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Fantasía... ¿O realidad? Capítulo 1

No revelaré mi edad del momento en que ocurrió lo que me dispongo a contar. Digamos que era uno de tantos adolescentes despreocupados, que ocupa su tiempo libre en conocerse sexualmente (autocomplacencia en lugar de interactuación), pensando todo el rato en “lo único” a esas edades, que no es tarea baladí. Desde luego que había tenido escarceos amorosos, aunque aquellos no habían ido más allá de los primeros besos, las primeras caricias, nada impúdicas, acercando las manos lo máximo posible al final de la espalda de la chica en cuestión (vestida, desde luego), descubriendo zonas erógenas (esos besitos en el cuello, o en el lóbulo que desataban suspiros que intuías podrían hacerte avanzar a la segunda base, sin saber muy bien en qué consistía aquello…)

Conocía a Ana desde hacía años. Pertenecíamos al mismo grupo de amigos desde la infancia. Teníamos la suerte de veranear en un pequeño pueblecito, que podías recorrer tranquilamente en bicicleta, o jugar en medio de la calle, sin temor a ser atropellado (como ocurriría hoy en día). Eso hacía que nuestros familiares no se preocupasen en exceso del tiempo que pasábamos fuera de casa, y lo aprovechábamos. Nos pasábamos el día en la calle, jugando, corriendo… Al anochecer, solíamos reunirnos en torno a un árbol. Cada cuál traía su merienda y nos sentábamos a degustarla, y a charlar. Pasábamos las horas muertas hablando y hablando. Al ser un grupo mixto (seríamos unos 12 chicos, y 9, 10 chicas) como es lógico, pronto empezaron a emparejarse unos con otros. Todos eran mayores que yo, por lo que la diferencia de físico entre las chicas, que se desarrollan mucho antes, y yo, me parecía poco menos que insalvable.

Ana y Carlos, al igual que María y Pedro, eran una de las parejas “estables” del grupo. Cada invierno rompían, y cada verano volvían a estar juntos. Ana nunca me atrajo especialmente (sí María, aunque lo de María y Pedro era mucho más que una relación amor-odio, de hecho, hoy en día están felizmente casados) pero los casi 3 años que tenía más que yo, por lo ya mencionado de su prematuro desarrollo, hacían que buscase acercarme a ella. No era especialmente atractiva, aunque me encantaban sus labios gruesos, glotones los llamaría yo, y su culo. No tenía las caderas y el trasero de una adolescente, sino de toda una mujer. Tenía un largo cabello castaño, y unos ojos almendrados que no me disgustaban en absoluto, además de un pecho que empezaba a ser prometedor (una talla 90, aproximadamente).

Una noche (ese año Ana y Carlos no estaban juntos en ese momento) estábamos como de costumbre en torno al árbol. Yo busqué apoyo en una pared, para estar más cómodo, y Ana vino a sentarse sobre mí, al no haber más pared disponible. Recostó su espalda sobre mi pecho (hecho que no extrañó a nadie, puesto que tato unos como otros los hacíamos de forma habitual) y poco a poco empezamos a quedarnos solos. Cada uno empezó a irse para casa a buscar la merienda, o bien a merendar allá, y volver más tarde…

En un momento dado, mientras acariciaba su cara y charlábamos, cogió con fruición mi dedo pulgar entre sus labios y empezó a chuparlo. Ante mi asombro, quise cambiar lengua por dedo, y pronto lo conseguí. Empezamos a besarnos con pasión adolescente. Con tanta pasión que muy pronto empecé a tener una erección descomunal. Mi inquieto pene, casi sobresalía del bañador, y sin duda ella lo notaba, duro como una piedra, en su espalda.

Con el atrevimiento producido por la excitación, empecé a acariciar su pecho por encima de la camiseta, y como viera que no solo no decía nada, sino que parecía gustarle, pronto me atreví a deslizar mi mano bajo la prenda. Me sorprendió la dureza de sus pezones, y con mis torpes dedos, inexperimentados, me deshice del sujetador. Me encantaba acariciar su pecho, sentirlo entre mis manos mientras su respiración se aceleraba, y en consecuencia, todo mi ser.

Pronto me atreví, desatado como estaba, a dar un paso más, y mi mano derecha (la izquierda seguía agarrando su pecho como si me lo fuesen a quitar) se introdujo bajo sus pantalones. Recuerdo que llevaba un jean viejo, desgastado, y grande para ella (seguramente era de su padre) por lo que mi mano no necesitó ni desabrochar los botones. Su ropa interior estaba completamente mojada, y ella seguía explorando mi boca con su lengua llena de pasión, así que di otro pasito y mi mano se deslizó bajo sus braguitas. Un abundante, rizadito y empapado vello recibió a mis dedos, cosa que me encantó. Con la intuición, y el deseo que se apoderaba de mí, empecé a masturbarla, acariciando, introduciendo uno, dos y hasta tres dedos en su interior y volviéndola cada vez más loca. Pese a ser mi primera vez, no debí hacerlo del todo mal, puesto que a punto de desatarse en un gigantesco orgasmo, no tuvo otra ocurrencia que rodear mi cuello con sus labios, mordiendo, ahogando el grito que sin duda iba a tener, y dejando una marca más que evidente en mi maltrecha anatomía. Un suspiro, tremendo suspiro de placer cuando por fin terminé con su coño, precedió a las palabras que con más cariño recuerdo de aquella época: “Ahora me toca a mi”. Apenas cinco palabras. Cinco formidables palabras como antesala a lo que ocurrió a continuación…

Ana se incorporó, se dio la vuelta, contemplando mi agitado rostro, y se arrodilló. Con ambas manos, bajó mi pantalón (por poco no le doy un latigazo, tal era mi excitación) y sacó mi polla, que en esos momentos, ni mucho menos se esperaba lo que vino a continuación. ¡Vaya! Dijo con una sonrisa. La tomó con ambas manos y se la introdujo en la boca… No sé si por ser la primera, o por que Ana, satisfecha como estaba, puso todo su empeño en aquella mamada. Pero os aseguro (y por suerte han sido muchas las que me han hecho desde entonces) que fue la mejor de mi vida. Me fascinaba ver como se apartaba el cabello, se incorporaba, miraba satisfecha lo que sostenía entre las manos y volvía, glotona, a introducírsela en la boca…

Y entonces, un ruido de pisadas. Apenas le presté atención, ensimismado como estaba. Cuando quise darme cuenta estaba a nuestra altura, amparada por la oscuridad de la noche. Era María. Lejos de ignorar lo que pasaba, o circunvalar nuestra posición, se situó justo a nuestro lado, y dijo… ¡¡¡Ana!!! ¿Se la estabas chupando?

Continuará…

¿Qué opináis? ¿Fantasía, o Realidad?

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