Es un hecho; al expandirse las experiencias sexuales, se hace necesario un mayor refinamiento en la satisfacción de los placeres sensuales. Cada acto conduce a la búsqueda, en un afán lujurioso, de obtener emociones que superen en intensidad a las anteriores.
¿Cuál es el límite antes del desenfreno? La verdad sea dicha, no existen dos personas iguales; para algunos es la moralidad y la empatía; para otros solo un paso más en la carrera hacia el vicio y la degradación.
Fernando se sumergió en un ambiente propicio, con almas afines, para los que dar satisfacción a sus fuertes pasiones no tenía límites. Hombres hedonistas y mujeres lujuriosas se entremezclaban en una sensual comunidad; ninguna oportunidad era mala a la hora de entregarse a la adoración de Eros.
Por un largo tiempo Fernando gozó de los favores de Silvia y Sonia; se divirtió emputeciendo a la antes lesbiana Alejandra; o llenando cada orificio disponible de la gorda Zully. Sin empacho participó de las partuzas del club de los piratas que, en cada una de las reuniones, buscaba una nueva compañera para iniciarla en esa gran hermandad.
Tanto abundamiento produjo un hastío; hacía falta buscar nuevas experiencias que añadieran combustible al fuego de su lujuria. Fue en estas circunstancias que sus ojos se fijaron en el apetecible bocado que era Melisa, la hija de su amiga Sonia.
Melisa apenas había cumplido sus jóvenes dieciocho años y ese año terminaba el secundario; para más datos era su alumna, y bastante inteligente por cierto. Había heredado la simpatía de su madre; pero a diferencia de Sonia su hija denotaba una modestia suprema, no tenía novio ni se conocían historias de posibles indiscreciones. ¿Sería virgen todavía?
Lo que comenzó como un primitivo pensamiento, fue perfilando hasta convertirse en una promesa nada piadosa y hasta perversa. ¿Cuán selecto sería su nuevo placer? Lo veremos después de detallar los sucesos que desencadenarían el desenlace fatal.
La vida suele dar sorpresas y los protagonistas de una historia pueden llegar a ser los más inesperados; fue después de una tempestuosa tarde de sexo, en la que no se escatimaron dones en el arte de dar y recibir placer, en que Sonia le comentó a Fernando que su hija necesitaba ayuda para preparar su curso de ingreso en la universidad. Una sonrisa torcida se dibujó en la penumbra cuando la solícita madre pedía su ayuda para la nena.
Por supuesto que el altruista amante se comprometió a orientar a la nena; nada mas cierto, la orientaría en todo sentido. Por supuesto, la feliz madre se deshizo en agradecimientos y palabras de encomio; cuando las palabras resultaron insuficientes entregó su cuerpo a cada capricho de su amante. La pasión desenfrenada de Fernando, que pensaba más en la hija que en la madre, se desató sobre la ingenua mujer provocándole gritos de sorpresa y de placer.
Cuando Sonia se marchó tomó tranquilamente un baño y, mientras hacía un inventario de los arañazos y mordiscos de su cuerpo, su mente volaba entre las ideas más retorcidas.
Advertidas las posibles consecuencias de sus actos, las cuales no le importaron en lo más mínimo, hizo los arreglos necesarios para concretar sus planes. El horario fue bien elegido, ninguna molestia inoportuna surgiría después de las 18.00 horas; y hechos los aprestos de libros y de material de trabajo, esperó ansiosamente la llegada de la joven.
Con toda puntualidad una sonriente Melisa traspuso la puerta; fueron varias tardes de estimulante trabajo, una joven mente abierta a todo conocimiento, en las que no estuvieron ausentes los chistes y la risa. Poco a poco, en las pausas que hacían para tomar algo, las charlas se fueron haciendo más profundas e íntimas; Fernando fue explorando en esa mente, descubriendo sueños y frustraciones, y hasta los secretos más íntimos.
Y fue en estas charlas, precisamente, que Fernando logró acceder al último secreto; quizás el más útil para sus repugnantes fines. Melisa no era virgen; su reservado comportamiento obedecía a lo traumático de su primera experiencia. Su primera vez fue con un amiguito tan inexperto como bruto. Sin la preparación adecuada la había penetrado y cabalgado como un salvaje; eso la había dejado toda enervada y lastimada al punto de necesitar sutura. Por ese motivo no había intentado volver a repetir la experiencia.
Durante cada jornada se forjaba un vínculo cada vez mas fuerte; no pasó más de una semana en que profesor y alumna se entregaban a abrazos demasiado tiernos, al encontrarse y despedirse. Muchos signos eran evidentes para el sátiro; su joven discípula migraba, una y otra vez, entre el miedo y el deseo.
Finalmente, y comprendiendo que la situación no podía ser más extendida, simplemente la besó. Y pronto la pareja se encontró reclinada sobre el sofá intercambiando cálidos besos; casi por instinto, el corruptor sabía que esa primera vez no debía excederse, la mejor carne es la que se cocina en su propio jugo. Por eso solo se limitó a besos y caricias atrevidas que encendieron la excitación dormida de la pequeña; y sin más la despacho sabiendo que en su fuero interno ardía de deseo.
Tanta excitación no podía desperdiciarse, por lo que al amparo de la oscuridad se encaminó hacia casa de Silvia; la madura mujer recibiría el ardor provocado por su propia sobrina. Esas ideas locas rondaban por su cabeza cuando golpeó la puerta; la sonrisa deslumbrante y los grititos de alegría fueron la principesca bienvenida, lo que bastó para que él se abalanzara sobre ella como un hambriento. Sin recato alguno, exhibió su arma bárbaramente dilatada, provocando en la mujer deseos frenéticos.
Ella lo arrastró hacia su enorme cama, con la respiración agitada y el rostro encendido; la mujer ya anticipaba las delicias de sentirse ensartada y distendida por el enorme órgano genital. No sin dificultad se liberaron de sus vestimentas y se recostaron en lecho; Silvia estrujaba el enorme dardo y, dejando escapar un gemido ronco, bajó su cabeza hasta atrapar el rígido tronco con su complaciente boca.
Silvia devoraba concienzudamente el lascivo manjar; su mano masajeaba todo el tallo, mientras su boca no escatimaba lengüetazos y succiones. Manipuló el miembro con tanta maestría que, en escasos minutos, el hombre dio un profundo gemido y una rica corriente de leche estalló llenando la cavidad bucal y corriendo garganta abajo. Silvia se aferró con fuerza tragando vorazmente, sin embargo, no pudo evitar que un chorro escapara ante los empellones que el hombre hacía en movimiento de mete y saca.
Agitado por el placer recibido, obligó a la mujer a acostarse de espaldas; sin mediar palabra hundió su rostro en la húmeda grieta, y le obsequió un cosquilleo tan exquisito que la mujer no podía reprimir el estertor de su respiración, ni la copiosa traspiración que tanto la caracterizaba. En esta erótica postura su mantuvo hasta que la mujer rindió, por tercera vez, su cálido tributo; Fernando engulló los jugos que brotaban como manantial.
Fernando se alzó, su pene apenas reblandecido se erguía nuevamente erecto; tomó las piernas de la yacente Silvia levantándolas bien sobre sus pechos. Abierta como una flor, su vagina quedaba impúdicamente expuesta y a merced del miembro. El osado invasor apenas apoyó la punta; de un certero y único empujón sumió, en todo su largo y grosor, el rígido miembro hasta llegar a la misma matriz.
Silvia abrió desmesuradamente sus ojos y estalló en un agónico grito, que eran desmentidos por el violento fluir de jugos que abrasaba todo el miembro. Sin darle tiempo a reflexiones, accionó el pistón en la funda resbaladiza; en esa posición la mujer estaba indefensa a la tormenta sexual que la azotaba; sin poder resistirse de alguna manera solo se quejaba, jadeaba hambrienta de aire, transpiraba profusamente, sacudiendo su cabeza a uno y otro lado cuando un orgasmo la asaltaba.
Decir que Fernando eyaculó es una pobre descripción; literalmente estalló expulsando espesos borbotones contra la agradecida matriz. Y finalmente los amantes cayeron semi desmayados entre las húmedas sábanas. Otras tantas veces el rígido ariete horadó las partes sensibles de Silvia, dejándola confundida y rendida por tan desbordante pasión; a cada nuevo avance, la mujer respondía con lánguida fatiga, hasta llegar a un punto en que solo su vagina y su ano parecía estar vivos y activos.
La noche daba paso al amanecer cuando Fernando soltó a Silvia de su abrazo lujurioso; reflexionando sobre los hechos, tuvo que admitir, ya estaba todo dado para celebrar el rito pagano, en el altar de su vicio, con el sacrificio de la dulce Melisa.
(continuará)
¿Cuál es el límite antes del desenfreno? La verdad sea dicha, no existen dos personas iguales; para algunos es la moralidad y la empatía; para otros solo un paso más en la carrera hacia el vicio y la degradación.
Fernando se sumergió en un ambiente propicio, con almas afines, para los que dar satisfacción a sus fuertes pasiones no tenía límites. Hombres hedonistas y mujeres lujuriosas se entremezclaban en una sensual comunidad; ninguna oportunidad era mala a la hora de entregarse a la adoración de Eros.
Por un largo tiempo Fernando gozó de los favores de Silvia y Sonia; se divirtió emputeciendo a la antes lesbiana Alejandra; o llenando cada orificio disponible de la gorda Zully. Sin empacho participó de las partuzas del club de los piratas que, en cada una de las reuniones, buscaba una nueva compañera para iniciarla en esa gran hermandad.
Tanto abundamiento produjo un hastío; hacía falta buscar nuevas experiencias que añadieran combustible al fuego de su lujuria. Fue en estas circunstancias que sus ojos se fijaron en el apetecible bocado que era Melisa, la hija de su amiga Sonia.
Melisa apenas había cumplido sus jóvenes dieciocho años y ese año terminaba el secundario; para más datos era su alumna, y bastante inteligente por cierto. Había heredado la simpatía de su madre; pero a diferencia de Sonia su hija denotaba una modestia suprema, no tenía novio ni se conocían historias de posibles indiscreciones. ¿Sería virgen todavía?
Lo que comenzó como un primitivo pensamiento, fue perfilando hasta convertirse en una promesa nada piadosa y hasta perversa. ¿Cuán selecto sería su nuevo placer? Lo veremos después de detallar los sucesos que desencadenarían el desenlace fatal.
La vida suele dar sorpresas y los protagonistas de una historia pueden llegar a ser los más inesperados; fue después de una tempestuosa tarde de sexo, en la que no se escatimaron dones en el arte de dar y recibir placer, en que Sonia le comentó a Fernando que su hija necesitaba ayuda para preparar su curso de ingreso en la universidad. Una sonrisa torcida se dibujó en la penumbra cuando la solícita madre pedía su ayuda para la nena.
Por supuesto que el altruista amante se comprometió a orientar a la nena; nada mas cierto, la orientaría en todo sentido. Por supuesto, la feliz madre se deshizo en agradecimientos y palabras de encomio; cuando las palabras resultaron insuficientes entregó su cuerpo a cada capricho de su amante. La pasión desenfrenada de Fernando, que pensaba más en la hija que en la madre, se desató sobre la ingenua mujer provocándole gritos de sorpresa y de placer.
Cuando Sonia se marchó tomó tranquilamente un baño y, mientras hacía un inventario de los arañazos y mordiscos de su cuerpo, su mente volaba entre las ideas más retorcidas.
Advertidas las posibles consecuencias de sus actos, las cuales no le importaron en lo más mínimo, hizo los arreglos necesarios para concretar sus planes. El horario fue bien elegido, ninguna molestia inoportuna surgiría después de las 18.00 horas; y hechos los aprestos de libros y de material de trabajo, esperó ansiosamente la llegada de la joven.
Con toda puntualidad una sonriente Melisa traspuso la puerta; fueron varias tardes de estimulante trabajo, una joven mente abierta a todo conocimiento, en las que no estuvieron ausentes los chistes y la risa. Poco a poco, en las pausas que hacían para tomar algo, las charlas se fueron haciendo más profundas e íntimas; Fernando fue explorando en esa mente, descubriendo sueños y frustraciones, y hasta los secretos más íntimos.
Y fue en estas charlas, precisamente, que Fernando logró acceder al último secreto; quizás el más útil para sus repugnantes fines. Melisa no era virgen; su reservado comportamiento obedecía a lo traumático de su primera experiencia. Su primera vez fue con un amiguito tan inexperto como bruto. Sin la preparación adecuada la había penetrado y cabalgado como un salvaje; eso la había dejado toda enervada y lastimada al punto de necesitar sutura. Por ese motivo no había intentado volver a repetir la experiencia.
Durante cada jornada se forjaba un vínculo cada vez mas fuerte; no pasó más de una semana en que profesor y alumna se entregaban a abrazos demasiado tiernos, al encontrarse y despedirse. Muchos signos eran evidentes para el sátiro; su joven discípula migraba, una y otra vez, entre el miedo y el deseo.
Finalmente, y comprendiendo que la situación no podía ser más extendida, simplemente la besó. Y pronto la pareja se encontró reclinada sobre el sofá intercambiando cálidos besos; casi por instinto, el corruptor sabía que esa primera vez no debía excederse, la mejor carne es la que se cocina en su propio jugo. Por eso solo se limitó a besos y caricias atrevidas que encendieron la excitación dormida de la pequeña; y sin más la despacho sabiendo que en su fuero interno ardía de deseo.
Tanta excitación no podía desperdiciarse, por lo que al amparo de la oscuridad se encaminó hacia casa de Silvia; la madura mujer recibiría el ardor provocado por su propia sobrina. Esas ideas locas rondaban por su cabeza cuando golpeó la puerta; la sonrisa deslumbrante y los grititos de alegría fueron la principesca bienvenida, lo que bastó para que él se abalanzara sobre ella como un hambriento. Sin recato alguno, exhibió su arma bárbaramente dilatada, provocando en la mujer deseos frenéticos.
Ella lo arrastró hacia su enorme cama, con la respiración agitada y el rostro encendido; la mujer ya anticipaba las delicias de sentirse ensartada y distendida por el enorme órgano genital. No sin dificultad se liberaron de sus vestimentas y se recostaron en lecho; Silvia estrujaba el enorme dardo y, dejando escapar un gemido ronco, bajó su cabeza hasta atrapar el rígido tronco con su complaciente boca.
Silvia devoraba concienzudamente el lascivo manjar; su mano masajeaba todo el tallo, mientras su boca no escatimaba lengüetazos y succiones. Manipuló el miembro con tanta maestría que, en escasos minutos, el hombre dio un profundo gemido y una rica corriente de leche estalló llenando la cavidad bucal y corriendo garganta abajo. Silvia se aferró con fuerza tragando vorazmente, sin embargo, no pudo evitar que un chorro escapara ante los empellones que el hombre hacía en movimiento de mete y saca.
Agitado por el placer recibido, obligó a la mujer a acostarse de espaldas; sin mediar palabra hundió su rostro en la húmeda grieta, y le obsequió un cosquilleo tan exquisito que la mujer no podía reprimir el estertor de su respiración, ni la copiosa traspiración que tanto la caracterizaba. En esta erótica postura su mantuvo hasta que la mujer rindió, por tercera vez, su cálido tributo; Fernando engulló los jugos que brotaban como manantial.
Fernando se alzó, su pene apenas reblandecido se erguía nuevamente erecto; tomó las piernas de la yacente Silvia levantándolas bien sobre sus pechos. Abierta como una flor, su vagina quedaba impúdicamente expuesta y a merced del miembro. El osado invasor apenas apoyó la punta; de un certero y único empujón sumió, en todo su largo y grosor, el rígido miembro hasta llegar a la misma matriz.
Silvia abrió desmesuradamente sus ojos y estalló en un agónico grito, que eran desmentidos por el violento fluir de jugos que abrasaba todo el miembro. Sin darle tiempo a reflexiones, accionó el pistón en la funda resbaladiza; en esa posición la mujer estaba indefensa a la tormenta sexual que la azotaba; sin poder resistirse de alguna manera solo se quejaba, jadeaba hambrienta de aire, transpiraba profusamente, sacudiendo su cabeza a uno y otro lado cuando un orgasmo la asaltaba.
Decir que Fernando eyaculó es una pobre descripción; literalmente estalló expulsando espesos borbotones contra la agradecida matriz. Y finalmente los amantes cayeron semi desmayados entre las húmedas sábanas. Otras tantas veces el rígido ariete horadó las partes sensibles de Silvia, dejándola confundida y rendida por tan desbordante pasión; a cada nuevo avance, la mujer respondía con lánguida fatiga, hasta llegar a un punto en que solo su vagina y su ano parecía estar vivos y activos.
La noche daba paso al amanecer cuando Fernando soltó a Silvia de su abrazo lujurioso; reflexionando sobre los hechos, tuvo que admitir, ya estaba todo dado para celebrar el rito pagano, en el altar de su vicio, con el sacrificio de la dulce Melisa.
(continuará)
5 comentarios - El corruptor
Haciendo memoria y recorriendo mi lista de libros leídos, de t
Me encantó como está relatado. Brava pluma la suya...!!!