Hace mucho que no publicaba asi que ahora lo hare 😃
Como cada mañana, llegué a casa con casi una hora de adelanto. No es que me gustase mucho el instituto, pero si uno sabía buscarse la vida, sabía encontrarle aliciente. El mío apareció apenas cinco minutos después que yo: Ana entró por la puerta, dejando sus libros y libretas en el pupitre que encontró más a mano y se vino a mí. Nos abrazamos, nos dimos un largo beso y comenzó a frotarse contra mi cuerpo. A los dos nos excitaba mucho montárnoslo en clase, con el riesgo de que nos pillaran en pleno acto. Ana tenía 17 años y el pelo negro azabache, con raya en medio y liso, cubriéndole las orejas. Tenía la piel algo más blanca de lo normal y unos ojos preciosos que le daban un aire de misterio. No éramos novios, pero sí buenos amigos y solíamos darnos algún gustazo de vez en cuando. Mis manos la recorrían y se metieron bajo sus pantalones, le hurgué un poco para apartar sus braguitas y la acaricié con fuerza en su ya mojada vulva. No tardó en empezar a derretirse entre mis manos. Las suyas me bajaron la cremallera, palmearon mi amoratado miembro, me lo sacó fuera del pantalón y se lo metió en su boca. Su aliento cálido me arrebataba las fuerzas. Como mamaba la niña, menuda potencia succionadora. Me la llevé a los baños, que estaban en frente de nuestra clase, y allí le eché un señor polvo que la hizo gritar del orgasmo tan fuerte que tuvo. Ana chorreó de gusto por entre sus piernas hasta quedar exhausta.
Volvimos a clase y poco a poco los demás alumnos fueron llegando. Era ya una rutina, y ese día en concreto, nunca se me hubiera ocurrido que la cosa pasara de eso. Más tarde, en el primer recreo, volvimos a los baños para volver a darnos un repaso. Ese día los dos estábamos muy calientes y el cuerpo de Ana se me antojaba a todas horas. Le subí la falda, le comí su coñito bien mojado y me hundí en sus entrañas. Le di de duro una, y otra, y otra, y otra vez, hasta que volvimos a gozar. Luego nos dimos alguna caricia y algún arrumaco y nos vestimos para volver a clase. A última hora, por desgracia, Sara, mi tutora, era la que nos daba clase, y de inglés nada menos. Por suerte, y como casi siempre, Laura, una compañera de clase, la amenizó. Laura era la típica chica con carácter de chico, rebelde y respondona. Como siempre, Sara la acabó haciendo quedarse después de clase para que le impusiera algún trabajo como castigo por su respondonería. Todos los compañeros nos reímos mucho y salimos de allí. Tanto Ana como yo fuimos de los últimos, sin mucha prisa. Íbamos juntos y estábamos charlando junto a la puerta de salida cuando, mirando entre mis libros, vi que mis libretas no estaban, concretamente la de inglés, vital para un examen que tenía al día siguiente, de modo que le dije a Ana que me esperara y volví a clase. Según llegué iba a abrir la puerta, pero vi que estaba entornada y escuché unos gemidos. Por la rendija vi algo que aún hoy me azora y excita de un modo terrible.
Fundidas en un eterno y húmedo beso, Sara había bajado la cremallera de los pantalones vaqueros de Laura y le metía mano por dentro, entre sus piernas, mientras Laura había desabrochado los botones de la falda-chaleco de Sara y de su camisa y masajeaba los enormes pechos de su profesora. Aquella escena me provocó la erección más rápida y dolorosa de toda mi vida. No podía creer lo que veían mis ojos. Laura y Sara, declaradas enemigas entre sí, eran amantes furtivas. Lo más morboso era que la profesora estaba casada, y a su marido más de una vez lo había visto a la salida de clase, esperando a su mujer, que siempre le recibía con un beso. Sin embargo, allí estaban las dos, enzarzadas en una lucha de lenguas mientras cada una tocaba a la otra, excitándose, explorándose sin tregua. Mi verga crecía dentro de mis pantalones tanto que pensé que los iba a romper. Jamás me había empalmado de esa manera. Las manos de Laura seguían acariciando las tetas de Sara, y ésta hacia lo propio con los de Laura, por encima de la camiseta, buscando sus pezones para pellizcarlos y sentir como sobresalían. Me acomodé junto a la puerta y me quedé en éxtasis contemplando aquella maravilla. Laura se puso se espaldas a su amante, que lanzó sus dos manos a su entrepierna y la tocaba con fuerza, mientras le besaba el cuello y alternaba sus pechos con su vulva. La cara de Laura daba gusto verla dejándose tocar. En ese instante, percibí algo por el rabillo del ojo y me giré a la izquierda: Ana estaba acercándose a mí. Cansada de esperar, y en lugar de irse, había venido a comprobar porqué me retrasaba tanto.
Por miedo a ser descubierto me levanté con cuidado y fui hasta ella, que quedó estupefacta ante la erección que sobresalía de mi pantalón. Me tocó un poco y me preguntó cual era el motivo de tanta excitación. Me sonreí con malicia, hice un gesto para que guardara silencio, la tomé de la mano y la llevé hasta el lugar donde me había visto. Ana quedó tan boquiabierta como yo al ver como Laura y Sara estaban besándose de nuevo, con los pantalones de Laura ya a la altura de los tobillos. La mano derecha de Ana buscó mi amoratado miembro y al encontrarlo lo sacó de mis pantalones y con delicadeza y mimo empezó a pajearme. Al mirarla, ella me guiñó un ojo, y entonces mandé mi mano izquierda por su espalda, la introduje debajo de su falda, aparté sus braguitas y con mis dedos índice y corazón la empecé a acariciar en su coñito. Tanto ella como yo no habíamos hecho algo parecido nunca, y no tardamos en perdernos en silenciosas caricias y frotamientos varios. Nuestras lesbianas favoritas, mientras tanto, estaban dándose un mutuo frotamiento de vulva, mientras oíamos sus jadeos de placer, viendo como comenzaban a mojarse por entre sus piernas.
Laura desabrochó por completo el vestido de Sara, lo deslizó por los hombros y cayó totalmente al suelo, dejándola desnuda. Ana me miró con una sonrisa complacida y arqueó las cejas divertidas. No era ningún secreto que el cuerpo de Sara era mi oscuro objeto de deseo. Yo correspondí con un pequeño bufido, un arqueo de cejas y un asentimiento con la cabeza. Por fin podía contemplar a Sara en todo su esplendor. Virgen santa, que cuerpo de diosa tenía la cerda de ella: un sedoso pelo rubio, siempre recogido en moño, unos ojos azules pícaros, maliciosos, una cintura de avispa, un vientre bien torneado, plano, unos enormes pechos que se sostenían sin falta de sujetador, unas piernas esculpidas a gimnasio, un culo respingón y apetecible, una buena mata rubia en su pubis, y un coño bien dilatado, abierto, de finas formas, cuyo olor, por el revolcón que se estaba dando con su alumna, llegaba a mis fosas nasales. Aquello desataba mis instintos más animales y verdaderamente tuve que contenerme para no irrumpir de un portazo, noquear a Laura de un golpe y violar a Sara hasta el día del juicio final. Mi pene ansiaba perforarla como una taladradora puesta en automático, pero debía conformarse con las caricias que Ana le propiciaba. Amorosamente acariciaba mi glande con el pulgar mientras iba arriba y abajo, masturbándome como una verdadera experta. Mi mano en su coño ya comenzaba a empaparse, de tanta lubricación que Ana estaba teniendo.
Tras contemplarla desnuda, Laura se arrodilló a su profesora, se acercó un poco, y pegó la boca a su vulva. Comenzó a penetrarla con la lengua como una posesa, mientras Sara hacía esfuerzos para mantenerse firme y de pie, presa de los deseos de su alumna. Laura metió un dedo en su cuca mientras la lengua seguía penetrándola, bebiéndose los jugos que manaban de ella como un riachuelo. Movió la cabeza con rapidez para lamerla con toda prisa, sintiendo la dureza de su clítoris y el sabor de sus jugos, que debían saber a gloria celestial. Se me hacía la boca agua viendo aquello. Ana y yo estábamos descubriendo el placer del voyerismo, y tenía la sensación de que ésta no será la única vez que haríamos algo parecido. El cuerpo de Ana comenzó a temblar del placer que mi mano en sus entrañas le daba, mientras ella cerraba los ojos para disfrutar de mis caricias. Lo mismo se podía decir de mí, con mi miembro apresado por su mano, que procuraba menearlo al mismo ritmo de mi mano dentro de ella.
Si hubiera llegado a saber que por olvidarme las libretas me lo iba a pasar tan bien, me las hubiera olvidado mucho antes. Tras un sinfín de gemidos de puro goce sexual, Sara hizo que Laura se sentara sobre su pupitre, la desnudó del todo y admiró su cuerpo un momento: unos pechos bien formados, con los pezones rosaditos, duros, una cintura bien proporcionada a su cuerpo, unas piernas firmes, un vientre algo abultado, blandito, y una negra selva amazónica cubriendo un coño dilatado un par de centímetros, rosado y húmedo. Tras relamerse, Sara se puso de rodillas, hizo que Laura se abriera casi 180 grados, y comenzó a follarla con la lengua. Laura se echó un poco hacia atrás, gimiendo y retorciéndose de gusto con las lametadas de su amante en ella. Al tiempo que su lengua la mojaba dos dedos entraban y salían, hasta que los mojó bien y se los dio a probar a Laura, que se sonrió al probar sus propios jugos sexuales. Sara, con la mano libre, se tocaba en sus pechos y en su coño para excitarse aún más. Ana y yo casi podíamos ver unos finos hilillos de jugos deslizándose entre las piernas de nuestra profesora, que tenía su culo en una perfecta pompa, que me pedía a gritos le destrozara el culo sin compasión. Era la situación más erótica de toda nuestra vida: Ana y yo masturbándonos en silencio, mientras espiábamos en secreto a nuestra profesora entregándose a su amante. Finalmente se subió a la mesa, se pusieron de lado, con lo que las veíamos de perfil, y comenzaron a hacerse un 69 lésbico en lo que se adivinaba como el goce final de sus escarceos. Mi polla ya estaba a punto de gozar y Ana, que lo adivinó en la tensión de mi rostro, se inclinó un poco, me pajeó más fuerte y me corrí. Ella se tragó toda mi leche retenida, y ciertamente pensé que se iba a atragantar. Jamás me había corrido tanto de una sola vez. Lo más difícil era contener los gritos, pero eso me excitaba más. Cuando me recuperé del orgasmo que tuve, aceleré mi mano en el coño de Ana, con mi otra mano iba de pezón en pezón y no tardó mucho en correrse, entre gritos silenciados por mi boca, y temblores a causa de su orgasmo. Tras ese goce coronado por un buen beso de tornillo, nos quedamos viendo como alumna y maestra acababan gritando de placer cuando ambas, al unísono, alcanzaron el orgasmo tras minutos sin tregua de penetración oral en sus respectivas vaginas. Sara se dio la vuelta para abrazarse a su alumna y besarse varias veces, dándose algunas caricias, mientras se dejaban llevar por el momento.
Cuando comenzaron a vestirse, entre risillas, nosotros nos ocultamos en los lavabos para no ser vistos. Abrazadas se fueron, mientras nosotros, repasando en nuestra mente lo ocurrido, volvimos a ser presas de nuestros deseos. Mi verga volvió a empinarse con la misma dureza y rapidez, y Ana se abrió para mí, forcejeando cuando mi tranca la penetró y le dolía de lo grande que se me había puesto. La afiancé con mis manos en su culo, sosteniéndola en el aire, y le hice el amor hasta dejarla agotada, exhausta de la cabalgada que le di. Le llené sus entrañas de semen y sin sacársela, se lo hice otra vez, con ella ya sin fuerzas, como una muñeca en mis manos, cuando la escena de ver a Sara y Laura juntas por primera, besándose y metiéndose mano, cruzó mi mente. Desde aquel día aquella escena bastaba para despertar al animal sexual que llevaba dentro adormecido. Me separé de Ana, quien entre sonrisas de cansancio, me dio las gracias por hacerla llegar a un placer sexual que jamás había alcanzado antes. Con las escasas fuerzas, me aventuré a probar su culo, que hasta la fecha se me había negado, y verdaderamente me dejó vacío de semen. Fue un éxtasis sin parangón.
Desde entonces, Ana y yo seguíamos atentamente los movimientos de nuestra tutora y de Laura, y cada vez que sabíamos que iban a follarse, nosotros estábamos allí para mirarlas y disfrutar no lo viéndolo sino masturbándonos nosotros, o bien follando si estábamos a suficiente distancia. Nos convertimos en unos verdaderos mirones, y fuera de clase, los fines de semana, también lo hacíamos con las parejas que veíamos en las discotecas o en los parques, pero nada nos hacía gozar más que Sara y Laura, follándose en clase cuando quedaban a solas.
Ese mundo se vino abajo a principios de Junio. Ana y yo cometimos la imprudencia de quedarnos junto a la puerta de clase tras hacer el amor, y Sara y Laura, al ir de clase, nos pillaron in fraganti. Los cuatro nos quedamos sin palabras, en un caos total. El reproche de la mirada de Sara nos fulminaba sin tregua. Nos preguntó que cuanto tiempo hacía que lo sabíamos, a lo que contestamos que varios meses. Susurró algo a Laura, y cogiéndonos de los tobillos nos arrastraron dentro de clase. Laura hizo de Ana su juguete sexual y la manejaba como quería, a su antojo, mientras Sara me tumbó sobre un pupitre y me cabalgaba como una verdadera zorra. Se clavaba a mi polla y follamos no sé cuantas veces, lo cierto es que me dejó sin fuerzas, casi inconsciente. La muy puta tenía un aguante que ni de lejos me hubiera imaginado. Mi polla era exprimida hasta la saciedad por la cerda de mi profe, que si bien se cumplió mi fantasía de tirármela, jamás pensé que ocurriera de ese modo ni que me dejase tan agotado. Ana quedó igual, cuando tras dejarme a mí exhausto sobre la mesa, Sara fue con Laura y ambas se la follaron sin piedad. Complacidas nos dejaron allí, sudando y jadeando agotados, incapaces de levantarnos hasta pasado mucho tiempo. Jamás habíamos recibido un castigo semejante a nuestros cuerpos. Cuando pudimos levantarnos e irnos, lo hicimos apoyados uno en el otro. Me parecía increíble el agotamiento que podía llegar a padecer una persona.
Aquella maratón sexual jamás volvió a repetirse, y lo cierto es que Sara y Laura, desde aquel momento, eran más reservas y precavidas. Nunca volvimos a verlas haciendo el amor, lo que fue una decepción para Ana y para mí, pues nos quedamos sin nuestro gran placer. Sin embargo, nos quedó el recuerdo de meses y meses viéndolas gozar como salvajes, mientras nosotros hacíamos lo propio. A ambos se nos abrió un mundo nuevo y explotamos, después de acabar el curso, todo su potencial. Pasábamos noches enteras buscando parejas a las que observar devorándose entre ellas.
En la actualidad, de Sara jamás volvimos a saber, aunque la vemos alguna vez de pasada con su marido y sus dos hijos, que tuvo poco después de aquel curso. Ella, que nos reconoce, se limita a guiñarnos un ojo con picardía, mientras se besa con su marido y le hace alguna carantoña mirándonos. Laura desapareció del todo, y en cuanto a Ana y a mí, hicimos vida por separado. Cada uno se casó y tiene familia, pero la amistad y la complicidad siguen uniéndonos, y muchas veces, a espaldas de nuestras parejas, quedamos para seguir con nuestro juego favorito de buscar parejas jóvenes en parques y pubs para espiarlas y follar mientras miramos, juego que ampliamos cuando decidimos irnos a clubs de alterne para hacer intercambios y algunas otras cosas, haciéndonos pasar por matrimonio que busca nuevas experiencias. Incluso hemos trabado algunas amistades en esos lugares, que comparten nuestros gustos y con los que hemos disfrutado mucho. En más de una ocasión Ana y yo planteamos el divorciarnos de nuestras parejas y casarnos, pero lo cierto es que eso le haría perder ese componente morboso que tanto nos gusta. Los dos seguimos siendo buenos amigos y fieles amantes, y nos encanta tener esas aventuras llenas de morbo que nos pone al rojo vivo. Por mi parte, jamás olvidaré esa primera imagen de ver juntas a Sara y Laura, besándose y tocándose, que aún hoy me excita y me la pone tan dura como aquella primera vez, oculto detrás de la puerta, cuando descubrí el placer de mirar…
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Como cada mañana, llegué a casa con casi una hora de adelanto. No es que me gustase mucho el instituto, pero si uno sabía buscarse la vida, sabía encontrarle aliciente. El mío apareció apenas cinco minutos después que yo: Ana entró por la puerta, dejando sus libros y libretas en el pupitre que encontró más a mano y se vino a mí. Nos abrazamos, nos dimos un largo beso y comenzó a frotarse contra mi cuerpo. A los dos nos excitaba mucho montárnoslo en clase, con el riesgo de que nos pillaran en pleno acto. Ana tenía 17 años y el pelo negro azabache, con raya en medio y liso, cubriéndole las orejas. Tenía la piel algo más blanca de lo normal y unos ojos preciosos que le daban un aire de misterio. No éramos novios, pero sí buenos amigos y solíamos darnos algún gustazo de vez en cuando. Mis manos la recorrían y se metieron bajo sus pantalones, le hurgué un poco para apartar sus braguitas y la acaricié con fuerza en su ya mojada vulva. No tardó en empezar a derretirse entre mis manos. Las suyas me bajaron la cremallera, palmearon mi amoratado miembro, me lo sacó fuera del pantalón y se lo metió en su boca. Su aliento cálido me arrebataba las fuerzas. Como mamaba la niña, menuda potencia succionadora. Me la llevé a los baños, que estaban en frente de nuestra clase, y allí le eché un señor polvo que la hizo gritar del orgasmo tan fuerte que tuvo. Ana chorreó de gusto por entre sus piernas hasta quedar exhausta.
Volvimos a clase y poco a poco los demás alumnos fueron llegando. Era ya una rutina, y ese día en concreto, nunca se me hubiera ocurrido que la cosa pasara de eso. Más tarde, en el primer recreo, volvimos a los baños para volver a darnos un repaso. Ese día los dos estábamos muy calientes y el cuerpo de Ana se me antojaba a todas horas. Le subí la falda, le comí su coñito bien mojado y me hundí en sus entrañas. Le di de duro una, y otra, y otra, y otra vez, hasta que volvimos a gozar. Luego nos dimos alguna caricia y algún arrumaco y nos vestimos para volver a clase. A última hora, por desgracia, Sara, mi tutora, era la que nos daba clase, y de inglés nada menos. Por suerte, y como casi siempre, Laura, una compañera de clase, la amenizó. Laura era la típica chica con carácter de chico, rebelde y respondona. Como siempre, Sara la acabó haciendo quedarse después de clase para que le impusiera algún trabajo como castigo por su respondonería. Todos los compañeros nos reímos mucho y salimos de allí. Tanto Ana como yo fuimos de los últimos, sin mucha prisa. Íbamos juntos y estábamos charlando junto a la puerta de salida cuando, mirando entre mis libros, vi que mis libretas no estaban, concretamente la de inglés, vital para un examen que tenía al día siguiente, de modo que le dije a Ana que me esperara y volví a clase. Según llegué iba a abrir la puerta, pero vi que estaba entornada y escuché unos gemidos. Por la rendija vi algo que aún hoy me azora y excita de un modo terrible.
Fundidas en un eterno y húmedo beso, Sara había bajado la cremallera de los pantalones vaqueros de Laura y le metía mano por dentro, entre sus piernas, mientras Laura había desabrochado los botones de la falda-chaleco de Sara y de su camisa y masajeaba los enormes pechos de su profesora. Aquella escena me provocó la erección más rápida y dolorosa de toda mi vida. No podía creer lo que veían mis ojos. Laura y Sara, declaradas enemigas entre sí, eran amantes furtivas. Lo más morboso era que la profesora estaba casada, y a su marido más de una vez lo había visto a la salida de clase, esperando a su mujer, que siempre le recibía con un beso. Sin embargo, allí estaban las dos, enzarzadas en una lucha de lenguas mientras cada una tocaba a la otra, excitándose, explorándose sin tregua. Mi verga crecía dentro de mis pantalones tanto que pensé que los iba a romper. Jamás me había empalmado de esa manera. Las manos de Laura seguían acariciando las tetas de Sara, y ésta hacia lo propio con los de Laura, por encima de la camiseta, buscando sus pezones para pellizcarlos y sentir como sobresalían. Me acomodé junto a la puerta y me quedé en éxtasis contemplando aquella maravilla. Laura se puso se espaldas a su amante, que lanzó sus dos manos a su entrepierna y la tocaba con fuerza, mientras le besaba el cuello y alternaba sus pechos con su vulva. La cara de Laura daba gusto verla dejándose tocar. En ese instante, percibí algo por el rabillo del ojo y me giré a la izquierda: Ana estaba acercándose a mí. Cansada de esperar, y en lugar de irse, había venido a comprobar porqué me retrasaba tanto.
Por miedo a ser descubierto me levanté con cuidado y fui hasta ella, que quedó estupefacta ante la erección que sobresalía de mi pantalón. Me tocó un poco y me preguntó cual era el motivo de tanta excitación. Me sonreí con malicia, hice un gesto para que guardara silencio, la tomé de la mano y la llevé hasta el lugar donde me había visto. Ana quedó tan boquiabierta como yo al ver como Laura y Sara estaban besándose de nuevo, con los pantalones de Laura ya a la altura de los tobillos. La mano derecha de Ana buscó mi amoratado miembro y al encontrarlo lo sacó de mis pantalones y con delicadeza y mimo empezó a pajearme. Al mirarla, ella me guiñó un ojo, y entonces mandé mi mano izquierda por su espalda, la introduje debajo de su falda, aparté sus braguitas y con mis dedos índice y corazón la empecé a acariciar en su coñito. Tanto ella como yo no habíamos hecho algo parecido nunca, y no tardamos en perdernos en silenciosas caricias y frotamientos varios. Nuestras lesbianas favoritas, mientras tanto, estaban dándose un mutuo frotamiento de vulva, mientras oíamos sus jadeos de placer, viendo como comenzaban a mojarse por entre sus piernas.
Laura desabrochó por completo el vestido de Sara, lo deslizó por los hombros y cayó totalmente al suelo, dejándola desnuda. Ana me miró con una sonrisa complacida y arqueó las cejas divertidas. No era ningún secreto que el cuerpo de Sara era mi oscuro objeto de deseo. Yo correspondí con un pequeño bufido, un arqueo de cejas y un asentimiento con la cabeza. Por fin podía contemplar a Sara en todo su esplendor. Virgen santa, que cuerpo de diosa tenía la cerda de ella: un sedoso pelo rubio, siempre recogido en moño, unos ojos azules pícaros, maliciosos, una cintura de avispa, un vientre bien torneado, plano, unos enormes pechos que se sostenían sin falta de sujetador, unas piernas esculpidas a gimnasio, un culo respingón y apetecible, una buena mata rubia en su pubis, y un coño bien dilatado, abierto, de finas formas, cuyo olor, por el revolcón que se estaba dando con su alumna, llegaba a mis fosas nasales. Aquello desataba mis instintos más animales y verdaderamente tuve que contenerme para no irrumpir de un portazo, noquear a Laura de un golpe y violar a Sara hasta el día del juicio final. Mi pene ansiaba perforarla como una taladradora puesta en automático, pero debía conformarse con las caricias que Ana le propiciaba. Amorosamente acariciaba mi glande con el pulgar mientras iba arriba y abajo, masturbándome como una verdadera experta. Mi mano en su coño ya comenzaba a empaparse, de tanta lubricación que Ana estaba teniendo.
Tras contemplarla desnuda, Laura se arrodilló a su profesora, se acercó un poco, y pegó la boca a su vulva. Comenzó a penetrarla con la lengua como una posesa, mientras Sara hacía esfuerzos para mantenerse firme y de pie, presa de los deseos de su alumna. Laura metió un dedo en su cuca mientras la lengua seguía penetrándola, bebiéndose los jugos que manaban de ella como un riachuelo. Movió la cabeza con rapidez para lamerla con toda prisa, sintiendo la dureza de su clítoris y el sabor de sus jugos, que debían saber a gloria celestial. Se me hacía la boca agua viendo aquello. Ana y yo estábamos descubriendo el placer del voyerismo, y tenía la sensación de que ésta no será la única vez que haríamos algo parecido. El cuerpo de Ana comenzó a temblar del placer que mi mano en sus entrañas le daba, mientras ella cerraba los ojos para disfrutar de mis caricias. Lo mismo se podía decir de mí, con mi miembro apresado por su mano, que procuraba menearlo al mismo ritmo de mi mano dentro de ella.
Si hubiera llegado a saber que por olvidarme las libretas me lo iba a pasar tan bien, me las hubiera olvidado mucho antes. Tras un sinfín de gemidos de puro goce sexual, Sara hizo que Laura se sentara sobre su pupitre, la desnudó del todo y admiró su cuerpo un momento: unos pechos bien formados, con los pezones rosaditos, duros, una cintura bien proporcionada a su cuerpo, unas piernas firmes, un vientre algo abultado, blandito, y una negra selva amazónica cubriendo un coño dilatado un par de centímetros, rosado y húmedo. Tras relamerse, Sara se puso de rodillas, hizo que Laura se abriera casi 180 grados, y comenzó a follarla con la lengua. Laura se echó un poco hacia atrás, gimiendo y retorciéndose de gusto con las lametadas de su amante en ella. Al tiempo que su lengua la mojaba dos dedos entraban y salían, hasta que los mojó bien y se los dio a probar a Laura, que se sonrió al probar sus propios jugos sexuales. Sara, con la mano libre, se tocaba en sus pechos y en su coño para excitarse aún más. Ana y yo casi podíamos ver unos finos hilillos de jugos deslizándose entre las piernas de nuestra profesora, que tenía su culo en una perfecta pompa, que me pedía a gritos le destrozara el culo sin compasión. Era la situación más erótica de toda nuestra vida: Ana y yo masturbándonos en silencio, mientras espiábamos en secreto a nuestra profesora entregándose a su amante. Finalmente se subió a la mesa, se pusieron de lado, con lo que las veíamos de perfil, y comenzaron a hacerse un 69 lésbico en lo que se adivinaba como el goce final de sus escarceos. Mi polla ya estaba a punto de gozar y Ana, que lo adivinó en la tensión de mi rostro, se inclinó un poco, me pajeó más fuerte y me corrí. Ella se tragó toda mi leche retenida, y ciertamente pensé que se iba a atragantar. Jamás me había corrido tanto de una sola vez. Lo más difícil era contener los gritos, pero eso me excitaba más. Cuando me recuperé del orgasmo que tuve, aceleré mi mano en el coño de Ana, con mi otra mano iba de pezón en pezón y no tardó mucho en correrse, entre gritos silenciados por mi boca, y temblores a causa de su orgasmo. Tras ese goce coronado por un buen beso de tornillo, nos quedamos viendo como alumna y maestra acababan gritando de placer cuando ambas, al unísono, alcanzaron el orgasmo tras minutos sin tregua de penetración oral en sus respectivas vaginas. Sara se dio la vuelta para abrazarse a su alumna y besarse varias veces, dándose algunas caricias, mientras se dejaban llevar por el momento.
Cuando comenzaron a vestirse, entre risillas, nosotros nos ocultamos en los lavabos para no ser vistos. Abrazadas se fueron, mientras nosotros, repasando en nuestra mente lo ocurrido, volvimos a ser presas de nuestros deseos. Mi verga volvió a empinarse con la misma dureza y rapidez, y Ana se abrió para mí, forcejeando cuando mi tranca la penetró y le dolía de lo grande que se me había puesto. La afiancé con mis manos en su culo, sosteniéndola en el aire, y le hice el amor hasta dejarla agotada, exhausta de la cabalgada que le di. Le llené sus entrañas de semen y sin sacársela, se lo hice otra vez, con ella ya sin fuerzas, como una muñeca en mis manos, cuando la escena de ver a Sara y Laura juntas por primera, besándose y metiéndose mano, cruzó mi mente. Desde aquel día aquella escena bastaba para despertar al animal sexual que llevaba dentro adormecido. Me separé de Ana, quien entre sonrisas de cansancio, me dio las gracias por hacerla llegar a un placer sexual que jamás había alcanzado antes. Con las escasas fuerzas, me aventuré a probar su culo, que hasta la fecha se me había negado, y verdaderamente me dejó vacío de semen. Fue un éxtasis sin parangón.
Desde entonces, Ana y yo seguíamos atentamente los movimientos de nuestra tutora y de Laura, y cada vez que sabíamos que iban a follarse, nosotros estábamos allí para mirarlas y disfrutar no lo viéndolo sino masturbándonos nosotros, o bien follando si estábamos a suficiente distancia. Nos convertimos en unos verdaderos mirones, y fuera de clase, los fines de semana, también lo hacíamos con las parejas que veíamos en las discotecas o en los parques, pero nada nos hacía gozar más que Sara y Laura, follándose en clase cuando quedaban a solas.
Ese mundo se vino abajo a principios de Junio. Ana y yo cometimos la imprudencia de quedarnos junto a la puerta de clase tras hacer el amor, y Sara y Laura, al ir de clase, nos pillaron in fraganti. Los cuatro nos quedamos sin palabras, en un caos total. El reproche de la mirada de Sara nos fulminaba sin tregua. Nos preguntó que cuanto tiempo hacía que lo sabíamos, a lo que contestamos que varios meses. Susurró algo a Laura, y cogiéndonos de los tobillos nos arrastraron dentro de clase. Laura hizo de Ana su juguete sexual y la manejaba como quería, a su antojo, mientras Sara me tumbó sobre un pupitre y me cabalgaba como una verdadera zorra. Se clavaba a mi polla y follamos no sé cuantas veces, lo cierto es que me dejó sin fuerzas, casi inconsciente. La muy puta tenía un aguante que ni de lejos me hubiera imaginado. Mi polla era exprimida hasta la saciedad por la cerda de mi profe, que si bien se cumplió mi fantasía de tirármela, jamás pensé que ocurriera de ese modo ni que me dejase tan agotado. Ana quedó igual, cuando tras dejarme a mí exhausto sobre la mesa, Sara fue con Laura y ambas se la follaron sin piedad. Complacidas nos dejaron allí, sudando y jadeando agotados, incapaces de levantarnos hasta pasado mucho tiempo. Jamás habíamos recibido un castigo semejante a nuestros cuerpos. Cuando pudimos levantarnos e irnos, lo hicimos apoyados uno en el otro. Me parecía increíble el agotamiento que podía llegar a padecer una persona.
Aquella maratón sexual jamás volvió a repetirse, y lo cierto es que Sara y Laura, desde aquel momento, eran más reservas y precavidas. Nunca volvimos a verlas haciendo el amor, lo que fue una decepción para Ana y para mí, pues nos quedamos sin nuestro gran placer. Sin embargo, nos quedó el recuerdo de meses y meses viéndolas gozar como salvajes, mientras nosotros hacíamos lo propio. A ambos se nos abrió un mundo nuevo y explotamos, después de acabar el curso, todo su potencial. Pasábamos noches enteras buscando parejas a las que observar devorándose entre ellas.
En la actualidad, de Sara jamás volvimos a saber, aunque la vemos alguna vez de pasada con su marido y sus dos hijos, que tuvo poco después de aquel curso. Ella, que nos reconoce, se limita a guiñarnos un ojo con picardía, mientras se besa con su marido y le hace alguna carantoña mirándonos. Laura desapareció del todo, y en cuanto a Ana y a mí, hicimos vida por separado. Cada uno se casó y tiene familia, pero la amistad y la complicidad siguen uniéndonos, y muchas veces, a espaldas de nuestras parejas, quedamos para seguir con nuestro juego favorito de buscar parejas jóvenes en parques y pubs para espiarlas y follar mientras miramos, juego que ampliamos cuando decidimos irnos a clubs de alterne para hacer intercambios y algunas otras cosas, haciéndonos pasar por matrimonio que busca nuevas experiencias. Incluso hemos trabado algunas amistades en esos lugares, que comparten nuestros gustos y con los que hemos disfrutado mucho. En más de una ocasión Ana y yo planteamos el divorciarnos de nuestras parejas y casarnos, pero lo cierto es que eso le haría perder ese componente morboso que tanto nos gusta. Los dos seguimos siendo buenos amigos y fieles amantes, y nos encanta tener esas aventuras llenas de morbo que nos pone al rojo vivo. Por mi parte, jamás olvidaré esa primera imagen de ver juntas a Sara y Laura, besándose y tocándose, que aún hoy me excita y me la pone tan dura como aquella primera vez, oculto detrás de la puerta, cuando descubrí el placer de mirar…
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1 comentarios - Sara, La Puta de mi profe.