Extrañamente llegué temprano. Soy de llegar con lo justo, o unos minutos tarde (la mayoría de las veces). Pero hoy es un día extraño y eso encierra posibilidades insospechadas.
Esperaba este encuentro con la ansiedad típica de los primeros rounds sexuales compartidos con una nueva compañera de aventuras. Ella era algo más joven, hermosa y apasionada. Una flor delicada, algo descuidada de afectos, para beneficios de esta trampa.
El primero, fue improvisado en un palier de un edificio al que pudimos entrar fingiendo en el portero ser un delivery de sex shop. Comenzó como una broma mientras caminábamos a tomar un café y cuando la puerta se abrió la agarre de una manga y busque el rincón más oscuro que podía encontrarse a las siete de la tarde. De parados con ropas desabotonadas y corridas a medias, lo que sería un apriete premonitorio se cristalizó en sexo de adolescentes, como novios de zaguán: muchas ganas y pocas opciones.
Nos despedimos jurando un segundo acto más cómodo en tiempo y lugar, tratando de quebrar la marca de pasión que impuso el primero. El escenario fue un motel de las afueras, donde (parece mentira) debutó como striper a los veintiocho años, con lencería para la ocasión y una maratón de orgasmos suyos que perdí en el camino de los míos.
En el auto, la antesala del tercero se hacía insoportable y maldije el apuro que me llevo a llegar anticipadamente.
No tenía alcohol, ni cigarrillos; ni siquiera el mate que llevo a todos lados me salvaba por culpa de un termo vació. Cuando pensaba seriamente en sacar agua caliente del radiador entró un mensaje: “Te compré un termo como el que andabas buscando. Mañana ya vas a andar con más combustible. Cuidate. Besos”. Quede congelado a pesar del enojo.
El mensaje era de ella. No de la otra; de ella…
Ella, quien recordó cuando irritado decía que siempre me falta agua caliente cuando estoy regresando de un viaje y no quiero parar.
Ella, quien repite incansable que me cuide del tránsito, de los animales sueltos, del granizo, de los mochileros que hacen dedo…
Ella, quien pregunta que quiero cenar, aunque a veces compre en la rotisería para darme el gusto (y de paso zafar de la cocina).
Ella, con la que unos años atrás, hacíamos en amor en la pared, porque no teníamos cama. Y cuando, la tuvimos lo seguimos haciendo, de puro gusto. Que inaugurábamos de igual manera cada nuevo mueble. Incluso el lavarropas.
Ni que decir cuando compramos el primer auto.
Ella, a quien, como en otras oportunidades, estaba a punto de engañar.
La siesta se enturbió con sentimientos conflictivos. Estaba en una ciudad vecina, no en un pueblo a 140 kilómetros, como había dicho. El tiempo se detuvo como atrapado en un reloj de arena húmeda...
No sabía qué hacer. Mi indecisión era una moneda en el aire: de un lado la pasión y el placer; del otro el amor y la paz de mi conciencia.
Podía esperar una eternidad a que algo pasará, que algún suceso fortuito que me librara de tener que elegir.
Afronté la situación con un resto de estoicismo y forjé a pura imaginación una daga mágica con la que corte en mitades ese objeto de discordia, obteniendo dos caras perfectas.
Podía haber desechado una y sin embargo conservé ambas. Ya era suficiente carga engañarla, como para engañarme descartando alguna. Podía haber jurado que nunca más lo haría y sin embargo seguía en el mismo lugar, mientras mi amiga se acercaba sonriendo. Podía haber escapado y sin embargo, la espera llegó a su fin y con ella mis tribulaciones...
Esperaba este encuentro con la ansiedad típica de los primeros rounds sexuales compartidos con una nueva compañera de aventuras. Ella era algo más joven, hermosa y apasionada. Una flor delicada, algo descuidada de afectos, para beneficios de esta trampa.
El primero, fue improvisado en un palier de un edificio al que pudimos entrar fingiendo en el portero ser un delivery de sex shop. Comenzó como una broma mientras caminábamos a tomar un café y cuando la puerta se abrió la agarre de una manga y busque el rincón más oscuro que podía encontrarse a las siete de la tarde. De parados con ropas desabotonadas y corridas a medias, lo que sería un apriete premonitorio se cristalizó en sexo de adolescentes, como novios de zaguán: muchas ganas y pocas opciones.
Nos despedimos jurando un segundo acto más cómodo en tiempo y lugar, tratando de quebrar la marca de pasión que impuso el primero. El escenario fue un motel de las afueras, donde (parece mentira) debutó como striper a los veintiocho años, con lencería para la ocasión y una maratón de orgasmos suyos que perdí en el camino de los míos.
En el auto, la antesala del tercero se hacía insoportable y maldije el apuro que me llevo a llegar anticipadamente.
No tenía alcohol, ni cigarrillos; ni siquiera el mate que llevo a todos lados me salvaba por culpa de un termo vació. Cuando pensaba seriamente en sacar agua caliente del radiador entró un mensaje: “Te compré un termo como el que andabas buscando. Mañana ya vas a andar con más combustible. Cuidate. Besos”. Quede congelado a pesar del enojo.
El mensaje era de ella. No de la otra; de ella…
Ella, quien recordó cuando irritado decía que siempre me falta agua caliente cuando estoy regresando de un viaje y no quiero parar.
Ella, quien repite incansable que me cuide del tránsito, de los animales sueltos, del granizo, de los mochileros que hacen dedo…
Ella, quien pregunta que quiero cenar, aunque a veces compre en la rotisería para darme el gusto (y de paso zafar de la cocina).
Ella, con la que unos años atrás, hacíamos en amor en la pared, porque no teníamos cama. Y cuando, la tuvimos lo seguimos haciendo, de puro gusto. Que inaugurábamos de igual manera cada nuevo mueble. Incluso el lavarropas.
Ni que decir cuando compramos el primer auto.
Ella, a quien, como en otras oportunidades, estaba a punto de engañar.
La siesta se enturbió con sentimientos conflictivos. Estaba en una ciudad vecina, no en un pueblo a 140 kilómetros, como había dicho. El tiempo se detuvo como atrapado en un reloj de arena húmeda...
No sabía qué hacer. Mi indecisión era una moneda en el aire: de un lado la pasión y el placer; del otro el amor y la paz de mi conciencia.
Podía esperar una eternidad a que algo pasará, que algún suceso fortuito que me librara de tener que elegir.
Afronté la situación con un resto de estoicismo y forjé a pura imaginación una daga mágica con la que corte en mitades ese objeto de discordia, obteniendo dos caras perfectas.
Podía haber desechado una y sin embargo conservé ambas. Ya era suficiente carga engañarla, como para engañarme descartando alguna. Podía haber jurado que nunca más lo haría y sin embargo seguía en el mismo lugar, mientras mi amiga se acercaba sonriendo. Podía haber escapado y sin embargo, la espera llegó a su fin y con ella mis tribulaciones...
link: http://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=l7gNcqGg2R0
12 comentarios - Y sin embargo...
Gracias por sus reiteradas atenciones 💐
😘
Uff conocedora soy de esa disyuntiva....Excelente relato!! sale reco!
Haré lo posible. gracias por tu comentario.
IMPRESIONANTE!
Infinitas gracias.-
DE NADA. ESTE POST SE LO GANÓ Y SE LO MERECE.
Segundo, lo shout esta clarado en el shout (por las dudas, dijo el cura... 🙄 )
_PUNTOS para VOS
Muy bueno @FurtivoAC... a los dos nos encantan tus relatos amigo 🙌