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Relato Futanari XV

La gran búsqueda
Parte III


Para comprender este relato, es absolutamente necesario leer la Introducción y los relatos previamente publicados

La sensación en mi vagina me despertó, y cuando lo hice, no tenía ni idea de por cuánto tiempo había dormido, ni de donde estaba. Abrí los ojos, y rápidamente me acostumbre al ambiente, ya que una luz bastante tenue bañaba la habitación donde me encontraba. Repentinamente, todos los recuerdos de la orgía vivida junto a las catorce sacerdotisas invadieron mi mente, y llevada por el instinto, lleve mi mano directamente a mi clítoris, con la esperanza de conseguirme con mi soberbia polla, la cual había destrozado sin desfallecer aquellos catorce deliciosos anos.
Pero en lugar de una polla, me encontré con una cabeza.
– Buenos días, Isa – dijo Lucía, levantando la vista y mirándome fijamente a los ojos.
Me estaba devorando el coño, alternando jugosos lametones a mi vagina con traviesos mordisquitos a mi clítoris. Mi clítoris. No había rastro de la polla, y en su lugar, se encontraba mi antiguo y juguetón clítoris, grande para la media de las mujeres, pero ni la décima parte de la longitud que tenía mi cipote.
– ¿Qué sucede? ¿Dónde estoy? – Estas en mis aposentos, Isa. Has dormido casi dieciséis horas, por lo que pensé que ya era tiempo de que despertaras, y no se me ocurrió una mejor manera de hacerlo que esta – Y siguió en su labor de comerme el coño.
Lucía estaba desnuda, a cuatro patas, con el culo en pompa apuntando hacia la parte inferior de la cama. Su rubia cabellera estaba suelta, cubriendo parte de mis muslos, lo que le confería un aire juvenil pese a superar fácilmente las cuatro décadas de edad. Con sus manos tenía abrazados mis muslos, y por su actitud, deduje que se estaba dando un banquete con mi coño.
Despreocupadamente me dejé hacer, recostándome cómodamente en la cama. Por mi privilegiada posición, pude detallar la estancia en la que me encontraba.
La cama estaba cubierta con una gran cantidad de sábanas rojas y blancas, todas de seda, con una suavidad exquisita. Era una estancia muy amplia, y la luz entraba por unos amplios ventanales que se encontraban a su vez cubiertos con cortinas de seda amarilla.
Toda la habitación estaba profusamente adornada, en un estilo claramente barroco. El techo, en forma de cúpula, era muy alto, y no había ni un centímetro que no estuviera detalladamente trabajado. Los muebles, incluyendo la cama, eran de aspecto muy antiguo, y las paredes estaban forradas de tapices con motivos renacentistas.
Por otra parte, la comida de coño que me estaba regalando Lucía, comenzaba a hacer efecto, y mis erectos pezones indicaban que mi excitación estaba llegando a su clímax.
– ¡Uuuuffff! – exclamé mientras estiraba mi cuerpo y apretaba las sábanas con mis manos.
Lucía captó al momento y se esforzó aún más, lo que hizo que me corriera en su boca, deleitándola con mis jugos vaginales, los cuales devoró con ansias.
– Tus jugos son deliciosos, Isa. Podría estar toda la vida comiéndote el coño.
La actitud de Lucía era bastante extraña, demasiado amigable conmigo, tomando en cuenta todo lo acaecido el día anterior. Había algo más. Pero intentaría descubrirlo más tarde. Ahora, sólo quedaba disfrutar de una buena sesión de sexo matinal.
Cuando mi orgasmo remitió, Lucía se incorporó, para luego acostarse a mi lado y abrazarme. Nuestros pechos se juntaban, y nuestros pezones jugueteaban alegremente.
– Mi verga, ¿qué le ha pasado? – pregunté, extrañando mi soberbio apéndice. – Ha regresado al lugar de donde vino. Aún no estas lista para tamaña responsabilidad. Lo estarás, pero todavía no – respondió enigmática. – ¿Pero todo fue un sueño o fue real? – Tan real como lo quieras creer.
No desdeñaba para nada mi clítoris, que tanto placer me había dado, pero ansiaba el día en que mi crecimiento como futanari llegara a su cénit, y pudiese ostentar una soberbia verga como la que había tenido por apenas unas horas. Lleve mi mano a mi clítoris, para congraciarme un poco con él, y en el camino me encontré con la suave verga de Lucía, apenas a centímetros de mi coño. Delicadamente, la tomé entre mis dedos, y sin soltar el cálido abrazo, la guié hacia la entrada de mi vagina.
– Dime Lucía, ¿dónde estamos? – volví a preguntar, mientras empujaba un poco mi pubis, haciendo que el glande de Lucía iniciara la penetración. – Esta es mi casa – respondió insertando un poco más su polla en mí – Un departamento dentro de uno de los tantos edificios del Vaticano. Si te asomas por esta ventana, podrás ver la Plaza de San Pedro en todo su esplendor. – ¿El Vaticano?¿Pero no es un lugar santo? – pregunté extrañada, ya que las orgías entre mujeres con vergas no cuadraba dentro de mis parámetros de “religioso”. – Así es. Pero esta morada nos fue concedida hace mucho tiempo por el Papa, con la condición de que las Futanari nunca salieran a la luz pública. Al menos, no de manera oficial. – Entonces ¿esta es tu casa? – pregunté, moviendo mi cadera suavemente para disfrutar más de su cipote, insertado ya hasta el fondo de mi coño. – Sí y no. Es la casa de la suprema líder de la orden Magna Penis, cargo que yo ostento en este momento. Pero que desde tiempos memoriales ha estado esperando por tí.
“¿Yo? ¿Líder de una secta secreta?”, me pregunté. Nunca se me había ocurrido que mis dotes sexuales pudieran servir para algo más que para proporcionarme placer. Lucía me sacó de mis cavilaciones cuando se incorporó y, abriendo mis piernas, se colocó entre ellas en posición de misionero, sin retirar nunca su verga de mi húmeda cueva.
– ¿A qué te refieres? – indagué mientras tomaba mis piernas por detrás de las rodillas para que Lucía me penetrara con más facilidad. – Está escrito, en las sagradas profecías Futanari, que llegaría el día en que el “Asinum Insatiabilis”, llegaría ante nosotras para guiarnos en el camino hacia la libertad - me explicó mientras arreciaba la penetración vaginal. – ¿El “asinum insatiabilis”? ¿Qué es eso? – El “Culo Insaciable”, y nunca había visto yo un culo más insaciable que el tuyo, que se tragara tantas vergas sin chistar – exclamó, con una risita, mientras me metía un dedito en el culito.
Eso hizo que me sonrojara, pero al fin y al cabo, tenía razón. – De hecho Isa, tu picazón rectal tiene un motivo de ser, más allá de ser un problema meramente médico – me explicó en medio del mete y saca – Fisiológicamente, ha llegado el momento en que tu culo necesita ser inseminado por el néctar sagrado. – ¿A qué te refieres? – inquirí elevando mis caderas un poco para profundizar la penetración. – Solamente se cumplirán las profecías cuando el “Asinum Insatiabilis” se junte con el “Duabus Vir Penises” –¿El qué? – tanto latín ya me estaba empezando a hacer doler la cabeza, aunque la rica penetración por el coño compensaba un poco. – El “Duabus Vir Penises”, el “Hombre de los dos penes”.
¡Vaya! El viajecito se estaba complicando más de lo que pensé en un principio.
– ¿Un hombre con dos penes? ¿Y eso existe? – la interrogué. – ¿Y qué creías tu que era un hombre funtanari? – me explicó incrementando sus embestidas en mi coño mientras yo movía sin para mi dedo en mi clítoris.
Nada más pensar que existiera un hombre con dos penes hizo que me corriera allí mismo. Lucía, gentilmente, hizo lo mismo, y a los pocos segundos sentía sus calientes lechazos derramándose en mi interior.
– ¿Y dónde está ese prodigio de la naturaleza? – le pregunté, mientras extraía su verga chorreante de mi coño para lamerla un poco y quitarle la lefa que tenía adherida. – Aquí mismo, Isa, en la sede de la Magna Penis. – ¿Y qué estamos esperando para que me lleves con él? – Mi culo lo pedía a gritos. – ¡Jajajaja! Cálmate Isa, primero tenías que pasar por la iniciación. No puedo andar contándole los secretos de nuestra orden a cualquiera. Ya eres parte de nosotras, y una parte muy importante – me dijo mientras me tomaba la cabeza con ambas manos para que le siguiera mamando el cipote.
Estuve un rato más mamándole la verga, hasta que se corrió directamente en mi garganta, lo que agradecí no dejando escapar ni una sola gota de su rico jugo.
– ¿Y cuál es el próximo paso, Lucía? – le dije mientras me sacaba su polla de mi boca y recogía con un dedito una gotita rebelde de leche que intentaba escaparse por la comisura de mis labios. – Ya estas iniciada, eres miembro oficial de la “Magna Penis”. Pero de allí a que el “Hombre de los dos penes” te rompa el culo, todavía hay un largo trecho. Es necesario un paso más. – ¿Y cuál será? – pregunté mientras jugueteaba con un dedito en mi culo. – Las vergas del “Duabus Vir Penises”, o “Doblepolla”, como coloquialmente lo llamamos, no son vergas cualesquiera. Tu culo necesita ser acondicionado lo suficiente para que puedas recibirlas de la mejor manera posible.
Nada más esas palabras (y claro está, el dedito también) hicieron que mi culo comenzara a abrirse y cerrarse instintivamente, señal más que conocida de que ansiaba sentir esas vergas en lo más profundo de mi ser.
– Me imagino cual es el tratamiento, Lucía – le dije relamiéndome. – ¡Jajajajaja! – rió de buena gana - ¡Eres demasiado puta, Isa! Ya me habían contado de tus andanzas, las cuales quedaron más que comprobadas en la orgía de iniciación, pero esto es demasiado. – ¡Cállate y encúlame! – le espeté alegremente mientras me colocaba en cuatro patas en su soberbia cama y me abría los cachetes del culo con mis manos. – Sí, futura jefa – me respondió bromeando, al tiempo que su glande comenzaba a abrirse camino en mi túnel trasero.
Estuvimos un rato más jugueteando, mientras yo fantaseaba con sentir las vergas del “Doblepolla” en mi culo. Definitivamente, este viaje iba a ser el viaje de mi vida (y el de mi culo).
Luego de la deliciosa sesión amorosa con Lucía, nos dimos un baño (juntas, claro está), y me ordenó que me vistiera, porque me iba a llevar de visita por todo el Vaticano.
Además de ser una experta amante, Lucía era una mujer muy culta. Y por si fuera poco, su alto rango dentro de la red de Museos Vaticanos nos permitía acceso a obras y colecciones fuera del alcance de los turistas regulares.
Así, visitamos una gran cantidad de recintos artísticos y religiosos, como la Capilla Sixtina, los Museos Pío-Clementino y Chiaramonti; los Museos Gregorianos Etrusco, Egipcio y Profano (donde tienen desde esculturas antiguas de mujeres futanari hasta la única momia que se conserva de una futanari egipcia); la Pinacoteca Vaticana y finalmente, los Aposentos Borgia. Este último me llamo especialmente la atención, ya que si bien soy bastante profana en cuanto a conocimientos históricos, siempre he admirado la figura de Lucrecia Borgia, la puta más grande de la historia y mi ídolo personal.
Al caer la tarde, nos dirigimos a un café, ubicado en una preciosa terraza rodeada de obras de arte arquitectónicas por doquier. Allí, nos sentamos tranquilamente a conversar, como dos amigas que se conocen de toda la vida. Estuvimos hablando trivialidades durante un tiempo, y Lucía se mostró muy interesada cuando comencé a contarle mis aventuras amorosas.
– ¡Vaya Isa! No puede negarse que tu culo tiene un kilometraje de envidia. – ¡Jajaja! No me hagas sonrojar, Lucía. – Muero de ganas por conocer en persona a tu madre y a la negra Futambo, para pegarme un buen revolcón con ellas. – Te encantaría, te dejarían el culo escocido por días.
Reímos las dos de buena gana y seguimos charlando un rato más. Eventualmente, la conversación se dirigió a derroteros más serios, como lo era el entrenamiento al que tenía que ser sometido mi culo para poder recibir sin problemas a Doblepolla.
– Y cuéntame, Lucía, ¿en qué consiste ese entrenamiento tan especial del que no me has hablado? – le pregunté. – Bien Isa, es tiempo de que lo vayas sabiendo. Este entrenamiento es una mera formalidad, no creo que tu estirado ano tenga problemas en recibir los dos pollones, pero es mejor estar bien prevenidos. Además, si te conozco bien, disfrutarás del entrenamiento a más no poder. – Estas haciendo que se me moje el chocho. Termina de contarme. – A partir de mañana, y durante siete noches, serás visitada por dos de las sacerdotisas de la Magna Penis. Ya las conoces bien, así que no creo que haya problemas con eso. Cada noche, tu culo será doblemente penetrado por ambas sacerdotisas por aproximadamente cuatro horas, desde las 8:00 hasta las 12:00. Luego podrás descansar hasta el día siguiente.
A estas alturas de la conversación, mi coño ya estaba chorreando bastante, y el picor de mi culo comenzaba a ganar fuerza de nuevo. Disimuladamente, dirigí mi mano por debajo del borde de mi falda hacia mi chocho, y comencé delicadamente a hacerme un rico dedito.
– ¿Yyyy… queeee... mássss??? – le pregunté, mientras cerraba los ojos e intensificaba mi masturbación en público. – ¡Jajajaja! ¡Isa, estás demasiado salida! ¡Parece que no hubieras tenido sexo en meses! - exclamó – Eso durante la noche. Durante el día, y tanto para mantener la dilatación de la noche anterior como para prepararte para la próxima, llevaras esto en tu culo.
Abriendo su bolso, sacó un gordísimo plug anal. Pero no era un plug anal cualquiera, de los que se consiguen en las Sex Shop del barrio. Su diámetro en la base alcanzaba fácilmente los 15 centímetros, que era también lo que medía de largo. Era más bien como un tapón. Lo más curioso era que no estaba realizado en látex o goma, como es lo normal en este tipo de artilugios. Estaba fabricado en una fina porcelana blanca, profusamente adornado con guirnaldas de flores azules. Era una pequeña obra de arte en sí mismo.
Nada más su visión y el pensar que ocuparía mi culo me hicieron acabar allí mismo. No pude reprimir todos mis gemidos, por lo que imagino que algunas personas que estaban en el café se habrán dado cuenta de mi orgasmo. Pero esta situación hacía tiempo que había dejado de preocuparme, y tan vouyerista como era, me daba más morbo aún.
Cuando hube recobrado lo poco que me quedaba de compostura, tomé el plug en mis manos y lo detallé.
– Es hermoso, Lucía. – Así es, Isa – me respondió con cierto orgullo en su voz.
Viéndolo de cerca, se notaba que no era nuevo. Estaba bastante gastado, y pequeñas grietas marrones lo surcaban. En algunos puntos, hasta habían desaparecido las flores dibujadas.
– Es bastante antiguo, ¿no es así? – le pregunté a Lucía mientras lo tocaba con la puntita de la lengua. – Sí, lo es. Tiene más de trescientos años, y ha estado alojado en más culos de los que crees. Es el plug sagrado de la Orden, y pertenece a la sacerdotisa de más alto rango. Ha sido portado por todas las grandes líderes de nuestra orden. Si lo lames, estarás lamiendo los culos de nuestras más importantes dirigentes. – ¡Vaya que si es importante! – exclamé impresionada, lamiéndolo a su vez en toda su extensión. – Y ahora, es tiempo de que penetre tu culo.
Tan magno discurso hacía parecer que lo que tenía entre mis manos era un instrumento mágico, más que un simple tapón anal.
– Deberás llevarlo durante todo el día, y sólo quitártelo para que las vergas de las dos sacerdotisas lo remplacen dentro de tu recto. –¡Y yo encantada! – respondí con sinceridad.
Añoraba los buenos tiempos cuando no salía de casa sin mi simpático plug anal rosado, al que había apodado cariñosamente “Tito”. Hay mujeres que no pueden andar sin su teléfono móvil o su maquillaje. Yo simplemente no podía andar sin Tito. Pero había sido sacrificado por una buena causa, mamá todavía debe estar gozando de la “Anaconda”.
Volviendo al presente, reparé en que mi culo ya empezaba a “boquear”. Me lo estaba pidiendo, y yo tenía que complacerlo.
– ¿Y cuando empiezo? – Cuando tú quieras. Si quieres empezar ya, por mí no hay problema.
Apenas escuché la aprobación de mi “mentora”, tomé el plug anal y corrí rauda y veloz hasta el baño para endiñármelo. Ingresé en un reservado, y luego de un par de intentos fallidos y de correrme un par de veces en el proceso, salí oronda y orgullosa, caminando con las piernas más abiertas de lo normal, con mi culo bien relleno.
– ¡Jajajaja! – rió Lucía cuando me vio caminar con paso vacilante.
Me senté en la silla, y el plug se introdujo por completo, lo que me hizo acabar una vez más.
– ¡Uuuuuuufffff! – exclamé. – ¡Camarero! ¡La cuenta, si es tan amable! –Llamó Lucía – Es mejor que nos vayamos, Isa, tu calentura te está traicionando.
Regresamos a sus aposentos, y ni que decir que esa noche gozamos como dos amantes de toda la vida, con el plug anal en mi culo y la verga de Lucía en mi coño. Pero esto era solamente el preámbulo de lo que vendría luego.
Nos despertamos abrazadas, con el plug anal todavía en mi culo y mi coño chorreándo la leche que Lucía había inyectado en mi interior. Aproximadamente a las 10 de la mañana, llamaron a la puerta, e ingresó una de las sacerdotisas (la preciosa pelirroja pecosa) con una bandeja con el desayuno. Acto seguido, se retiró sin mediar palabra.
Desayunamos desnudas en la cama, ocasión que aproveché para seguir indagando un poco más en los secretos de las Futanari.
– Hoy es el día, Lucía. Ansío que llegue ya la noche y que comience el entrenamiento – le dije mientras saboreaba un delicioso croissant con mermelada de moras. Las futanari no necesitamos más que la propia leche futanari para alimentarnos, pero eso no quiere decir que no apreciemos una buena comida. – Así es, Isa. Prepárate para disfrutarlo. – Hay algo más que me intriga muchísimo, Lucía. – ¿Y qué será? - respondió, aunque intuí que ya sabía de lo que iba a hablarle. – Es acerca de mi verga. Y de la verga de las sacerdotisas. Sé que dices que aún no estoy lista para esa responsabilidad, pero no he podido dejar de pensar en ella. Sobre todo porque dices que “ha regresado al lugar de donde vino”. ¿De dónde vino? ¿Y por qué se fue? ¿Y adonde fueron las vergas de las sacerdotisas el día de la segunda orgía? – ¡Jajajajaja! – rió de buena gana – Eres demasiado curiosa, Isa, pero ya que eres una parte tan importante de nosotras, creo que es inútil que siga ocultándotelo.
Tantos secretos estaban empezando a asustarme un poco, pero mientras más supiera de mi herencia genética y de mi género, mejor futanari podría ser.
– Las vergas futanari, como bien sabes, son completamente diferentes a las vergas de los hombres – comenzó a explicarme, con una seriedad incólume – Lo que nosotras llamamos “vergas” no es más que un crecimiento exacerbado del clítoris, llegando a alcanzar las proporciones de una verga masculina. Incluso, al adoptar tal tamaño, comienzan a producir semen como si de un pene se tratara. Durante años, los sexólogos han especulado con que el clítoris femenino es un pene atrofiado. Con las futanari, esto está más que comprobado. – Ok, todo eso ya lo sé, pero no explica nada. – ¡Silencio! – exclamó con inusitada violencia, que al instante desapareció de su rostro – Perdona Isa, pero no me interrumpas. – Disculpa. – En las mujeres futanari, a diferencia de los hombres, la verga comienza a desarrollarse una vez que alcanzan la mayoría de edad, a los dieciocho años aproximadamente. A partir de allí, el clítoris empieza a crecer a pasos agigantados, alcanzando su máximo esplendor al pasar de la treintena de edad. – Si pero las sacerdotisas apenas pasan de la veintena – la interrumpí de nuevo inconscientemente. – Eso es cierto, pero he aquí donde entran las virtudes de la Magna Penis. Existe una forma que podríamos llamar “artificial” para hacer crecer y decrecer el clítoris a voluntad. ¿Has escuchado hablar alguna vez de los Maestros Yogui de la India o de los Monjes Shaolin del Tibet? – Creo que si, tal vez en algún programa de Discovery Channel. – Muy bien. Estas personas consiguen, mediante un entrenamiento exhaustivo durante largos años, controlar a la perfección cada milímetro cuadrado de su cuerpo. Ellos pueden evitar sentir un dolor agudo y realizar proezas físicas virtualmente sobrehumanas. En el caso de nuestras catorce sacerdotisas, ellas han sido entrenadas para que, a través de su mente, controlen su cuerpo, específicamente su clítoris. Mediante largas sesiones de meditación, alcanzan el “nirvana” y logran redirigir la energía corporal y el flujo de sangre directamente hacia su clítoris, haciéndolo crecer hasta el tamaño que has visto y sentido. Igualmente, pero de manera inversa, logran que su clítoris regrese a un tamaño reducido. En pocas palabras, pueden hacer crecer su polla a voluntad, solamente mediante el poder de la mente – dicho esto guardó silencio, esperando a mi reacción. – Caramba Lucía, me estas dejando perpleja con todo esto. No sabía que esto era posible. Espera a que se lo cuente a mi madre y mis hermanas. – Pero recuerda, estas sacerdotisas son especiales, han sido entrenadas para tal fin. Lo que ellas hacen, no lo puede hacer cualquier futanari. – ¿Pero y mi verga? ¿Cómo hice para que creciera? Yo no tengo ningún entrenamiento ni nada parecido. – Es por eso que eres especial, Isa. Solamente el “Asinum Insatiabilis”, nuestra “elegida”, es capaz de realizar tal hazaña. Tú hiciste de manera inconsciente, y de un día para otro, lo que a nuestras sacerdotisas les ha llevado años perfeccionar. Y de hecho, tú lo hiciste mejor que todas ellas juntas. Mantuviste el flujo de sangre y de energía durante las catorce penetraciones, una hazaña que ninguna lograría hacer. – ¿Quiere decir que soy anormal? – Para nada, más bien eres extraordinaria. Simplemente con tu excitación sexual alcanzaste el nirvana. No necesitaste de meditación ni de concentración previa. Creemos que la excitación causada por la penetración de las catorce vergas hizo que en tu mente se abriera una puerta, que te llevará al control absoluto de tu verga.
Durante un rato guardamos silencio. Yo intentaba comprender todo lo que Lucía me había revelado. ¿Sería verdad? ¿Era yo la elegida Futanari? Siempre me había llamado la atención que mi apetito sexual era anormalmente insaciable, pero de allí a ser un “ente superior” había un trecho muy largo. Pero yo había visto mi verga, la había sentido y la había disfrutado durante todo el tiempo que había durado la orgía culera. Ahora empezaba a comprender todo, y si era verdad lo que decía Lucía, tenía que abrir mi mente… y mi culo.
Transcurrió el día marcado con total tranquilidad, quizá hasta con un poco de aburrimiento. No pude salir de los aposentos de Lucía durante todo el día, así que me conformé con ver un poco de televisión. Desnuda, claro está, entre sábanas de seda y jugueteando con el plug anal que tenía insertado. Nadie diría que cientos de años de historia se alojaban en mi travieso culito. Cada cierto tiempo alcanzaba un pequeño y rico orgasmo, pero más por la excitación de lo que estaba por venir que por mi abierto culo.
A las horas marcadas, cual relojes alemanes, una de las sacerdotisas me llevaba la comida. Parecían ausentes, cuasi robóticas, y en ningún momento me dirigieron la palabra ni cruzaron mi mirada.
A las 9 de la noche, entró Lucía, a la que no había visto en todo el día, con una taza de té sobre una bandeja.
– Buenas noches Isa – exclamó con un dejo de alegría contenida, que era más que evidente. – Buenas noches Lucía – le respondí con una sonrisa. – Ha llegado el momento. Este es un té de hierbas aromáticas, que te ayudará a relajarte. Luego de que termines, en cualquier momento vendrá la primera pareja de sacerdotisas.
No había terminado de hablar cuando ya me llevaba a mis labios la taza de té. Estaba tan ansiosa de sentir dos vergas en mi culo que no me importó la alta temperatura del brebaje.
– Jajajajaja!!! Estas ansiosa, muchacha – Y tomando la taza vacía, se retiró.
Mientras se retiraba, noté un gesto extraño en la cara de Lucía. Me pareció como de profunda amargura, disfrazado por una alegría que noté fingida. Tal vez tanta emoción me estaba empezando a pasar factura, y deseché cualquier pensamiento que no fuera el de excitación sexual. Me recosté en la cama, y poco a poco me fui sumiendo en un extraño sopor.
No sé si llegué a quedarme dormida, y si lo hice, no sé cuánto tiempo dormí. Pero el caso es que al volver en mí, ya estaban las dos primeras sacerdotisas en mi habitación.
Eran hermosas, ambas de piel extremadamente clara, una de ellas con el pelo negro azabache. Iban completamente desnudas, a excepción de unos altísimos zapatos de tacón negros y de una cadena dorada en el cuello, de la que colgaba un dije en forma de pene, el emblema de la orden Magna Penis. El pelo lo llevaban sujeto en una alta cola de caballo. Sus grandes vergas de 20 cm. aproximadamente, se encontraban totalmente erectas, desafiando la gravedad. Debajo de las vegas, se notaban sus coñitos sonrosados, que ya empezaban a rezumar jugos.
Sin mediar palabra, se acostaron conmigo en la cama, y de inmediato comenzó su quehacer erótico. Me dejé hace completamente, al tiempo que sentía como dos lenguas y dos pares de manos recorrían todo mi cuerpo, proporcionándome más placer del que creía resistir. Definitivamente habían sido muy bien entrenadas en las artes amatorias.
Perdí la noción del tiempo, llevada por el placer, y volví a la realidad cuando, en un diestro movimiento, mi plug anal fue removido, dejando entrar una corriente de aire frío en mi interior. Pero el frío no duró mucho tiempo, ya que mi cavidad anal pronto se vio rellena de sabrosa carne caliente.
Pronto me encontré recostada de espaldas, en medio de las dos sacerdotisas, cada una elevaba una de mis piernas en alto, y así, cada una a cada lado mío, penetraron mi entrenado esfínter con sus deliciosas vergas, ambas al mismo tiempo.
Estaba en el paraíso. Mi culo era invadido por las deliciosas vergas de dos diosas del sexo. Los orgasmos se producían uno tras otro, encadenándose sin cesar. Mi culo, abierto a más no poder, y mi chocho, derramando jugos como un manantial.
Luego de varias horas, en las que variamos por infinidad de posiciones (pero siempre con las dos vergas en mi culo), el bombeo intenso del que era presa me llevó a un extremo de placer en el que finalmente caí inconsciente.
Me desperté con los primeros rayos del sol. Estaba desnuda, por supuesto, y las sábanas desordenadas por todo el cuarto. Mi culo se encontraba taponado por el plug de porcelana. Me escocía un poco, así que decidí retirarlo para palpar mis intimidades traseras y hacer un balance del estado de mi culo. No preví que al retirarlo, un río de semen se derramó desde el interior más profundo de mis intestinos. Las sacerdotisas habían tenido la amabilidad de llenarme el culo con rica leche para luego taponármelo y evitar que se saliera. Y yo, por desconocimiento, estaba desaprovechando tan rico manjar.
Pero ya el mal estaba hecho, así que vacié por completo mi cavidad rectal de semen, el cual cayó por completo en la cama, para luego intentar degustar lo más que pude de este maravilloso néctar.
En estos menesteres, a cuatro patas lamiendo el semen del colchón, me consiguió Lucía cuando, sin avisar, entro a la habitación.
– Veo que te has servido tu propio desayuno – comentó con sorna. – Sluuuurrrrrrp!!! Hola Lucía!! – exclamé con alegría mientras corría un hilillo de semen por mi barbilla. – Sabes que no soy de las que desperdician una rica lechada. – Jajajajaja!! Lo sé Lucía, cada día siento que te conozco mejor. Pero cuéntame, ¿qué te pareció la experiencia de anoche? – preguntó. – Exquisita – respondí relamiéndome. – Déjame ver tu ano, a ver cómo te lo dejaron las chicas.
Sin ningún pudor, me di la vuelta, colocándome en cuatro patas con el culo en pompa, y recostando mi cara de la cama abrí los cachetes de mis nalgas con mis manos, para ofrecerle una impúdica panorámica de mi esfínter a Lucía.
– Quitando algo de escozor, estoy de maravilla, Lucía.
Lucía acercó su cara a mi ano, y sacando su deliciosa lengua, comenzó a lamerlo en todo su diámetro (el cual era bastante amplio, al encontrarse aún dilatado).
– Y esooooo ayudaaaaa a quitarme el escozooooor – exclamé con los ojos cerrados al sentir los intrépidos movimientos de la lengua de Lucía en mi interior.
Incrustando su cara entre mis nalgas, Lucía comenzó a penetrarme con su lengua, haciéndome alcanzar de esta manera el primer orgasmo del día. Lamía todo mi interior, y en un momento dado, comenzó a penetrarme con su mano, primero dos dedos, luego tres, y así hasta que todo el puño se alojó en mi interior trasero. Sintiendo su puño bombear en mis intestinos, alcancé una nueva cadena de orgasmos, que me llevaron otra vez a la inconsciencia.
Cuando desperté, Lucía no estaba y en la pequeña mesa que estaba al lado de la cama se encontraba una bandeja con mi desayuno. Comí cuanto pude, y volví a acostarme para ahora sumirme en un profundo sueño reparador.
Desperté pasada la tarde, estuve retozando un poco entre las sábanas, ahora llenas de semen reseco, y puntualmente, entró Lucía con una nueva taza de té.
– El té de las 9, Isa – dijo guiñándome un ojo. – Empiezo a creer que no es sólo té, supongo que contiene algún afrodisíaco, ¿o me equivoco?. – El mejor afrodisíaco está en la mente, Isa. Lo demás, son sólo catalizadores para dejar salir tu lado más sexual – dijo cerrando la puerta de la habitación.
Tomé el té diligentemente, y al poco rato entró la nueva pareja de sacerdotisas. Esta vez, era la de pelo castaño acompañada por la tatuada. Iban desnudas igual que las sacerdotisas de la noche anterior, sólo con unos zapatos de tacón alto y la cadena dorada de la orden. Sus vergas, imponentes y desafiantes, apuntaban hacia mí, delatando su intención de penetrarme con premura.
En líneas generales, la noche transcurrió de manera similar a la anterior, con mi hambriento ano siendo invadido permanentemente por ambos cipotes, sin dar un segundo de descanso. Las oleadas de placer iban y venían, y en repetidas ocasiones caí inconsciente, para ser despertada por los envites proporcionados a mi culo.
Y así transcurrió la semana. El tercer día me visitaron las dos sacerdotisas pelirrojas, el cuarto las dos rubias, el quinto la asiática y la africana, el sexto la india y la latina y el séptimo, para cerrar con broche de oro, las gemelas morenas.
En la mañana de lo que debía ser el día final de mi entrenamiento anal, Lucia entró a mi habitación, escoltada por las catorce sacerdotisas. Estaban deslumbrantes, no iban desnudas, sino que estaban ataviadas con delicadas y excitantes prendas de lencería. Todas llevaban medias y ligueros, diminutos tangas que apenas alcanzaban a cubrir sus hermosas vulvas, completamente depiladas y sin ningún rastro de las vergas que me habían estado sodomizando durante toda la semana, corsés de encaje que realzaban sus turgentes pechos y altísimos zapatos de tacón, a juego con los colores de sus atuendos: rojos, negros y blancos. Sus melenas sueltas caían por su espalda, incluso algunas hasta llegar a sus hermosas nalgas. Era como un desfile de Victoria’s Secret en mi habitación. Mi chocho se hacía agua nada más de verlas.
– Buenos días Isa - me saludó Lucía, con más solemnidad de la acostumbrada – Veo que has resistido estoicamente esta semana, y que tu ano ha soportado sin ningún problema las catorce vergas ungidas de nuestras sacerdotisas. – Así es, aparte de un poquito de irritación superficial, mi ano estás como siempre: listo para la guerra – comenté mientras, inconscientemente, jugueteaba con un par de deditos dentro de mi esfínter. – Excelente. Pero hoy, como última día antes de tu gran ritual, dejarás descansar tu ano, al menos de vergas – dijo al tiempo que, haciendo una seña, indicaba a las sacerdotisas que se acercaran a mí.
De esta manera, con catorce de los mejores ejemplares femeninos que había visto en toda mi vida, se desató una deliciosa orgía lésbica en el que las lenguas y los dedos sustituyeron a las vergas.
Catorce bocas me lamían todo el cuerpo, deteniéndose con especial esmero en mi chocho y mi culo. Sentía como las traviesas lengüitas pugnaban por penetrarme el ano, su delicioso cosquilleo me hacía acabar una y otra vez. Mis manos no sabían qué agarrar, dónde posarse: con una agarraba una teta y pellizcaba un pezón, mientras introducía un par de deditos en el ano que más cerca tenía, luego la de la teta pasaba a un clítoris que retorcía con rabia mientras con la otra propinaba una sonora nalgada a la dueña del ano.
Mis tetas eran permanentemente succionadas, en ningún momento ninguno de mis dos pezones se sintió huérfano de boca, siempre alguna estaba mamando como si pudiera alimentarse realmente de ellas. Un desfile de deliciosos chochitos pasaban por mi boca, pudiendo catar todos los jugos vaginales y encontrando así deliciosas diferencias en sus sabores: unos eran dulces como la miel, otros salados como agua del mar y otros ácidos, como néctar de cítricas frutas. Pero todos deliciosos, un cóctel de jugos que desafiaba a los paladares más exigentes.
Una multitud de dedos entraban y salían de mi culo y de mi chocho, al tiempo que una golosa boca succionaba mi clítoris como si quisiera agrandármelo a punta de succión. Igualmente, yo no me quedaba atrás, y entre chocho y chocho que mamaba, no perdía la oportunidad de meter mi lengua en algún ano o de morder con delicadeza algún pequeño clítoris.
El éxtasis de la jornada llegó cuando, estando abierta completamente de piernas, cada una de las sacerdotisas fueron uniendo sus chochos al mío, entrelazando sus piernas con las mías en un delicioso beso vaginal, donde cuatro carnosos labios se fundían en un erótico ósculo que no terminaba sino hasta que ambas alcanzábamos el orgasmo.
Al terminar la orgía lésbica, Lucía se dirigió a mí.
– Ahora descansa Isa, ya es de noche y mañana te espera el día más importante de tu vida.
Su voz tenía algo en el tono que me hipnotizaba, y apenas terminó de hablar, sentí que me sumía en un profundo sueño…



Continuara...

12 comentarios - Relato Futanari XV

Refkan
Ojala alguna vez lo continúes. La verdad me gusta mucho como va. :3
Diego-44 +1
Están buenísimos todos debes continuarlo
Refkan
Ojalá continue. Hace mucho lo espero. DX
hellokitty1990
Piensas continuar esta obra de arte? Por facor nesesito saber que pasa con isa!!
Greg1245
Que pasa con la trama continúa la por favor😁
juanon87
Tíooooo!!!
Sigueloooooo!!!
AlucardPTD
continua amigo, me gusto el relato
Kevsex21
Debes seguir esta historia, en serio