- ¿Le puedo dar un beso? - Me preguntaba mi novia mientras le sujetaba la cara a su amiga. Sos rostros ya estaban cerca y ambos me miraban de una forma que me hizo sentir estar hablando con dos personas totalmente desconocidas, como salidas de una película.
Valeria, mi novia, estaba sentada de costado sobre la falda de Rocío. Los tres estábamos en un sillón en un rincón de un living. Eran casi las cuatro de la mañana y quedaba poca gente en la casa; había un grupo de frenéticos borrachos gritadores en la cocina, otros pocos escuchando música como parásitos a pocos metros de nosotros.
Hacía ya algunos meses que Valeria era mi novia, y creía conocerla bastante bien como para no esperar sorpresas en su accionar sexual. Por lo tanto su pregunta no cayó de improvisto, era una deuda que ella cargaba. Más que deuda diría curiosidad, ya que nunca había besado a una mujer y se moría de ganas por vivir esa experiencia. También ella me conocía bastante bien, y sabía que debía pedirme autorización para besarse con otra persona delante mio. Me respetaba, me quería mucho y nunca daba un paso si en ese accionar existía una remota chance de incomodarme.
Ambas me miraban con una extraña mueca en la cara que me hacía dudar de ellas. Una mueca acompañada por una forma de poner los ojos que generaban un gesto perverso que jamás voy a olvidar. Nos observamos unos segundos los tres, ellas dos a mi y yo a ellas, y terminando con la morbosa y exitante espera de unos interminables diez segundos, dije: - Ok, pero acá no, vamos arriba. Y yo quiero ver. -
Alguna de las dos dijo que estaba bien, o quizás no lo dijeron y simplemente se dieron vuelta y marcharon escalera arriba, lo cierto es que pocos segundos después estábamos los tres en una pequeña habitación que hacía las veces de oficina. Quizás como consecuencia de movernos de lugar, por entrar a un lugar prolijo y desprovisto de comodidad, o porque a veces surge cierta duda o impresión de extrema conciencia unos segundos antes de realizar un acto al cual no estamos acostumbrados. Quizás por eso estábamos los tres mirando al piso esperando que alguien rompa esa tortuosa espera que antecede al placer.
- Pero antes les voy a pedir algo - Dije, inhalando todo el aire de duda que revoloteaba en el lugar. - Quiero que lo hagan bien, apasionadamente, un cuerpo apretado al otro, durante un buen rato, con las manos de una sobre la otra, como si estuvieran besando por última vez en la vida. Y yo voy a mirar, acá, de costado, entre las dos. - Ahora era Valeria la que me miraba como si yo fuese un desconocido. Rocío buscó un gesto de aprobación que encontró en forma de sonrisa. Se pusieron una frente a la otra y se acercaron lentamente sin dejar de mirarse. Para ellas mi presencia ya estaba aniquilada.
Rocío colocó sus manos en la cadera de Valeria, y ésta hizo lo mismo con su compañera, como buscando un lugar donde agarrarse y juntar fuerza para arrastrase una hacia la otra. Se acercaron y cuando sus bocas estaban ya a pocos centímetros se miraron por última vez, con unos ojos extremadamente serios y al mismo tiempo explotados de lujuria. Valeria inclinó levemente la cabeza hacia un costado y muy lentamente tocó los labios de Rocío. Parecían dos nenas de once años dándose su primer beso, pero seguramente fue un primer paso de reconocimiento, una forma de tantear para luego saborear mejor.
Poco a poco esos besos infantiles fueron cobrando fuerza. Los labios se juntaban con más fuerza y empezan a montarse unos sobre los otros. Las lenguas se aventuraban y acariciaban la superficie. Los brazos de ambas tomaron posesión sobre la otra y se entrelazaron apretándose los cuerpos. Los tímidos besos se convirtieron en una feroz lucha por ingresar una dentro de la otra. Movían sus cabezas de un lado hacia al otro con la boca bien abierta. Sus respiraciones se escuchaban cada vez más fuertes. Y yo las miraba, a unos treinta centímetros del campo de batalla. Yo las miraba casi temblando de exitación.
Como empezaron terminaron, con besos pequeños de despedida, para que el separarse no sea tan brusco, tan cruel. Y lo hicieron con los ojos cerrados. Valeria los abrió y me miró mientras se retiraba hacia atrás al mismo tiempo que se pasaba la mano por la boca sacándose la saliva. Me miró con una extraña mixtura entre venguenza y exitación. Me mantuvo la mirada y comprendí que me estaba llamando. Le di un beso como se puede dar un beso después de presenciar el momento más exitante jamás vivido. Apretó su cuerpo contra el mio y soltó una especie de gemido al notar mi erección. Frotó su pierna sobre mi bulto, apretó sus pechos contra mi cuerpo y me tomó con los brazos por la espalda para que me acerque todavía más. Pocos segundos después nos soltamos, como si al mismo tiempo nos hubiésemos acordado de la presencia de Rocío. Nos alejamos uno del otro con verguenza, mirándola. Rocío me miró a los ojos y luego, sin desimulo, bajó la mirada hacia mi bulto.
Casi de forma inexpresiva tomó la mano de Valeria y de un tirón la encontró nuevamente cara a cara. La besó con una intensidad que hizo inevitable que sus manos empezaran a recorrerse de a poco. Rocío recorrió la cadera de su amiga subiendo de a poco, apretando la cintura hasta llegar a la altura de los pechos. Arremetió hacia el centro con las palmas abiertas luchando para meterse entre los dos. Como en un acto reflejo Valeria me tomó la mano y me colocó atrás de ella, apretando su cola contra mi. Empecé a besar su cuello, ella se retorcía de placer al mismo tiempo que sacaba la cola con más fuerza. En esa posición podía sentir la respiración de Rocío, y puedo decir que el darme cuenta de su gemir contenido hizo que perdiera la cabeza. Pasé mis manos alrededor de Valeria y me encontré con las manos de Rocío que apretaban y recorrían con vehemencia. Al notar lo que estaba haciendo, Roció apretó sus pechos para sentir mis manos. Respondí estirándome un poco más y aceptando la irresisteble invitación a acariciarlos.
Sin dejar de besarse con locura, Valeria sacó sus manos de la espalda de Rocío y, para mi sorpresa, tomó mis manos. Las bajó y las colocó sobre su cadera en un evidente acto de represalia. Comprendí que no se me estaba permitido tener contacto con Rocío, que podía formar parte de la escena siempre y tanto mantenga mi atención sólo sobre mi Valeria. Levanté la remera de mi novia y tuve que interrupir el apasionado beso con su compañera mientras pasaba la remera por sobre su cabeza, luego le desabroché el corpiño y tomé las manos de Rocío para que conozca las tetas en todo su esplendor; unos pechos que se ponían muy duros cuando se exitaban, donde uno podría pasarse horas recorriendo esa piel que llena la palma de la mano, que se hunde y vuelve a surgir como pidiendo más contacto, y como si fuera poco, el balanceo de placer del cuerpo entero al compás de un gemido que implora por más. Valeria hace ya un rato que venía apretando y moviendo su cola contra mi bulto, por lo cual decidí que era suficiente sufrimiento contenido.
Mientras ellas intercambiaban lenguas, besos en los cuellos, ambas con el torzo desnudo, acariciándose con ternura y tomándose con la delicadeza que sólo una mujer es capaz de otorgar. Mientras sucedía esa hermosa escena yo bajé mis manos y desabroché el pantalón de Valeria, lo bajé hasta dejar su cola al descubierto. Luego hice lo mismo con la bombacha. Abrí mi bragueta y saqué mi pene para apoyarlo sobre la piel desnuda que se movía hacia atrás buscando contacto. Mojé con saliva dos de mis dedos y humedecí la cola de Valeria, ella apretó aún más. Coloqué la punta de mi pene y simplemente lo dejé ahí, apoyado en la puerta de su agujero. Valería empezó a empujar hacia atrás buscando que entrara de una vez por todas, mientras, observé que levantaba la cabeza hacia el techo y gemía al tener a Rocío con su boca entre sus pechos. Miraba hacia el techo sacando las tetas para Rocío y la cola hacia atrás para mi. Palpé con una mano su entrepierna y comprobé que estaba mojadísima. Coloqué las manos en la cintura e introduje la cabeza de mi pene en ella. Sacaba y metía lentamente con especial atención para que no ingresara más que eso. Yo sabía muy bien que eso la ponía loca. Luego de unos pocos movimientos, sin poder contenerse, empezó a empujar hacia atrás buscando mayor penetración. Y eso hice. Comencé a meter un poco más y ella me acompañaba con el movimiento. Al mismo tiempo que yo la sacaba ella se retiraba, cuando yo empujaba ella volvía a acercarse. En pocos segundos la penetración era total, y lo hacía sacando casi todo mi pene afuera, para volver a meterlo cuando ella volvía hacia mi.
Para ese entonces Rocío simplemente abrazaba a Valeria, colocando su cabeza en su pecho, conteniendo el empuje de mi embestida, mirándome de a los ojos, y otros ratos a mi pene saliendo y entrando. Parecía que estaba en trance, con la boca abierta. Tenía una mano en la cabeza de mi novia y con la otra se acariciaba entre las piernas. Valería gemía pero sin gritar. Gemía con ese sonido de placer que hace retorcer a cualquier oyente incluso sin saber la razón de tanta exitación. Abrazaba a su amiga y cerraba los ojos con fuerza. Ya no se movía, estaba entregada a mi.
Poco después, cuando sentí que estaba por acabar, aceleré mis moviementos y terminé en un interminable orgasmo. Valería lo hizo al mismo tiempo que yo, apretando su cola con fuerza, soltando un pequeño grito que ahogó contra el pecho de Rocío. Me quedé quieto unos segundos y empecé a moverme nuevamente, muy lento, y ella se tiró para atrás y apoyó su espalda contra mi pecho formando un arco hasta la cola, haciendo el lento movimiento por mi, rodeándome con las manos hacia atrás, girando la cabeza y besándome tiernamente en la boca. La abracé envolviéndola entre mis brazos y al mismo tiempo levantamos la mirada hacia adelante. Rocío nos miraba parada en el lugar, y supongo que tanto yo como Valería le sonreímos, porque luego de ponerse la remera, pasó por al lado nuestro y esbozó una hermosa sonrisa.
Valeria, mi novia, estaba sentada de costado sobre la falda de Rocío. Los tres estábamos en un sillón en un rincón de un living. Eran casi las cuatro de la mañana y quedaba poca gente en la casa; había un grupo de frenéticos borrachos gritadores en la cocina, otros pocos escuchando música como parásitos a pocos metros de nosotros.
Hacía ya algunos meses que Valeria era mi novia, y creía conocerla bastante bien como para no esperar sorpresas en su accionar sexual. Por lo tanto su pregunta no cayó de improvisto, era una deuda que ella cargaba. Más que deuda diría curiosidad, ya que nunca había besado a una mujer y se moría de ganas por vivir esa experiencia. También ella me conocía bastante bien, y sabía que debía pedirme autorización para besarse con otra persona delante mio. Me respetaba, me quería mucho y nunca daba un paso si en ese accionar existía una remota chance de incomodarme.
Ambas me miraban con una extraña mueca en la cara que me hacía dudar de ellas. Una mueca acompañada por una forma de poner los ojos que generaban un gesto perverso que jamás voy a olvidar. Nos observamos unos segundos los tres, ellas dos a mi y yo a ellas, y terminando con la morbosa y exitante espera de unos interminables diez segundos, dije: - Ok, pero acá no, vamos arriba. Y yo quiero ver. -
Alguna de las dos dijo que estaba bien, o quizás no lo dijeron y simplemente se dieron vuelta y marcharon escalera arriba, lo cierto es que pocos segundos después estábamos los tres en una pequeña habitación que hacía las veces de oficina. Quizás como consecuencia de movernos de lugar, por entrar a un lugar prolijo y desprovisto de comodidad, o porque a veces surge cierta duda o impresión de extrema conciencia unos segundos antes de realizar un acto al cual no estamos acostumbrados. Quizás por eso estábamos los tres mirando al piso esperando que alguien rompa esa tortuosa espera que antecede al placer.
- Pero antes les voy a pedir algo - Dije, inhalando todo el aire de duda que revoloteaba en el lugar. - Quiero que lo hagan bien, apasionadamente, un cuerpo apretado al otro, durante un buen rato, con las manos de una sobre la otra, como si estuvieran besando por última vez en la vida. Y yo voy a mirar, acá, de costado, entre las dos. - Ahora era Valeria la que me miraba como si yo fuese un desconocido. Rocío buscó un gesto de aprobación que encontró en forma de sonrisa. Se pusieron una frente a la otra y se acercaron lentamente sin dejar de mirarse. Para ellas mi presencia ya estaba aniquilada.
Rocío colocó sus manos en la cadera de Valeria, y ésta hizo lo mismo con su compañera, como buscando un lugar donde agarrarse y juntar fuerza para arrastrase una hacia la otra. Se acercaron y cuando sus bocas estaban ya a pocos centímetros se miraron por última vez, con unos ojos extremadamente serios y al mismo tiempo explotados de lujuria. Valeria inclinó levemente la cabeza hacia un costado y muy lentamente tocó los labios de Rocío. Parecían dos nenas de once años dándose su primer beso, pero seguramente fue un primer paso de reconocimiento, una forma de tantear para luego saborear mejor.
Poco a poco esos besos infantiles fueron cobrando fuerza. Los labios se juntaban con más fuerza y empezan a montarse unos sobre los otros. Las lenguas se aventuraban y acariciaban la superficie. Los brazos de ambas tomaron posesión sobre la otra y se entrelazaron apretándose los cuerpos. Los tímidos besos se convirtieron en una feroz lucha por ingresar una dentro de la otra. Movían sus cabezas de un lado hacia al otro con la boca bien abierta. Sus respiraciones se escuchaban cada vez más fuertes. Y yo las miraba, a unos treinta centímetros del campo de batalla. Yo las miraba casi temblando de exitación.
Como empezaron terminaron, con besos pequeños de despedida, para que el separarse no sea tan brusco, tan cruel. Y lo hicieron con los ojos cerrados. Valeria los abrió y me miró mientras se retiraba hacia atrás al mismo tiempo que se pasaba la mano por la boca sacándose la saliva. Me miró con una extraña mixtura entre venguenza y exitación. Me mantuvo la mirada y comprendí que me estaba llamando. Le di un beso como se puede dar un beso después de presenciar el momento más exitante jamás vivido. Apretó su cuerpo contra el mio y soltó una especie de gemido al notar mi erección. Frotó su pierna sobre mi bulto, apretó sus pechos contra mi cuerpo y me tomó con los brazos por la espalda para que me acerque todavía más. Pocos segundos después nos soltamos, como si al mismo tiempo nos hubiésemos acordado de la presencia de Rocío. Nos alejamos uno del otro con verguenza, mirándola. Rocío me miró a los ojos y luego, sin desimulo, bajó la mirada hacia mi bulto.
Casi de forma inexpresiva tomó la mano de Valeria y de un tirón la encontró nuevamente cara a cara. La besó con una intensidad que hizo inevitable que sus manos empezaran a recorrerse de a poco. Rocío recorrió la cadera de su amiga subiendo de a poco, apretando la cintura hasta llegar a la altura de los pechos. Arremetió hacia el centro con las palmas abiertas luchando para meterse entre los dos. Como en un acto reflejo Valeria me tomó la mano y me colocó atrás de ella, apretando su cola contra mi. Empecé a besar su cuello, ella se retorcía de placer al mismo tiempo que sacaba la cola con más fuerza. En esa posición podía sentir la respiración de Rocío, y puedo decir que el darme cuenta de su gemir contenido hizo que perdiera la cabeza. Pasé mis manos alrededor de Valeria y me encontré con las manos de Rocío que apretaban y recorrían con vehemencia. Al notar lo que estaba haciendo, Roció apretó sus pechos para sentir mis manos. Respondí estirándome un poco más y aceptando la irresisteble invitación a acariciarlos.
Sin dejar de besarse con locura, Valeria sacó sus manos de la espalda de Rocío y, para mi sorpresa, tomó mis manos. Las bajó y las colocó sobre su cadera en un evidente acto de represalia. Comprendí que no se me estaba permitido tener contacto con Rocío, que podía formar parte de la escena siempre y tanto mantenga mi atención sólo sobre mi Valeria. Levanté la remera de mi novia y tuve que interrupir el apasionado beso con su compañera mientras pasaba la remera por sobre su cabeza, luego le desabroché el corpiño y tomé las manos de Rocío para que conozca las tetas en todo su esplendor; unos pechos que se ponían muy duros cuando se exitaban, donde uno podría pasarse horas recorriendo esa piel que llena la palma de la mano, que se hunde y vuelve a surgir como pidiendo más contacto, y como si fuera poco, el balanceo de placer del cuerpo entero al compás de un gemido que implora por más. Valeria hace ya un rato que venía apretando y moviendo su cola contra mi bulto, por lo cual decidí que era suficiente sufrimiento contenido.
Mientras ellas intercambiaban lenguas, besos en los cuellos, ambas con el torzo desnudo, acariciándose con ternura y tomándose con la delicadeza que sólo una mujer es capaz de otorgar. Mientras sucedía esa hermosa escena yo bajé mis manos y desabroché el pantalón de Valeria, lo bajé hasta dejar su cola al descubierto. Luego hice lo mismo con la bombacha. Abrí mi bragueta y saqué mi pene para apoyarlo sobre la piel desnuda que se movía hacia atrás buscando contacto. Mojé con saliva dos de mis dedos y humedecí la cola de Valeria, ella apretó aún más. Coloqué la punta de mi pene y simplemente lo dejé ahí, apoyado en la puerta de su agujero. Valería empezó a empujar hacia atrás buscando que entrara de una vez por todas, mientras, observé que levantaba la cabeza hacia el techo y gemía al tener a Rocío con su boca entre sus pechos. Miraba hacia el techo sacando las tetas para Rocío y la cola hacia atrás para mi. Palpé con una mano su entrepierna y comprobé que estaba mojadísima. Coloqué las manos en la cintura e introduje la cabeza de mi pene en ella. Sacaba y metía lentamente con especial atención para que no ingresara más que eso. Yo sabía muy bien que eso la ponía loca. Luego de unos pocos movimientos, sin poder contenerse, empezó a empujar hacia atrás buscando mayor penetración. Y eso hice. Comencé a meter un poco más y ella me acompañaba con el movimiento. Al mismo tiempo que yo la sacaba ella se retiraba, cuando yo empujaba ella volvía a acercarse. En pocos segundos la penetración era total, y lo hacía sacando casi todo mi pene afuera, para volver a meterlo cuando ella volvía hacia mi.
Para ese entonces Rocío simplemente abrazaba a Valeria, colocando su cabeza en su pecho, conteniendo el empuje de mi embestida, mirándome de a los ojos, y otros ratos a mi pene saliendo y entrando. Parecía que estaba en trance, con la boca abierta. Tenía una mano en la cabeza de mi novia y con la otra se acariciaba entre las piernas. Valería gemía pero sin gritar. Gemía con ese sonido de placer que hace retorcer a cualquier oyente incluso sin saber la razón de tanta exitación. Abrazaba a su amiga y cerraba los ojos con fuerza. Ya no se movía, estaba entregada a mi.
Poco después, cuando sentí que estaba por acabar, aceleré mis moviementos y terminé en un interminable orgasmo. Valería lo hizo al mismo tiempo que yo, apretando su cola con fuerza, soltando un pequeño grito que ahogó contra el pecho de Rocío. Me quedé quieto unos segundos y empecé a moverme nuevamente, muy lento, y ella se tiró para atrás y apoyó su espalda contra mi pecho formando un arco hasta la cola, haciendo el lento movimiento por mi, rodeándome con las manos hacia atrás, girando la cabeza y besándome tiernamente en la boca. La abracé envolviéndola entre mis brazos y al mismo tiempo levantamos la mirada hacia adelante. Rocío nos miraba parada en el lugar, y supongo que tanto yo como Valería le sonreímos, porque luego de ponerse la remera, pasó por al lado nuestro y esbozó una hermosa sonrisa.
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