban, yo seguía en lo mío, pero siempre con buena onda, sin ponerme demasiado densa al respecto. El caso es que si el flaco albergaba alguna esperanza de voltearse a cualquiera de las chicas de la oficina, yo, de seguro, era la última en su lista. Pero última lejos, eh. Y de eso, precisamente, trata este relato, de cómo de ser la última, llegue a ser la primera y la única por ahora. Antes les cuento un poco como es Germán. Se trata del típico motoquero, pelo largo, campera de cuero con motivos Heavy Metal, tatuajes, piercings, tachas, cadenas, pinta de no bañarse en días, una desprolija barba de semanas, no se trata en lo absoluto de un prospecto ideal como para llevarse a la cama, pero ustedes ya saben, la ocasión hace al ladrón, aunque en este caso deberíamos decir a la puta… jaja.
Ese día había salido como siempre del trabajo, estaba esperando el colectivo para irme a casa. No pensaba ni por asomo en hacer alguna travesura, a lo sumo una apoyada durante el viaje, no más que eso, hasta que una moto impresionante se detiene a mi lado.
-Ey, ¿Qué hacés por acá?- me pregunta quien la conduce.
Era Germán, que volvía de hacer una entrega.
-Ya ves, esperando el bondi- le digo.
-Te llevo- me propone.
-No, gracias- me sonrío creyendo que me estaba haciendo una broma.
Por la esquina ya veo que viene mi colectivo.
-¿Por qué? ¿No me tenés confianza?- me pregunta.
-No es eso, es que… las motos me dan un poco de miedo- me sincero.
-No seas tonta, estás con todo un experto, no pasa nada, dale, subíte- me insiste.
Miro al colectivo que viene, la gente que se amontona para subir (me pierdo una buena apoyada, fue lo primero que pensé), lo miro a él y me decido. Me pongo la cartera en banderola y me subo en el asiento de atrás.
-Despacio por favor- le pido algo temerosa.
Antes de arrancar me pasa el casco y me dice que me sujete, no sé bien de donde sujetarme, es la primera vez que me subo a una moto, aunque lo más seguro me parece que es abrazarme a él. Y eso mismo hago tras ponerme el casco, lo abrazo, pegándome a su espalda. Me pregunta la dirección de casa y recién entonces arranca. No es un día frío, sino más bien templado, él está de remera musculosa, exhibiendo los coloridos tatuajes de sus brazos, dragones, calaveras, llamas, puñales, alguna frase metalera y, atención al detalle de la remera, negra por supuesto, ya que debido al vértigo y la velocidad, se me empiezan a endurecer los pezones, los cuales, al estar prácticamente pegada a él, se le clavan en la espalda. Si hubiera estado con la campera de cuero puesta, quizás no me hubiera sentido, pero a través de la remera, la punción era más que perceptible.
-Siento dos puñales en la espalda- bromea al detenerse en un semáforo.
-Perdona, es que el viento, la velocidad…-
-Ah, pensé que te estabas excitando- siguió bromeando.
-Bueno, un poco de eso también- tuve que admitir.
-¿Con la moto o conmigo?- quiso saber ya más seriamente.
-…con los dos- le dije, y haciendo una pausa dramática, agregué: Pero más con vos, me calientan esos tatuajes-
El semáforo se puso en verde, pero él se quedó ahí, asimilando mis palabras. Los coches de atrás nos tocaban bocina. Y como no se animaba a proponérmelo, fui yo la que lo hizo:
-¿Me llevas a un telo?-
No dijo nada, solo arrancó y dobló en la primera esquina. Como avezado motoquero que es, conoce la zona como la palma de su mano, por lo que en cuestión de minutos estábamos en el estacionamiento de un albergue transitorio. Detuvo la moto, la apagó, me baje de la misma y me saque el saco, sacudiendo mi cabello al mejor estilo “Pantene”. Se bajó él también, y me miró de arriba abajo, desnudándome con la mirada, a la vez que se pasaba la mano por el bulto. Ya sé que se trata de un gesto por demás grosero y ordinario, pero ¡como me encanta! Me vuelve loca que hagan eso, que se toquen mientras me miran con cara de: “¡Agarrate porque te rompo toda!”. Me resulta por demás excitante, me recalienta.
Con el motoquero mirándome en todo momento en esa forma, como con ganas de darme la biava de mi vida, pasamos por la recepción y de ahí a la habitación que nos asignaron.
-No sabes las ganas que tengo de cogerte- me dijo ya en el ascensor, volviendo a hacer ese mismo gesto, aunque esta vez agarrándose bien fuerte el bulto.
-Espero que te las saques todas- le dije con una sonrisa que reflejaba también mis ganas de que me coja.
Entramos a la habitación y ahí, sin poder contenerse, me abrazó por detrás y me levantó en vilo, apoyándome bien el paquete en el traste.
-De todas las minas de la oficina pensé que eras la más arisca- me dijo haciéndome sentir en la cola la deliciosa presión de su virilidad.
-No todas somos lo que parecemos- le hice saber, aceptando de buen modo la apretada que me daba.
Cuando me soltó, deje la cartera en uno de los asientos y sentándome en el borde de la cama, le hice “veni” con un dedo. Sin demora se paró frente a mí. Mirándolo a los ojos le acaricié el abultamiento de la entrepierna, palpando esa dureza exquisita que parecía latir con vida propia. Le desabroché entonces el pantalón y pelé un terrible pijazo…
Y acá hago un parate, seguramente dirán que suerte tiene esta mina, siempre le tocan tipos bien dotados, nunca una más o menos normal, quiero aclarar que cuando digo “pijazo” no me refiero a terribles pedazos como manguera de 20 x 6, como saben me gusta la pija más que el dulce de leche (¡mucho más!), por lo que mientras se pare y cumpla su labor, para mí siempre será un pijazo, tenga 10, 15 o 20 centímetros. En el caso del motoquero se trataba de una pija modelo estándar, de entre 12 o 13 cms, quizás hasta 14 en su pico de máxima erección, todo esto así a groso modo, no la ando midiendo por ahí, y aunque no era muy gorda, si estaba bien dura y parada, lo que es más importante, prefiero una chica y cumplidora que una grande y remolona, la del motoquero entraba de lleno en la primera categoría, no era chica pero… bueno, ustedes me entienden…
Ahora sí, prosigo con el relato. Se la agarré con una mano y empecé a meneársela, sintiendo como los dedos se me iban mojando con el fluido preseminal que soltaba.
-¡Uy Mary, si me la chupás va a ser como sacarme el Quini!- jadea.
-No solo te la voy a chupar… ¡Me la voy a comer toda!- enfatizo, abriendo la boca y haciendo desaparecer tan fragante volumen entre mis amígdalas.
En efecto, me la comí toda, saboreando cada pedazo con sumo deleite, haciéndole soltar con cada mamada expresiones más que gratificantes. En cierto momento, y con la dureza del miembro principal ya bien forjada, me la saque de la boca y con la lengua recorrí el camino hacia abajo, para besarle y chuparle las bolas, engolosinándome con esas dos nueces amorosas, a las que dedique una muy esmerada atención.
Subí de nuevo con la lengua, lamiendo todo a mi paso, y a seguir chupándosela, con más ahínco todavía, formando entre su jugo y mi saliva un caldito espumoso que yo saboreaba con suma delectación. Rugiendo como un toro, me arrancó prácticamente la ropa, se la arrancó él también y manejándome como a una indefensa muñeca, me puso en cuatro sobre la cama. Se hincó tras de mí, y entró a chuparme la concha como si de ello dependiera su subsistencia. Con sus enormes manos me abría bien las nalgas y me pasaba la lengua por toda la raya, ida y vuelta, así varias veces, lamiendo todo lo que encontraba a su paso.
-¡Mmmm… te sale como mielcita…!- me decía, saboreando esas ganas mías que se traducían en un flujo espeso e incontenible.
Aunque me encanta que me chupen, quería que me cogiera cuanto antes.
-¡Dale… cogeme… ponémela toda…!- le pedí casi como rogándole.
Se levantó, se terminó de sacar la ropa y se puso el forro. Bien colocado tras de mí, acomodó la punta de su verga justo a la entrada de mi conchita, me aferró fuerte de la cintura y… ¡Ahhhhh! Lo que sentí me arrancó un ronco y exaltado jadeo. ¿Ven?, no hace falta que la tengan como la de un burro, la del motoquero es absolutamente convencional y sentía que me llenaba hasta donde no sabía que me llegaba la concha. Se quedó un momento ahí adentro, disfrutando de esa primera penetración, sabiéndome bien abrochada a él, y manteniéndome siempre bien aferrada de mis caderas, empezó a cogerme lenta y pausadamente, pegando en el final de cada ensarte un empujoncito que me hacía aumentar la intensidad de mis gemidos.
-¡Ohhhhh… ahhhhhh… así… cogeme… hacemela sentir toda… ahhhhh… sacate todas las ganas… sacate las ganas con esta putita…!-
Motivado por mis gestos y palabras, el motoquero fue aumentando el ritmo de la cogida, dándome y perforándome ahora con la dureza que una requiere en esos momentos. La calentura me llevaba a levantarme y pegarme a su cuerpo, sin que me la sacara y sin que dejara de cogerme, aferrado ahora a mis gomas, las que apretaba con frenesí, golpeándome con su cuerpo, dándome y dándome sin parar. Me miraba en los espejos y no me reconocía, esa no era yo, esa era una puta desquiciada, una puta insaciable, esa no puede ser la mamá de Rodrigo, a merced de un orangután de brazos tatuados y piercings en el cuerpo… pero sí, soy yo, esa cara transfigurada de placer es mía, esos pechos amasados por manos ansiosas son míos, esa concha atravesada por mil y un clavadas también es mía… esa puta desquiciada, esa puta insaciable, esa hembra hambrienta de macho… ¡SOY YO! Y me gusta ser así, me gusta ser puta, sentirme puta, y me gusta que quien está conmigo sepa lo muy puta que puedo llegar a ser. Y así, como la puta que soy, me entregaba a ese entusiasta motoquero que ponía todo de sí para estar a la altura. Unos cuantos empujones más y me acabó en una forma gloriosa, podía sentir con absoluta nitidez como se llenaba el forro con la leche que iba soltando.
-¡Ahhhhh… ahhhhhh… que polvo por Dios!-exclamó entre los temblores propios del orgasmo.
-Que yegua resultaste ser Mary, toda una revelación- comentó mientras se salía, sujetando precavidamente los bordes del preservativo.
Me di la vuelta enseguida y antes que él hiciera algo al respecto, le saque yo misma el forro repleto a tope y volqué su contenido, blanco, espeso, espumoso, sobre mis pechos, empapándome con ese néctar que yo misma le había arrancado. Pese a la descarga seguía con la pija dura, o más bien morcillona, aunque ahí nomás me encargué de endurecérsela de nuevo mediante una mamada aún más entusiasta que la anterior.
Hice entonces que se tendiera de espalda en la cama, le puse un nuevo forro y me le subí encima, a caballito, volviéndome a ensartar en esa hermosa verga que, pese a no ser prominente, cumplía en forma más que efectiva su labor.
Me acomodé bien encima suyo y comencé a moverme arriba y abajo, lentamente primero, mucho más rápido después, paseándole las tetas por toda la cara, incitándolo a que me las chupara y mordiera a su antojo.
-¡Uh mami, que bien te moves… ahhhhh… así… así… arre putita, arre…!- me decía a la vez que me azotaba las nalgas con fuertes y sonoros golpes de sus manos.
Yo gemía y aumentaba aún más la intensidad de mi montada. Subía y bajaba, subía y bajaba, incentivada por esas nalgadas que me propinaba con tanta vehemencia. Me veía en los espejos y tenía las nalgas encendidas, coloradas de tanto que me pegaba y agarraba. Notaba hasta sus dedos marcados en mi piel.
-¡Que polvo… que polvo nos vamos a echar…!- bramó ya hacia el final y tensando las piernas, se impulsó con todo hacia arriba, como queriendo clavármela hasta la garganta, y volvió a acabar en una forma notoriamente caudalosa.
De nuevo sentía el forro llenándose, y sus convulsiones mezclándose con las mías. Acabamos al unísono, complementándonos a la perfección en una amalgama única de jadeos y estremecimientos. Es en esos momentos, cuando estoy acabando en brazos de otro hombre, que no dejo de preguntarme porque con mi marido no me pasa eso.
Me derramo de placer sobre el cuerpo del motoquero, acariciando sus brazos tatuados, mordiéndole algún que otro piercing, disfrutando en definitiva de un polvo que me había dejado casi al borde del desmayo.
-Tenías razón…- le dije entonces con un hilo de voz, entre plácidos suspiros -¡Que polvo nos echamos!-
Ese día había salido como siempre del trabajo, estaba esperando el colectivo para irme a casa. No pensaba ni por asomo en hacer alguna travesura, a lo sumo una apoyada durante el viaje, no más que eso, hasta que una moto impresionante se detiene a mi lado.
-Ey, ¿Qué hacés por acá?- me pregunta quien la conduce.
Era Germán, que volvía de hacer una entrega.
-Ya ves, esperando el bondi- le digo.
-Te llevo- me propone.
-No, gracias- me sonrío creyendo que me estaba haciendo una broma.
Por la esquina ya veo que viene mi colectivo.
-¿Por qué? ¿No me tenés confianza?- me pregunta.
-No es eso, es que… las motos me dan un poco de miedo- me sincero.
-No seas tonta, estás con todo un experto, no pasa nada, dale, subíte- me insiste.
Miro al colectivo que viene, la gente que se amontona para subir (me pierdo una buena apoyada, fue lo primero que pensé), lo miro a él y me decido. Me pongo la cartera en banderola y me subo en el asiento de atrás.
-Despacio por favor- le pido algo temerosa.
Antes de arrancar me pasa el casco y me dice que me sujete, no sé bien de donde sujetarme, es la primera vez que me subo a una moto, aunque lo más seguro me parece que es abrazarme a él. Y eso mismo hago tras ponerme el casco, lo abrazo, pegándome a su espalda. Me pregunta la dirección de casa y recién entonces arranca. No es un día frío, sino más bien templado, él está de remera musculosa, exhibiendo los coloridos tatuajes de sus brazos, dragones, calaveras, llamas, puñales, alguna frase metalera y, atención al detalle de la remera, negra por supuesto, ya que debido al vértigo y la velocidad, se me empiezan a endurecer los pezones, los cuales, al estar prácticamente pegada a él, se le clavan en la espalda. Si hubiera estado con la campera de cuero puesta, quizás no me hubiera sentido, pero a través de la remera, la punción era más que perceptible.
-Siento dos puñales en la espalda- bromea al detenerse en un semáforo.
-Perdona, es que el viento, la velocidad…-
-Ah, pensé que te estabas excitando- siguió bromeando.
-Bueno, un poco de eso también- tuve que admitir.
-¿Con la moto o conmigo?- quiso saber ya más seriamente.
-…con los dos- le dije, y haciendo una pausa dramática, agregué: Pero más con vos, me calientan esos tatuajes-
El semáforo se puso en verde, pero él se quedó ahí, asimilando mis palabras. Los coches de atrás nos tocaban bocina. Y como no se animaba a proponérmelo, fui yo la que lo hizo:
-¿Me llevas a un telo?-
No dijo nada, solo arrancó y dobló en la primera esquina. Como avezado motoquero que es, conoce la zona como la palma de su mano, por lo que en cuestión de minutos estábamos en el estacionamiento de un albergue transitorio. Detuvo la moto, la apagó, me baje de la misma y me saque el saco, sacudiendo mi cabello al mejor estilo “Pantene”. Se bajó él también, y me miró de arriba abajo, desnudándome con la mirada, a la vez que se pasaba la mano por el bulto. Ya sé que se trata de un gesto por demás grosero y ordinario, pero ¡como me encanta! Me vuelve loca que hagan eso, que se toquen mientras me miran con cara de: “¡Agarrate porque te rompo toda!”. Me resulta por demás excitante, me recalienta.
Con el motoquero mirándome en todo momento en esa forma, como con ganas de darme la biava de mi vida, pasamos por la recepción y de ahí a la habitación que nos asignaron.
-No sabes las ganas que tengo de cogerte- me dijo ya en el ascensor, volviendo a hacer ese mismo gesto, aunque esta vez agarrándose bien fuerte el bulto.
-Espero que te las saques todas- le dije con una sonrisa que reflejaba también mis ganas de que me coja.
Entramos a la habitación y ahí, sin poder contenerse, me abrazó por detrás y me levantó en vilo, apoyándome bien el paquete en el traste.
-De todas las minas de la oficina pensé que eras la más arisca- me dijo haciéndome sentir en la cola la deliciosa presión de su virilidad.
-No todas somos lo que parecemos- le hice saber, aceptando de buen modo la apretada que me daba.
Cuando me soltó, deje la cartera en uno de los asientos y sentándome en el borde de la cama, le hice “veni” con un dedo. Sin demora se paró frente a mí. Mirándolo a los ojos le acaricié el abultamiento de la entrepierna, palpando esa dureza exquisita que parecía latir con vida propia. Le desabroché entonces el pantalón y pelé un terrible pijazo…
Y acá hago un parate, seguramente dirán que suerte tiene esta mina, siempre le tocan tipos bien dotados, nunca una más o menos normal, quiero aclarar que cuando digo “pijazo” no me refiero a terribles pedazos como manguera de 20 x 6, como saben me gusta la pija más que el dulce de leche (¡mucho más!), por lo que mientras se pare y cumpla su labor, para mí siempre será un pijazo, tenga 10, 15 o 20 centímetros. En el caso del motoquero se trataba de una pija modelo estándar, de entre 12 o 13 cms, quizás hasta 14 en su pico de máxima erección, todo esto así a groso modo, no la ando midiendo por ahí, y aunque no era muy gorda, si estaba bien dura y parada, lo que es más importante, prefiero una chica y cumplidora que una grande y remolona, la del motoquero entraba de lleno en la primera categoría, no era chica pero… bueno, ustedes me entienden…
Ahora sí, prosigo con el relato. Se la agarré con una mano y empecé a meneársela, sintiendo como los dedos se me iban mojando con el fluido preseminal que soltaba.
-¡Uy Mary, si me la chupás va a ser como sacarme el Quini!- jadea.
-No solo te la voy a chupar… ¡Me la voy a comer toda!- enfatizo, abriendo la boca y haciendo desaparecer tan fragante volumen entre mis amígdalas.
En efecto, me la comí toda, saboreando cada pedazo con sumo deleite, haciéndole soltar con cada mamada expresiones más que gratificantes. En cierto momento, y con la dureza del miembro principal ya bien forjada, me la saque de la boca y con la lengua recorrí el camino hacia abajo, para besarle y chuparle las bolas, engolosinándome con esas dos nueces amorosas, a las que dedique una muy esmerada atención.
Subí de nuevo con la lengua, lamiendo todo a mi paso, y a seguir chupándosela, con más ahínco todavía, formando entre su jugo y mi saliva un caldito espumoso que yo saboreaba con suma delectación. Rugiendo como un toro, me arrancó prácticamente la ropa, se la arrancó él también y manejándome como a una indefensa muñeca, me puso en cuatro sobre la cama. Se hincó tras de mí, y entró a chuparme la concha como si de ello dependiera su subsistencia. Con sus enormes manos me abría bien las nalgas y me pasaba la lengua por toda la raya, ida y vuelta, así varias veces, lamiendo todo lo que encontraba a su paso.
-¡Mmmm… te sale como mielcita…!- me decía, saboreando esas ganas mías que se traducían en un flujo espeso e incontenible.
Aunque me encanta que me chupen, quería que me cogiera cuanto antes.
-¡Dale… cogeme… ponémela toda…!- le pedí casi como rogándole.
Se levantó, se terminó de sacar la ropa y se puso el forro. Bien colocado tras de mí, acomodó la punta de su verga justo a la entrada de mi conchita, me aferró fuerte de la cintura y… ¡Ahhhhh! Lo que sentí me arrancó un ronco y exaltado jadeo. ¿Ven?, no hace falta que la tengan como la de un burro, la del motoquero es absolutamente convencional y sentía que me llenaba hasta donde no sabía que me llegaba la concha. Se quedó un momento ahí adentro, disfrutando de esa primera penetración, sabiéndome bien abrochada a él, y manteniéndome siempre bien aferrada de mis caderas, empezó a cogerme lenta y pausadamente, pegando en el final de cada ensarte un empujoncito que me hacía aumentar la intensidad de mis gemidos.
-¡Ohhhhh… ahhhhhh… así… cogeme… hacemela sentir toda… ahhhhh… sacate todas las ganas… sacate las ganas con esta putita…!-
Motivado por mis gestos y palabras, el motoquero fue aumentando el ritmo de la cogida, dándome y perforándome ahora con la dureza que una requiere en esos momentos. La calentura me llevaba a levantarme y pegarme a su cuerpo, sin que me la sacara y sin que dejara de cogerme, aferrado ahora a mis gomas, las que apretaba con frenesí, golpeándome con su cuerpo, dándome y dándome sin parar. Me miraba en los espejos y no me reconocía, esa no era yo, esa era una puta desquiciada, una puta insaciable, esa no puede ser la mamá de Rodrigo, a merced de un orangután de brazos tatuados y piercings en el cuerpo… pero sí, soy yo, esa cara transfigurada de placer es mía, esos pechos amasados por manos ansiosas son míos, esa concha atravesada por mil y un clavadas también es mía… esa puta desquiciada, esa puta insaciable, esa hembra hambrienta de macho… ¡SOY YO! Y me gusta ser así, me gusta ser puta, sentirme puta, y me gusta que quien está conmigo sepa lo muy puta que puedo llegar a ser. Y así, como la puta que soy, me entregaba a ese entusiasta motoquero que ponía todo de sí para estar a la altura. Unos cuantos empujones más y me acabó en una forma gloriosa, podía sentir con absoluta nitidez como se llenaba el forro con la leche que iba soltando.
-¡Ahhhhh… ahhhhhh… que polvo por Dios!-exclamó entre los temblores propios del orgasmo.
-Que yegua resultaste ser Mary, toda una revelación- comentó mientras se salía, sujetando precavidamente los bordes del preservativo.
Me di la vuelta enseguida y antes que él hiciera algo al respecto, le saque yo misma el forro repleto a tope y volqué su contenido, blanco, espeso, espumoso, sobre mis pechos, empapándome con ese néctar que yo misma le había arrancado. Pese a la descarga seguía con la pija dura, o más bien morcillona, aunque ahí nomás me encargué de endurecérsela de nuevo mediante una mamada aún más entusiasta que la anterior.
Hice entonces que se tendiera de espalda en la cama, le puse un nuevo forro y me le subí encima, a caballito, volviéndome a ensartar en esa hermosa verga que, pese a no ser prominente, cumplía en forma más que efectiva su labor.
Me acomodé bien encima suyo y comencé a moverme arriba y abajo, lentamente primero, mucho más rápido después, paseándole las tetas por toda la cara, incitándolo a que me las chupara y mordiera a su antojo.
-¡Uh mami, que bien te moves… ahhhhh… así… así… arre putita, arre…!- me decía a la vez que me azotaba las nalgas con fuertes y sonoros golpes de sus manos.
Yo gemía y aumentaba aún más la intensidad de mi montada. Subía y bajaba, subía y bajaba, incentivada por esas nalgadas que me propinaba con tanta vehemencia. Me veía en los espejos y tenía las nalgas encendidas, coloradas de tanto que me pegaba y agarraba. Notaba hasta sus dedos marcados en mi piel.
-¡Que polvo… que polvo nos vamos a echar…!- bramó ya hacia el final y tensando las piernas, se impulsó con todo hacia arriba, como queriendo clavármela hasta la garganta, y volvió a acabar en una forma notoriamente caudalosa.
De nuevo sentía el forro llenándose, y sus convulsiones mezclándose con las mías. Acabamos al unísono, complementándonos a la perfección en una amalgama única de jadeos y estremecimientos. Es en esos momentos, cuando estoy acabando en brazos de otro hombre, que no dejo de preguntarme porque con mi marido no me pasa eso.
Me derramo de placer sobre el cuerpo del motoquero, acariciando sus brazos tatuados, mordiéndole algún que otro piercing, disfrutando en definitiva de un polvo que me había dejado casi al borde del desmayo.
-Tenías razón…- le dije entonces con un hilo de voz, entre plácidos suspiros -¡Que polvo nos echamos!-
46 comentarios - El motoquero
me dejas la cabeza hirviedo y la pija mas dura que las paredes de mi casa
Besos negros¡¡¡
🤘
Besooooteees mojadooooss!!
Exitante relato...
PD: me envias fotos tuyas por mp besitos
Gracias por compartir y calentarme. Besos!
Muuy caliente como siempre!!
Gracia spor comparitr
http://www.poringa.net/posts/relatos/2425358/Mer-Mis-Anecdotas-3-Salida-en-busca-de-Sergio-Tete-2.html
Pasate...besos
Mer
Dale para adelante con los pendejos!
Como siempre, me rindo a tus pies. Tus relatos me calientan y me cultivan intelectualmente.
Reitero lo que comenté en otro post tuyo. Quiero el libro con las historias de @maritainfiel
Hermosa. . . . te sueño entre otras cosas haciendome esto!!! Besotes
Hermoso relato señorita. Debo decir que necesitaba un poco de su literatura.
¡Gracias!
Simplemente Gracias!
Como me gustaria ser parte de uno jaja
Espero reconocerte jajaja!
"...engolosinándome con esas dos nueces amorosas..."
"...no me reconocía, esa no era yo, esa era una puta desquiciada, una puta insaciable, esa no puede ser la mamá de Rodrigo"
"...pero sí, soy yo, esa cara transfigurada de placer es mía, esos pechos amasados por manos ansiosas son míos, esa concha atravesada por mil y un clavadas también es mía… esa puta desquiciada, esa puta insaciable, esa hembra hambrienta de macho… ¡SOY YO! Y me gusta ser así, me gusta ser puta, sentirme puta, y me gusta que quien está conmigo sepa lo muy puta que puedo llegar a ser"
"Acabamos al unísono, complementándonos a la perfección en una amalgama única de jadeos y estremecimientos."[/i]
Esta última frase, me encanta porque así me gusta a mi, los dos juntos al unisono...jajaja
"Detuvo la moto, la apagó, me baje de la misma y me saque el saco, sacudiendo mi cabello al mejor estilo “Pantene”[/i]
Pero esta frase ES GENIAL...jajaja.
Excelente y cachondo el relato, como nos tienes acostumbrado querida Mary, como me encantan y recalientan estas aventuras tuyas amiga!! Besos linda 💋 +10