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Eso es otro precio (1º capítulo)

I

Acabo de cumplir treinta y siete años. Los invitados se acaban de ir. Se supone que uno, a cierta edad, empieza a hacer un balance de su vida. Tal vez porque ya no soy una jovencita me parece que este es el momento adecuado o, por lo menos, tan adecuado como cualquier otro. Espero que quien lea estas notas se sienta interesado por ellas.
No tuve posibilidades de estudiar; no soy, sin embargo, una mujer ignorante, pero no pude completar estudios formales, digamos. Como compensación, si lo es, supe lo que es la vida desde muy chica. A los trece años, mis padres, argumentando que necesitaban dinero, me enviaron a trabajar con cama, en una casa bastante lejos de mi barrio. Esta gente, pese a lo que pueda suponerse, me trató con decencia y afecto. Tal vez porque era tan chica… Tal vez porque era, pese a mi edad, una trabajadora seria y responsable. Mi objetivo al contar una experiencia tan temprana de mi vida fue que no sufrí, trabajando en ese hogar, experiencias traumáticas o que justifiquen lo que pasó después. Al contrario, lo que pasó después, si tiene una explicación, se encuentra en la casa de mis padres.
Salí con muchachos desde los catorce y ya a esa edad tuve mi primera experiencia. No fue gran cosa pero tampoco un espanto. Pensaba que las cosas mejorarían con el paso del tiempo y así fue.
Tuve diversas parejas pero no me casé ni tuve hijos. Como tampoco, resultado de la crisis económica, tuve posibilidad de comprar una casa o siquiera alquilar, vivía en la casa de mis viejos. Debo decir que, pese a mi edad, sigo siendo “una chica de buen ver” como diría mi abuela. Pese a que el dinero nunca me sobró, traté de cuidar mi aspecto: me gusta la ropa y maquillarme como a cualquiera, seguramente más que a muchas, y, con el paso de los años, esa tendencia natural de mi carácter no se modero sino, más bien, lo contrario. Se diría, pensarán que soy una agrandada pero así me catalogaron los hombres, que soy la típica morocha sexy; a los quince no podía salir a la calle sin que los tipos me gritaran los piropos más guarangos. Desde “¡Mamita, por una hora con vos, vendo el mionca!” hasta lo que ustedes imaginen. No soy alta, más bien petisa, pero los hombres siempre me encontraron muy atractiva. Mido 1. 55, pero tengo un rostro bastante agradable, ojos grandes y oscuros, labios gruesos, un busto amplio, casi 100 cm., y una colita respingona y parada que siempre fue mi mayor motivo de orgullo. Quizás si no tuviera tan buen culo mi vida hubiera sido más simple, quizás… Pero no nos anticipemos y vayamos parte por parte.
En el momento en que comienza esta historia, tenía un trabajo fijo pero muy mal remunerado. Un sábado a la tarde, ya muy amargada, porque el sueldo cada vez me alcanzaba para menos, estaba tomando mate en lo de mi amiga Sofía.
—Cambia la cara. Esta noche nos vamos a bailar y listo, a la mierda con las penas.
—Estás loca —le contesté—. Te cuento que tengo que pedir un vale para pagar los servicios y me venís con salir.
—En ese boliche que te conté todos me conocen, nos van va dejar entrar sin problemas. Aparte, el barman está muerto por mí y seguro que vamos a poder garronear unas cuantas copas con un champagne incluido. Eso si no lo apuro… —agregó.
—No me quiero imaginar lo que te dará si lo apurás —le contesté ya de mejor humor.
—¡Lo que yo quiera! ¡Y lo que no quiera también! –respondió riendo a carcajadas. Bueno, ¿y?
—Está bien.
—Compartimos el remís y vamos. ¿A eso llegás?
—Sí, desde ya.
—Ah, vestite bien perra. Hay que convencer al patovica de la entrada y ya sabes lo babosos que son.
—No te preocupés, si conoceré al gremio….
Me puse una remera blanca de mangas largas muy ceñida al torso, con un escote en u realmente amplio, pantalones de vestir elastizados y unas sandalias de taco alto. Me maquillé normal, digamos, excepto por el labial rojo pasión que destacaba mi boquita como si fuera un semáforo. «Y buah, toda sea por pasar una buena noche», pensé.
—Guau, nena, más que vestida para matar parecés una arma de destrucción masiva —dijo Sofía admirativamente, apenas me vio.
—Exagerada… Ufa, te hago caso y te quejás.
—Todo bien, esa era la idea —contestó sonriendo.
Después de que el de seguridad nos dejara entrar sin problemas, no sin antes relojearnos de arriba abajo, nos dirigimos hacia la barra. El barman saludó muy efusivamente a Sofía, con beso en la boca incluido. «Ah, parece que ya tienen algo», me dije. Ante la sugerencia de mi amiga de que estábamos escasas de fondos, el barman, agrandándose, nos dijo: «no hay problema, bebé, yo me hago cargo». Deduje que no habían salido demasiadas veces o era muy imprudente: Sofía es un barril sin fondo y escavia como la mejor. De hecho, nunca la vi borracha, lo cual es mucho. Luego de las dos primeras cervezas y de charlar con el amigo de Sofía, durante un rato, hay que admitir que era un chico lindo y divertido, mi amiga le dijo lo siguiente, con ese brillito en los ojos que anticipaba problemas (para aquellos que la conocían como yo, obvio).
—Bueno, vamos a bailar un rato y luego volvemos. Si sabés lo que te conviene… Prestá atención.
Es hora de aclarar que, más allá de mi situación económica, no iba a seguido a los boliches con mi amiga porque… porque… se apretaba mucho a mí cuando bailábamos. Más aún cuando tomaba alcohol. No es que me fuera a transar ni que le pintara el lesbianismo pero se ponía rara. Cuando bailábamos, le gustaba que estuviera muy cerca de ella, olerme, tocarme y, sobre todo, decirme comentarios muy sexuales al oído. No es que me fuera a sorprender; lo hacía hace años y yo la toleraba porque, de hecho, nadie ha sido tan buena conmigo: la amiga incondicional con mayúsculas. Siempre estuvo a mi lado, en las buenas y en las malas, y eso no se olvida. Que me espiara cuando me duchaba en su casa, que le gustara verme desnuda, que me pidiera que me sentará en su falda para poderme manosear… No era gran cosa. A veces, en verano, luego de un par de Fernet, me decía que “me quería ver”, que era tan linda que verme desnuda era un placer. Yo zafaba como podía; a veces podía más, a veces menos. Cuando me quedaba a dormir con ella me daba besos en la espalda y, eso sí, con delicadeza, sin ninguna violencia, me metía la mano dentro de la bombacha, me acariciaba en el clítoris y luego me metía un dedo en la chuchi, pero solo un poco… Después me miraba y se chupaba los dedos. Me daba vergüenza, pero no le daba gran importancia.
Esta fue una de esas ocasiones. Se apretó a mí como si fuera un tipo, me empezó a decir barrabasadas y en un momento, me empezó a acariciar la cola.
—Sofía…. —me quejé.
—No te pongas así, es un pequeño show para el barman amable. De algún modo hay que recompensarle por las copas.
Después de un rato, ya bastante acalorada, le dije que pasaba al baño.
—Te acompaño.
—No andá con tu amigo y conseguí una cerveza.
—Bien, podrías sacarte el corpiño, ¿no?
—¡Sofía! Esto es blanco, se me van a renotar…
—Dale, ya sabés como es la cosa. Hay que calentar a los tipos para que se pongan generosos.
—No sé… No te prometo nada.
Cuando volví del baño, después de refrescarme un poco, los dos estaban hablando con un pibe. No tendría más de veinte años; rubio, metro ochenta, físico bien trabajado. El barman lo presentó como el gerente del lugar. Me extrañó que tuviera semejante cargo por su juventud, pero luego me enteré que era el hijo del dueño. Ahí entendí.
—¿Quieren tomar un champagne?
—De acuerdo —respondí entusiasmada y por las dos, pero, al mismo tiempo, pensé alarmada. «Lo que me faltaba un pendejo alzado que le gustan las veteranas».
El pibe me desnudó con la mirada. Luego se mordió el labio inferior.
—¿Querés bailar un poco?
—Pero eso es reggaeton, no sé como se baila… —musité tratando de parecer tímida.
—Yo te enseño, es refácil. Vamos —dijo, dejando la copa sobre la barra—. «Qué mandón. ¿Quién se cree este pendejo? ¿Qué porque tiene plata voy a hacer lo que él quiera?».
—Bueno.
Dicen que para aprender todo es cuestión de buena voluntad y un docente capaz. Aprendí rápido. En un momento, me hace girar y lo tengo a mi espalda, moviéndose contra mi espalda. Me tomó de la cintura y empezó a apoyarme muy fuerte. «La tiene redura y parece… parece muy pero muy grande», pensé algo sofocada. Sus manos, desde la cintura, empezaron a ascender hacia mis pechos, los pezones se me empezaban a endurecer, sobre todo porque comenzó a besarme el cuello, cosa que siempre me volvió loca. Luego los besos se transformaron en lamidas desde la base del cuello hasta la oreja inclusive.
—Sos reputita —me dijo—. Te gusta que los pendejos te apoyen…
—Pará.
Sus manos empezaron a acariciar mis pechos cada vez más fuerte y más fuerte.
—Me volvés loco, ¿sabés? Te vi desde que entraste al boliche con tu amiga lesbiana. Acá todos saben que le gustan las pibas. A dos cuadras de acá hay un hotel, vamos…
—Pará, que está mirando todo el mundo. Recién te conozco, aparte tengo edad para ser tu madre…
—No me interesa, mamita —la ocurrencia me hizo reír—. Me muero si esta noche no te cojo.
—Eso es otro precio —dije sin pensar.
—Ah, ¿así que hacés salidas?
—Sí. —mentí para ver si eso lo hacía dudar un poco.
—Bien, ¿cuánto querés?
—Tres mil por toda la noche. Si querés vamos a tu casa y hacemos todo lo que vos quieras, papito —le contesté ya muy excitada pero esperando, eso creía, que el precio le pareciera un despropósito y me dejara en paz.
—Está bien. Parece que el gasto va a valer la pena. Buscá tus cosas que te espero acá.
Agarre mis cosas, fui al baño e hice pis. «¡Qué dije! ¡Qué hice! ¿Y ahora cómo zafo? No hice estas cosas cuando tenías veinte años, como tantas del barrio, y a la vejez viruela».
A la salida del baño me lo encuentro.
—¿Qué pasó? Hace media hora que te estoy esperando. ¿Te arrepentiste?
—No, vamos. ¿A tu casa?
—No, al hotel que te dije.
«Bien de trola, no me quiere llevar a la casa a ver si le causo un problema».
Entramos al hotel, no estaba mal, y ya en el ascensor me dio un beso de lengua hasta que llegamos al piso en donde estaba la pieza. Yo no podía sacar los ojos de su entrepierna. Se dio cuenta y sonrío.
—Primero, dame la plata.
—De acuerdo, para que estés tranquila —conté el dinero y lo guardé en la cartera—. ¿Está bien?
—Sí —murmuré cabizbaja.
—Anda al baño y esperá hasta que te llame. No te quités la ropa.
—De acuerdo.
—Ahora, ponete de espaldas a mí y sacate la ropa muy despacio…
Lo hice como me lo indicaba y deje para lo último la cola-less que había elegido para esa noche.
—¿Ahora?
—Ahora vení y chupámela.
Como lo suponía la tenía enorme y todavía bastante dura. No solo era muy larga, no sé si tenía o no los veinticinco míticos centímetros pero lo parecía y sobre todo era muy gruesa. Primero se la lamí para dejarla bien húmeda y luego me la metí en la boca, Casi no me entraba.
—¿Te gusta, papi? —le dije o poniéndome en personaje o sintiendo que, según como actuara, para bien o para mal, a partir de esa noche mi vida iba a cambiar de modo irremediable.
—Sí, pará, ya la tengo redura. Vení acá, al respaldo de la cama —hice lo que me dijo—. Sentate sobre las rodillas. Apoyá las manos contra la pared. Sí, perfecto —dijo, mientras se ponía a los pies de la cama—. Ahora abrí un poco las piernas y sacá la cola para afuera.
—¿No me vas a tocar antes? —pregunté quejándome.
—Sí, ahí va.
Se acercó a mí. Se metió dos dedos en la boca hasta que los tuvo bien húmedos. Empezó a recorrer mi vagina con ellos. Llegó al clítoris y lo masajeó con intensidad creciente. Mi respiración se hacía más y más entrecortada. Comencé a gemir. Sin siquiera mirarlo, saqué la lengua afuera.
—¿Te gusta, puta? —me dijo—. Sos recalentona y eso me gusta.
—Sí, cogeme ya, papi. Rompeme la concha con esa cosa enorme que tenés.
Me tomó por las caderas y me la metió sin contemplaciones. Mis gemidos terminaron siendo aullidos y acabé como una bestia o como lo que él decía que yo era.
Esa noche duró hasta la madrugada, tuvimos sexo tres veces más. Nos besamos con desesperación; en un momento le mordí el labio inferior como si quisiera arrancárselo. Me chupó las tetas hasta que terminé con los pezones irritados e hicimos el 69 más glorioso del que tengo recuerdo. Todo lo que le hice y me hizo fue acompañado por frases cada vez más obscenas sobre lo puta que era; frases que en vez de enojarme o disuadirme, hubiera sido lo normal, aumentaban mi excitación.
La última vez logramos, con mucho esfuerzo y mucho dolor, un dolor inenarrable solo compensado por la calentura del momento, que me la metiera por detrás. No entró todo su miembro, por supuesto, pero sí bastante, por lo menos todo aquello que pude tolerar. Agendé mentalmente que, si seguía encontrándome con este muchacho, debía conseguir alguna medicación que facilitara la dilatación anal.
—Quiero que nos sigamos viendo. ¿Me das tu celular? No te digo todos los días, pero los fines de semana…
—Está bien.

5 comentarios - Eso es otro precio (1º capítulo)

potys
Mmmmm me la dejaste bien parada hermosa
SolcitoUru
Uff que envidia nena! muy buen relato!
polisexx
Muy buen relato. Muy caliente. Te espero por mi post.
kramalo
ah! y te falto poner: ahi se me termino la falta de plata.....jajaja!!! muy buen relato... me hubiese gustado que cuando se la estaba poniendo, la primera vez, lo detallaras mas; ya que éso calienta bastante el post.. fijate que se enfrio cuando dice "esa noche duro hasta la madrugada". si hubieses contado como se la ponia de a poquito la primera, seguro calentaba el doble mas.
Es mi punto de vista, ojo.. Esta bueno igual...saludos