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Igual está mal!

Yo te cuento, si, ya se que quizas no me entendés mucho, igual yo te quiero contar por qué ya
no puedo pasar a verte, a estar con vos un rato, por qué no podemos salir al parque ni llevar la
silla cerca de donde estan los arboles donde esperábamos quietos a que vengan los pájaros.
Yo te quiero contar que fue lo que pasó.
Esa semana me tocaba el turno de la tarde, llegué temprano cerca del mediodía. Pasé por la
reja del costado y entré por la parte de atrás. Blanca me saludó y me ofreció unas empanadas
que le había hecho a tus hermanos para que se lleven al colegio pero se las olvidaron. Le dije
que gracias, que no tenía hambre... en realidad me había caído mal un pancho que me comí en
la estación, pero no le iba a decir eso a Blanquita. La dejé renegando con el horno y me fui a
cambiar.
Es raro el tema del color de la bata. A mi me gustaban más las oscuras, se ve que se me pegó
el tema del escalafón del hospital donde trabajé ni bien me recibí. Ahí empezabas con una
bata blanca, después a mitad de año te la cambiaban por una medio rosita, después del año
te daban la verde agua... para cuando te daban la azul o la bordó ya hacía rato que estabas
y te tenían confianza... cuando ya dejé de trabajar en el hospital, me compré cuatro batas
azul oscuro, bien oscuro. El problema era que a veces escupías la comida, o vomitabas y me
quedaba una mancha fulera... y no se porqué, con los colores claritos no se notaba tanto, o
se notaba que eran manchas del trabajo... pero a las batas oscuras las manchas le quedaban
horribles, parecían manchas de aceite, como si hubiese estado arreglando el auto. Pero hoy no
tenía que darte de comer al mediodía, así que elegí la bata bordó, la más nueva que tenía.
Subí muy despacio las escaleras hasta tu pieza. Estaba cerrada, me pareció raro porque nunca
te dejan la puerta cerrada. Golpeé muy despacio, esperé dos segundos y abri.
Sentada de espaldas a la puerta, mirando a tu cama, estaba Dora, la enfermera de la mañana.
Hablamos en voz baja porque vos dormías. Me dijo que la medicación nueva te había
tranquilizado aunque ella pensaba que era por la dieta... habló varias veces con Blanca sobre
no darte comidas muy saladas, o con mucho condimento, hasta ella misma se ofreció a traer
fruta y verdura orgánica que cultivaban cerca de donde vivían. Macanuda Dora, hasta se hizo
traer unos pollos criados a maiz desde la casa de su hermano de Entre Ríos porque decía que
el pollo de acá era una porquería. Ella estaba convencida que el problema era la comida... que
vos te ponías mal por los condimentos y los conservantes y el exceso de azúcar y de sal, y
que la medicación no tenía nada que ver. Macanuda Dora, pero muy mandona. Te tenía muy
cortita. No te dejaba expresar. No llegaba a pegarte (sino la hubiese parado en seco) pero era
muy bruta. Mientras yo te bañé nunca hubo problemas, pero con Dora siempre quedaba el
baño hecho un asco, todo mojado, se escuchaban gritos... no sabía calmarte.
En voz baja Dora me contó que ya temprano te habían dado el baño de la mañana, que habías
comido mucho y que probablemente durmieras una siesta larga... mientras Dora hablaba yo
pensaba que una siesta larga significaba que a la noche te ibas a dormir mucho más tarde, y
en vez de amargarme por el trabajo extra me puse contento porque tendríamos más tiempo
para charlar juntos.
Dora me dió un beso, cerró la revista que estaba leyendo (“-Si querés te la dejo, es la
Paparazzi”) y se fue. Yo no leía mucho, y menos esas revistas, pero por educación le dije que
la dejara ahí que quizá le pegaba una leida. Dejó la puerta cerrada.
Aprovechando que estabas dormida, empecé acomodando las cosas de alrededor de la cama
tratando de no hacer ruido. También moví los almohadones de lugar y levanté un poco la cama
para que no quedaras tan horizontal. En ese momento te diste vuelta. Ahí estabas, con la
mueca de siempre, con tus labios torcidos, apretados. Yo te miraba orgulloso por todo lo que
habías avanzado el último tiempo. Y si, no te tenian fé... ojo que es entendible, convivir todo
el tiempo con una persona así hace que la gente pierda las esperanzas... pero yo te tenía fé,
desde el primer momento que hablé con tu papá y con tu mamá yo tenía la secreta esperanza
de que mejoraras un poco.
Te despertaste como a las dos horas, yo ya había dejado todo limpio y preparado la silla para
dar una vuelta. Abriste los ojos y creo que me reconociste porque me sonreiste. Yo te hablaba
calmado, pausando entre cada palabra el momento justo, lento para que comprendieras la
palabra pero con el ritmo justo para que no perdieras el hilo de la conversación. Te dejaste
levantar dócilmente y te acomodé en la silla rígida. Te apoyé la toalla blanca en el pecho y con
un poco de esfuerzo bajamos por el ascensor que hizo instalar tu papá para poder subir y bajar
más fácilmente. Una vez abajo, atravesamos la cocina y Blanquita te saludó muy efusivamente.
Creo que vos también le sonreiste, pero no se, a veces es difícil leerte... salimos por la puerta
de atrás, despacio, y fuimos por el camino de piedritas hasta quedar bajo la sombra de los
árboles.
A veces me dabas lástima. Es imposible no sentir lástima al ver una persona así como estabas.
No se, a veces me imaginaba que en realidad vos estabas con las piernas quebradas por
culpa de un accidente y yo te ayudaba a recuperarte... o que estabas en un complicado postoperatorio
de una cirugia craneal producto de un choque en un auto y por eso es que casi no
hablabas... pero no, yo sabía que lo tuyo era algo de lo que no se volvía... y genéticamente
estabas bien, no tenias problemas de par 21 o alguna trisomia... no, lo tuyo andá a saber que
habrá sido... algún descuido del parto, una partera que te dejó estar, una obstetra descuidada,
una enfermera displicente, un neonatólogo borracho... no se... pero me daba lástima como
habías quedado. Me dolía tanto no poder ayudarte a terminar con esa agonía que sentías.
Debajo de los árboles te sentías bien. No te gustaba estar tanto tiempo encerrada, así que te
ponías contenta cuando llegábamos. Aprovechábamos el lugar para hacer los ejercicios de
tonificación muscular, al no caminar las piernas se te volvían flacas y si en algún momento te
hubieses podido parar, no te habrías podido sostener porque los músculos de tus piernas no
estaban desarrollados...así que yo ayudaba con ejercicios especiales, estirando y contrayendo
los muslos, tratando de que los gemelos ganasen masa muscular. No te gustaba mucho, pero
por lo menos ya no me pateabas. Lo que más te gustaba era cuando te pasaba ese aceite
especial para calentar los músculos. Lo frotaba desde los dedos del pie hasta cerca de la ingle,
para calentar los músculos antes del ejercicio... creo que era la única parte que te gustaba.
Ya tenías más de 28 años, eras la hermana más grande. Sin embargo, para tu papá no
contabas como hija. A ver, no quiero decir que no te diera todo lo que necesitases: nunca
te faltó nada, y cualquier tratamiento por costoso que fuera, él lo afrontaba. Pero se le
notaba cuando hablaba de vos... siempre hacía una pausa antes de decir tu nombre... como
frenándose, como pensando si todavía eras su primogénita o ya te habías convertido en un
mueble más de la casa. Era muy feo hablar con tu papá de vos, yo trataba de evitarlo cuando
el me buscaba para charlar sobre tus avances. Cuando finalmente estaba acorralado, volvía
a tu lado muy desganado, muy triste, y en lo único que pensaba era en aliviar el dolor que vos
debías sentir por la distancia que ponía tu papá.
Te volví a llevar para adentro. Ya estaba bajando el sol y no quería que te resfriases en esta
época del año. Tomamos la merienda en la cocina, solos, porque Blanca ya se había ido
después de preparar la cena. Mientras te daba de comer, noté que se te había llenado la
cabeza de algo que caía de los árboles, así que corrí hasta el baño y con un peine y un cepillo
te dejé el pelo bien limpio. Estabas preciosa, aunque nadie (ni siquiera tus hermanos que
vinieron tarde del colegio y entraron como una tromba a saquear la heladera) lo notó.
Yo ya te conocí de grande, pero me dijeron que estuviste un tiempo internada. Para mí que
ahi empeoraste, yo nunca vi nada bueno ahi adentro. No es que te traten mal, es que no te
tratan siquiera... sos como un animal, un pedazo de carne al que de vez en cuando alimentan
y cambian. Andá a saber... si te llegaba a agarrar de más chica por ahí... no estarías tan... tan
así...
Ya era tarde así que subí a prepararte el baño. Mientras tanto te quedaste sola, porque tu
mamá estaba ocupada no sé con qué, y a tus hermanos les pedí que te vigilaran un segundo,
pero me dijeron que sí y salieron corriendo a jugar a la play. Bajé enseguida a buscarte y
subimos mientras se llenaba la bañera. Saqué del baño todas las cosas con las que podías
lastimarte, y descolgué el toallón rojo que te pone nerviosa. Despacio, te fui desvistiendo y
con mucho cuidado te subí al soporte de la bañera. Estabas tranquila, relajada. Tu mamá no
quería que te bañe solo, al principio pensé que era porque soy hombre, pero después me
enteré de que las experiencias anteriores con el baño de inmersión fueron bastante caóticas y
siempre necesitaron moverte entre dos... yo le expliqué que antes de bañarte yo te hablaba, te
explicaba, que no hacía movimientos bruscos y que no me importaba perder dos horas siempre
y cuando vos estés tranquila. No me creyó mucho, pero después de ver como lo hacía ya no
insistió más.
Después del baño te relajaste y te llevé a la habitación. Te dí los remedios junto con la cena
para que no te hagan mal al estómago. Abajo se escuchaban los ruidos de los cubiertos contra
los platos y las risas de tu familia. Pero vos no estabas con ellos, vos estabas en otro mundo,
estabas un poco conmigo, pero no tanto... andá a saber por donde andabas...
Después de comer bajé a avisarle a tu mamá que ya estabas lista para dormir. Ella me
agradeció y subió a saludarte. Desde que entró hasta que salió de tu habitación pasaron
dos minutos... ¡dos minutos! fue horrible. Me saludó con un beso y salió hacia su habitación,
que estaba en el segundo piso... yo se que todo esto no le gustaba, que había soñado otra
cosa para vos y para ella, pero por lo menos podría poner voluntad, poner otra cara... me
daba lástima y bronca, yo no sé como vos podías soportar toda esa indiferencia... me sentía
tan mal que me mordía los labios. Yo quería hacer algo por vos, algo de lo que te sintieses
orgullosa, algo que te liberara de esa prisión en la que estabas... pero yo mismo reprimia esos
pensamientos.
Para ir a dormir había que ponerte el piyama. No te lo puse antes porque ya varias veces te
había cambiado para ir directo a la cama y me hiciste un enchastre bárbaro con la cena y tuve
que cambiarte de nuevo. Pero ya está, ya habias comido, te dí un poco de agua y fui a buscarte
la ropa de cama.
Pasé por la caja donde guardabamos todos los remedios y pensé que si te daba tres o cuatro
pastillas de dantrolina el corazón cada vez se iba a relajar mas y te iba a liberar de esa jaula
de carne en la que estabas... pero me dio miedo, mucho miedo... yo quería otra cosa para vos,
pero no quería que te vayas.
Así que te fui a buscar el piyama pero no lo encontré así que traje un camisón grande y te
empecé a desvestir para ponertelo. Te saqué primero la remera y mientras te ponía el camisón
rocé con mi mano uno de tus pezones. Me sentí raro, pero también excitado. La casa estaba
en silencio y yo seguí poniéndote el camisón. Te saqué un shortcito que tenias puesto sobre
el pañal para adulto y mientras te sacaba el pañal me di cuenta que estaba seco. Con un poco
de pudor acerqué mi mano hacia la parte interior de tus muslos y vos no te resististe... era una
pavada ¿de que tenía pudor? Si un par de horas antes te había bañado yo mismo... yo ya te
conocía, vos ya me conocías. Te hablé al oido mientras seguía acariciándote cada vez mas.
Vos entrecerraste los ojos y empezaste a hacer ruidos con la naríz. Yo seguí acariciándote,
tocandote, buscando con dos dedos esos labios que podían darte placer. Vos cerraste los ojos
y por primera vez la mueca espástica de tu cara fue desapareciendo, tus labios formaban una
hermosa sonrisa de labios entreabiertos. Supe que ésta era la manera en la que vos podías ser
vos misma, ser libre, así que seguí acariciándote y mis dedos se metieron dentro tuyo. Y luego
cayó mi bata y mientras te seguía acariciando con mi mano izquierda, la mano derecha condujo
mi erección hacia tu interior. Los movimientos rítmicos no hicieron más que excitarte todavía
mas, yo sabía que esto te gustaba, que esto te encantaba... no voy a negar que igual está mal
lo que hice, pero yo fui el unico supe interpretar tus deseos.
Explotamos juntos y fue como irme de mi propio cuerpo. La sonrisa perfecta duró unos minutos
más sobre su rostro, que poco a poco fue volviendo a su rictus deforme habitual. Vos volviste a
tu jaula y yo te besé en la frente, te limpié y te dejé dormir.

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