El rapto de la bella durmiente
escrito por Anne Rice bajo el seudonimo de A.N Roquelaure
Para leerla tenéis que dejar de lado todas vuestras ideas preconcebidas sobre el sexo, la sexualidad y el sexo consensual. Y tener muy claro que esto no es la historia de ninguna mujer real, si no que es el relato ficticio de la Bella Durmiente y del príncipe que la despertó, al menos al principio, porque después se convierte en una historia de BDSM, acrónimo formado por las iniciales de algunas prácticas sexuales (B: bondage – 😨 disciplina y dominación – S: sumisión y sadismo – M: masoquismo).
no es un relato erótico del clásico cuento de hadas, creo que la relación de cuento de hadas parece sólo la forma que ha tenido Anne Rice para poner su fantasía en un entorno que nos resultara familiar. Tiene un buen comienzo, es una buena idea, pero pierde un poquito el norte y se convierte en una inesperada historia de depravación y dolor. En todos los capítulos hay relaciones sexuales y algunas involucran a más de dos personas. Nos encontraremos a hombres que dominan a mujeres, a mujeres que dominan a hombres, a mujeres que dominan mujeres y hombres siendo dominados por hombres.
Aqui les dejo un extractro de el libro
"...Abrió las contraventanas cerradas. La luz del sol resplandeció sobre ella. El príncipe se acercó un poco más y soltó un ahogado suspiro al tocar la mejilla, los labios entreabiertos y los dientes y, después, los delicados párpados.
El rostro le pareció perfecto; y la túnica bordada, que se le había pegado al cuerpo y marcaba el pliegue entre sus piernas, permitía adivinar la forma de su sexo.
Desenvainó la espada con la que había cortado todas las enredaderas que cubrían los muros y, deslizando cuidadosamente la hoja entre sus pechos, rasgó con facilidad el viejo tejido del vestido que quedó abierto hasta el borde inferior. Él separó las dos mitades y la observó. Los pezones eran del mismo color rosáceo que sus labios, y el vello púbico era castaño y más rizado que la larga melena lisa que le cubría los brazos hasta llegar casi a las caderas por ambos costados.
Separó de un tajo las mangas y alzó con suma delicadeza el cuerpo de la joven para liberarlo de todas las ropas. El peso de la cabellera pareció tirar de la cabeza de ésta, que quedó apoyada en los brazos de él al tiempo que la boca se abría un poco más.
El príncipe dejó a un lado la espada. Se quitó la pesada armadura y a continuación volvió a alzar a la princesa sosteniéndola con el brazo izquierdo por debajo de los hombros y la mano derecha entre las piernas, el pulgar en lo alto del pubis.
Ella no profirió ningún sonido; pero si fuera posible gemir en silencio, la princesa gimió con la actitud de su cuerpo. Su cabeza cayó hacia él, quien sintió la caliente humedad del pubis contra su mano derecha. Al volver a tenderla, le apresó ambos pechos y los chupó suavemente, primero uno y luego el otro.
Eran éstos unos pechos llenos y firmes, pues la joven tenía quince años cuando la maldición se apoderó de ella. Él le mordisqueó los pezones, al tiempo que le meneaba los senos casi con brusquedad, como si quisiera sopesarlos; luego se deleitó palmeteándolos ligeramente hacia delante y atrás.
Al entrar en la estancia el deseo le había invadido con fuerza, casi dolorosamente, y ahora le incitaba de forma casi cruel.
Se subió sobre ella y le separó las piernas, mientras pellizcaba suave y profundamente la blanca carne interior de los muslos. Estrechó el pecho derecho en su mano izquierda e introdujo su miembro sosteniendo a la princesa erguida para poder llevar aquella boca hasta la suya y, mientras se abría paso a través de su inocencia, le separó la boca con la lengua y le pellizcó con fuerza el pecho. Le chupó los labios, le extrajo la vida y la introdujo en él. Cuando el príncipe sintió que su simiente explotaba dentro del otro cuerpo, la joven gritó.
Luego sus ojos azules se abrieron.
—¡Bella! —le susurró.
Ella cerró los ojos, con las cejas doradas ligeramente fruncidas en un leve mohín mientras el sol centelleaba sobre su amplia frente blanca. Le levantó la barbilla, besó su garganta y, al extraer su miembro del sexo comprimido de ella, la oyó gemir debajo de él.
La princesa estaba aturdida. La incorporó hasta dejarla sentada, desnuda, con una rodilla doblada sobre los restos del vestido de terciopelo esparcidos encima de la cama, que era tan lisa y dura como una mesa.
—Os he despertado, querida mía —le dijo—. Habéis dormido durante cien
años, igual que todos los que os querían. ¡Escuchad, escuchad! Oiréis cómo este castillo vuelve a la vida, algo que nadie antes que vos oyó nunca.
Un agudo grito llegó desde el corredor, donde la sirvienta estaba de pie con las manos en los labios. El príncipe se acercó hasta la puerta para hablar con ella.
—Id a buscar a vuestro amo, el rey. Decidle que el príncipe que había de liberar esta casa de la maldición ha llegado y también que ahora permaneceré reunido a puerta cerrada con su hija.
Cerró la puerta, echó el cerrojo y se volvió para observar a Bella.
Se tapaba los pechos con las manos. Su larga y lisa cabellera dorada, espesa e increíblemente sedosa, caía a su alrededor, abriéndose sobre la cama. La princesa reclinó la cabeza de manera que el pelo cubriera su cuerpo. Pero miraba al príncipe, y éste se sorprendió al ver aquellos ojos carentes de miedo o malicia. Estaban abiertos de par en par, sin expresión alguna, como los de uno de esos tiernos animales del bosque instantes antes de caer abatidos en una cacería.
El seno de la princesa se agitaba al compás de su respiración anhelante. Él se echó a reír, se aproximó un poco más y le retiró el pelo del hombro derecho. Ella alzó la mirada y la mantuvo fija en él. Un rubor novicio afluyó a sus mejillas y, de nuevo, el príncipe la besó.
Le abrió la boca con los labios y con la mano izquierda le sujetó las muñecas, bajándoselas hasta el regazo desnudo para poder así cogerle los pechos y examinarlos mejor.
—Beldad inocente —susurró. Sabía lo que ella estaba viendo: un joven sólo tres años mayor que la princesa cuando se convirtió en la Bella Durmiente. Él contaba dieciocho, apenas un hombre, pero no temía nada ni a nadie. Era alto, con el pelo negro; su figura delgada le daba un aspecto ágil. Le gustaba pensar en sí mismo como en una espada: ligero, directo, muy
preciso y absolutamente peligroso.
Había dejado a muchos tras él que podían corroborarlo. En aquel momento, no albergaba orgullo sino una inmensa satisfacción.
Había llegado hasta el centro del castillo maldito.
En la puerta se oían golpes y gritos. No se molestó en contestar. Volvió a
tender a Bella sobre la cama.
—Soy vuestro príncipe —dijo—, así os dirigiréis a mí, y por este motivo me
obedeceréis.Al separarle otra vez las piernas, vio la sangre de su inocencia sobre la tela y,
riéndose tranquilamente para sus adentros, volvió a entrar en ella con suma
suavidad.
Bella soltó una suave sucesión de gemidos que en los oídos del príncipe
sonaron como besos.
—Contestadme como corresponde —susurró.
—Mi príncipe —dijo.
—Ah —suspiró—, qué delicia.
Cuando abrió de nuevo la puerta, la habitación estaba casi a oscuras.
Comunicó a los sirvientes que cenaría entonces y que recibiría al rey de inmediato.
Le ordenó a Bella que cenara con él, que se quedara a su lado y, en tono firme, le dijo que no debía llevar ropa alguna.
—Es mi deseo que estéis desnuda y siempre disponible para mí —sentenció.
Podría haberle dicho que estaba inmensamente bonita cubierta sólo por su cabello dorado, por el rubor de sus mejillas y por sus manos, con las que intentaba en vano resguardar el sexo y los pechos. Pero aunque lo pensaba no lo dijo en voz alta.
En vez de esto, la cogió por las muñecas, se las sostuvo a la espalda mientras los sirvientes traían la mesa, y luego le ordenó que se sentara frente a él.
La anchura de la mesa le permitía alcanzar sin dificultad a Bella; podía tocarla y acariciar sus pechos si así le apetecía. Estiró el brazo y le levantó la barbilla para inspeccionarla a la luz de las velas que sostenían los criados...."
bueno es un extracto del libro
escrito por Anne Rice bajo el seudonimo de A.N Roquelaure
Para leerla tenéis que dejar de lado todas vuestras ideas preconcebidas sobre el sexo, la sexualidad y el sexo consensual. Y tener muy claro que esto no es la historia de ninguna mujer real, si no que es el relato ficticio de la Bella Durmiente y del príncipe que la despertó, al menos al principio, porque después se convierte en una historia de BDSM, acrónimo formado por las iniciales de algunas prácticas sexuales (B: bondage – 😨 disciplina y dominación – S: sumisión y sadismo – M: masoquismo).
no es un relato erótico del clásico cuento de hadas, creo que la relación de cuento de hadas parece sólo la forma que ha tenido Anne Rice para poner su fantasía en un entorno que nos resultara familiar. Tiene un buen comienzo, es una buena idea, pero pierde un poquito el norte y se convierte en una inesperada historia de depravación y dolor. En todos los capítulos hay relaciones sexuales y algunas involucran a más de dos personas. Nos encontraremos a hombres que dominan a mujeres, a mujeres que dominan a hombres, a mujeres que dominan mujeres y hombres siendo dominados por hombres.
Aqui les dejo un extractro de el libro
"...Abrió las contraventanas cerradas. La luz del sol resplandeció sobre ella. El príncipe se acercó un poco más y soltó un ahogado suspiro al tocar la mejilla, los labios entreabiertos y los dientes y, después, los delicados párpados.
El rostro le pareció perfecto; y la túnica bordada, que se le había pegado al cuerpo y marcaba el pliegue entre sus piernas, permitía adivinar la forma de su sexo.
Desenvainó la espada con la que había cortado todas las enredaderas que cubrían los muros y, deslizando cuidadosamente la hoja entre sus pechos, rasgó con facilidad el viejo tejido del vestido que quedó abierto hasta el borde inferior. Él separó las dos mitades y la observó. Los pezones eran del mismo color rosáceo que sus labios, y el vello púbico era castaño y más rizado que la larga melena lisa que le cubría los brazos hasta llegar casi a las caderas por ambos costados.
Separó de un tajo las mangas y alzó con suma delicadeza el cuerpo de la joven para liberarlo de todas las ropas. El peso de la cabellera pareció tirar de la cabeza de ésta, que quedó apoyada en los brazos de él al tiempo que la boca se abría un poco más.
El príncipe dejó a un lado la espada. Se quitó la pesada armadura y a continuación volvió a alzar a la princesa sosteniéndola con el brazo izquierdo por debajo de los hombros y la mano derecha entre las piernas, el pulgar en lo alto del pubis.
Ella no profirió ningún sonido; pero si fuera posible gemir en silencio, la princesa gimió con la actitud de su cuerpo. Su cabeza cayó hacia él, quien sintió la caliente humedad del pubis contra su mano derecha. Al volver a tenderla, le apresó ambos pechos y los chupó suavemente, primero uno y luego el otro.
Eran éstos unos pechos llenos y firmes, pues la joven tenía quince años cuando la maldición se apoderó de ella. Él le mordisqueó los pezones, al tiempo que le meneaba los senos casi con brusquedad, como si quisiera sopesarlos; luego se deleitó palmeteándolos ligeramente hacia delante y atrás.
Al entrar en la estancia el deseo le había invadido con fuerza, casi dolorosamente, y ahora le incitaba de forma casi cruel.
Se subió sobre ella y le separó las piernas, mientras pellizcaba suave y profundamente la blanca carne interior de los muslos. Estrechó el pecho derecho en su mano izquierda e introdujo su miembro sosteniendo a la princesa erguida para poder llevar aquella boca hasta la suya y, mientras se abría paso a través de su inocencia, le separó la boca con la lengua y le pellizcó con fuerza el pecho. Le chupó los labios, le extrajo la vida y la introdujo en él. Cuando el príncipe sintió que su simiente explotaba dentro del otro cuerpo, la joven gritó.
Luego sus ojos azules se abrieron.
—¡Bella! —le susurró.
Ella cerró los ojos, con las cejas doradas ligeramente fruncidas en un leve mohín mientras el sol centelleaba sobre su amplia frente blanca. Le levantó la barbilla, besó su garganta y, al extraer su miembro del sexo comprimido de ella, la oyó gemir debajo de él.
La princesa estaba aturdida. La incorporó hasta dejarla sentada, desnuda, con una rodilla doblada sobre los restos del vestido de terciopelo esparcidos encima de la cama, que era tan lisa y dura como una mesa.
—Os he despertado, querida mía —le dijo—. Habéis dormido durante cien
años, igual que todos los que os querían. ¡Escuchad, escuchad! Oiréis cómo este castillo vuelve a la vida, algo que nadie antes que vos oyó nunca.
Un agudo grito llegó desde el corredor, donde la sirvienta estaba de pie con las manos en los labios. El príncipe se acercó hasta la puerta para hablar con ella.
—Id a buscar a vuestro amo, el rey. Decidle que el príncipe que había de liberar esta casa de la maldición ha llegado y también que ahora permaneceré reunido a puerta cerrada con su hija.
Cerró la puerta, echó el cerrojo y se volvió para observar a Bella.
Se tapaba los pechos con las manos. Su larga y lisa cabellera dorada, espesa e increíblemente sedosa, caía a su alrededor, abriéndose sobre la cama. La princesa reclinó la cabeza de manera que el pelo cubriera su cuerpo. Pero miraba al príncipe, y éste se sorprendió al ver aquellos ojos carentes de miedo o malicia. Estaban abiertos de par en par, sin expresión alguna, como los de uno de esos tiernos animales del bosque instantes antes de caer abatidos en una cacería.
El seno de la princesa se agitaba al compás de su respiración anhelante. Él se echó a reír, se aproximó un poco más y le retiró el pelo del hombro derecho. Ella alzó la mirada y la mantuvo fija en él. Un rubor novicio afluyó a sus mejillas y, de nuevo, el príncipe la besó.
Le abrió la boca con los labios y con la mano izquierda le sujetó las muñecas, bajándoselas hasta el regazo desnudo para poder así cogerle los pechos y examinarlos mejor.
—Beldad inocente —susurró. Sabía lo que ella estaba viendo: un joven sólo tres años mayor que la princesa cuando se convirtió en la Bella Durmiente. Él contaba dieciocho, apenas un hombre, pero no temía nada ni a nadie. Era alto, con el pelo negro; su figura delgada le daba un aspecto ágil. Le gustaba pensar en sí mismo como en una espada: ligero, directo, muy
preciso y absolutamente peligroso.
Había dejado a muchos tras él que podían corroborarlo. En aquel momento, no albergaba orgullo sino una inmensa satisfacción.
Había llegado hasta el centro del castillo maldito.
En la puerta se oían golpes y gritos. No se molestó en contestar. Volvió a
tender a Bella sobre la cama.
—Soy vuestro príncipe —dijo—, así os dirigiréis a mí, y por este motivo me
obedeceréis.Al separarle otra vez las piernas, vio la sangre de su inocencia sobre la tela y,
riéndose tranquilamente para sus adentros, volvió a entrar en ella con suma
suavidad.
Bella soltó una suave sucesión de gemidos que en los oídos del príncipe
sonaron como besos.
—Contestadme como corresponde —susurró.
—Mi príncipe —dijo.
—Ah —suspiró—, qué delicia.
Cuando abrió de nuevo la puerta, la habitación estaba casi a oscuras.
Comunicó a los sirvientes que cenaría entonces y que recibiría al rey de inmediato.
Le ordenó a Bella que cenara con él, que se quedara a su lado y, en tono firme, le dijo que no debía llevar ropa alguna.
—Es mi deseo que estéis desnuda y siempre disponible para mí —sentenció.
Podría haberle dicho que estaba inmensamente bonita cubierta sólo por su cabello dorado, por el rubor de sus mejillas y por sus manos, con las que intentaba en vano resguardar el sexo y los pechos. Pero aunque lo pensaba no lo dijo en voz alta.
En vez de esto, la cogió por las muñecas, se las sostuvo a la espalda mientras los sirvientes traían la mesa, y luego le ordenó que se sentara frente a él.
La anchura de la mesa le permitía alcanzar sin dificultad a Bella; podía tocarla y acariciar sus pechos si así le apetecía. Estiró el brazo y le levantó la barbilla para inspeccionarla a la luz de las velas que sostenían los criados...."
bueno es un extracto del libro
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