El humilde pueblito sería todo un caso de libro para los sociólogos o los antropólogos; sin caer en el moralismo, todo lo contrario, era común el divorcio frecuente, las familias cruzadas y los touch and go. Todo esto era campo fértil para el hombre soltero sin ganas de compromiso y que, con las debidas precauciones, podía disfrutar a pleno aquellas pequeñas debilidades.
Sonia tenía una hermana mayor que ella, Silvia, maestra jardinera y vicedirectora del único preescolar del pueblo; se conocieron en las típicas reuniones sociales que se organizan en un pueblo en el que no hay mucho por hacer y, a partir de allí, se frecuentaban por las “relaciones de amistad” que Él tenía con Sonia.
Silvia era diferente a su hermana en varias cosas: era mayor y más robusta, pero principalmente en su carácter; hacía mucho que vivía en el pueblo y militaba en una iglesia evangélica, por lo que se consideraba referente moral de la comunidad y muy atenta a las manifestaciones evidentes de la conducta. Él sintió curiosidad de saber si tanta mojigatería era solo una cáscara o una genuina forma de ser, y comenzó a obrar en consecuencia.
Después de varias idas y venidas, sin apuro porque Sonia de mantenía tan solidaria y entusiasta como siempre, Silvia le pidió ayuda con la instalación de unos equipos de video que no entendía; lo cierto es que esa tarde se encaminó las escasas cuadras que lo separaban de su casa.
El bendito equipo resultó ser más complicado de lo que parecía y llevó un par de horas solucionarlo, incluido el cableado de las extensiones a la habitación; Él no pudo evitar levantar una ceja cuando vio una cómoda cama King e imaginarse retozando en ella. Finalmente todo quedó en su lugar y Silvia insistió en que debía quedarse a cenar en agradecimiento por tanto trabajo.
En el relax de la charla mientras preparaba la cena prestó más atención a los gestos y a los signos de nerviosismo y de leve interés o sus reacciones cuando Él, por accidente o espontáneamente afectuoso, la tocaba. Siguió una agradable cena y una amena charla que se alargó en el tiempo; a la hora de los postres Silvia propuso preparar café y tomarlo mientras estrenaban el equipo con una película que le habían prestado.
Cuando la mujer acomodó el servicio de café en la mesa ratona, apagó todas las luces dejando todo en penumbras y se sentó muy próxima a Él, fanfarrias sonaron en su cabeza y como general en jefe frente a su ejército se preparó para la conquista; a la buena hermana evangélica le habían prestado “ojos bien cerrados”.
Quizás fuera que los pocillos eran chicos, la proximidad y el roce de los cuerpos o simplemente la atracción animal; pero al poco rato estaban entrelazados intercambiando besos y caricias. El excitante jugueteo se prolongó todo lo que permitió la postura forzada en el pequeño sofá.
Sin pensarlo se pusieron de pie y continuaron en ese intercambio de besos apasionados y manoseos cada vez más osados. Silvia daba muestras de necesitar más para apagar su fuego.
Con la enorme cama en mente, la tomó de la mano y la condujo mansamente hacia ella; cual nena buena se dejó desnudar y acomodada en la cama lo observó en la penumbra, jadeante, quitarse cada prenda.
Es hora de descorrer el velo y revelar la verdadera esencia de aquella mujer; Silvia era la personificación viviente de la lujuria; la práctica de la religión y su constante ejercicio del autodominio evitaban que se pareciese a su hermana. Lo primero que sorprendía era que su cuerpo se calentaba y transpiraba en proporción a su grado de excitación, que siempre era mucha; durante el sexo su rostro reflejaba la intensidad de sus pasiones, al que se sumaba una respiración que a veces rayaba en el paroxismo.
En la ignorancia de estos hechos Él se arrojó sobre su vagina; abriendo los labios encontró un clítoris enorme y endurecido, al que le obsequió el más exquisito cosquilleo. El cuerpo de Silvia brincaba en la cama bañado de sudor; sus manos trataban, sin convicción, de apartar la cabeza que con su boca intrusa la estaba enloqueciendo. Divertido con el descubrimiento, Él liberó una mano y metió dos dedos en cada orificio de amor, sin cejar en devorar esa carne dulce.
Un estertor impresionante anunció el orgasmo; Silvia yacía jadeante sin pronunciar palabra, mientras Él se levantó, buscó una toalla, y solícitamente secó su rostro. Esperó a que la respiración se normalizara y comenzó a besarla de nuevo; el dedo corazón volvió a acariciar su botoncito, ya había dado suficiente placer, ahora quería que lo atendieran.
Silvia se colocó en cuclillas y suavemente descendió hasta empalarse por completo; cabalgó como una desquiciada, gimiendo, sacudiendo su cabeza; todo su sudor corría hacia abajo y caía en enormes gotas sobre el cuerpo del hombre. Pudo transcurrir un segundo o una hora; la mujer cayó rendida y Él, colocándose a su espalda, levantó la cola y ensartó su pene en la vagina. Casi con furia continuó metiendo y sacando su pene, hasta que la naturaleza se impuso y tres violentas descargas le produjeron el satisfactorio alivio.
Esa noche se durmieron abrazados, no hubo grandes proezas amatorias, solo un solaz relax; por la mañana, Él se despertó con la agradable sensación…Silvia estaba mamándolo muy suavemente.
Sonia tenía una hermana mayor que ella, Silvia, maestra jardinera y vicedirectora del único preescolar del pueblo; se conocieron en las típicas reuniones sociales que se organizan en un pueblo en el que no hay mucho por hacer y, a partir de allí, se frecuentaban por las “relaciones de amistad” que Él tenía con Sonia.
Silvia era diferente a su hermana en varias cosas: era mayor y más robusta, pero principalmente en su carácter; hacía mucho que vivía en el pueblo y militaba en una iglesia evangélica, por lo que se consideraba referente moral de la comunidad y muy atenta a las manifestaciones evidentes de la conducta. Él sintió curiosidad de saber si tanta mojigatería era solo una cáscara o una genuina forma de ser, y comenzó a obrar en consecuencia.
Después de varias idas y venidas, sin apuro porque Sonia de mantenía tan solidaria y entusiasta como siempre, Silvia le pidió ayuda con la instalación de unos equipos de video que no entendía; lo cierto es que esa tarde se encaminó las escasas cuadras que lo separaban de su casa.
El bendito equipo resultó ser más complicado de lo que parecía y llevó un par de horas solucionarlo, incluido el cableado de las extensiones a la habitación; Él no pudo evitar levantar una ceja cuando vio una cómoda cama King e imaginarse retozando en ella. Finalmente todo quedó en su lugar y Silvia insistió en que debía quedarse a cenar en agradecimiento por tanto trabajo.
En el relax de la charla mientras preparaba la cena prestó más atención a los gestos y a los signos de nerviosismo y de leve interés o sus reacciones cuando Él, por accidente o espontáneamente afectuoso, la tocaba. Siguió una agradable cena y una amena charla que se alargó en el tiempo; a la hora de los postres Silvia propuso preparar café y tomarlo mientras estrenaban el equipo con una película que le habían prestado.
Cuando la mujer acomodó el servicio de café en la mesa ratona, apagó todas las luces dejando todo en penumbras y se sentó muy próxima a Él, fanfarrias sonaron en su cabeza y como general en jefe frente a su ejército se preparó para la conquista; a la buena hermana evangélica le habían prestado “ojos bien cerrados”.
Quizás fuera que los pocillos eran chicos, la proximidad y el roce de los cuerpos o simplemente la atracción animal; pero al poco rato estaban entrelazados intercambiando besos y caricias. El excitante jugueteo se prolongó todo lo que permitió la postura forzada en el pequeño sofá.
Sin pensarlo se pusieron de pie y continuaron en ese intercambio de besos apasionados y manoseos cada vez más osados. Silvia daba muestras de necesitar más para apagar su fuego.
Con la enorme cama en mente, la tomó de la mano y la condujo mansamente hacia ella; cual nena buena se dejó desnudar y acomodada en la cama lo observó en la penumbra, jadeante, quitarse cada prenda.
Es hora de descorrer el velo y revelar la verdadera esencia de aquella mujer; Silvia era la personificación viviente de la lujuria; la práctica de la religión y su constante ejercicio del autodominio evitaban que se pareciese a su hermana. Lo primero que sorprendía era que su cuerpo se calentaba y transpiraba en proporción a su grado de excitación, que siempre era mucha; durante el sexo su rostro reflejaba la intensidad de sus pasiones, al que se sumaba una respiración que a veces rayaba en el paroxismo.
En la ignorancia de estos hechos Él se arrojó sobre su vagina; abriendo los labios encontró un clítoris enorme y endurecido, al que le obsequió el más exquisito cosquilleo. El cuerpo de Silvia brincaba en la cama bañado de sudor; sus manos trataban, sin convicción, de apartar la cabeza que con su boca intrusa la estaba enloqueciendo. Divertido con el descubrimiento, Él liberó una mano y metió dos dedos en cada orificio de amor, sin cejar en devorar esa carne dulce.
Un estertor impresionante anunció el orgasmo; Silvia yacía jadeante sin pronunciar palabra, mientras Él se levantó, buscó una toalla, y solícitamente secó su rostro. Esperó a que la respiración se normalizara y comenzó a besarla de nuevo; el dedo corazón volvió a acariciar su botoncito, ya había dado suficiente placer, ahora quería que lo atendieran.
Silvia se colocó en cuclillas y suavemente descendió hasta empalarse por completo; cabalgó como una desquiciada, gimiendo, sacudiendo su cabeza; todo su sudor corría hacia abajo y caía en enormes gotas sobre el cuerpo del hombre. Pudo transcurrir un segundo o una hora; la mujer cayó rendida y Él, colocándose a su espalda, levantó la cola y ensartó su pene en la vagina. Casi con furia continuó metiendo y sacando su pene, hasta que la naturaleza se impuso y tres violentas descargas le produjeron el satisfactorio alivio.
Esa noche se durmieron abrazados, no hubo grandes proezas amatorias, solo un solaz relax; por la mañana, Él se despertó con la agradable sensación…Silvia estaba mamándolo muy suavemente.
10 comentarios - Pueblo Chico…infierno caliente 2
Van puntos y reco!
Saludos!