A pesar de no estar bien elaborado (me tomo un tiempo para pulirlo) sin embargo, ante los pedidos de algunos fanáticos, bah o mi fan número uno, subo esta entrega aunque con ciertos reparos, el próximo con un poco más de tiempo tendrá más sustancia, saludos.
Llegó a la estación de micros de La Plata y fue despertado por el chofer con el ómnibus vacío.
Leo caminó varias cuadras hasta el distrito militar, e ingresó al edificio, una especie de barraca, sin prisa pero sin pausa los conscriptos, iban subiendo a camiones como ganado, sin saber el rumbo de destino.
También el lo hizo, bajaron en una estación de trenes, allí todos descendieron de los camiones "Unimog" y subieron al ferrocarril, el mismo viajó por el termino de 4, 5 o 6 horas, el no lo sabía, porque no usaba reloj, el tren, no paraba en ninguna estación, sólo, se demoró en una, para realizar un trasbordo, un cambio de vías, pero ellos no debieron bajarse del mismo.
Allí, alcanzó a leer el nombre de la estación, decía Temperley, se serenó, aún estaban en territorio conocido, sin embargo, cuando el tren se paró y los hicieron bajar, el nombre de esa estación, era desconocida para él, un joven de dieciocho años, el cartel decía Haedo. Rápidamente lo subieron a otros camiones, estos eran Mercedes Benz y continuaron la marcha hacia nadie sabía donde.
Ingresaron a una zona militar, de amplios espacios, y con distintos campos de entrenamientos, con distintas escuelas militares y batallones, leía los nombres de las mismas, comunicaciones, ingenieros, caballería, artillería, etc. Entraron en esta última, los portones se abrieron y una cantidad de soldados con fusiles los escoltaron.
Descendieron frente a un playón, que los soldaos veteranos lo llamaban "Teatro de Operaciones", ahí le dieron su nueva vestimenta, pero, de manera sarcástica, a los flacos le daban ropa para gordos, y a estos al revés. A los altos le daban ropa para gente baja y a los petizos, ropa para altos. Si calzabas 40, le daban 45 y viceversa.
Las ropas de ciudadanos civiles, fueron guardadas en una bolsa de lona que también le daban.
Parecían una milicia, como los revolucionarios de centroamérica, desarrapados, pelilargos, una risa.
Los llevaron formados en fila hacía una caballeriza, donde ante su propia vista sacaban a los caballos, les dieron unas bolsas de harpillera, para que junten pasto, la rellenen, ya que esos serían sus improvisados colchones, y entre la mugre, en el suelo de tierra íban a tener que dormir y descansar.
Entrar en el detalle de lo experimentado por mi hijo en el cuartel, no me parece significativo en lo referido a esta historia, aunque hubieron hechos y sucesos digno de contar, pero en todo caso será en otro lugar y en otro momento. Para finalizar esta contextualización, tengo que mencionar, que la instrucción para transformarlos en soldados de la patria, duró cuarenta y cinco días. En todo ese tiempo, sólo habíamos recibido una esquela de él.
Muy breve, que decía el lugar de destino, y hacía referencia que a nadie le estaba permitido visitar a los conscriptos hasta el término de la instrucción. Así que, estábamos en ascuas, no teníamos más datos.
Yo volví a contactarme con mi cuñado, el tío de Leo, ese que él no quería, ya que dudaba de sus intenciones para con las mujeres de la casa.
Lo hice, porque este era y es (ahora retirado) un gendarme, es decir, miembro de una fuerza de seguridad.
Tuve que soportar sus baboseos y manoseos para pedirle, sin que nadie de la familia lo supiera, que lo fuera a ver y me trajera noticias de mi único hijo varón.
Así fue como este lo fue a ver, cosa que más tarde me reprocharía y me traería grandes problemas con Leo.
En esos cuarenta y cinco días de ausencia, había sucedido algunas cosas interesantes para mí, por ejemplo, la máxima competencia por el amor de mi hijo era Felina, mi hija, esta se había puesto de novia con un poderoso comerciante del barrio, mucho mayor que ella, diez años más grande, un panadero, dueño de tres panaderías en el centro comercial y con más de veinte sucursales en distintas localidades.
Era un hijo de italianos, que vivía para trabajar y era rico, tenía un auto de alta gama, último modelo, una mansión como casa y mi hija la había deslumbrado eso, su poder económico, el tano, era feo y bruto, pero tenía plata.
Eso, de alguna forma, la sacaba de escena, ya que gratis no eran los vestidos, los perfumes, las joyas que pronto comenzó a mostrar.
Leo no sabía nada de esto, por otro lado, el mejor amigo de mi hijo Leo, con unos cuantos años más que el, tenía treinta, era del club donde se juntaban y jugaban al futbol, al billar, etc. me había tirado "los galgos" realmente un caradura, máximo, que él, vivía en nuestra casa a pedido de mi hijo, ya que su padre lo había echado de la casa, entre otras cosas por vago, con treinta años, no trabajaba y vivía en el hogar paterno, algo no acostumbrado para aquella época (1994).
Julio, así se llama el amigo de mi hijo, conocía como todo el mundo que frecuentaba mi hogar, amigos, conocidos, familiares, que mi relación con mi cónyuge, no era lo que se dice satisfactoria, sexualmente hablando y con ello, repercutía en todo lo demás.
Julio, era un hombre atractivo, de buen físico, correntino, muy caliente...
Y tuvo alguna oportunidad conmigo cuando estaba sola y extrañando a mi hijo.
Eso sería una complicación si salía a la luz, porque este (julio) me amenazaba con contarle a Leo. Así que tenía nuevas buenas y malas desde la ausencia de mi hijo.
Y una noche de viernes, de los últimos días de febrero se apareció Leo de regreso en casa, estaba pelado, con extrema delgadez, absolutamente quemado por el sol.
Toda la familia estaba en la vereda de nuestra casa, como los demás vecinos, en la calle, aún se podía estar.
Yo a lo lejos, casi a cien metros en la esquina, bajo la luz del farol, vi una silueta doblar por nuestra calle, ese andar lo conocía, era Leo, mi hijo pródigo, estallé en un alarido emocionado al verlo, vi desde lejos sus sonrisa.
Y corrí a su encuentro.
Llegó a la estación de micros de La Plata y fue despertado por el chofer con el ómnibus vacío.
Leo caminó varias cuadras hasta el distrito militar, e ingresó al edificio, una especie de barraca, sin prisa pero sin pausa los conscriptos, iban subiendo a camiones como ganado, sin saber el rumbo de destino.
También el lo hizo, bajaron en una estación de trenes, allí todos descendieron de los camiones "Unimog" y subieron al ferrocarril, el mismo viajó por el termino de 4, 5 o 6 horas, el no lo sabía, porque no usaba reloj, el tren, no paraba en ninguna estación, sólo, se demoró en una, para realizar un trasbordo, un cambio de vías, pero ellos no debieron bajarse del mismo.
Allí, alcanzó a leer el nombre de la estación, decía Temperley, se serenó, aún estaban en territorio conocido, sin embargo, cuando el tren se paró y los hicieron bajar, el nombre de esa estación, era desconocida para él, un joven de dieciocho años, el cartel decía Haedo. Rápidamente lo subieron a otros camiones, estos eran Mercedes Benz y continuaron la marcha hacia nadie sabía donde.
Ingresaron a una zona militar, de amplios espacios, y con distintos campos de entrenamientos, con distintas escuelas militares y batallones, leía los nombres de las mismas, comunicaciones, ingenieros, caballería, artillería, etc. Entraron en esta última, los portones se abrieron y una cantidad de soldados con fusiles los escoltaron.
Descendieron frente a un playón, que los soldaos veteranos lo llamaban "Teatro de Operaciones", ahí le dieron su nueva vestimenta, pero, de manera sarcástica, a los flacos le daban ropa para gordos, y a estos al revés. A los altos le daban ropa para gente baja y a los petizos, ropa para altos. Si calzabas 40, le daban 45 y viceversa.
Las ropas de ciudadanos civiles, fueron guardadas en una bolsa de lona que también le daban.
Parecían una milicia, como los revolucionarios de centroamérica, desarrapados, pelilargos, una risa.
Los llevaron formados en fila hacía una caballeriza, donde ante su propia vista sacaban a los caballos, les dieron unas bolsas de harpillera, para que junten pasto, la rellenen, ya que esos serían sus improvisados colchones, y entre la mugre, en el suelo de tierra íban a tener que dormir y descansar.
Entrar en el detalle de lo experimentado por mi hijo en el cuartel, no me parece significativo en lo referido a esta historia, aunque hubieron hechos y sucesos digno de contar, pero en todo caso será en otro lugar y en otro momento. Para finalizar esta contextualización, tengo que mencionar, que la instrucción para transformarlos en soldados de la patria, duró cuarenta y cinco días. En todo ese tiempo, sólo habíamos recibido una esquela de él.
Muy breve, que decía el lugar de destino, y hacía referencia que a nadie le estaba permitido visitar a los conscriptos hasta el término de la instrucción. Así que, estábamos en ascuas, no teníamos más datos.
Yo volví a contactarme con mi cuñado, el tío de Leo, ese que él no quería, ya que dudaba de sus intenciones para con las mujeres de la casa.
Lo hice, porque este era y es (ahora retirado) un gendarme, es decir, miembro de una fuerza de seguridad.
Tuve que soportar sus baboseos y manoseos para pedirle, sin que nadie de la familia lo supiera, que lo fuera a ver y me trajera noticias de mi único hijo varón.
Así fue como este lo fue a ver, cosa que más tarde me reprocharía y me traería grandes problemas con Leo.
En esos cuarenta y cinco días de ausencia, había sucedido algunas cosas interesantes para mí, por ejemplo, la máxima competencia por el amor de mi hijo era Felina, mi hija, esta se había puesto de novia con un poderoso comerciante del barrio, mucho mayor que ella, diez años más grande, un panadero, dueño de tres panaderías en el centro comercial y con más de veinte sucursales en distintas localidades.
Era un hijo de italianos, que vivía para trabajar y era rico, tenía un auto de alta gama, último modelo, una mansión como casa y mi hija la había deslumbrado eso, su poder económico, el tano, era feo y bruto, pero tenía plata.
Eso, de alguna forma, la sacaba de escena, ya que gratis no eran los vestidos, los perfumes, las joyas que pronto comenzó a mostrar.
Leo no sabía nada de esto, por otro lado, el mejor amigo de mi hijo Leo, con unos cuantos años más que el, tenía treinta, era del club donde se juntaban y jugaban al futbol, al billar, etc. me había tirado "los galgos" realmente un caradura, máximo, que él, vivía en nuestra casa a pedido de mi hijo, ya que su padre lo había echado de la casa, entre otras cosas por vago, con treinta años, no trabajaba y vivía en el hogar paterno, algo no acostumbrado para aquella época (1994).
Julio, así se llama el amigo de mi hijo, conocía como todo el mundo que frecuentaba mi hogar, amigos, conocidos, familiares, que mi relación con mi cónyuge, no era lo que se dice satisfactoria, sexualmente hablando y con ello, repercutía en todo lo demás.
Julio, era un hombre atractivo, de buen físico, correntino, muy caliente...
Y tuvo alguna oportunidad conmigo cuando estaba sola y extrañando a mi hijo.
Eso sería una complicación si salía a la luz, porque este (julio) me amenazaba con contarle a Leo. Así que tenía nuevas buenas y malas desde la ausencia de mi hijo.
Y una noche de viernes, de los últimos días de febrero se apareció Leo de regreso en casa, estaba pelado, con extrema delgadez, absolutamente quemado por el sol.
Toda la familia estaba en la vereda de nuestra casa, como los demás vecinos, en la calle, aún se podía estar.
Yo a lo lejos, casi a cien metros en la esquina, bajo la luz del farol, vi una silueta doblar por nuestra calle, ese andar lo conocía, era Leo, mi hijo pródigo, estallé en un alarido emocionado al verlo, vi desde lejos sus sonrisa.
Y corrí a su encuentro.
40 comentarios - Mi hijo el soldadito de plomo 15º
saludos